Desde Que Te Vi

( Punto de vista compartido, con diálogos)

La estación del pueblo estaba abarrotada de abrazos.Esta vez Mariana se iba a vivir junto a Mauricio . Mariana tenía las mejillas húmedas y el corazón agitado. No era la primera vez que se iba, pero esta vez era distinta. Ahora no se iba sola. Esta vez, volvía con él.

—Si ese hombre te hace llorar de nuevo… no va a tener dónde esconderse, ¿entendés? —gruñó Damián, abrazándola fuerte.

—¡Ay! No me aplastés la costilla, bestia —se quejó Mariana con una risita.

—No puedo evitarlo, bicho —le dijo Franco—. Sos nuestra enana.

Elías no dijo mucho. Solo la abrazó largo rato y le revolvió el pelo.

—No te olvides de nosotros —dijo bajito.

—Nunca. ¡Si los tengo marcados a fuego en los tímpanos! —bromeó ella, limpiándose la cara con la manga.

Carmen se acercó con un pañuelito, arreglándole el cuello del abrigo como si aún fuera una niña de cinco.

—Si alguna vez necesitás volver, acá tenés tu casa. Pero sé que vas a estar bien —miró a Mauricio con severidad—. Vos… cuidala como si fuera oro.

—No —respondió él, con firmeza—. Más que eso. Como si fuera lo único que tengo.

Y así, entre lágrimas, advertencias, y hasta una bolsa de facturas para el camino, emprendieron regreso a la ciudad.

**

La llegada al departamento fue caótica desde el minuto uno.

—¡Tenés tres pares de zapatos iguales! —se quejó Mauricio mientras ayudaba a bajar sus cosas.

—¡Son distintos! Uno tiene suela beige y el otro suela caramelo. ¿Querés que me vista como mafiosa como vos?

—¡¿Cómo sabés que es caramelo la suela?! ¡Es marrón!

—¡Caramelo!

Entre cajas, besos robados y discusiones absurdas sobre tonos de pintura para el living, la convivencia comenzaba como debía: a los gritos, con carcajadas y con besos pegajosos de dulce de leche que Mariana le untaba en la cara a propósito.

Una noche, mientras intentaban armar un mueble (que claramente estaba mal diseñado según Mauricio y perfectamente explicado según Mariana), todo se desmadró.

—Pasame la tabla F —pidió ella agachada.

—¿Cuál es la F?

—¡La que tiene forma de F, hombre de poca fe!

—¡No hay ninguna que parezca una F!

—¡¿Y esta qué es?! —preguntó Mariana, alzando una tabla.

—¡Eso parece una L... borracha!

Ambos estallaron en risas. Mariana terminó sobre él, enredados entre tornillos y manuales en sueco, y en medio de esa risa, los ojos se encontraron. Sin pensarlo, Mauricio la besó con una ternura distinta. Ella respondió con la misma necesidad.

—No puedo creer que estés acá —susurró él contra sus labios.

—Yo tampoco. Pero me gusta.

—¿Segura? —le preguntó él acariciando su mejilla—. Porque si no me lo decís ahora, tengo tiempo para escapar antes de que termines de montar la tabla “L borracha”.

—Muy gracioso, señor peligroso. Ahora besame de nuevo y callate.

**

Los días siguientes estuvieron llenos de pequeñas escenas que hacían de su rutina un romance de película torpe: Mariana olvidando la llave y trepando por la ventana del balcón (con ayuda de una vecina chusma), Mauricio intentando hacerle el desayuno y explotando la tostadora, Mariana dejando post-its por la casa con frases como “Te amo aunque ronques como Harley Davidson.”

—Sabés que esto es una locura, ¿no? —dijo ella una noche, ya en la cama, mientras jugaba con los dedos de él.

—Sí. Y me encanta.

—Siento que estamos viviendo en nuestra propia novela.

—Entonces haceme un lugar en tu próxima página.

La besó despacio, con ese amor profundo que venía desde el primer día que la vio, con el alma llena de barro, y ella iluminó su mundo sin saberlo.

Y aunque no todo era fácil —porque no lo sería—, en cada tropiezo, en cada lío, en cada desayuno arruinado, sabían que lo tenían todo: una historia escrita a mano, con errores, tachones… pero con amor verdadero.