Emma creyó en aquellos que juraron amarla y protegerla.
Sus compañeros, los príncipes alfas, Marcus y Sebastián, con sonrisas falsas y promesas rotas, la arrastraron a su mundo, convirtiéndola en su amuleto.
Hija de la Luna y el Sol, destinada a ser algo más que una simple peón, fue atrapada en un vínculo que… ¿la condena? Traicionada por aquellos en quienes debía confiar, Emma aguarda su momento para brillar.
Las mentiras que la rodean están a punto de desmoronarse, y con cada traición, su momento se acerca, porque Emma no está dispuesta a ser una prisionera.
Su destino está escrito en las estrellas y, cuando llegue el momento, reclamará lo que le pertenece. Y cuando lo haga, nada será lo mismo. Los poderosos caerán y los verdaderos líderes surgirán.
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5. Retrospectiva: Una Simple Loba
Con una alegría renovada y el peso de la angustia disipándose, salí de la cabaña donde la tenían en observación. Busqué a mis padres; hacía un par de días que no los veía, pero no me extrañó. Ellos solían tomarse su tiempo a solas, y luego volvían más enamorados que antes, mis padres se merecian descansar.
Pero, nada me preparó para lo que encontré al llegar a nuestra cabaña. La puerta estaba entreabierta, y dentro, el caos reinaba: muebles volcados, jarrones rotos, la marca de una pelea. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, en un claro signo de advertencia.
El aire de la cabaña era denso, casi irrespirable. Allí estaban, Marcus y Sebastián, sentados entre los restos del caos que seguramente ellos mismos habían causado. Sus posturas eran relajadas, altivas, como si estuvieran esperando que yo apareciera. Al verlos, sentí cómo mi corazón daba un vuelco, un latido desenfrenado que resonaba en mis oídos. Mi loba, agitada, quería imponerse, doblegarlos, obligarlos a aceptarme.
— ‘Déjame salir, son míos’ — gruñia rabiosa en mi cabeza.
— ‘¡Suficiente!, ellos no nos quieren, nos echaron como basura, tienen a otra y seguramente le hicieron algo a nuestro padres ¿aun asi los quieres?
Así logré contenerla. No les daría el placer de verme suplicante.
Mis ojos recorrieron la habitación hecha un desastre, y un temor sombrío se apoderó de mí. Sabía, sin necesidad de confirmarlo, que mis padres habían sido los primeros en sufrir las consecuencias de esta invasión. Respiré hondo, tratando de calmar el temblor en mi voz antes de enfrentarme a ellos.
— ¿Dónde están mis padres? — pregunté, sintiendo un enojo que jamás había experimentado.
Sebastián se limitó a sonreír, sus ojos brillaban con una crueldad burlona. Era evidente que disfrutaba de la situación, como un depredador jugando con su presa antes de dar el golpe final.
— ¿Quieres verlos? — Su tono era helado y retador, casi como si supiera que esa simple frase sería suficiente para romper cualquier resistencia que intentará mantener.
— ¡¿Qué les hicieron?! — Mi voz salió más fuerte de lo que esperaba, como una amenaza y una súplica mezcladas. Di un paso hacia ellos, desafiándolos, sintiendo el fuego de mi furia ardiendo en cada poro de mi piel.
— Tranquila — dijo, su voz era casi un susurro. — Mientras te comportes, ellos estarán bien. Todo depende de ti.
— ¿Qué clase de monstruos son? — escupí las palabras, sintiendo mi rabia rebasar cualquier límite. Me sentía atrapada, impotente, y eso era justo lo que ellos querían.
Antes de que pudiera hacer algo, Marcus se levantó de su asiento y se acercó a mí lentamente, sus pasos eran firmes y calculados. Camino a mi alrededor con calma, su mirada fría me recorría sin reservas, como si fuera una posesión que inspeccionaba con detenimiento. Sentí cómo su presencia era una mezcla de amenaza y atracción peligrosa.
Finalmente, se colocó detrás de mí, tan cerca que pude sentir el calor de su cuerpo y la amenaza latente en cada uno de sus movimientos. Su voz fue baja, susurrante, cada palabra era como un dardo que se clavaba en mi mente.
— ¿En serio piensas que puedes escapar de nosotros?
Me giré para enfrentarlo, nuestros rostros quedaron más cerca de lo que me hubiera gustado, haciendo que mis ojos se encontraran con los suyos. El dolor de no saber de mis padres me dio el valor, para resistir la fuerte atracción que sentía por él, y sonreírle con desprecio.
— ¿Escapar de ustedes? — solté con una risa amarga. — No necesitan preocuparse por eso. ¿Por qué habría de huir de alguien que no significa nada para mí? Dos príncipes que no saben lo que quieren y que en su arrogancia creen que su rechazo me rompió... pero la verdad — mi voz se volvió más baja, más afilada — es que ustedes son menos que polvo en el camino. Para mí, ni siquiera existen.
Desde nuestro primer encuentro me di cuenta que no tenían, sobre mí, el poder de sumisión que ejercían en los demás lobos, no tenía ni idea de porqué, pero era un punto a mi favor que no pudieran usar su poder para doblegarme.
Por un segundo, noté que algo en sus ojos cambiaba. Tal vez una chispa de sorpresa, o de algo más... si es que alguien como él podía llegar a sentir algo. Marcus esbozó una media sonrisa, tan fría y calculada como él mismo, y su voz volvió a sonar, baja y posesiva:
— Eres nuestra, Emma. No hay lugar en el mundo donde puedas esconderte de nosotros. — Sentí cómo sus palabras envolvían mi voluntad como una trampa, su tono profundo, era una promesa y una amenaza a la vez. — Aunque lo intentes, siempre sabremos dónde encontrarte.
Me quedé inmóvil, pero mis ojos no dejaron los suyos. No les daría el placer de verme débil.
— No iré con ustedes, y créanme que si algo les llega a pasar a mis padres, ustedes se arrepentirán. — dije, sin titubear, aunque el miedo me retorcía por dentro.
No tenía idea de dónde salía esa fuerza, ni cómo haría para que se arrepintieran pero sentí un fuego arder en mi, si algo les pasaba a mis padres estaba dispuesta a quemar el mundo entero, por más de que en el proceso yo me queme con él.
Los príncipes se miraron entre ellos, y luego me observaron con una mezcla de sorpresa y desafío. Era como si mi reto apenas les causara gracia.
Fue Sebastián quien habló, con ese tono burlón que parecía disfrutar de la situación, mientras se acercaba a mi.
— ¿Crees que una simple loba puede amenazarnos? — sus labios se curvaron en una sonrisa, y sus ojos destilaban un brillo frío. — pequeña loba, no tienes idea a lo que te enfrentas.
Marcus, sin embargo, solo me observaba en silencio sin alejarse de mi. Sus ojos oscuros, profundos e impenetrables, parecían querer traspasar mi alma. Me estudiaba, analizándome como si fuera un enigma que deseaba desentrañar.
Sebastián soltó una carcajada suave, burlona, y se cruzó de brazos.
— Tienes dos opciones. Puedes aceptar venir con nosotros y ver a tus padres libres… o quedarte y cagar con el peso de lo que les sucederá. Porque, querida Emma, lo que les suceda será por tu culpa.