Ivonne Bellarose, una joven con el don —o maldición— de ver las auras, busca una vida tranquila tras la muerte de su madre. Se muda a un remoto pueblo en el bosque de Northumberland, donde comparte piso con Violeta, una bruja con un pasado doloroso.
Su intento de llevar una vida pacífica se desmorona al conocer a Jarlen Blade y Claus Northam, dos hombres lobo que despiertab su interes por la magia, alianzas rotas y oscuros secretos que su madre intentó proteger.
Mientras espíritus vengativos la acechan y un peligroso hechicero, Jerico Carrion, se acerca, Ivonne deberá enfrentar la verdad sobre su pasado y el poder que lleva dentro… antes de que la oscuridad lo consuma todo.
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Capítulo 13
La habitación estaba en penumbras, la única luz provenía de la tenue luz de la luna. El aire era denso, impregnado con un leve hedor proveniente de un sobre que descansaba en el piso.
Ivonne yacía en el suelo, su respiración entrecortada, su piel fría como mármol. Sus dedos temblaban, mientras su mente aun estaba en un transe del que no podía salir. Su corazón latía con un ritmo errático, su pecho subía y bajaba con dificultad. sus pupilas estaban dilatadas y su mirada estaba perdida.
De pronto, la puerta se abrió de golpe. Un estruendo quebró el silencio cuando Jarlen, Violeta y Claus irrumpieron en la habitación.
—¡Ivonne! —la voz de Jarlen fue un rugido de angustia mientras se precipitaba hacia ella.
Con un solo movimiento, se agachó y la tomó en sus brazos. Su corazón latía con fuerza contra su pecho al sentir lo fría que estaba. La sostuvo con cuidado, como si temiera que pudiera romperse con el más mínimo contacto.
Violeta cayó de rodillas junto a ella y le tocó el rostro con suavidad.
—Ivonne, despierta... dime algo —susurró, su voz teñida de preocupación.
La piel de Ivonne estaba helada al tacto, como si la vida misma estuviera escapando de ella.
Claus, sin decir una palabra, dejó que su instinto lo guiara. Su mirada recorrió la habitación hasta que se posó en un sobre negro que yacía en el suelo, abierto de par en par. Un aura oscura, casi imperceptible, emanaba de él. Frunció el ceño y lo recogió con cautela, sintiendo una energía latente que le erizó la piel.
—Esto... —Claus murmuró, entrecerrando los ojos al analizar el objeto—. Algo no está bien.
Ivonne tembló levemente en los brazos de Jarlen. Sus labios se separaron y un murmullo apenas audible escapó de ellos.
—Mi madre... ella... un pacto... con un espíritu.
Las palabras eran débiles, pero cada sílaba contenía un peso imposible de ignorar.
Jarlen y Violeta intercambiaron miradas, el desconcierto reflejado en sus ojos.
Ivonne parpadeó, su respiración comenzando a estabilizarse. Lentamente, su mente empezó a ordenar los fragmentos dispersos de su memoria.
—Ella dijo su nombre... "Terra".
En la penumbra, una figura que había permanecido en las sombras dio un paso adelante. Erasmos, con su imponente presencia, observó a Ivonne con una expresión grave.
—Conozco ese nombre —su voz resonó en el aire como un eco antiguo—. Terra es un espíritu primario de la Naturaleza y la Tierra.
El silencio se hizo denso. Las palabras de Erasmos cayeron como un presagio entre ellos.
Claus apretó el sobre en su mano, sintiendo que algo en su interior se revolvía con inquietud. Violeta se abrazó a sí misma, como si un escalofrío la recorriera.
Ivonne, con la voz apenas un susurro, levantó la mirada.
—Tal vez ella tenga respuestas sobre las sombras... y sobre quién controla al cuervo.
Jarlen no dudó. Su expresión se endureció con determinación, su mandíbula se tensó.
—Entonces la buscaremos.
Ivonne sintió una calidez inesperada en su pecho ante sus palabras. Por primera vez en mucho tiempo, no estaba enfrentando esto sola.
Claus suspiró y asintió, deslizándose el sobre en el bolsillo de su abrigo.
Erasmos, quien se había instalado en la cama de Ivonne, bufó ante aquella declaración. —No es por desalentarlos, pero ella es la mismísima madre tierra. El camino no será fácil
—Pero debemos hacerlo. —Dijo Violeta, con rostro serio. Erasmos inclinó la cabeza a modo de rendición. —Terra es la única que puede darnos las respuestas que buscamos.
—Bueno, si insisten. Lo mejor será partir al amanecer. —El dragón se desperezó con calma y desapareció tras la puerta.
Claus se dirigió al balcón con rapidez. —Entonces nos movemos al amanecer, prepararé todo para el viaje. —Dicho esto, saltó.
Violeta sostuvo la mirada de Ivonne con firmeza, decidida a protegerla.
Con el destino marcado y la incertidumbre pesando sobre ellos, se prepararon para partir. La sombra de lo desconocido se cernía sobre sus cabezas, pero una cosa era segura: nada volvería a ser igual.
El viaje comenzó antes del alba. Tras varias horas en carretera, el Bosque de Rothiemurchus se alzó ante ellos, un laberinto de sombras y murmullos. Según Erasmo, Terra se encontraba allí en esta época del año. El frío anunciaba la llegada inminente del invierno, y la luz del amanecer apenas lograba filtrarse entre los nubarrones oscuros.
Avanzaron sin descanso por la espesura, rodeados por la quietud del bosque. Al cabo de un tiempo, el sonido del agua rompiendo contra las rocas los detuvo. Frente a ellos, un río de corriente rápida se abría paso entre los árboles, serpenteando como una bestia inquieta.
—Podemos descansar aquí un momento —sugirió Claus. Se detuvieron en un área perfecta para acampar.
Cuando todos se acomodaban para descansar, una niebla densa comenzó a formarse al otro lado del río.
Violeta fue la primera en notarlo. Sus ojos se clavaron en la bruma, su respiración se volvió errática.
—Mami... —La voz infantil congeló su cuerpo.
Al otro lado del arroyo, un niño de cabello oscuro la miraba con expresión triste. Su hijo. El niño que había perdido.
—Mamá... —susurró la figura con dulzura.
Violeta sintió un vacío en el pecho. Su rostro reflejaba un asombro desgarrador mientras se ponía en pie.
—Arthur... —su voz apenas fue un murmullo antes de quebrarse en un grito desesperado—. ¡Arthur!
Sin pensarlo, avanzó hacia el agua.
Al mismo tiempo, Jarlen pareció quedar atrapado en la misma ilusión. Su respiración se volvió profunda, sus pupilas se dilataron y una inquietante calma invadió su rostro.
—Madre... Padre... esperen... —murmuró, su voz teñida de anhelo. Dio un paso al frente—. Voy con ustedes... ¡voy a cruzar!
Claus reaccionó de inmediato. Sin una palabra, dejó escapar un rugido feroz. Su cuerpo se estremeció, la piel se rasgó para dar paso al pelaje. Se estaba transformando, listo para lanzarse al agua.
Ivonne sintió un escalofrío recorrer su espalda. Algo iba terriblemente mal. Miró más allá del río, entre la niebla, pero no vio nada. Nada más que la corriente brava y una densa bruma cubriendo la otra orilla.
Se giró con el corazón acelerado y encontró la mirada serena de Erasmo. Sus ojos de dragón brillaban oscuros y penetrantes.
—No pueden ver la verdad —murmuró Erasmos, quien se puso frente a Violeta y Claus trasformado en lobo—. Sus mentes han sido atrapadas en una ilusión. —Erasmos desplegó sus alas tratando de alejarlos a ambos de la orilla.
—¿Por qué nosotros no? —preguntó Ivonne, sujetando el brazo de Jarlen con fuerza, jalándolo lejos de la orilla.
—Tú tienes los ojos más perspicaces que cualquier otro, Ivonne. Ves las cosas como son, no como quieren que las veas. Yo... soy un dragón negro. Nuestra mente es demasiado fuerte para este tipo de engaños. Debemos hacer que despierten y...
Violeta, incapaz de escuchar, se lanzó al río. El agua la arrastró al instante.
—¡Violeta! —gritó Ivonne, sin dudar un segundo antes de saltar tras ella—. ¡Erasmos, encárgate de ellos!
El dragón negro cerró los ojos un instante. Suspiró, arrepentido por lo que estaba a punto de hacer. Entonces, con rapidez y precisión, hundió sus colmillos en la carne de Claus, luego en la de Jarlen. Ambos gruñeron de dolor, sacudidos por el súbito impacto.
—Las chicas están en el agua —dijo Erasmos con voz grave—. No miren al otro lado del río. ¡No hay nada ahí!
Mientras tanto, Ivonne se aferraba con todas sus fuerzas a Violeta, abrazándola de manera protectora, tratando de mantenerla a flote. La corriente era implacable. Ivonne rápidamente trató de dirigirlas hasta una roca lisa manteniéndose a salvo por un momento aun con Violeta sosteniendo su mano.
—Arthur... —susurró Violeta, con los ojos vidriosos—. Hijo mío...
—No soy él —respondió Ivonne, con la voz entrecortada—. Lo siento, Violeta. Él está muerto. ¡Despierta! ¡Él está muerto!
Violeta parpadeó y de pronto la niebla en su mente se disipó. Miró a Ivonne con terror y luego al agua que las rodeaba.
—Oh, dioses... Yo... —Las manos de Violeta temblaban. La desesperación nubló su juicio. Lagrimas salieron de sus ojos, por primera vez, Violeta dejó que su dolor se hiciera visible. —Lo extraño tanto —susurró, con lágrimas en los ojos, mientras se agarraba de la roca con amabas manos al igual que Ivonne.
—Lo sé, siento que pases por esto por mi culpa. —respondió Ivonne, Su rostro cargado de tristeza y remordimiento. —Pero sé lo que se siente perder a alguien así, que de la nada no esté y no lo entienda. Pero ellos ya no están aquí y el mundo debe girar sin ellos. Tienes que seguir adelante. —Un fuerte golpe hizo que ambas se estremecieran. Un tronco descendía con la corriente y las impactó, haciéndolas resbalar. Ivonne sintió su piel rasgarse al chocar contra una roca puntiaguda, pero apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de darse cuenta de que estaban demasiado cerca de la caída.—¡Violeta, agárrate a mi! Toma mi mano.
.Entonces, justo cuando parecía que todo estaba perdido, Jarlen y Claus saltaron al agua. Sus manos firmes las atraparon antes de que la corriente las devorara. Con un esfuerzo sobrehumano, las sacaron del río y las llevaron a la orilla.
Ivonne y Violeta jadeaban, temblando de frío y miedo. Se miraron por un largo momento.
Claus y Erasmos sin pensarlo abrazaron a Violeta y esta lloró en sus brazos.
Jarlen miró a Ivonne con una mezcla de culpa y gratitud. —Me salvaste —murmuró Jarlen.
Ivonne esbozó una débil sonrisa.
—Siempre lo haré.
Tras cambiarse de ropa los cinco siguieron su camino por el bosque. El lugar era lúgubre, con pinos altos que parecían interminables y, a diferencia de lo normal, no se escuchaba ni siquiera el murmullo de un ave. Como si todos los seres guardaran silencio ante el peligro inminente. A medida que avanzaban, el aire se volvía más pesado, cargado con una presencia indescriptible.
Las hojas crujían bajo sus botas, pero había otro sonido, un susurro en la brisa, como si el bosque mismo respirara con ellos. Algo los acechaba.
Violeta se detuvo de golpe, su piel erizándose al sentir un escalofrío recorrer su columna.
—Algo nos sigue... —susurró, entrecerrando los ojos.
Jarlen y Claus intercambiaron una mirada antes de alzar la vista hacia la espesura. Sus sentidos de lobo captaban un movimiento sutil, como figuras deslizándose entre los troncos. No eran animales. No eran humanos.
Entonces, ocurrió. Figuras traslúcidas aparecieron ante ellos. Emergían de los árboles.
—Es la naturaleza, ella protege a la madre de todos —Erasmo salió ante ellos.
Los espíritus comenzaron a rodearlos, envolviéndolos como un torbellino de oscuridad viviente. No tenían una forma definida, pero sus contornos fluctuaban como si estuvieran hechos de deseos intensos. Ivonne podía oírlos. Algunos deseaban venganza por seres queridos, otros querían que se alejaran del bosque y no lo dañaran, y otros querían dañarlos a ellos. Luego, sin previo aviso, se abalanzaron con una ferocidad desconocida.
Jarlen reaccionó primero, con la agilidad de un cazador experimentado, tomando a Ivonne entre sus brazos dispuesto a huir a toda velocidad a la primera señal.
—Escúchenme con calma —dijo Violeta—. Es imposible razonar con ellos, su único deseo es destruirnos o poseernos... Lo que ocurra primero —La voz de Violeta era serena, como si no quisiera asustar a nadie—. Haré un hechizo que los aturdirá y nos dará tiempo para correr.
Violeta miró a Erasmo, el cual desplegó sus alas. Estas soltaron ráfagas de viento que parecieron alterar a los espíritus, los cuales comenzaron a acercarse aún más rápido. Luego miró a Claus, quien se giró dispuesto a cargarla en su espalda en cuanto ella recitara el hechizo.
Violeta levantó ambas manos y murmuró un conjuro. De inmediato, una llamarada azulada estalló en sus palmas y se disparó contra las sombras. El fuego mágico se aferró a ellas como brasas ardientes, haciéndolas retorcerse y emitir un sonido inhumano.
No esperaron una respuesta y comenzaron a moverse con determinación. Jarlen no dudó y, con Ivonne entre sus brazos, comenzó a correr mientras Claus y Violeta los seguían de cerca.
El bosque parecía intentar cerrarse sobre ellos, como si las sombras extendieran su influencia. Pero Erasmo los condujo con precisión, evitando los senderos donde la oscuridad se hacía más densa.
Entonces, Ivonne lo sintió.
Un escalofrío le recorrió la espina dorsal, no de miedo, sino de reconocimiento. Las almas la llamaban. No con palabras, sino con un susurro antiguo, un eco en su mente que se hundía en lo más profundo de su ser.
—Ivonne...
El susurro era múltiple, voces superpuestas como un coro espectral. Su cabeza palpitó con dolor, pero de algún modo, la sensación no era completamente extraña.
—¿Por qué siento que me conocen? —murmuró, su voz temblorosa.
Jarlen la sostuvo con más fuerza, sintiendo su fragilidad en ese momento.
—No lo sé —dijo—. Pero no vamos a averiguarlo ahora.
Erasmo se detuvo de golpe y señaló un punto en la distancia.
—Allí.
Ante ellos, un claro se extendía en medio del bosque, su suelo cubierto de hierba iluminada por una tenue luz dorada. Al cruzar su límite, una sensación de alivio inmediato los envolvió. Los espíritus se quedaron atrás, incapaces de seguirlos.
Ivonne respiró hondo, su cuerpo temblando aún por la sensación de esas voces en su mente.
—Este es el santuario del espíritu —anunció Erasmo, su tono reverente.
La presencia de algo antiguo y poderoso se hacía evidente en el aire. Y en el centro del claro, una figura esperaba en silencio.
El encuentro estaba por comenzar.