Shania San Román está pasando por un momento difícil. Aunque es una mujer casada, parece soltera y su suegra es mas como una madre. Sin embargo ella no puede darse el lujo de querer a nadie, todos solo la aprecian por su fortuna, por su patrimonio o ¿NO?.
Ese marido inútil servirá para algo o ya no tiene remedio.
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Capítulo 17: El Sabor de la Rendición.
Camilo despertó con el cuerpo adolorido y el recuerdo de los malvaviscos picantes aún ardiente en su garganta. El sol de la mañana se filtraba por las ventanas, pero lo que realmente lo sacó del sofá fue el aroma embriagador que inundaba la mansión: café recién hecho, vainilla, fresas y algo más... ¿chocolate caliente?
Se incorporó de un salto, siguiendo el rastro como un náufrago hacia la costa. Y allí, en medio de la cocina convertida en un set de filmación de repostería, estaba ella.
Shania, con el pelo recogido en un moño desordenado y el mismo enterizo de vaquita de la noche anterior, cantaba una canción en francés mientras decoraba una bandeja de croissants perfectos. Alrededor, como adoradoras en un templo, Marta y Luisa seguían sus órdenes con sonrisas de felicidad.
—¡Buenos días, dormilón! —gritó sin volverse, como si tuviera un sensor para detectarlo.
—El café está listo. Y no, esta vez no lo hice yo... no quiero que me acuses de intentar envenenarte otra vez —agregó con una risa que le hizo recordar por qué había firmado ese absurdo contrato.
Camilo se acercó, tomando la taza que Nana Loti le ofrecía con mirada burlona.
—¿Y esto? —preguntó, señalando el festín sobre la isla de la cocina, waffles, frutas frescas, jugo de naranja recién exprimido y hasta huevos benedictinos.
Shania se encogió de hombros, pasando un dedo sobre el glaseado de un pastelito y lamiéndolo con deliberada lentitud.
—Artículo 5, inciso C: Los domingos son días de tregua… a menos que haya quemado el caramelo la noche anterior' —declaró, con una sonrisa que derretiría el hielo polar
—Firmaste sin leer las letras pequeñas, esposo —dijo guiñándole un ojo coqueta haciendo que Camilo la mire embobado.
Él miró la escena, las sirvientas ahora le sonreían a él, no solo a ella, el sol iluminaba los detalles de cobre de la cocina, y esa mujer imposible le ofrecía un desayuno que parecía sacado de sus fantasías más secretas.
—Shania... —empezó, pero las palabras se atascaron en su garganta. ¿Cómo agradecer sin arruinarlo? ¿Cómo admitir que esta era la mañana más perfecta de su vida adulta?
Ella, como si lo hubiera leído, le acercó un plato con un croissant aún humeante.
—Cállate y come, Camilo. Hoy no toca sermones... solo mantequilla y mermelada.
Y por primera vez, obedeció sin protestar.
Mientras untaba mermelada de frambuesa en el pan, su teléfono vibró. Un mensaje de Jonás:
—Oye, ¿sigues vivo? Los rumores dicen que anoche gritaste algo sobre caramelo y donaste 5 millones a un refugio de mujeres. ¿Necesito enviar ayuda?
Camilo sonrió de verdad, con los dientes al descubierto, haciendo que Shania alzara una ceja intrigada.
—Es Jonás. Cree que me tienes secuestrado —explicó, mostrándole la pantalla.
Ella se rio, limpia y brillante como campanadas.
—Respóndele esto —dictó, mientras untaba mantequilla en otro croissant
—Ayuda ya llegó. Y viene con delantal.
Esa tarde, Camilo encontró el contrato enmarcado en la pared de su estudio. Alguien (sospechaba que Nana Loti) había añadido una cláusula nueva en letras doradas:
Artículo 12: Los errores de cocina se perdonan si van acompañados de risas auténticas.
Y debajo, una foto de él durmiendo en el sofá con un malvavisco pegado en la frente. Sonrió. No pudo evitarlo. Al anochecer, Shania apareció en su puerta con dos copas de vino.
—Por si te preguntas... sí —dijo, entregándole una de las copas con la delicadeza de un hada.
—Hoy fue un buen día, encantador, casi perfecto —susurró.
Y se fue, dejando el aroma a vainilla y esperanza flotando en el aire.
Camilo vio entonces la fortaleza de acero detrás del "huracán rosa". La astucia comercial no era un talento; era un instinto de supervivencia. La risa estridente, un escudo. El contrato matrimonial, otra trinchera en una guerra que ella libraba desde la adolescencia.
—Por eso este matrimonio —dijo él, comprendiendo todo, comprendiendo ahora de verdad lo desvalida que estaba, lo sola que se sentía.
—No fue solo por mi herencia o por capricho. Fue un escudo, aunque fuiste un cretino cuando nos casamos, debo agradecerte, fuiste el escudo que me protege durante toda mi recuperación, no puedo odiarte —dijo sentándose en la cama de Camilo con la mirada llena de recuerdos que ella nuca debió tener.
Camilo se arrodilló frente a ella, tomándole las manos. Ya no era el CEO arrogante. Era un aliado.
—Escúchame, Shania. Ese mensaje no es una amenaza. Es una declaración de guerra. Y no la vas a pelear sola.
Ella apretó sus manos, buscando fuerza en él.
—Él no se detendrá, Camilo. Ahora que sabe que estoy cerca de ti, que eres… importante, te convertirá en su blanco también —susurró aún con el miedo en su corazón.
—Que lo intente —la voz de Camilo era un rugido sordo.
—Tengo unas cuantas cuentas pendientes con mi tío político. Empezando por cómo te trató.
Esa noche, el "Acuerdo de Convivencia Matrimonial (Versión Shania 2.0)" adquirió una nueva cláusula, escrita a mano por Camilo y firmada por ambos con la urgencia de un pacto de sangre.
Artículo 13: Guerra Declarada.
Todas las armas están permitidas. El objetivo es la aniquilación total del enemigo. No hay tregua, no hay rendición. La venganza se servirá fría, pero se cocinará a fuego lento.
Al día siguiente, en lugar de ir a la oficina, Camilo acompañó a Shania a la universidad. No se ocultó. Caminó a su lado, su mano en la espalda baja de ella, una posesión protectora y una declaración clara para cualquier gavilán que los observara.
Lucas, el compañero de sonrisa fácil, se acercó.
—Shania, ¿todo bien? ¿Quién es…? —dijo mirando a Shania con una gran sonrisa y luego a Camilo, era el chisme lo que lo metería en un lío.
Camilo le tendió la mano antes de que ella pudiera responder, su sonrisa era una afilada hoja de cortesía.
—Camilo Núñez del Prado. El esposo —el pobre Lucas palideció, saca la mano torpemente y asintió con un ligero sudor en la frente.
Shania en la universidad no era muy popular, chismeaban sobre su fortuna y que debería estar en algo turbio. Su familia había fallecido hace tiempo, y posiblemente ella con esa belleza sensual e inocente podía tener a cualquiera, a un viejo casado que le pague todo. Bueno, eso lo sacaron de una foto de Shania que fue de compras y Mirko Núñez del Prado la recogió del lugar para llevarla a la casa de playa, de ahí es que ella era una amante desvergonzada y de un viejo cochino.
La noticia corrió como la pólvora. El marido de Shania no era un anciano adúltero. Era un guapo heredero y era su marido legal, algo que muchos odiarían.
Mientras, en las sombras, un hombre observaba desde un automóvil lejano. Joaquín San Román apretó el puño sobre el volante.
Su sobrina no solo se había escapado, sino que había encontrado un protector. Y no cualquier protector.
Sonrió, un gesto cruel. Mejor así. Destruir a los dos sería mucho más satisfactorio. Tomó su teléfono y marcó un número.
—Ágata. Recibí la citación. Nos veremos en el juzgado. Y prepárate, maldita. Vas a ver cómo se pierde un caso por primera vez en tu vida.