Madelein una madre soltera que está pasando por la separación y mucho dolor
Alan D’Agostino carga en su sangre una maldición: ser el único híbrido nacido de una antigua familia de vampiros. Una profecía lo marcó desde el nacimiento —cuando encontrara a su tuacantante, su alma predestinada, se convertiría en un vampiro completo. Y ya la encontró… pero ella lo rechazó. Lo llamó monstruo. Y entonces, el reloj comenzó a correr.
Herido, debilitado y casi al borde de la muerte, Alan llega por azar —o destino— a la casa de Madeleine, una mujer con cicatrices invisibles, y su hija Valentina, demasiado perceptiva para su edad. Lo que parecía un encuentro accidental se transforma en una conexión profunda y peligrosa. En medio del dolor y la ternura, Alan comienza a experimentar algo que jamás imaginó: el deseo de quedarse, aún sabiendo que su mundo no le permite amar como humano.
Cada latido lo arrastra hacia una verdad que no quiere aceptar…
¿Y si su destino son ellas?
¿Madelein podrá dejar
NovelToon tiene autorización de Romina Lourdes Escobar Villamar para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capitulo-5 Cuidar a un desconocido
Fui a la cocina y preparé un jugo con vitaminas de esos que me enseñó mi abuela: hígado crudo, naranja, zanahoria, uvas, alfalfa… un elixir extraño, pero lleno de fuerza. Algo me decía que Alan lo iba a necesitar.
—¿Para qué es eso, mami? —preguntó mi niña, curiosa al verme con el vaso en la mano.
—Es para Alan. Como sigue dormido y no sabemos cuándo despertará, necesita alimentarse de algún modo. Como no puede comer, le daré jugo —le respondí mientras removía lentamente el líquido espeso y oscuro.
—Está bien, mami. ¿Verdad que se ve lindo dormido? ¿Parece un bello durmiente?
—Mmm… puede ser —reí bajito.
—¡O-o-oh, mami! ¿Y si le das un beso y se despierta como en la película?
—No, mi niña. Esas cosas no pasan.
—Ay, bueno… voy al baño.
Se fue dando saltitos y yo aproveché para darle el jugo a Alan. Poco a poco, sosteniendo su cabeza con cuidado, le fui pasando el líquido con una cucharita hasta que se terminó todo.
—¡Listo, mami! ¡A ver la película!
—Quédate quieta y siéntate. Ahí están las palomitas.
Y sí, hoy fue oficialmente un día de película. Ya eran las tres de la tarde y el hambre volvió a aparecer. Mi niña recogió las cosas que había regado y yo me puse a preparar algo de comer. Mientras tanto, pensaba que era momento de pasarle paños húmedos a Alan. Desde que llegó, seguía con la misma ropa de ayer, sin camisa, y ya habían pasado trece horas sin despertar.
Después de almorzar, el cansancio nos venció. Nos acostamos juntas y terminamos durmiendo un par de horas. Alrededor de las seis, ella se fue a la sala a inventar un cuento con sus muñecas, y yo me puse a organizar la ropa que había sacado de la lavadora.
—Mi niña, voy a limpiar a Alan. No entrarás, ¿sí?
—Está bien, mami. Sales cuando ya esté listo —respondió con esa madurez que a veces me dejaba sin palabras.
Traje una lavacara con agua tibia y la dejé sobre la mesa de noche. Le quité las medias con cuidado. Su piel era muy blanca. Después, con calma, le quité los pantalones. Observé unos moretones en sus piernas, aunque ya casi no se notaban; tal vez eran de días anteriores. Comencé a pasarle el paño húmedo con suavidad, procurando no hacerle daño.
Me detuve un momento. Dudé.
¿Lo limpio también allí… o no? No quería ser indiscreta. Ay, Made, sé profesional. Alguna vez fuiste enfermera. Cambiaste pañales a ancianos… ¿y ahora no puedes con un chico? Jum.
Suspiré. Caminé hasta el clóset y saqué un bóxer y un pantalón calentador. Sí, los había comprado hace dos meses para mi ex, pero nunca llegué a entregárselos. Hoy servían para algo mejor.
Lo vestí con cuidado, lo cubrí con la colcha y me senté a su lado.
—Hola. No sabemos cómo te llamas, así que te pusimos Alan —le dije en voz baja—. Mi niña me pidió que te ayudáramos. Estás en mi casa, estás a salvo. Curamos tus heridas. Me llamo Madeleine y mi niña se llama Valentina. Así que... despierta pronto.
El día se terminó. Cenamos y, como era costumbre, vimos otra película antes de dormir. Después de dos horas, Valentina se quedó profundamente dormida. La cargué en brazos y la llevé a su cama. Luego subí al tejado, me acosté y me quedé mirando las estrellas en silencio.
Otra vez sentí esa punzada interna. Esa sensación de estar muriéndome por dentro, como un peso que no se ve, pero duele. La soledad cuando llega de golpe me quiebra. Me levanté y regresé a casa antes de dejar que el corazón hiciera de las suyas.
Fui a mi habitación. Revisé que todo estuviera bien. Valentina seguía dormida, hecha un ovillo, abrazada a su peluche. Alan, por su parte, tenía el ceño fruncido. Me acerqué despacio y toqué su frente.
Lo que no quería que ocurriera… ya estaba pasando. Tenía fiebre.