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Las Viudas Negras

Las Viudas Negras

Status: En proceso
Genre:Venganza / Mafia / Dominación / Matrimonio arreglado
Popularitas:4.2k
Nilai: 5
nombre de autor: Edgar Romero

Matrimonios por contrato que se convierten en una visa hacia la muerte. Una peligrosa mafia de mujeres asesinas, asola la ciudad, asesinando acaudalados hombres de negocios. Con su belleza y encantos, estas hermosas pero letales, sanguinarias y despiadadas mujeres consiguen embaucar a hombres solitarios, ermitaños pero de inmensas fortunas, logrando sus joyas, tarjetas de crédito, dinero a través de contratos de matrimonio. Los incautos hombres de negocia que caen en las redes de estas hermosas viudas negras, no dudan en entregarles todos sus bienes, seducidos por ellas, viviendo intensas faenas románticas sin imaginar que eso los llevará hasta su propia tumba. Ese es el argumento de esta impactante novela policial, intrigante y estremecedora, con muchas escenas tórridas prohibidas para cardíacos. "Las viudas negras" pondrá en vilo al lector de principio a fin. Encontraremos acción, romance, aventura, emociones a raudales. Las viudas negras se convertirán en el terror de los hombres.

NovelToon tiene autorización de Edgar Romero para publicar essa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 15

Rubén fue el primero en todo para Telma, ya está dicho. Fue su primer enamorado, el primero al que se entregó sin reparos y el primero al que amó con locura, porque le parecía fascinante y lo que más le atraía era su personalidad tan dominante que la convertía en juguete entre sus brazos, acatando sus órdenes y exigencias, como una muñeca al que podía armar y desarmar cuanto quisiera y hacerla suya cuantas veces deseaba y ansiara.

Telma pensaba haber encontrado en Rubén al marido perfecto, a su ideal de hombre y se sentía dichosa siendo su mujer. Protegida, amparada en sus brazos y segura de sí misma, detrás de él, convertida en su sombra.

Y Rubén fue quien le pidió  a ella que firmara un contrato de matrimonio. Fue esa noche de pasión que tuvieron en una cabaña, apartada del mundo, en un paraje solitario, fuera de Lima, perdida entre los cerros, enclaustrada entre montañas escarpadas, cerros pelados y vegetación moribunda, hecho de madera igual que las películas western que tanto le gustaban a él. Telma se sorprendió porque pensaba que el amor que se profesaban no dejaba renglón ni margen para dudas o temores, desconfianzas o asirse a firmas de notarios o abogados o documentos propio de desconfianzas y `personas que no se aman. -Yo nunca pensaría en quitarte lo tuyo-, le dijo Telma.

Rubén echó a reír. -Eso dicen siempre las mujeres, la encaró, pero ya he tenido tres matrimonios y sé lo que buscan ustedes-

Eso le dolió mucho a Telma. No sabía, primero, que Rubén había sido casado antes y, segundo, que asegurara sus pertenencias como si ella fuera una vulgar delincuente.

El contrato aseguraba que Telma, en caso de separación y divorcio, no aspiraría a nada, dinero, propiedades, pago de reparación ni indemnizaciones de Rubén, nada de nada. Ella, de acuerdo a la escritura, renunciaba a todo.

-Eres un maldito-, no más le dijo enfurecida y lastimada ella. Presa de la ira, obnubilada por la cólera, sintiéndose traicionada, herida en su amor propio, con su corazón clamando venganza, Telma cogió la lámpara que los iluminaba tenuemente y se lo estrelló en la cabeza, con tal ímpetu y vehemencia, que lo mató en el acto.

  Telma recién se dio cuenta lo que había hecho cuando su furia se fue disipando como niebla matutina. Al momento que la claridad volvió a  sus ojos y su corazón dejó de taladrar su pecho, aceptó que había cometido una locura. Rubén estaba tendido en la cama, en medio de un gran charco de sangre, con la cabeza y el cráneo destrozados, la sonrisa estúpida dibujada en sus labios y sin dejar de mirarla con las pupilas suspendidas en medio de los ojos.

Telma sacó la sábana ensangrentada, la funda de la almohada que también había sido salpicada por la sangre y lo metió todo en una bolsa. De la misma manera, recogió las esquirlas de la lámpara, la ropa de él, sus calzoncillos y medias  y con detergente, lejía y jabón limpió todo el cuarto. Se puso guantes y envolvió sus pies en bolsas. Con un alicate le sacó todos los dientes a Rubén, teniendo cuidado de no hacer chorrear la sangre utilizando esponjas y paños multiusos. Luego envolvió su cuerpo inerte en una frazada. Segura, entonces de que no dejaba ninguna prueba incriminatoria, prendió fuego a la cabaña, usando la gasolina que se empleaba para dotar de luz y agua a ese escondite perdido en los cerros que tenía Rubén en un paraje extraviado en la nada. Telma no se fue de allí hasta que vio que todo quedó convertido nada más que en cenizas. Y aún así, volvió a quemar el polvo una y otra vez, sobre todo, haciendo desaparecer el cuerpo del infortunado sujeto. Solo quedó satisfecha cuando quedó polvo sobre polvo.

   De inmediato se llevó la camioneta 4 por 4 y en San Jacinto, en El Agustino, hizo que le cambiaran la placa, el color, los guardafangos, las llantas y ordenó borrar la serie del motor.

Telma estaba segura que la policía averiguaría que era la autora del crimen y así se la pasó casi cinco años viviendo a hurtadillas, viajando a diversas ciudades del país, haciendo diferentes trabajos, cambiando de nombre y pintándose el pelo de mil colores diferentes. Sin embargo, nadie investigó la muerte de Rubén, siquiera salió en los diarios y a nadie le importó que haya desaparecido.

Picada por la curiosidad, al pasar tanto tiempo sin que nadie diera cuenta de ese sujeto, Telma fue a la cabaña perdida entre las escarpados y vio que seguía siendo una tierra inhóspita, abandonada, lúgubre y vacía. Los vientos huracanados, los zorros y los pájaros carroñeros vagabundos habían terminado de borrar toda evidencia. Solo quedaba una gran mancha oscura del voraz incendio que provocó ella para desaparecer todas las evidencias del crimen.

  Aún más curiosa que nunca, sintiéndose vencedora y haber recuperado la fe en sí misma, intentó averiguar que se sabía de Rubén y descubrió que era un tipo solitario, apartado, sin amigos ni familia. Sus tres ex mujeres también habían fallecido, no tuvo hijos y era un ermitaño para el mundo. Eso no lo sabía ella y él tampoco se lo había contado, jamás.

   Se enteró que los negocios de ese sujeto y que le permitió amasar una gran fortuna eran de compra y venta, importaciones y exportaciones, de ganancias implícitas, con inversiones libres de contratos ni cláusulas ni empresas de por medio. Había hecho su enorme dineral por sucesivos golpes de suerte, aprovechándose de contactos eventuales y ocasionales en diversas partes del mundo.

-Al final me quedé con su camioneta-, sonrió divertida Telma. Pero había algo más que conservaba. Jaló un cajón de su cómoda y entre sus cosméticos, pantimedias y joyas, había un papel magullado, doblado en cuatro. Telma lo abrió con cuidado, porque estaba envejecido, carcomido por los años y lo vio con una larga risa que se estiraba más y más.

El contrato de matrimonio que quería que firme Rubén.

Ella echó a reír, como loca, a carcajadas, alborozada y efusiva. -Este contrato merece un pequeño cambio que me favorezca-, dijo y entonces empezó la vida delictiva de Telma Ruiz.

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Gladis Torres
conchale que broma es esa uno esta inspirado leyendo y nos salen con esto
Rosa Nury Peguero
por qué hacer eso subir la novela sin terminar y ya no la terminan
Elizabeth Sánchez Herrera
más ➕ capítulos
Elizabeth Sánchez Herrera: gracias voy a leerlo 🙂
Edgar Romero: Gracias por tu apoyo Elizabeth, acabo de agregar un nuevo capítulo.
total 2 replies
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