Viajes, estafas, strippers. Carl Johnson solo conoce ese estilo de vida. Una ambición sin medida entre el brillo de los casinos y la adrenalina de golpes magistrales, desde el robo de diamantes hasta la infiltración en bóvedas de alta seguridad.
Eso es hasta que aparece una mujer de curvas tentadoras; pero de ojos que creen ciegamente en el amor. Una creencia tan pura que puede resultar peligrosa.
¿Cuánto tienes que matar y conocer para saber que el atraco más arriesgado y traicionero podría ser el de tu propio corazón?
OBRA ORIGINAL © Damadeamores
No es anime.
NovelToon tiene autorización de Damadeamores para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 13
Al amanecer, ella se despertó primero. Lo vio a su lado, durmiendo plácidamente. Se incorporó sin hacer mucho ruido y se cubrió con su camisón rosado claro.
Recogió sus cabellos con un pellizco a pesar de sentir un frío extraño en su cuello y, descalza, bajó a la cocina. Vio los desechos de comida de la noche anterior. Él solo había comprado para eso, no había qué desayunar.
Suspiró, rascando detrás de su oreja y levantó el ceño con ligereza como si intentase recordar en qué momento dejaron tanto desorden. Llevó los trastes sucios al lavavajillas y lo dejó encendido, mientras abrió el mapa en su celular.
Podía buscar un lugar cerca y hacer compras. No tenía que esperar a que el grandullón de arriba se despertara a las mil y quinientas. Había conocido bien su rutina aunque solo fueran tres días.
Se arregló y marcó la cafetería más cerca que había con buena calificación, al cerrar la puerta principal. Las calles estaban tranquilas, tanto de autos como personas. La neblina todavía bañaba las calles. Quizás sí se despertó muy temprano. Volvió a por un abrigo y, esta vez, sí se encaminó tres cuadras abajo.
Un local de colores nítidos, con varias plantas en su entrada que acomodaban la vista al mostrador de madera clara, la dejó maravillada con su sencillez. El aroma a pan recién hecho le abrió el apetito. Moría de hambre y, no quería ofender a Carl ni en su mente, pero la comida chatarra no la llenaba del todo.
Rió en sus interiores cuándo la imagen de él emocionado, mostrándole su hamburguesa preferida, retornó a su mente.
Eligió varios tipos de panes y unos jugos que vio detrás de las vitrinas. Al no encontrar nada con que acompañar el pan, se acercó al mostrador.
— Disculpe, ¿no tiene mermelada? —pidió su gusto culposo.
La señora de mediana edad le asintió y le dejó un tazón en frente. Abby sacó su tarjeta y se la entregó, incorporando el tazón en una de las bolsas que ya llevaba en sus manos. Una chica rubia llegó a su lado con otras bolsas y le sonrió. Abby devolvió el gesto.
— Señorita, su tarjeta no pasa.
La sonrisa de Abby se congeló conforme sus palabras avanzaron.
— ¿Cómo que no?
La señora volvió a intentarlo y la máquina pitó dos veces.
— Puede pagar en efectivo, si desea.
Abby apretó los labios. En Las Venturas no solían usar efectivo. Sacó su celular para marcarle a Carl, pero se le apagó por baja batería. ¿En serio? Se resignó en sí misma, eso le pasaba por bajarse de la cama con el pie izquierdo.
— Emm... —se acercó, sin dejar entrada a sus nervios. Se apoyó en el mostrador— Mire, este es mi primer día aquí en San Fierro y... Yo soy de Las Venturas, ¿entiende? Creí que podía usar la tarjeta en todos lados, pero al parecer no es así. —la señora solo la miró con cautela— Si me permite, voy a la casa, está a tres cuadras de aquí. Busco el dinero y regreso a pagárselo.
— Puede hacerlo, pero las bolsas se quedan aquí. —un joven se las quitó del brazo con amabilidad, llevándolas detrás del mostrador.
— Oiga...
— Es por cuestiones de seguridad.
La mirada de la señora al joven le extrañó a Abby. Se mostraban amables, pero su actitud era desconfiada. Pensó en su lugar, en el trabajo que ella cumplía y que se le olvidó, por unos momentos, que todavía estaba en el mundo real. Seguía en un sueño con Carl.
— Yo le pago. —dijo la rubia que llegó después de ella.
— No, no hace falta, de verdad.
En el fondo deseaba que sí lo hiciese. El aroma a comida la estaba matando.
— Tranquila, no es mucho. —le dio la tarjeta a la señora de mediana edad y el pago se efectuó.
— Bueno, gracias. —tronó los nudillos de sus dedos.
— Aquí tiene. Qué disfrute su compra.
Abby tomó las bolsas y la rubia salió casi junto con ella.
— Oiga, voy a devolvérselo. Pásame su número de cuenta y le hago la transferencia en cuanto tenga pila en el móvil.
La rubia de raíces oscuras le sonrió, parecía sincera, y apuntó al otro lado de la calle. La alarma de un Jeep 4x4 se desactivó en un pitido breve. La castaña observó bien la pintura del auto. La mujer tenía vestimenta de roquera, pero el auto parecía ser más de un torneo de carreras. De esas que una vez vio en los desiertos de Las Venturas.
— No hace falta. También fui nueva en esta ciudad alguna vez.
— No, de verdad.
— No acepto nada más que una sonrisa.
Abby se sintió rara y sonrió en incomodidad. ¿La estaba halagando en plan....? Espera, ¿de verdad?
— Eres muy hermosa, no tienes razón para dejar de sonreír.
Se sintió en una consulta de psicología. No supo qué decir más que unas gratas palabras:
— Gracias. Usted igual.
— Mami. —una niña apareció detrás de ellas, con varias paletas de caramelo en sus manos— ¿Podemos irnos a casa? Hace frío.
Su gesto le hizo gracia a Abby y la saludó con la mano.
— Claro, mi vida. —la mujer la tomó en brazos y cruzaron la calle. Le siguió hablando, mas eso no lo pudo escuchar.
Le sorprendió, en realidad. Lucía muy joven para ser madre, a su parecer. La mujer se despidió con un gesto de manos antes de cerrar la puerta de su auto. El brillo del sol naciente resaltó el nombre "Michelle" en su puerta.
Sus tripas volvieron a rugir y se apresuró a centrarse en el camino de regreso. Subir la loma se le hizo pesada, pero lo logró recopilando fuerzas al morder como ratón un pedazo de pan.
Al llegar, se deleitó sentada junto a la ventana. Desayunar viendo la actividad de los otros no la hacía sentir tan sola. Le recordaba aquellos tiempos de universidad, las tardes de estudios con sus amigos. Los días lluviosos junto a sus hermanos bajo cualquier techo que encontraran para no resfriarse y ser regañados por su mamá si llegaban con los apuntes empapados.
Rió al recordar la tormenta de la que no pudo escapar y cómo llegó a su casa como pollito mojado desde los libros hasta los pies. Se negó a sí misma que a veces actuaba sin pensar, que peleaba mucho con sus padres. Que tomó muchos riesgos hasta aquel día en que toda su vida un pare rotundo e inesperado.
La tristeza no la llegó a consumir en ese momento porque por el rabillo del ojo vio la figura de Carl bajar las escaleras. Iba descalzo y sin ropa en absoluto. Sus cejas se juntaron como si quisiera ajusticiar la actitud del moreno.
— ¿No sabes vestirte al despertar?
Él se frotó los ojos en un gesto imparcial que llenó de ternura a la de ojos avellanas.
— ¿Qué tiene que ver? Dormimos juntos.
Se dirigió a la cocina con la intención de servirse agua del grifo y vio las bolsas sobre la mesa.
— Se trata de respeto a mi persona. —contestó ella, terminando su jugo y dando un último vistazo a la calle repleta de autos.
Sintió la desdicha de no tener una ventana en dirección a la bajada de adoquines rojos. Estaba la habitación principal, pero esa no contaba.
— ¿Fuiste de compras?
Él la miró, olvidando que tenía sed y señalando las bolsas por inercia.
— Síp.
Se puso de pie, dirigiéndose a él desde el otro lado de la mesa. Eso le ocultaría su fenómeno tras las bolsas de nailon negro.
— ¿Te permitieron pagar con tus tarjetas? —abrió una y rasgó un trozo de pan. Todavía estaba tibio y, por sus gestos, muy bueno.
— No. —dejó el baso en la mesa, sacando el jugo del refrigerador— Y viví un momento en el que sentí mucha vergüenza, pero por suerte una chica súper amable me ayudó.
Él se quedó viéndola. Su primer pensamiento fue Kate, pero actuó natural, en tanto ella le servía jugo.
— Hiciste amigas en menos de veinticuatro horas, bien por ti.
Ella se abstuvo a una sonrisa maravillada, tomando el crédito, y le dio el vaso. Él lo agarró sin rozar sus dedos.
— Quise pagarle. Devolvérselo, pero ella se negó.
— ¿Por qué? —se consternó de cejas, como si con eso fuera a penetrar la mente de Abby y ver la imagen de esa chica, para salir de dudas—. ¿Lo hizo solo por amor al prójimo?
Ella se encogió de hombros, llevando su plato al lavavajillas.
— Iba con su hija, de seguro estaban retrasadas para entrar al círculo infantil.
La preocupación se esfumó de los hombros de Carl. Kate no tenía hijos, así que sí pudo ser pura casualidad. Ahí sí podía beber del jugo con calma en su sien.
— Creo que su nombre es Michelle o algo así... —mencionó Abby y él tragó con fuerza, manteniendo la compostura— ...estaba escrito en su auto. Tenías que verlo. Era enorme, un 4x4 bestial.
Le asintió y miró a otro lado para hacerle pensar que le estaba restando importancia a sus palabras. Lo último que le faltaba era que apareciera otra de las chicas con la que había estado para chantajearlo. ¿Terminaría ese juego algún día? ¿Por qué no podían ser liberales como siempre decían que eran? Todas eran iguales de manipuladoras y chantajistas.
Además, ¿hija? Según su memoria, Michelle no tenía hijos la última vez que la vio hacía más de dos años. Los labios de Abby volvieron a su mente, esos que decían por segunda vez que iban retrasadas al círculo infantil.
— ¿Pasa algo? —Abby chasqueó sus dedos cerca de los ojos de Carl, haciéndolo pestañear repetidas veces— Te quedaste en el limbo.
— Me acordé de los pendientes de unos asuntos de trabajo.
Borró las ideas locas de su mente. No podía ser su hija. No, para nada. Liberó todo en un soplido y la miró. Los ojos cautivadores de Abby lo embobecieron por ciertos segundos. Lo hicieron sentir mal por mentir y... "Ey, CJ, detente. No caerás en la ternura de los ojos de una mujer", se dijo a sí mismo.
— Entonces... —se apoyó en la mesa, inclinándose hacia delante— ¿a dónde quieres ir?
— Si estás muy ocupado con el trabajo, no te preocupes. Puedo ir sola... —se apoyó en un solo pie y colocó el otro por detrás de su tobillo, sumergiéndose en las iris oscuras bajo las pestañas largas y onduladas de Carl— ...al final para eso estás aquí. Por cuestiones de negocios.
— Eso lo resuelvo en menos de media hora. —se encogió de hombros— ¿Sabes del barrio chino? Creo que te puede gustar.
— Mmm... sí. ¿Y sabes qué más? —su tono fue entusiasmado y Carl abrió los ojos, encogiendo su cuello, para darle a entender qué tenía toda su atención— ...cuando era pequeña siempre vi que en esta ciudad habían unas cuatro o cinco casas de distintos colores, pero con la misma estructura.
Él pensó, mas no se imaginó ningún lugar así. Casas coloridas habían en todos lados.
— Era un juego de detectives o algo así, pero las casas eran súper bonitas. —explicó con sus manos por encima de la altura de sus pechos— Siempre quise verlas en persona.
— Pero casas coloridas hay en todos lados.
— Déjame buscar... —sacó su celular y apretó los labios al ver la pantalla oscura— Se me quedó sin pila.
— ¿Tienes cargador?
— Sí. Arriba.
Se encaminó a las escaleras, resignada. Pues creyó que tenían que esperar a que cargara para poder ir y su cargador de carga rápida ya no estaba en sus mejores tiempos.
— Puedes buscarlo en el mío. —dijo Carl subiendo tras ella.
— ¿De veras no sabes a cuál me refiero? —dobló a la derecha, entrando a la habitación de huéspedes.
Él rememoró por unos segundos, doblando a la izquierda. Desconectó el celular de la corriente, detrás de la mesita de cristal de noche y buscó en Google.
— ¿Serán las Siete Hermanas? —susurró.
— ¿Qué? —alzó la voz desde la otra habitación.
Él lo encontró y se fue a dónde ella. Estaba agachada al lado de su maleta, rebuscando entre las prendas. Tenía la piña, pero no el cable puerto C. Se negaba a creer que se le olvidó.
— ¿Estas?
Recuperó la postura erguida, parada a su lado.
— Sí. Esas mismas. —leyó las letras en negrito fuerte— Damas Pintadas.
— Nos queda cerca, sí.
— Para ti todo queda cerca. —se agachó de nuevo, tomando un respiro para volver a buscar.
— Soy un buen chófer.
Ella refutó en ironía y él agregó en tonos alegres, devolviendo el favor.
— Tenemos que culturizarte de San Fierro. Dice que casitas coloridas.
— ¡Oye! —agarró un cojín tirado en el suelo y se lo lanzó. Él trotó hasta la puerta, entre risas, entrando a la habitación principal— ¡Así es como siempre las vi!
— ¿Quieres bañarte con un desconocido?
Abby se sentó sobre sus talones, sintiendo un frío recorrer si su abdomen. Un rubor que se le pasó a las mejillas y saturó de vapor sus orejas. ¿Quería que se bañaran juntos, de nuevo? ¿Era una señal?
— Por lo visto es costumbre tuya repetir mis frases. —dijo, esperando una respuesta insistente.
— Suelo tener muy buena memoria. —imitó su voz fina y ella se carcajeó en silencio— ¿Vienes o no?
La cortina de agua no tardó en empezar su sinfonía sobre las lozas de tonos claros. Dejó el celular enchufado al cargador y se detuvo frente al espejo de Carl. Algo en su mirada radiaba con fuerza, con ímpetu ante sus pensamientos juiciosos. Los mismos que ignoró y dejó fuera, junto a su camisón, para entrar al baño de azulejos negros con grietas blancas. Parecían ser destellos de luz. Tan borrosos como el cuerpo de Carl detrás de las puertas de cristal gordo.
Mordió sus labios inferiores, rozando sus muslos antes que el humo del agua caliente la acogiera por completo. No sabía bien para dónde correr el cristal y, en el intento, él volteó y abrió.
Una sonrisa se les contagió a ambos. Quizás fue la vergüenza de no saber abrir una puerta de esas que solo veía en telenovelas o leía en libros, por parte de ella. O por parte de él, quien sintió la victoria en su pecho de haber encontrado a una mujer tan lascivia como él.
***
Horas después.
— ¡Ni pienses que te voy a perdonar lo que hiciste! —gritó Kate del otro lado de la línea.
Carl se compungió de rostro y volteó a ver a Abby en la costa. Recogía caracolas como una niña pequeña, amena con su cabellera suelta, shorts rosados y top blanco. Él se confirmó que el short le quedaba muy bien.
— Te di un regalo. —llevó una mano a su bolsillo, apoyado en el capot de su auto deportivo.
— ¿Amarrarme en una silla y hacerme pensar que estaría contigo para dejarme con strippers es un regalo?
— ¿No te gustó? —se sacó los lentes oscuros sin perder la vista de Abby.
— ¿En serio crees que muchos penes negros me harán olvidar el tuyo?
— Pues sí.
Su ego se ofendió, pero era necesario si quería alejarla de él en ese aspecto.
— Carl. —se quedó en silencio y un suspiró causó interferencia— Estás en lo correcto. Uno de ellos tiene de los gordos grandes, incluso más dinero que tú. Nos veremos hoy de nuevo.
A él no le interesaban los detalles, con saber que no se le acercara a Abby; era suficiente.
— De nada. —solo bastó con esas palabras para concluir el tema para él.
— De todos modos... —ella siguió— Cuando quieras verme, me dices, bebé.
— ¿Sigue vigente nuestro trato?
— Sí. Desperté feliz, así que hablaré con mi jefe para que tengas trato especial siempre que quieras visitar el hospital.
— ¿Sólo uno?
— Cualquier hospital en San Fierro y Los Santos.
— Perfecto.
Y colgó. La castaña lo vio y levantó las manos, mostrando todas las caracolas perdidas.
Él se mantuvo serio. Ella volvió a sentarse sobre sus talones en los arrecifes y piedras babosas.
No pudo evitar sonreír de lado, tener que apartar la mirada para sacarse los pensamientos inoportunos de su cabeza. No tenía por qué pensar en ello, él sabía lo que quería. Lo tenía claro.
Ni siquiera entendió porqué se lo cuestionaba, así que se encogió de hombros, activó la alarma al auto y caminó hasta llegar a su lado.
— Creo que has recogido medio mar.
Ella se carcajeó, poniéndose a su altura.
— ¿Sabes lo de la voz del océano?
Él asintió y tomó una de sus manos. La llevó a su oído y al escuchar el ruido, se la dejó a ella; quien con un rubor leve en sus mejillas, le dejó llevar su mano hasta su oreja. Pestañeó lento. Estaba empezando a dudar que podía controlar sus emociones.
— Es hermoso...
Él tuvo ganas de decirle que ella era hermosa, pero se contuvo y le dejó la caracola en sus manos.
— ¿Caminamos o no vas a dejarle caracolas a los niños?
Ella se fue dando brinquitos a su lado. Dejó varias en su bolsa y lanzó las otras al mar. Él ni se lo cuestionó, sus razones habrá tenido para lanzarlas después de desperdiciar tanto tiempo recogiéndolas. Al final, a su vista, si era rarita.
— Este lugar es muy bonito.
Habló viendo las casas frente al mar y los jardines con molinillos de vientos en forma de flor con pétalos muy coloridos. Él la vio por el rabillo, sin bajar la nariz. Ella caminaba con las manos por detrás, unidas cómo iba él. ¿Esta adoptando su postura? Con lo orgullosa que se mostraba, no creyó que fuera consciente de ello.
— En cierto modo, me gusta la tranquilidad de las personas aquí. —terminó de decir, subiendo un escalón para formar parte de la zona del malecón.
Disfrutaba las vistas, el cielo diurno, el ruido del choque de las olas contra el muro. Quizás una gaviota a lo lejos o las palomas que rodeaban unas migajas de pan, a unos pasos de ella.
Él, por otro lado, cada cinco minutos verificaba que ningún conocido lo viera o reconociera y se le acercara. Escaneó la zona como si tuviera lentes detectores de calor conocido y solo se relajó cuando ella se detuvo y se apoyó en el muro. Así ya tenía la zona completamente segura a su favor.
Solo un par de chicas de la vida por la calle que lo miraron sin escrúpulos. Abby las notó, las dejó pasar y jamás verificó si Carl se les quedaba viendo o no. Era lo mejor si no quería hacerse ideas de nada.
Él, sin embargo, solo anotaba puntos a su ego, arreglaba su camisa blanca por los hombros y cuello. Lo demás era imperceptible para él.
— Si me hubieran dicho que vendría a San Fierro en esta época del año, no me lo hubiera creído para nada. —comentó, intentando sacarle conversación a la persona a su lado.
Él se mantuvo en silencio, sumergido en sus pensamientos sobre el cuerpo de ella encima del suyo. Al no escucharla seguir hablando, la miró. Estaba cabizbaja. ¿Qué era lo último que había dicho? Ay, recuerda, Carl. Recuerda.
— Hacía mucho tiempo que no venía por aquí. —le dijo. Eso lo salvaría de no haberla escuchado y que creyera que estaba sumergido en recuerdos.
— ¿Es importante para ti este lugar? —le preguntó y él de un salto se sentó en el muro, de espaldas al mar— Digo, estás muy pensativo.
— No. —se encogió de hombros, dejando caer sus codos sobre sus muslos y encorvando su espalda— Pensaba en lo que ha sido mi vida los últimos años.
— ¿Mala o buena?
— Buena.
Era seguro, ella no sospechó nada de sus pensamientos verdaderos.
Ella lo miró con cautela. Él sintió que habían palabras presas en su boca. A pesar de que se olía lo que ella pensaba, habló para escucharlo y no solo suponer.
— Si quieres decirme alto, dímelo.
— No es nada...
Él no se tragó sus palabras. Su suposición cambió al notar que su actitud distante solo volvía cuando iban a un lugar nuevo. Cada cierto tiempo miraba a todos lados como si siempre quisiera comprobar que habían más personas a parte de ellos. Podía ser miedo, ese que le metieron sus amigas. O iba más allá de eso y era la historia que le contó la noche anterior.
— ¿El tipo ese con el que viajaste te trató mal? —la voz le salió despectiva.
Ella se calló con la vista a lo lejos. La curiosidad de poder tocar esa línea que dividía los tonos azules, de ir hasta ella y alcanzarla a pesar de ser imposible le sirvió como píldora para relajarse. Hablar sin entrecortar su voz y no mostrarse más débil ante él.
— Sí... muy mal y no quiero que vuelva a pasar.
Él apreció su perfil, su nariz perfilada. Sus labios de muñeca. Incluso la forma rasgada de sus ojos, cuando en otras personas las hacía ver imponentes; a ella le daba toques de dulzura.
— Sabes que eso solo depende de ti.
Ella le vio y su rostro pasivo le hizo temblar de tobillos. Ya se había acostumbrado a su semblante serio.
— Sí. Tú eres quien decide a quién le permites que te haga daño y quién no.
— Eso no es así. —controló algunos mechones de cabellos, tirándolo por encima de sus hombros.
— Claro que sí.
Le enfrentó, clavando su mirada en la de él.
— Solo lo dices por tu estúpida teoría de que el amor no existe.
— Y es así. —hizo un ademán de chotearse— Si creyeras lo mismo, te sorprendía lo bien que puedes vivir. Sin compromisos. Con paz.
La castaña estaba convencida de sus creencias y fue a objetar, cuando sin querer pisó una piedra y se dobló el tobillo. En el mismo movimiento perdió el equilibrio y se sujetó de las rodillas de él, quién la agarró a tiempo.
— Cuidado. —no pudo evitar llamarle la atención para explotar en risas por la cara de espanto efímero que ella hizo.
— ¿Por qué te ríes? —recuperó la postura, quedando entre sus piernas y atrapada en risas apenadas— Pude haberme lastimado.
— No te pasó nada, deja el drama.
Sus ojos seguían atrapados en los de él. Carl sabía lo que ella estaba sintiendo. Sabía que tenía que empezar a cortar el contacto con ella tan pronto volvieran a Las Venturas. Se enamoraría y, por primera vez, no quería lastimarla a ella cuando viera que en su corazón no había amor para brindarle a nadie.
Lo sabía bien, ¿pero se detuvo los impulsos de rodearla por la cintura con sus brazos e incrementarle los revoleteos de mariposa a ella? No. Lo hizo, le nació hacerlo y atraerla a su torso todo lo que le permitió el muro. Después de todo, se aprovechado no se cambia de la noche a la mañana.
Ella interpuso sus manos entre sus torsos, no para alejarlo. Al contrario, parecía querer acurrucarse en él.
— ¿Qué quieres de mí? —titubeó la de ojos avellana, viendo cada detalle de los labios de Carl.
— Disfrutarte.
— ¿Nada más?
— ¿Qué quieres tú de mí? —le devolvió la pregunta, siendo testigo de ver en primer plano cada peca de ella. Eran pocas. Sólo quién mantuviera esa distancia con su rostro las notaría.
— No lo sé. —bajó la mirada, jugando con el cuello de su camisa— Es algo extraño... nos conocemos hace muy poco y...
Él suspiró pesado y ella se cortó de palabras. Le vio con temor. No de susto, sino de escuchar una vez más sus palabras frías.
— Abby, puedes gustarme y puedo estar contigo todo el tiempo que queramos; pero sabes que no será el amor que deseas. No quiero que te ilusiones.
No quiso hacerle caso. Su instinto le hizo ignorar sus palabras y levantar el mentón, mostrando una fortaleza audaz.
— ¿Y si te enamoro?