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"Yo Solo Deseaba Ser Amada"

"Yo Solo Deseaba Ser Amada"

Status: En proceso
Genre:Reencarnación
Popularitas:2.5k
Nilai: 5
nombre de autor: LUZ PRISCILA

Toda mi vida deseé algo tan simple que parecía imposible: Ser amada.
Nací en mundo de edificios grises, calles frías y rostros indiferentes.
Cuando apenas era un bebé fui abandonada.
Creí que el orfanato sería refugio, pero el hombre que lo dirigía no era más que un maltratador escondido detrás de una sonrisa falsa. Allí aprendí que incluso los adultos que prometen cuidado pueden ser mostruos.

Un día, una mujer y su esposo llegaron con promesas de familia y hogar me adoptaron. Pero la cruel verdad se reveló: la mujer era mi madre biológica, la misma que me había abandonado recién nacida.

Ellos ya tenian hijos, para todos ellos yo era un estorbo.
Me maltrataban, me humillaban en casa y en la escuela. sus palabras eran cuchillas. sus risas, cadenas.
Mi madre me miraba como si fuera un error, y, yo, al igual que ella en su tiempo, fui excluida como un insecto repugnante. ellos gozaban de buena economía, yo sobrevivía, crecí sin abrazos, sin calor, sin nombre propio.

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Capitulo 20

El sol de primavera bañaba los techos de la ciudad capital con un resplandor dorado. Era un día común para ella, o al menos eso creía. La protagonista había salido al mercado junto a sus hermanos y su padre, aprovechando una rara jornada en la que la familia ducal podía caminar entre los puestos de frutas, especias y telas sin el peso de las reuniones políticas.

La niña observaba fascinada los colores de los tapices y el bullicio de los vendedores. Sin embargo, algo en su interior seguía vacío. Sentía una fecha rondando en el aire, un día que debería significar algo, pero que no aparecía en su memoria.

Fue entonces cuando un alboroto rompió la tranquilidad del mercado.

—¡Atrápala! ¡Ladróna! —gritó un comerciante, señalando a una joven de cabellos castaños, vestida con ropas humildes.

La muchacha, apenas de quince años, temblaba mientras dos guardias la sujetaban por los brazos. Sus ojos estaban enrojecidos, suplicantes.

—¡Yo no tomé nada! ¡Se lo juro!

El comerciante arrojó una bolsa vacía a sus pies.

—La vi con mis propios ojos. Intentaba robarme joyas de mi puesto.

Los murmullos de la multitud crecían como fuego.

—Una ladrona…

—Deberían encerrarla…

La protagonista, sin pensarlo, dio un paso al frente.

—¡Deténganse!

Los guardias se quedaron inmóviles, sorprendidos por la voz clara y firme de la pequeña duquesa. Ella caminó hasta la joven acusada y la miró directamente a los ojos. No vio avaricia ni engaño, solo desesperación.

Se giró hacia el comerciante.

—¿Dice que la vio robar? —preguntó con calma.

—¡Claro que sí! —vociferó el hombre, aunque su mirada evitaba cruzarse con la suya.

—Entonces muéstreme la prueba —replicó la niña, cruzando los brazos.

El comerciante balbuceó, incapaz de sostener su acusación.

En ese momento, su hermano mayor intervino con tono frío.

—No hay evidencia alguna. Y si insistes en manchar el nombre de esta joven sin pruebas, te acusaremos de calumniar en presencia de la familia ducal.

El rostro del comerciante palideció al instante.

—Yo… yo… debe de haber sido un malentendido…

Los guardias soltaron a la muchacha, que cayó de rodillas, sollozando de alivio. La protagonista la ayudó a ponerse de pie y le tendió la mano con una sonrisa suave.

—Estás a salvo.

La joven, temblando, tomó su mano y la besó con gratitud.

—Mi señora… jamás olvidaré esto. Desde hoy, mi vida le pertenece.

De regreso al palacio, ella no podía quitarse de la cabeza la extraña sensación que la acompañaba. Sus hermanos susurraban entre sí, y su padre la miraba con una sonrisa contenida.

Al llegar al salón principal, todo quedó claro. Globos de seda, flores, una mesa repleta de pasteles y velas iluminaban el lugar. Decenas de sirvientes y caballeros estaban reunidos, esperando solo una cosa:

—¡Feliz cumpleaños, mi pequeña! —exclamó el duque, levantándola en brazos.

Ella abrió los ojos de par en par. ¿Mi… cumpleaños?

Nunca antes, en su vida pasada, alguien había celebrado ese día. Siempre lo había pasado sola, ignorada, como si su existencia no importara. Las lágrimas brotaron de sus ojos sin que pudiera evitarlo.

Su padre la abrazó con ternura, y sus hermanos, incluso los más serios, mostraron sonrisas cálidas.

Y entre los rostros de esa celebración, uno brillaba con un fervor especial: la joven doncella que había salvado en el mercado, ahora arrodillada en señal de lealtad.

Ese día, sin haberlo planeado, la protagonista recibió dos regalos inesperados: el amor de una familia que empezaba a comprender, y la lealtad eterna de una nueva aliada.

*

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*

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*

El salón todavía resonaba con risas y el aroma dulce de los pasteles cuando la doncella, aquella joven de cabellos castaños y mirada temblorosa, permaneció de rodillas frente a la protagonista.

—Levántate, no tienes por qué inclinarte tanto —dijo la niña, intentando sonar firme, aunque en su corazón aún latía el eco de las lágrimas derramadas al descubrir que, por primera vez, alguien celebraba su cumpleaños.

La muchacha obedeció, pero sus ojos brillaban con una mezcla de devoción y gratitud.

—Mi señora… aunque mi origen no valga nada, le juro que desde hoy mi vida será suya. Lucharé, serviré y protegeré todo lo que usted aprecie.

Los murmullos recorrieron el salón. Algunos de los sirvientes observaban con desaprobación, otros con burla contenida. No era común que alguien tan humilde se atreviera a jurar lealtad directa a la hija del duque.

El duque, que había estado en silencio, se levantó y se acercó a la joven. Sus ojos, fríos y severos para casi todos, se suavizaron apenas al posarse sobre su hija.

—¿Estás segura de aceptar su juramento? —preguntó, su voz grave resonando en la sala.

La protagonista lo miró fijamente.

—Sí. Ella no es una ladrona, padre. Es alguien que fue acusada injustamente… igual que yo en otra vida —pensó, aunque esas últimas palabras se quedaron en su corazón.

El duque la contempló durante un largo instante antes de asentir.

—Entonces, que así sea. A partir de hoy, servirá bajo tu cuidado. Pero recuerda —sus ojos se endurecieron—, la lealtad se prueba en las tormentas, no en los días de fiesta.

La doncella bajó la cabeza con reverencia.

Esa noche, mientras las velas se extinguían poco a poco, la niña se retiró a sus aposentos. La doncella la siguió en silencio, insegura de cuál era su lugar.

—¿Cómo te llamas? —preguntó la protagonista, mientras se quitaba el pesado vestido de gala.

—Elina, mi señora —respondió la muchacha, haciendo una pequeña reverencia.

La protagonista asintió, sentándose en la cama.

—Entonces, Elina… desde ahora seremos como dos flores creciendo en medio de un jardín lleno de espinas. ¿Puedes soportarlo?

Elina levantó la mirada. Ya no había miedo en sus ojos, solo determinación.

—Mientras pueda protegerla a usted, soportaré cualquier espina.

La niña sonrió levemente, pero en lo profundo de su corazón una voz resonó:

"Quizás, en este mundo, sí pueda construir algo diferente. Algo mío."

Sin embargo, lejos de allí, no todos celebraban. Entre las sombras del palacio, un grupo de sirvientes descontentos murmuraba con desdén.

—¿Una plebeya al servicio directo de la hija del duque? Qué vergüenza…

—Ya veremos cuánto dura su lealtad cuando empiecen las pruebas.

Las semillas de la envidia ya estaban sembradas.

1
Omis Mendoza
vieja maldita sinvergüenza
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