Jazmín Gómez, una joven humilde y trabajadora, jamás imaginó que su vida cambiaría al convertirse en la secretaria de Esteban Rodríguez, un CEO poderoso, reservado y con un corazón más noble de lo que aparenta. En medio de intrigas laborales, prejuicios sociales y secretos del pasado, nace entre ellos un amor tan inesperado como profundo. En una Buenos Aires contemporánea, ambos descubrirán que las diferencias no separan cuando el amor es verdadero.
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CAPÍTULO 15
Era una tarde de viernes en Buenos Aires, de esas en las que el cielo parece de terciopelo gris y el aire anticipa lluvia. En el edificio de Rodríguez Corporación, el ritmo de la semana comenzaba a bajar, pero en la oficina de Esteban, todo seguía en movimiento. Él no había dejado de mirar el reloj cada cinco minutos. Parecía distraído. Nervioso. Raro en él.
Jazmín lo notó enseguida.
—¿Estás bien? —le preguntó cuando entró con unos documentos para firmar.
—Sí… solo un poco cansado. —Intentó sonreír, pero ella frunció el ceño.
—¿Seguro?
—Seguro. —Se levantó, la rodeó con el brazo y la besó en la frente—. Hoy quiero llevarte a un lugar especial. ¿Tenés planes esta noche?
—Solo si esos planes incluyen pizza y Netflix.
—Incluyen algo un poco más… arriesgado.
Ella lo miró intrigada.
—¿Más arriesgado que una película de terror de bajo presupuesto?
—Mucho más.
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A las siete en punto, Esteban la pasó a buscar. No le dijo a dónde iban. Solo le pidió que se pusiera algo cómodo pero lindo, y que confiara en él. Jazmín, divertida, aceptó el misterio.
Subieron al auto y tomaron por una avenida que no solían usar. El cielo se oscurecía más rápido de lo habitual, y las luces de la ciudad encendían su encanto. Después de casi cuarenta minutos de viaje, Esteban estacionó frente a una casa antigua, restaurada, de estilo colonial.
Jazmín lo miró confundida.
—¿Dónde estamos?
—Ahora vas a ver.
Entraron. La casa estaba vacía. No había muebles, solo las paredes recién pintadas, los pisos de madera reluciente, y una enorme araña de luz en el living principal. Todo olía a nuevo, a espacio virgen, a promesa.
—¿Qué es esto? —preguntó ella, asombrada.
Esteban se paró frente a ella, tomándole ambas manos.
—Esta casa la compré hace un tiempo. No sabía por qué. Solo sentí que era el lugar. Y ahora lo sé.
Jazmín lo miró sin entender del todo. Su corazón empezó a latir más fuerte.
—Vos me cambiaste la vida, Jazmín. Me mostraste que hay formas más simples y más profundas de amar. Me enseñaste a mirar el mundo desde otro lugar. Me hiciste mejor. —Hizo una pausa, respirando hondo—. Por eso, quería mostrarte esta casa. Porque quiero que la llenemos juntos. De risa, de platos quemados, de charlas largas. De vos. De mí. De los dos.
Ella abrió los ojos, impactada.
—¿Estás diciendo que…?
—Sí —sonrió él—. Quiero que vivamos juntos. Que empecemos algo real, en un lugar que construyamos desde cero. A nuestro ritmo, con nuestras reglas. No te estoy pidiendo que lo decidas hoy. Ni mañana. Solo… que lo pienses.
El silencio se volvió espeso por un instante. Jazmín miró alrededor, como si necesitara comprender si todo eso era real. Esteban, tan serio, tan tierno, tan vulnerable de repente, le mostraba una parte de sí que muy pocos conocían. Ya no era el CEO impecable y seguro. Era solo un hombre enamorado.
—¿Puedo ver el resto de la casa? —preguntó ella, con un brillo en los ojos.
—Claro.
Recorrieron cada ambiente. Había tres habitaciones, una cocina enorme con ventanales que daban al jardín, y un espacio que Jazmín imaginó como una futura biblioteca o rincón de lectura. Cada detalle parecía pensado con amor, aunque estuviera vacío.
—¿Y esta habitación? —preguntó ella, entrando a la última.
Esteban la siguió y se quedó en el marco de la puerta.
—Esa… pensé que, si algún día querés estudiar o trabajar desde casa, puede ser tu oficina.
Jazmín giró hacia él y lo abrazó de golpe. Lo apretó con fuerza. No hacía falta una respuesta. Sus lágrimas hablaban por ella.
—Sí —susurró, con la voz quebrada—. Sí quiero. Vivir con vos. Construir esto. Lo quiero todo.
Esteban la sostuvo en silencio. Sintió que algo dentro suyo se acomodaba por fin.
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Esa noche volvieron al departamento de él, pero todo se sentía distinto. Ahora compartían un plan. Un horizonte.
Cenaron liviano. Él preparó una tabla de quesos, ella eligió el vino. Se sentaron en el sillón, con música suave de fondo. Jazmín lo miraba como si lo estuviera viendo por primera vez. Como si de repente entendiera el verdadero alcance de todo.
—Nunca imaginé esto —le confesó—. Nunca me permití soñar con algo tan grande. Siempre sentí que lo mío era sobrevivir, no proyectar.
—Eso es lo que más quiero darte —respondió Esteban—. Un espacio para que sueñes sin miedo. Para que no tengas que defenderte todo el tiempo. Para que te sientas libre.
Ella lo besó despacio. Un beso sin prisa. Un beso que prometía futuro.
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Al día siguiente, Jazmín fue al barrio a contarle a su mamá. Teresa lloró de emoción, la abrazó largo y le dijo que estaba orgullosa. Jazmín, a pesar de la emoción, también sentía miedo. Era un paso grande. Pero no uno que la asustara, sino que la impulsaba.
Esa noche, al regresar con Esteban, le mostró algo que había traído consigo.
—Esto lo tenía guardado en mi cajón desde que era adolescente.
Era una libreta. Vieja, con tapas decoradas a mano. Adentro, había frases, sueños, dibujos. Y en una hoja, una lista.
“Cosas que algún día quiero tener”:
Una casa con ventanas grandes.
Un amor que me mire como si fuera magia.
Paz.
Una biblioteca solo mía.
Sentirme suficiente.
Un jardín con jazmines.
Esteban la leyó con una mezcla de asombro y ternura.
—Ya tenés todo eso —le dijo.
—Sí —sonrió ella—. Y más.
Él le tomó la cara con ambas manos.
—Vos también sos más de lo que alguna vez imaginé. Sos mi hogar, Jazmín.
Y esa noche, mientras el mundo giraba allá afuera, ellos se prometieron, sin necesidad de anillos ni formalidades, un futuro que construirían día a día. Con amor, con respeto, y con una certeza que ya nadie podía arrebatarles.
Martin llegó tu hora de pagar por extorsión a más de una mujer eres un vividor y estafador.
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