Gabriel Moretti, un CEO perfeccionista de Manhattan, ve su vida controlada trastocada al casarse inesperadamente con Elena Torres, una chef apasionada y desafiante. Sus opuestas personalidades chocan entre el caos y el orden, mientras descubren que el amor puede surgir en lo inesperado.
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Bajo la Luz de Manhattan
Capítulo 15
El viaje de regreso al ático de los Moretti estuvo marcado por un silencio incómodo. Gabriel conducía su automóvil con la mirada fija en la carretera, mientras Elena miraba por la ventana, perdida en sus pensamientos. La interacción con Victoria seguía rondando en su mente, y aunque no quería parecer celosa ni insegura, no podía ignorar el aire de familiaridad que había entre esa mujer y su esposo.
Finalmente, fue Elena quien rompió el silencio.
“¿Cuánto tiempo duró lo de ustedes?” preguntó, sin rodeos.
Gabriel frunció el ceño, sorprendido por la pregunta. “¿Perdón?”
“Tú y Victoria. Claramente tuvieron algo en el pasado, ¿verdad? Entonces, ¿cuánto tiempo duró?”
Él suspiró, como si hubiera esperado que este tema saliera a la luz tarde o temprano. “Fue hace años. No duró mucho, y tampoco fue algo serio.”
“¿Nada serio?” repitió Elena, volviendo la vista hacia él. “No parecía pensar lo mismo cuando casi me fulmina con la mirada.”
Gabriel soltó un suspiro más profundo, claramente incómodo con la dirección de la conversación. “Victoria es… complicada. Siempre ha sido ambiciosa, y nuestra relación terminó cuando quedó claro que su interés estaba más en mi posición que en mí.”
Elena asintió lentamente, procesando sus palabras. “¿Y eso te afectó? ¿Te hirió?”
“No tiene importancia ahora,” respondió Gabriel, evitando el contacto visual. “Es parte del pasado.”
“Quizás no para ella,” murmuró Elena, lo suficientemente bajo como para que Gabriel no respondiera.
Cuando llegaron al apartamento, ambos parecían aliviados de estar nuevamente en su espacio privado. Elena fue directo a la cocina, buscando algo que beber, mientras Gabriel se aflojó la corbata y se dejó caer en el sofá.
“Esta noche fue… interesante,” comentó Elena desde la cocina.
“¿Interesante?” Gabriel levantó una ceja. “Diría que fue más bien agotadora.”
“Bueno, no todos los días me presentan como la esposa de un multimillonario frente a docenas de personas que probablemente ganan más en un mes de lo que yo gano en un año.”
Gabriel la miró, detectando la ligera ironía en su tono. “¿Eso te molestó?”
“No, en realidad no,” admitió Elena mientras se servía un vaso de agua. “Pero definitivamente es algo a lo que no estoy acostumbrada.”
“¿Te arrepientes de haber venido?”
Elena lo pensó por un momento antes de responder. “No. En realidad, fue… interesante ver cómo te desenvuelves en tu mundo. Pero debo decir que prefiero verte aquí, con menos formalidad y más humanidad.”
Gabriel sonrió ligeramente ante su comentario, un gesto que rara vez mostraba. “Supongo que eso significa que no te he espantado del todo.”
“Todavía no,” bromeó Elena, caminando hacia el sofá para sentarse junto a él.
Por un momento, se quedaron en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Sin embargo, Elena no pudo evitar notar cómo Gabriel parecía más relajado en ese momento, casi vulnerable.
“Gabriel,” dijo de repente, rompiendo la quietud.
“¿Sí?”
“Sé que no soy exactamente lo que imaginabas cuando firmaste ese contrato matrimonial. Pero quiero que sepas que no pretendo complicarte la vida.”
Gabriel la miró, sus ojos oscuros brillando con algo que Elena no pudo descifrar del todo. “Tú no complicas mi vida, Elena. Tú… haces que sea menos predecible.”
Elena soltó una risa suave. “Bueno, no sé si eso es un cumplido o una crítica.”
“Es un cumplido,” respondió Gabriel con sinceridad.
La semana siguiente, las cosas volvieron a su rutina habitual. Gabriel estaba ocupado con reuniones y negociaciones, mientras que Elena pasaba sus días en el restaurante, trabajando en nuevas recetas y charlando con sus colegas.
Sin embargo, algo había cambiado entre ellos. Las interacciones, aunque breves, eran más cálidas, más naturales. Gabriel incluso comenzó a dejar notas en la mesa del desayuno antes de irse al trabajo, pequeños gestos que sorprendían y agradaban a Elena.
Una noche, mientras Elena preparaba la cena, Gabriel llegó a casa más temprano de lo habitual. Ella lo notó al instante, especialmente porque no era común verlo antes de las nueve de la noche.
“¿Todo bien?” preguntó, mientras removía una salsa en la estufa.
“Sí. Solo decidí terminar el día antes por una vez,” respondió Gabriel, dejándose caer en una de las sillas de la cocina.
“Eso es raro en ti,” comentó Elena, sin apartar la vista de su sartén.
“Tal vez estoy empezando a aprender a relajarme,” dijo él, con un tono ligeramente irónico.
Elena se volvió hacia él, cruzando los brazos. “¿Y qué te hizo llegar a esa conclusión?”
“Tal vez sea tu influencia,” admitió Gabriel, sorprendiendo a Elena con su respuesta directa.
Ella sonrió, volviendo a su tarea. “Bueno, espero que no te arrepientas de ello. La vida es demasiado corta para tomársela tan en serio todo el tiempo.”
Gabriel no respondió, pero la observó con una mezcla de admiración y curiosidad. Había algo en Elena que lo desarmaba, que lo hacía replantearse muchas cosas sobre su manera de vivir.
Esa noche, mientras cenaban, Gabriel habló de algo que no había mencionado antes.
“Estoy considerando tomarme un fin de semana libre,” dijo de repente.
Elena casi dejó caer su tenedor. “¿Tú? ¿Un fin de semana libre? ¿Está todo bien contigo?”
Gabriel soltó una risa suave. “Sí, todo está bien. Pero creo que necesito un descanso, y pensé que podríamos aprovecharlo juntos.”
Elena lo miró con incredulidad, pero también con una pizca de emoción. “¿Estás diciendo que quieres pasar tiempo conmigo?”
“Eso parece,” respondió Gabriel, con una sonrisa casi tímida.
Elena no pudo evitar sentir una oleada de calidez en su interior. Aunque el camino que compartían seguía siendo incierto, comenzaba a vislumbrar una posibilidad de algo real, algo más profundo.
Mientras Manhattan seguía con su ritmo frenético, Gabriel y Elena se acercaban poco a poco, encontrando en su aparente incompatibilidad una chispa que los mantenía intrigados el uno con el otro.