En el oscuro arte de la escritura, Ella dio vida a una novela donde la astucia de la villana desafiaba los límites de la imaginación. Sin embargo, está muere a causa de los protagonistas, la autora fue cruelmente criticada pues la historia no tenía mucho sentido. En "El último acto de la villana caida", descubre cómo la mente maestra lucha por redimirse en un mundo donde la realidad y la ficción se entrelazan, desafiando las expectativas y sumergiendo al lector en un juego de venganza y astucia. ¿Te atreves a explorar las páginas de esta historia donde la autora se convierte en su propia creación?
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Quien puede ser más hipócrita
Isabella iba en su carruaje, cuando vio pasar a un joven rubio en su caballo, ella lo reconoció de inmediato, ese era el príncipe heredero, esa cara de bobo era inconfundible, al parecer estos dos ya habían empezado a enamorarse, quizás como Isabella cambio, algunas pequeñas cosas en la novela también lo hicieron, aunque ambos seguían siendo unos hipócritas infieles, pues el príncipe ya debe saber que estará comprometido con ella. Isabella solo puede sonreír, ese príncipe solo es el heredero porque es hijo de la emperatriz, pero si fuera por fuerza y capacidad para reinar el segundo príncipe sería el heredero. Para Isabella el príncipe heredero no era más que un mujeriego, a pesar de que ella fue quien escribió la historia, sabe que los protagonistas son un asco, ahora entiende por qué todos odiaron la historia.
Ahora entendía por qué Isabella era tan querida por todos, porque ella no era hipócrita, hacía y decía lo que pensaba y de lo que estaba segura era lo correcto, las circunstancias y los malos tratos de la gente la convirtieron en la villana, porque si fuera la heroína sería imparable. Isabella sonrió, ahora ella sería imparable, porque esta historia había cambiado de protagonista.
Isabella sintió como el carruaje freno anunciando su llegada, tomo su abanico y salió del carruaje, de inmediato vio a esos zorros que Madeline tenía de padres, algunas personas ni aunque quisieran cambian.
— Señorita Isabella que gusto verla de nuevo —
" Si claro, se les nota la alegría, es obvio que mi amistad los sube de estatus, imbéciles".
— Yo también estoy feliz de volver, sobre todo de volver a ver a mi amiga Madeline, la extrañé tanto en el norte —
"veamos quién es más hipócrita"
La mujer mostraba una gran sonrisa frente a Isabella, pero por dentro solo hervía en rabia, esa chica era una noble con el estatus más alto en la sociedad, y además era incluso más hermosa que su hija, apresar de que Madeline era rubia, no sé comparaba con la belleza única de Isabella quien era pelinegra, ojos verdes. Aunque la mujer se alegró de que Isabella llegará después de que ese joven se fuera, pues no vaya a ser que se enamore de Isabella o la prefiera a ella por su gran estatus y riqueza.
Los señores invitaron a Isabella, en dónde hacia unos momentos se encontraba el príncipe y Madeline platicando muy a gusto, Madeline saludo a Isabella y ambas comenzaron a hablar y colocarse al día, pero Madeline omitió al joven que la estaba visitando, pues no quería que Isabella supiera de esto hasta no lograr atraparlo, Isabella noto de inmediato que ella no le diría nada sobre el príncipe, así que sonrió, vaya con la protagonista es toda una joya. Luego de un rato ambas quedaron en que al día siguiente llevarían comida a uno de los asilos de la ciudad, aunque Isabella era la que colocaría todo el dinero, como lo hacía siempre que la acompañaba.
Isabella se montó en su carruaje luego de despedirse de Madeline y sus padres, pero no quería volver a casa, así que decidió visitar a cierto pelinegro, ojos rojos, que últimamente no salía de su mente, aunque ella estaba casi segura de que eso era solo atracción sexual, una vez estuvieran juntos ella no volvería a pensar en el. Isabella llegó a la posada donde lo dejo, y de inmediato le indicaron que esperara en una de las mesas, Isabella llevaba una capucha pues no quería que nadie la reconociera, aunque dudaba de que alguien allí supiera quién era ella, pues Isabella al ser "ordinaria" no era alguien relevante en la sociedad, pero era mejor evitar malos entendidos.
Draven llegó poco tiempo después, Isabella se levantó y le dijo que le indicara su habitación, hablarían allí.
Atraído como un imán, tomó con sus grandes manos su cara para besarla. En
un principio, el beso fue lento y pausado, pero, cuando la lengua de Isabella chocó
contra la de él, el ardor en sus cuerpos les hizo reaccionar llenándoles de pasión.
Sin poder resistirlo, Isabella levantó sus manos y enredó sus dedos entre el
largo y oscuro pelo de Draven, que al notar sus dulces caricias se dejó hacer.
Nunca nadie le había acariciado con tanta delicadeza y dulzura. Atrayéndola
hacia él, quedó pegada a su cuerpo, un cuerpo caliente que le hacía enloquecer.
Sus besos, sus caricias le gustaban, quería más, necesitaba más. De pronto, sintió
cómo la mano de él se metía bajo la fina y delicada camisa de lino que llevaba y
su piel caliente estalló a su contacto. Aturdida por aquellas caricias, se sintió increible, cuando un pequeño suspiro de placer escapó de su boca. Un suspiro que murió en
los labios de él.
—No he podido olvidarte en todos estos días —le susurró al oído mientras ella se estremecía al notar su mano, callosa por las luchas, acariciar sus delicados
senos—.
Escucharle decir aquello y sentir sus dulces caricias era lo mejor que le había
ocurrido nunca.
—Cuando llegaste al palacio y tambien cuando te Vi por primera vez —prosiguió él—Es verte y desearía estar todo el
día en la cama contigo.
—He oído que nunca has tenido problemas para encontrar mujer que te
caliente el lecho —indicó sin poder evitarlo mientras algo extraño llamado celos
aparecía por primera vez en su vida.
—Has oído bien —asintió sorprendido mientras un fugaz recuerdo de una de sus conquistas pasaba por su mente—. Nunca me ha faltado el calor de una mujer cuando lo he querido.
« Eres un presuntuoso» , pensó Isabella aunque continuó abrazada a él.
—No soy una mujer que juzga, pero espero que te hayas cuidado, no quiero problemas o complicaciones en mi vida —suspiró isabella
intentando no perder el hilo de la conversación, al tiempo que la mano de él se
introducía dentro de su pantalón.
— Por eso no te preocupes, siempre me he cuidado, no soy estúpido. —sonrió al ver la mirada de Isabella, el podía notar la pasión en sus ojos, por eso le dijo —. Tu boca y tu forma de mirar me dicen todo lo que deseas.
—Asi, y ¿estarías dispuesto a cumplir me en todo? —murmuró con sus
labios muy pegados a los de él, percibiendo un salvaje estremecimiento.
—Tus deseos son órdenes para mí, cariño —
suspiró metiendo más su mano,
notando cómo sus dedos se enredaban en aquel cabello que nunca habían sido
tocados por nadie excepto por él.
—No deberíamos estar haciendo esto, para empezar no deberías estar tocando me de esta forma—añadió isabella
cuando su excitación creció por momentos y toda ella comenzó a arder de pasión.
No sé arrepentía, pues ella era quien había empezado, solo quería saber si el sería capaz de parar está situación, o como se lo tomaría.
—¿Por qué no tocarte? Eres mía —dijo abriendo con sus dedos los pliegues de sus partes íntimas, ahora humedecidas por la excitación—. Creo que ya es muy tarde para detenernos, toda tú, me encanta y me excita.
Incapaz de parar el volcán de emociones que en ella bullía, al escuchar
aquello olvidó su decoro y sonrió.
—Entonces, yo también probaré cada parte de ti sin tapujos y sin detenerme —respondió con descaro. Y, sin pensárselo dos veces, pasó su mano por encima del kilt, notando
en su interior algo duro y tenso.
—¡Impaciente! —Sonrió encantado por la fiereza de ella—. Sabía que
nunca me decepcionarías. —Cogiéndola posesivamente en brazos, la llevó hasta
el cobijo de la cama. — Quiero conocer esa parte salvaje tuya que tus ojos, tu
boca y tu sonrisa me dicen que está en ti —susurro.