La Venganza De Alaia

El mayordomo al ver la partida de Nayana, pidió permiso para ingresar al despacho, lo que Finnian autorizo, pudo ver que el mayordomo llevaba consigo un paquete cuidadosamente envuelto, enseguida supo que era el presente que Nayana había mencionado.

- Destápelo - ordenó Finnian, su voz cargada de una expectación inusual.

El mayordomo retiró la tela con delicadeza, revelando un exquisito marco de madera labrada. Dentro, un retrato de Liora, no era la imagen de la Liora demacrada de sus últimos instantes de vida, sino una Liora vibrante y serena, con una sonrisa gentil y la mirada inteligente que Finnian recordaba de los viejos tiempos, la que muchos consideraban la verdadera Duquesa, a pesar de que solo ostento el titulo por unas horas.

Al ver el retrato, las últimas palabras de Nayana resonaron en la mente de Finnian y entendió el mensaje que había detrás de sus palabras: "Liora era digna del puesto de Duquesa, no como Cataleya". La comparación, el sutil pero clara a la vez, si comparaban su educación, su etiqueta, su influencia en la sociedad, no había duda alguna Liora era la ganadora, Cataleya no era nadie ante ella, a pesar de eso, quien había ocupado un lugar en el corazón de Finnian era Cataleya.

Una risa seca y profunda brotó del pecho de Finnian, una risa que rara vez se permitía. No era de alegría, sino de una fría y calculada admiración. "Sí", pensó, "Liora sí era digna".

- Mayordomo - dijo Finnian, su voz aún teñida de aquella risa contenida -, tome este retrato. Ordene que lo coloquen en el pasillo, justo frente a la puerta de la habitación de la señorita Cataleya. Asegúrese de que esté bien visible, así cada vez que entre o salga de sus aposentos pueda observar a quien debe superar si quiere el título de Duquesa.

El mayordomo, sin mostrar emoción, asintió y tomó el retrato. Mientras el mayordomo se retiraba, Finnian se recostó en su silla, una sonrisa sardónica curvando sus labios.

-Lady Nayana, sí que es una mujer astuta. Muy astuta. Ha jugado sus cartas con maestría.

La imagen de Cataleya tropezando con el retrato de Liora cada vez que saliera o entrara de su habitación le trajo una satisfacción perversa. La partida apenas había comenzado, y Nayana ya había demostrado ser una jugadora formidable.

En cambio, Nayana se mostraba triste en el camino de regreso a su residencia, situación que no pasó desapercibida por Anastasia, quien se atrevió a preguntar.

- Mi lady, desde que salió del Ducado la noto afligida, algo fallo en su plan – con tristeza Nayana respondió.

-Pensé que al cambiar mi imagen nadie podría reconocerme, me equivoque.

-Eso es imposible, el Duque no la vio hace años.

-No hablo de lo físico Anastasia, vio en mi mirada el odio y resentimiento que le tengo, tuve que decir que estaba enojada con la vida porque me arrebato a mis padres, a veces quiero enfrentarlo de manera directa decir que yo soy Alaia Elowen y que sufrirá no solo por mi dolor, sino por el dolor de toda mi familia, pero no puedo, si le digo eso, el no sufriría como lo deseo. Sería una muerte rápida, un castigo sin agonía. Mi venganza debe ser lenta, sutil, una agonía prolongada donde cada gota de su poder se escurra entre sus dedos mientras él es impotente para detenerlo. Debe sentir la desesperación que nosotros sentimos. Es como si supiera que hay algo más, es demasiado perspicaz, demasiado calculador. Tuve que darles una verdad a medias, una historia de pérdida que él pudiera entender y respetar, mi rostro puede haber cambiado, pero mis ojos... mis ojos guardan la memoria de lo que hizo. ¿Cómo puedo esconder lo que siento sin apagar el fuego que me impulsa?

- Tengo que admitir que temo por usted, temo de lo que sea capaz de hacer para alcanzar su venganza, no quiero verla más destruida, quisiera que la sonrisa que ahora solo le ofrece al joven Caspian, pueda ser vista por los demás, que vuelva hacer feliz.

- Casi lograron matarme en vida, solo a ti te puedo confesar – toma las manos de Anastasia -, que, si Caspian no hubiera sobrevivido, preferiría la muerte a que vivir con el dolor que siento, extraño mucho a mis padres, a mi hermana, cuando viaje a estudiar nunca pensé que no volvería a verlos, que ese abrazo de despedida sería el ultimo, cambiaria todo lo que tengo solo por tener un momento con ellos - su voz se quebró, un suspiro desgarrador. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas sin control -. Quiero volver a escuchar la voz de mi padre, diciéndome que soy su princesa, la voz de mama diciéndome que me ama, la sonrisa de Liora al llamarme hermana.

Las lágrimas brotaron con fuerza, y Nayana apoyó la cabeza en el hombro de Anastasia, dejando que la fachada de Lady Nayana se desmoronara por un momento, revelando el alma rota de Alaia Elowen. Anastasia la abrazó con fuerza, sintiendo el temblor de su ama. El carruaje continuó su marcha, ajeno al luto silencioso que se vivía en su interior.

El carruaje finalmente se detuvo frente a la residencia, los guardias, que habían esperado discretamente, abrieron la puerta. Nayana se recompuso rápidamente, secándose las lágrimas con un pañuelo de seda, su expresión volviendo a ser la de la imponente Lady Nayana. Solo Anastasia vio el brillo persistente de dolor en sus ojos esmeralda.

A la mañana siguiente Nayana fue despertada, porque el mayordomo del Duque Finnian se encontraba en su residencia, pedía ser atendido personalmente por ella, ya que tenía un encargo especial, Nayana con ayuda de Anastasia se colocó un vestido sencillo, se lavó el rostro y se arregló un poco el cabello y salió a su encuentro.

-Buenos días, lady Nayana, siento interrumpir en su residencia tan temprano, pero el Duque me ha pedido que le entregue personalmente los libros contables del Ducado, además de los informes que lady Cataleya le ha entregado al Duque.

- Buenos días, no se preocupe, pase por favor, deje todo en mi despacho. Mi doncella Anastasia le indicara el lugar, tengo otro asunto que atender, permiso – Nayan se retira volviendo a su habitación.

Sin más preámbulos, Nayana se retiró, volviendo a su habitación. Su acción fue una muestra de calculado desinterés, un mensaje sutil de que, aunque el trabajo del Duque era importante, no era su única prioridad, ni lo haría esperar. En realidad, por dentro, su corazón latía con una mezcla de anticipación y una fría emoción. Los libros de Seraphina estaban por fin en sus manos.

Una vez a solas en su habitación, Nayana se acercó a la ventana, observando el carruaje del Ducado alejarse. La frialdad de la mañana no la afectaba; su mente ya estaba inmersa en la tarea. Sabía que cada cifra, cada entrada, era un hilo en la compleja telaraña de la riqueza de Finnian, y su misión era desenredarla.