Nica es el fruto de un rico hacendado, dueño de muchas tierras productoras de caña y algodón, y de un amorío con una de sus esclavas.
Y aunque su padre prometió protegerla, no vivió mucho para cumplir su promesa.
Apenas su padre murió, su tío y sus primos se encargaron de hacerle la vida un infierno. Le recalcaba a cada momento que ella solo era una sucia esclava con sangre impura corriendo por sus venas.
Y qué por lo tanto, su vida no valía nada.
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Ojos Color Chocolate.
—¿Vienes, niño bonito? —Dijo esa voz que bien conocía ahora.
Antonio volteó al instante, encontrándose con Nica cruzada de brazos. Él negó con la cabeza de inmediato, pero se asustó al ver como la castaña mostró una sonrisa traviesa y un montón de niños salían de los arbustos.
—Ay no...
—¡Tírenlo!
Los niños se abalanzaron sobre Antonio, y todas sus fuerzas fueron en vano cuando cayó al agua. Los esclavos se rieron de la situación, y aunque se esperaban un regaño de su señor, este nunca llegó.
—¡Condenados niños, ya van a ver! —Exclamó el joven Hurtado persiguiendo a los menores.
Ese día, los esclavos pudieron conocer otra faceta de su futuro amo. Aquel monstruo del que se rumoreaban atrocidades, lucía como un niño jugando a las tocadas con sus hijos. No le importaba verse sucio y empapado, simplemente comenzaba a descubrir la diversión.
—¡Mira, son garzas!
Exclamó Nica al ver un grupo de estas aves de plumaje blanco entretenidas en la orilla del río. Del otro lado de la orilla, estaba Antonio descansando de jugar cuando la castaña se le acercó.
—¿Por eso la hacienda se llama las garzas? Hay muchas por aquí... —Comentó Nica.
—Si... ¿No ves como destacan entre la oscuridad?
Ella volvió a mirarlas con ese punto de vista, y le dio la razón. Las garzas sobresalían cual perlas entre la maleza llanera y de las aguas profundas. Así su alrededor estuviese podrido, ellas eran lo único que permanecía puro en el ambiente.
—Es verdad, nunca lo vi de esa forma. —Concordó Nica.
—Pues deberías abrir más tus ojos. —Nica pensó que Antonio dijo aquello como un regaño. —Son hermosos.
Nica lo observó consternada ante ese inesperado piropo, pero Antonio no parecía estar coqueteando con ella.
—¿Co-Cómo?
—Si, ¿No te lo han dicho? Son hermosos cuando se reflejan al sol. Si hubiera una manera de plasmarlo, me darías la razón. —Dijo con su actitud engreída. —Bendita sea la persona que te los haya heredado.
—Mi madre tendría ese honor, gracias.
—Ella... ¿Era una esclava? —Antonio se animó a preguntar, a lo que Nica asintió. —¿Y por qué eres blanca?
—También fui hija de un hacendado, actualmente fallecido.
—¿Qué hacendado?
—Vicente Montalván.
Él reaccionó sorprendido, pues Antonio desconocía que Nica y Lilianne eran primas, o incluso si compartían lazos familiares. La castaña se dio cuenta de que rompió una regla impuesta por su tío, aunque no creía que Antonio fuese a hacer gran cosa con esa información.
—¿El hermano del señor Montalván? Dices que... ¿Eres sobrina de Héctor? —Cuestionó Antonio.
—Si, bueno... —Nica suspiró decaída. —Mi padre se metió con mi madre, y poco después de nacer ella murió. Quedé al cargo de mi padre, pero nuestra relación no fue muy estrecha, él vivía trabajando y de reunión en reunión hasta que terminó acumulando muchas deudas para la familia y... murió. Y así, pasé a ser propiedad del señor Héctor.
—Pero no entiendo, eres hija de un señor influyente, la sangre Montalván corre por tus venas... —Argumentó Antonio, intrigado. —¿Nunca estuviste cerca de probar la libertad?
—Si mi padre siguiera vivo, tal vez... —Nica agachó la mirada, recordando que su padre no pensó en ella antes de suicidarse. —Pero no importa, ahora estoy pagando sus errores y será así hasta que me muera, seguramente.
—¿Qué? —Dudó el contrario. —¿Dices que Héctor busca vengarse de las deudas su hermano a través de ti?
—Es entendible. Piénsalo, el día en que llegues a ser señor de tu hacienda y un aliado de confianza te traicione al punto de casi mandarte a la pobreza, y este llegase a morir... ¿No pagarías la deuda con su hijo?
Antonio permaneció callado por esa interrogativa. Nica esperaba una respuesta afirmativa, era lo más sensato viniendo de un aristocrata como él.
—No, no lo haría. —Rechazó el joven, asombrando a la castaña. —Es injusto, las acciones de nuestros padres no dependen de nosotros. Ni mi madre o mis hermanos merecen sufrir por los errores de mi padre, o por mis errores. Sé que de no ser por el contrato con el señor Angeli estaríamos en la bancarrota, viviendo en alguna choza solo porque mi padre decidió pagar mujeres extra en una fiesta...
Lo último fue dicho con repudio, y la esclava no evitar su desconcierto al escucharlo.
—Eres... —Nica se quedó con la palabra en la garganta. —Pensé que serias como tu padre.
—Soy conciente de que sus acciones no lo van a llevar a ningún lado. —Suspiró Antonio, dirigiendo su mirada a las garzas delante de ellos. —Salvo a la miseria.
Apenas Antonio desvió la vista, Nica sonrió. Era una pizca de esperanza, él no era un hombre malo. Y si lo era, le armaría un camino hacia la bondad.
Por el bien de Lilianne.
—¡Dime, Antonio Hurtado! —Nica alzó la voz, llamando la atención de las personas a su alrededor. —Cuando seas dueño de esta hacienda, ¿Cómo piensas liderar?
Los esclavos se sintieron curiosos de la respuesta, a lo que Antonio solo desvió la mirada con vergüenza.
—Voy a ser sincero... Antes de esta experiencia tenía una perspectiva diferente de lo que era el trabajo de la servidumbre. —Confesó. —Pero ahora que lo he vivido, sé el valor y el esfuerzo que conlleva hacer tal trabajo. Reconozco que no somos nada sin ustedes, les agradezco y prometo que habrá mejores pagos.
Todos aplaudieron emocionados y Antonio sintió un cosquilleo en su estómago. Nica lo felicitó, orgullosa, algo que jamás pensó que sentiría por un niño mimado como Antonio. Solo esperaba que su promesa prevaleciera.
El cielo comenzaba a oscurecerse, a lo que decidieron regresar sin querer ser alcanzados por la noche. Los niños, incluyendo Antonio, no quisieron irse, pero los adultos responsables tuvieron que insistir.
Antonio ayudó a cargar algunas cosas a pesar de su agotamiento, un gesto que apreciaron sus trabajadores. Apenas su señor se fuera, le pedirían a Nica que lo convenciera de trabajar otro día con ellos.
—Insisto. —Antonio le habló personalmente a Nica. —Tus ojos son de un divino color chocolate.
—Jeje... —Rió la esclava nerviosa, mientras desviaba el rostro para esconder su sonrojo. —Gracias por compararme con su fuente de riqueza.
nunca más te leo. q falta de respeto son indeseable, engañan al lector.
el señor Angeli de Liliana 🙈