Contraataque de la esposa

—Muy bien, ya basta. —Di un paso al frente y le quité la copa. Parecía estar borracho porque cuando lo ayudé a levantarse tuve que cargar todo su peso y me vi obligada a sostenerlo por la cintura para que no se cayera—. Esto te pasa por beber tanto —agregué en voz baja mientras lo cargaba. Para mis adentros pensé que la casa de Isaac no estaba muy lejos; podía llevarlo de vuelta y, de paso, recoger a Jesse. Pero, de improviso, al salir del salón privado me sentí mareada y no sabía si habíamos venido por la izquierda o por la derecha: el pasillo era bastante largo y estábamos en la mitad. Sacudí un poco a Isaac, que iba colgado de mi hombro, y le dije—: Ey, piloto, indícame el camino.

Él le echó un vistazo al pasillo y señaló hacia la derecha y yo, que no terminaba de creerme que estaba borracho, caminé en esa dirección. No había avanzado ni diez metros cuando se abrió la puerta de uno de los salones privados y la persona que salía me chocó. Al recibir el golpe, yo, que con mi metro sesenta de alto iba cargando la figura de un metro ochenta de Isaac y caminaba con gran dificultad, me caí al instante arrastrada por su peso y quedé sentada sobre él en una posición bastante indecente, como si estuviera montando un caballo.

—¿Por qué no mira por dónde camina? —protesté mientras me levantaba. Al ver que la persona no respondía, levanté la vista y me encontré con un rostro familiar. «El mundo es un pañuelo», pensé y maldije para mis adentros. Era Morley, y la razón por la que no decía nada era porque estaba sacando fotos con su móvil.

Cuando vio que la fulminaba con la mirada, agitó la mano que sostenía el teléfono y me dijo:

—Finges ser disciplinada cuando estás delante de tu marido, pero cuando no puede verte, eres una libertina, ¡hasta pasas tiempo aquí con un muchacho! Le voy a enviar esta foto a Ivan para ver qué opina.

—¡Ni se te ocurra! —grité sin pensar.

—Tú no tuviste piedad cuando quisiste difamarme frente a él. —Se notaba que estaba satisfecha consigo misma—. Mira lo que has hecho. ¡Ya veremos cuánto puedes obtener en el divorcio!

Yo la miré y me enderecé, desafiandola.

—Ve, cuéntale. Vamos a ver cómo reacciona.

—Lo haré. —Dicho eso, me dio la espalda y se fue. Yo me quedé mirándola alejarse con tanta furia que sentí que me iba a estallar el hígado. No iba a ser fácil explicar lo que se veía en las fotos que había sacado y, con la confianza que le tenía a Morley, Ivan iba a creerle todo lo que le dijera.

—Qué mujer despreciable —dijo una voz detrás de mí. Me di vuelta y vi los ojos cristalinos y radiantes de Isaac.

—¿Qué estás haciendo? ¿Estás fingiendo una borrachera? —le pregunté con los ojos entrecerrados.

—No. De verdad tomé mucho, pero me despabiló la caída —respondió.

—¡Mentira! —exclamé—. ¿Te crees que nací ayer, Isaac? —Ya no podía reprimir la ira: acababa de soportar el hostigamiento de Morley y ahora él quería engañarme.

—Vamos a revisar el salón para ver si hay pruebas —fue su respuesta y, sin mayores explicaciones, abrió la puerta del recinto del que había salido Morley. Entonces, enseguida entendí que estar allí era igual de inapropiado para mí como para ella; la chica estaba embarazada y, si quería ir a un lugar como aquel, Ivan debía acompañarla. Además, estábamos en un bar, los salones solo daban un poco más de privacidad. ¿No se suponía que ella no debía beber?