Mis Tres Vidas

Esa noche en la cena al llegar Arón a la mesa notó que Elizabeth seguía en su prisión. Dejó todo muy claro esa misma noche al conde. No se quedaría en esa casa si Elizabeth no era tratada como los demás. Su prometida intentó captar su atención con el intento fallido de una conversación sin importancia para intentar que olvidara a su hermana ciega.

Ante tal solicitud y viendo la firmeza de Arón el conde no tuvo más opciones que incluir a Elizabeth a la cena. Esta fue llamada por una sirvienta la cual la acompañó hasta el lugar, le ayudó a tomar asiento y le indicó el lugar de los cubiertos. Ella no estaba adaptada a comer en familia, siempre la había hecho en su habitación para no importunar en la mesa, con algún insidente.

En algunas ocasiones había derramado agua, otras no encontraba algún cubierto en específico. Así que para evitar vergüenza habían decidido que comería sola en su habitación. Arón tomó asiento justo a su lado. Pidió intercambiar lugar con su hermana, demostrando una vez más que estaba interesado por Elizabeth.

Toda la cena la guío sin importarle lo que decían los demás, fue muy atento con ella, la guiaba informando lo que se servía para que estuviese lista y no pasará vergüenza. Era la primera vez en mucho tiempo que alguien que no fueran los sirvientes se dignaban a integrarla a la familia. Ella cenó con tranquilidad sin ninguna incidencia esa noche.

Lo mismo ocurrió en los siguientes días, Arón se convirtió en su sombra. La ayudaba en todo y la hacía sentir una persona normal. Ella y él pasaban todo el tiempo juntos. Arón disfrutaba de la música, ella tocaba innumerables obras en el piano para él. Así fue su dinámica, ambos se fueron complementando, mostrando la mejor versión de sí.

Nadie comprendía el por qué, que llevaba a este joven a interesarse por ella, pudiendo elegir entre sus otras dos hermanas. Al final el conde los dejó estar. Siempre y cuando él desposara alguna de sus hijas, no iba a ofrecer resistencia alguna. Incluso comenzó a tratar con cariño a Elizabeth.

Elizabeth estaba feliz de que Arón se interesara por ella, aún aunque sabía que de momento no lo hacía por amor, más bien sentía lástima hacia ella. El intento mostrarle el mundo. Poco a poco sus salidas eran más osadas. Salían a pasear a caballo por los páramos cercanos.

Incluso una vez fueron a nadar. Arón le daba su espacio para que ella no se sintiera menos, pero siempre con sutileza la vigilaba para estar presente en cualquier ocasión o incidente que pudiese surgir. Ya todos se habían adoptado a verlos juntos, incluso lucían bien juntos.

Las hermanas de Elizabeth tenían celos de ella. Por más que rogaban a su padre porque la enviaran lejos de allí, este se negó. Las órdenes de Arón fueron claras, estaría allí solo y para Elizabeth. En cambio, su madre estaba feliz por ella, se podía apreciar que él comenzaba a quererla realmente.

Como todo lo bueno tiene un final, Arón una vez que notó que ella había sido tomada en serio, decidió partir hacia su casa. Ya había hecho bastante en el lugar, el conde había entendido bien que su hija no era menos. Se fue con la promesa de volver y pidió que nada cambiara con relación a Elizabeth. Quería protegerla de alguna forma con su partida.

Aún no estaba seguro sobre si ella era la indicada para ser su esposa. No por ser ciega, sino por que nunca creyó en eso de un matrimonio arreglado. Quería que al dar ese paso fuera por que lo deseaba. Necesitaba regresar a casa y aclarar su mente.