Por Amor O Por Dinero

Como era de esperarse, las pocas horas de sueño no parecieron afectar en lo absoluto a Oliver. Se levantó con una energía poco habitual para alguien que apenas había dormido. Saltó de la cama con el corazón palpitante de emoción, se dio una ducha rápida y, aunque casi no tenía apetito por los nervios, se obligó a desayunar algo ligero antes de salir. Hoy no era un día cualquiera. Hoy comenzaba su nuevo empleo, ese que podía cambiar sus vidas para siempre.

Antes de salir, se acercó a su madre, que ya se encontraba sentada en el sofá, envuelta en una manta ligera y hojeando una revista antigua con más distracción que interés.

—Mamá —dijo, inclinándose hacia ella mientras se colocaba la chaqueta—, si necesitas algo, lo que sea, no dudes en llamarme, ¿de acuerdo? Y si llegas a sentirte mal, prométeme que me llamarás de inmediato. No importa dónde esté, vendré corriendo.

La mujer lo miró con una mezcla de ternura y resignación. Estaba acostumbrada a ese ritual matutino, a la preocupación constante de su hijo.

—Estaré bien, cariño —le respondió con dulzura, incorporándose un poco—. Anda ya, se te va a hacer tarde. —Le dio un leve empujón hacia la puerta, como si con eso pudiera romper la cadena invisible de culpa que lo mantenía a su lado cada mañana.

Oliver frunció los labios. Siempre le costaba marcharse sin dejarle un sinfín de instrucciones: “toma tus medicamentos”, “no olvides comer algo”, “descansa”, “llámame si pasa cualquier cosa”. Era su forma de sentirse útil, de compensar todo lo que ella había sacrificado por él. Pero también sabía que, muchas veces, esa rutina suya era una de las razones por las que había llegado tarde a otros trabajos... y por las que los había perdido.

Su madre también lo sabía. Se lo veía en los ojos. Esa culpa muda que los unía como un hilo invisible, tenso y persistente.

—De acuerdo... nos vemos más tarde, mamá —dijo finalmente, besando con cariño la mejilla pálida y delgada de la mujer antes de echar a correr por el pasillo.

Ella lo observó alejarse, detenida en el umbral de la puerta, abrazada a sí misma con la manta. Una sonrisa leve, casi melancólica, se dibujó en su rostro al ver el entusiasmo de su hijo. No lo veía sonreír así desde hacía mucho, quizás desde los tiempos en que aún soñaba sin temor. Sus ojos se humedecieron un poco, pero no lloró. Solo suspiró, profundamente, como quien carga una vida entera en los pulmones.

—Si no fuera por mí... —murmuró con voz apenas audible, apenas consciente—, él habría tenido una vida diferente. Más ligera... más justa.

Se recargó con suavidad en el marco de la puerta, sintiendo el peso de los años y de la enfermedad en los huesos. Sabía que su tiempo era limitado, pero también sabía que mientras respirara, haría lo posible por no ser un obstáculo para el muchacho que tanto había dado por ella. Verlo ilusionado, verlo empezar algo nuevo con esa chispa en la mirada, era el consuelo más grande que podía recibir.

Y aunque su cuerpo estaba débil, su corazón se aferraba a la esperanza de que esta vez, las cosas serían distintas.

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El ambiente en la sala de estar era tenso, tan denso que parecía difícil de respirar. Afuera, el sol brillaba con fuerza y los pájaros cantaban como si nada ocurriera, pero dentro de aquella lujosa casa todo parecía nublado, sombrío. Los ojos de Abraham Belmont estaban clavados con frialdad en el rostro de su hijo, cargados de juicio.

—Di lo que tengas que decir... y luego lárgate —ordenó con voz cortante. A su lado, su esposa lo tomó del brazo en un intento inútil por calmar su temperamento.

—Tengo la solución, papá —anunció Xavier con seriedad, sacando una fotografía del bolsillo de su chaqueta y colocándola sobre la mesa de centro—. Fingiré una relación con este hombre.

El silencio duró apenas un segundo antes de estallar.

—¿Fingir una relación con un hombre? ¡¿Acaso has perdido la cabeza?! —la voz de Kate se alzó como un látigo, y se puso de pie con furia, su rostro deformado por la incredulidad—. Te lo prohíbo, Xavier. ¡De todas las cosas insensatas que haces...!

Xavier no se movió, ni siquiera alzó la voz. Aunque por dentro hervía, siempre le hablaba a su madre con respeto. Más respeto del que su padre merecía, pensaba.

—Esto es lo único que puedo hacer, mamá. Es la única forma de salir de este escándalo sin destruir nuestra reputación por completo.

—¿Un hombre? No, no, no... Es mejor que encontremos una mujer adecuada para casarte. Una esposa real. —Kate lo señaló con un dedo tembloroso—. En esta familia no aceptamos desviaciones. Eso va contra todo lo que representamos.

Xavier apretó los puños sobre las rodillas, conteniendo la rabia que le subía por la garganta. Un matrimonio era lo último que deseaba, y más aún si se trataba de una unión arreglada, con alguna hija de político o empresario para sellar alianzas familiares. Sería otra cadena más atada a sus muñecas, otra forma de control por parte de sus padres.

—No soy ningún desviado, mamá —respondió finalmente, con los dientes apretados—. Ni lo seré. Esto no tiene nada que ver con atracción. Es estrategia. Un escándalo como este desviará la atención de la tontería que Verónica sacó a la luz. La gente estará demasiado ocupada debatiendo sobre mi sexualidad como para seguir hablando de ella. Ya lo analicé. Funciona.

Abraham, que hasta ese momento se había mantenido en silencio, frunció el ceño.

—¿Estás seguro de esto?

Xavier asintió, recogiendo la fotografía de Oliver y guardándola de nuevo con cuidado.

—Completamente. No se trata de amor ni de verdad. Es una farsa bien pensada. Ni él es homosexual, ni yo. Solo necesito manipular la narrativa. Una historia triste y creíble que despierte compasión. Así las masas se olvidarán del verdadero problema.

—¡No puedo creer que estés de acuerdo con esto! —espetó Kate, dirigiéndose ahora a su esposo—. ¡Que tu hijo se haga pasar por homosexual frente al país! ¡Eso va en contra de la naturaleza, de la moral, de todo lo que somos!

—Kate, basta —interrumpió Abraham con firmeza, su voz resonando como un disparo en la estancia—. Déjalo hablar.

Kate cerró la boca de golpe, aunque sus ojos seguían centelleando de indignación.

—La sociedad actual está más abierta a estos temas —continuó Xavier, respirando hondo—. La comunidad LGBTQ+ tiene muchos aliados, incluso entre personas heterosexuales. Si juego bien mis cartas, si muestro vulnerabilidad, si hago que me crean víctima de la intolerancia... podré controlar el discurso. Las redes harán el resto. Verónica será olvidada.

Abraham lo observó detenidamente, midiendo cada palabra, cada gesto.

—Muy bien —dijo al fin, con lentitud—. Tienes mi aprobación... pero más te vale que funcione.

Xavier asintió. No había margen de error.