El Rey Demonio

...IVONNE:...

Caí sin poder evitarlo, el suelo se aproximó de forma alarmante y extendí mis manos a prisa hacia la rama cercana, mi cuerpo se sacudió con abrupto y la rama se rompió, pero por suerte y astucia pude amortiguar la caída, aterrizando sobre mis pies y rodando sobre la tierra.

Ezra se estrelló contra el suelo, a unos pocos metros de distancia, abriendo un orificio en la tierra, haciendo que saltara el polvo a su alrededor junto con plumas negras.

Estaba un poco aturdida, me quedé un instante respirando con rapidez, mi corazón amenazaba con desgarrar mi pecho.

La adrenalina y el pánico circulaba por mi cuerpo.

¿Qué rayos había sucedido?

Me tambaleé hacia Ezra, quien había vuelto a su forma semi humana, elevándose por dificultad, apoyándose de manos y rodillas, sacudiendo el polvo de sus alas.

La sangre resbalaba de sus rasguños, en los brazos y el pecho, que al instante empezaban a cerrarse.

Podía ser un buen momento para escapar, pero me quedé inmóvil.

No tenía idea de donde me hallaba.

Él me había salvado, sería muy desconsiderado de mi parte huir. ¿Qué estaba pensando? ¿Dónde quedaba mi gente y daño que sufrieron por su causa? que me ayudara no borraba todo eso.

Ezra soltó un gruñido, poniéndose de pie, haciendo crujir su cuello.

— ¡Eso si es aterrizar con estilo! — Se burló, girando su mirada hacia mí.

— Alguien nos atacó y te ríes.

— Quien haya sido, le arrancaré hasta los malditos huesos — Salió del hoyo en el que se hallaba, sacudiendo sus pantalones, me evaluó detenidamente — ¿Estás bien?

Lo observé con el ceño fruncido.

— ¿La persecusión seguirá?

Se encogió de hombros — Hasta que yo acabe con todos o ellos acaben conmigo.

— ¿Y piensas que voy a mantenerme a tu lado en todo ese tiempo? — Me quité unas ramas de la cabeza, estaba hecha un asco, con resto de agua salada y polvo.

— ¿Después de salvarte de ahogarte piensas pagarme de forma tan cruel? — Arqueó las cejas, sacudiendo su cabello hasta dejarlo despeinado.

Maldito presumido.

— No actuaste por generosidad, debes tener una razón sucia para querer retenerme a tu lado.

Se rió de forma irónica.

— La cháchara debe terminar, estamos expuestos.

Me tomó de la cintura nuevamente, rozando su nariz con la mía, me tensé, sintiendo como mi cuerpo reaccionaba a su cercanía.

Con calor, mucho calor y necesidad.

Mis manos sintieron la firmeza de su pecho.

— No disfrutes demasiado de esto — Susurró y apreté mi mandíbula.

— Idiota.

Sonrió fanfarrón mientras sacudía sus alas, se elevó un poco, volvimos a caer cuando soltó un gemido.

Terminé arrodillada.

— ¿Qué sucede?

Terminó apoyando sus manos en el suelo.

Sacudió sus alas y volvió soltar un gemido de dolor cuando intenté alzarse.

— Me han herido, necesito que mires en mis alas — Dijo, elevando su cabeza hacia mí, ocultando su expresión bajo una máscara de piedra, en sus pupilas carmesí visualicé la tormenta.

Recordé que nos habían disparado algo.

Me apresuré, acercándome para observar su espalda.

La ala izquierda estaba sana, pero al girar mi mirada, en los ligamentos y huesos que se unían a los músculos de su espalda, había una zona que estaba chamuscada, sin plumas, incluso había brasas encendidas quemando la superficie.

— Tu ala está quemada.

— ¿Cómo? — Su voz se llenó de furia.

— Sí, está quemada y hay brasas encendidas.

— ¿Cuán grande es? — Sus garras se enterraron en la tierra.

— ¿Del tamaño de un plato?

— ¡Maldita sea! — Golpeó sus puños contra el suelo.

— Deberíamos buscar la forma de apagar esa brasa.

Se levantó, enojado — No funcionará.

— ¿Por qué?

— Porque no es una herida común — Sus ojos se encendieron.

— Pero, tu eres inmortal, puedes sanar rápido.

— No con lava del Inframundo y mucho menos si es una herida en mi ala — Gruñó, enojado, demasiado aterrorizado.

— ¿Lava del Inframundo? ¿Qué es lava de Inframundo?

— Lo que oíste, lava proveniente del Inframundo, nocivo para los demonios, incluso más que el agua pura.

— Pero, si proviene del Inframundo deberían ser inmunes a la lava.

Negó con la cabeza — Creada por mi padre, para someter a su voluntad a los demonios y almas, usada como castigo — Su expresión era tormentosa — Causa heridas fatales, difíciles de sanar — Golpeó el tronco junto a él — ¿Cómo rayos la obtuvieron? ¿Quién la trajo a éste mundo? — Me evaluó detenidamente y luego me tomó de los brazos — ¿Qué fue lo que viste antes de que nos golpeara?

— Una figura gigante, oscura, con alas enormes.

— ¿Qué más? — Apretó su agarre.

Negué con la cabeza — No lo sé, en ese momento caímos y no pude retener detalles.

Me soltó — ¡Maldita sea!

— ¿Qué tan peligrosa es esa lava?

— Lo suficiente para que no pueda volar — El músculo de su mandíbula se tensó — Se extenderá sino se atiende.

— ¿Tu sanación no funciona con esto?

— Aminora su avance, pero no lo suficiente — Se frotó la nuca.

— ¿No hay una cura? ¿Algún antídoto usada en el Inframundo?

Rió de forma amarga — No hay antídoto para esto. Mi padre decidía cuando detener la destrucción de la lava.

Sonaba a otro tirano maníaco.

— Eres su hijo, podrías detenerlo también.

Negó con la cabeza — Jamás supe como lo hacía.

— ¿Lo buscarás?

Hubo un estremecimiento.

— No es así de sencillo.

Se frotó la barbilla, caminando de un lado al otro.

— Tengo que pensar en una forma de detener esto.

— No hay hierbas curativas para demonios.

Se detuvo y me observó como si se le hubiera ocurrido algo.

— Agua pura.

— ¿Cómo? — Arqueé las cejas.

— El agua pura me ayudará.

— ¿Eso no lo complicaría?

— El agua pura es bendecida por los sacerdotes del Dios de la Pureza y la lava es creada por mi padre, con su energía oscura, no es lo mismo, una es usada para destruir y la otra para purificar, si la vierto sobre mi herida apagará la lava — Dijo, con algo de esperanza — Y es ahí donde entras tú.

— ¡Qué! — Retrocedí.

— Tienes agua pura, la usaste en contra de los demonios cuando llegaste a la costa y vas a darme un poco.

— No puedo hacer eso.

Frunció el ceño — ¿Por qué no?

— Porque está en mi refugio y no voy a guiar a un demonio hacia mi gente.

— Yo no me alimento de almas.

— A ellos no les agradará la idea — Negué la posibilidad — Eres el responsable de toda la destrucción, por tu culpa, la gente que atraparon será absorbida.

— Esa gente tenía un pie en la tumba.

— También es tu culpa que mueran de hambre — Volví a enojarme.

— Estamos del mismo lado, ahora — Volvió a decir.

— Jamás lo estaremos.

Se acercó, tomando mi mano con firmeza, me observó a los ojos.

— Los demonios no descansarán hasta matarme y con ésta herida me debilitaré más y más, sino quieres que tu gente muera en manos de ellos, entonces tendrás que darme lo que necesito, solo así podré destruir la rebelión demoníaca y cuando ellos mueran, todo terminará, ya no tendrán que esconderse. Me debes, te salvé en varias oportunidades, así que es justo que me pagues con esto — Me soltó, con brusquedad.

— Solo lo haré con una condición.

— ¿Cuál?

— Que nos libres de las maldiciones.

Se quedó pensativo — Hecho, lo haré.

— ¿Juramento de sangre?

— No, no hace falta, cumpliré con mi parte si cumples con la tuya. Ahora, debemos movernos — Se alejó.

— No tengo idea de donde estamos.

— Tomé el camino hacia el interior del reino, justo al sur — Observó al cielo, resignado — ¿Dónde queda tu refugio?

— Al noroeste, hacia las montañas espadas.

Sus ojos brillaron, líneas negras aparecieron en sus párpados llenos de oscuridad y se me erizaron los vellos. Volvió a su estado natural.

— Por allá — Señaló hacia el frente.

— ¿También tienes poderes de orientación?

Empezó a caminar sin darme una respuesta y lo seguí.

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Hubo dos o tres demonios surcando los cielos en las horas de caminos que emprendimos.

Ezra me ordenaba detenerse y se pegaba conmigo a un árbol cuando los demonios surcaban el cielo, no nos divisaron en ninguna oportunidad y supe que él había usado otro de su poderes para ocultar nuestras presencias.

Volvimos a caminar hasta que empezó a oscurecer.

Me sentí agotada y hambrienta.

El rey demonio se detuvo cuando llegamos a lo alto de una colina.

Su andar estaba empezando a disminuir, la herida en su ala seguía viva, quemando su plumaje lentamente. Tal vez eso le estaba quitando energía.

— Nos refugiaremos aquí.

Observé hacia abajo, había un pequeño pueblo abandonado.

— Los demonios se esconden en las casas.

— No sucederá nada si yo estoy.

— ¿Olvidas qué estás herido y qué tu raza se ha vuelto en tu contra? — Los ojos me pesaban.

— Aún soy lo suficientemente fuerte — Me dió una mirada firme.

Bajamos por el camino, entrando en el pueblo.

El viento hacía sonar las ventanas abiertas, debido a las bisagras oxidadas.

Había un bar, un par de tiendas y cuatro casas.

Tres destruidas y una era solo una pila de escombros quemados.

Entramos en la que todavía se mantenía en pie, pequeña, con una sala, una cocina y una cama llena de polvo de madera en una esquina.

— Descansa, yo haré guardia.

Lo evalué con desconfianza— No pretendas atacarme mientras duermo.

— No me conviene — Sonrió de forma burlona.

Caminé hacia la cama y la sacudí.

— Sé que necesitas comida.

— No es tu problema lo que necesito — Gruñí, dejándome caer en el viejo colchón.

— Quiero que llegues al refugio, así que sí.

— ¿Cuánto falta? — Balbuceé y se sentó en el suelo, desplegando sus alas, haciendo gestos de dolor ante el esfuerzo.

— Como una semana o dos.

— ¿Cómo es que conoces tanto sobre andar por tierra?

— Mis poderes me ayudan, aún así, no estoy acostumbrado a caminar tanto.

Se desató las trenzas de las botas, dejando sus pies descalzos. Tenía unos pies muy masculinos y grandes, como todo su cuerpo, hermoso, peligrosamente hermoso.

La oscuridad llegó y los ojos de Ezra se mantuvieron alumbrando su rostro, en la penumbra.

Se veía un poco tenebroso y encantador.

— ¿Qué comías cuando estabas en el refugio?

— Raíces y pan duro, si tocaba con suerte.

— ¿Haz sobrevivido solo con eso?

— No nos dejaste elección.

No contesté a eso y cerré mis ojos.

— No tenía opción.

Me sobresalté, despertando, casi pego un brinco al hallarlo sentado al pie de la cama, como una aparición para atormentar a los niños que hacían travesuras.

— Estoy demasiado agotada para discutir.

— Eres demasiado débil para ser una asesina de demonios, para ser... — Se quedó callado, apoyando los brazos del borde del colchón — Maldición — Acercó su rostro al mío, me dió un pequeño beso en los labios, eran fríos como su cuerpo, suaves y gruesos.

No respondí.

Me aparté y su garganta se agitó, el brillo en sus ojos aumentó.

Mi corazón latía rápidamente y el calor volvió a hacer de las suyas.

— ¿Por qué me robas un beso?

— Me tientas.

— No tienes derecho a robarme besos.

Se rió — A Orion no le reclamaste.

— Le estampé un jarrón a la cabeza, no se diferencia en nada tus intenciones con las de él.

—Si hay diferencia, él lo toma a la fuerza, en cambio yo — Acercó su mano y tocó mis labios con su pulgar, la necesidad me atravesó hasta mi centro — Sedujo pacientemente, hasta que la hembra se encuentre dispuesta a entregarse a mí.

— Si crees que alguna vez dejaré que lo hagas, estás muy equivocado.

Me giré hacia la pared y abracé mi cuerpo.

Odiando sentirme tentada a dejarme llevar.