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Una Reencarnación Tranquila

Una Reencarnación Tranquila

Status: En proceso
Genre:Magia / Malentendidos / Reencarnación / Mundo mágico / Apocalipsis
Popularitas:1.1k
Nilai: 5
nombre de autor: Aly25

Su muerte no es un final, sino un nacimiento. zero despierta en un cuerpo nuevo, en un mundo diferente: un mundo donde la paz y la tranquilidad reinan.

¿Pero en realidad será una reencarnación tranquiLa?

Años más tarde se da cuenta que está en el mundo de una novela y un apocalipsis se aproxima.

NovelToon tiene autorización de Aly25 para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Sueño.

Pato volaa... Taa tiene alas... Leo también... ¡wuuuush!

En su sueño podía hacer lo que quería por lo que Leo flotaba.

Estaba en un mar de nubes esponjosas, tan blandas como su manta favorita. Taa, su pato, tenía alas gigantes y amarillas que hacían flap flap flap y lo llevaban por el cielo como una cometa. Leo volaba encima, riéndose, con los brazos abiertos como si también tuviera alas. Abajo, el barco se veía pequeñito, como un juguete. Y en la cubierta, mamá saludaba y decía “¡agárrate bien, Leo!” pero sin regaño, solo con risa.

—¡Taa! —gritaba Leo en su sueño, como si fuera una orden para ir más alto.

Volaban sobre islas de papilla, mares de galleta, y gatos que flotaban en globos de colores. Uno le guiñó un ojo.

“Gato sabe volar. Yo también. Soy pato. No. Soy Leo. Leo-pato. Leo con alas. Pato con un bebé.”

De repente, el cielo cambió. Las nubes se volvieron grises, pero no feas. Solo suaves, como cuando mamá pone la manta en la cara para jugar. Todo se puso lento. Taa lo abrazaba. Pero Leo comenzó a sentir que le picaba la nariz.

Y ahí... despertó.

Abrió un ojo, naturalmente luego el otro.

Parpadeó una vez y vio que estaba en su habitación del barco.

Taa, su Taa, estaba bajo su brazo. Pero… su nariz.

—¡Ngh! —gruñó.

Rascó con su manita.

Realmente le picaba la nariz, la mejilla y un poquito el cuello.

“¿Mmm? ¿Qué pasa? ¿Quién me puso cosquillas? ¿Taa fue?”

Se sentó torpemente, arrastrando la manta.

Las mejillas se le sentían calientes, como cuando hay mucho sol o cuando mamá lo cubre con demasiada ropa.

—¡Achu!- leo estornudo.

Y luego otra vez.

—¡AaaaCHU!

Eso sí que lo despertó del todo.

Se frotó los ojos y notó que estaban un poquito llorosos. La piel de su mejilla se sentía extraña, como si tuviera pequeños granitos, y al tocarla, descubrió que daba mucha comezón.

Frunció el ceño desconfiado, y dirigió una mirada acusadora a Taa.

“Taa, ¿fuiste tú? No puedes tener bichitos. Eres pato bueno...”

Hizo un pequeño quejido, un “mmmmmh” de esos que usan para llamar a mamá. Pero no sonó. Su garganta estaba extrañamente tonta.

La puerta se abrió despacio. Y aparecieron.

—¿Leo? —preguntó Artemisa de inmediato, entrando con paso rápido.

Elian y Artemisa.

Leo los miró con alivio.

Ahí estaba su mamá y también... Un rostro alto, cálido, con los ojos atentos. Su voz no era la de mamá, pero era de esas que traen calma.

Leo levantó los bracitos, quejándose apenas.

No lloraba.

Aún no.

Pero no me sentía bien y eso no me gustaba. Porque antes se sentía suave, como nubes de sueño. Ahora...tenía mucha picazón.

—Oh, pequeño... —dijo Elian acercándose de inmediato.

—¿Qué pasó, cariño? —murmuró Artemisa, sentándose junto a la cama. Sus ojos lo recorrían con suavidad, pero con atención.

Sus manos fueron rápidas pero suaves, como siempre.

Elian no hacía cosquillas como mamá, pero tocaba con cuidado.

—¿Te despertaste con picazón, eh? —dijo mientras lo observaba de cerca.

Artemisa se acercó también con prisa.

—Estás caliente... —dijo, tocándole la frente con el dorso de la mano—. ¿Te arde, cariño?.

Leo apoyó en la mano del hombre.

Tenía calor y Elian estaba fresco.

El calor que Leo sentía no era el calor de cuando se ríe. Era calor de "no me gusta".

Artemisa lo sentó al lado de Elian y le revisó las mejillas, mientras que Elian todavía revisaba a Leo.

—Tienes unas ronchitas... puede ser una reacción. Tal vez algo del peluche. O el trocito de pescado que te dimos. —hablaba en voz baja, calmando.

—¿Una alergia? —preguntó Artemisa, mirándolo a los ojos—. No pareció molestarle al principio...

Leo lo miraba con los ojitos entrecerrados. Se sentía pesado. No estaba cansado como para dormir. Más bien... blandito, si esa era la palabra exacta era como cuando ha llorado mucho aunque no ha llorado nada.

'No me gusta esto... no quiero picazón. No quiero que Taa me pinche. Taa es bueno... pero la cara duele...'

Elian sacó un frasquito de su bolsita magica.

—Te voy a poner un poco de crema, ¿sí?

—¿Qué es? —preguntó Artemisa con voz suave.

—No, es calmante —respondió Elian—. Aliviará el picor de inmediato.

Leo no respondió.

Solo dejó que Elian se lo untara. La crema estaba fría y eso... eso estaba bien. Cerró los ojos mientras lo acariciaba con los dedos suaves.

El picor bajaba, y eso lo tranquilizó.

—Creo que ya está mejorando —dijo Elian con voz sonriente—. Este medicamento es bastante rápido.

Leo que escuchaba un poco, le creyó, ya que Elian siempre decía cosas que eran verdad. Como cuando le dijo que era fuerte. Como cuando le trajo papilla. Como cuando dijo que la tormenta ya pasó.

—Gracias... —susurró Artemisa, acariciando el cabello de Leo mientras lo sostenía contra su pecho—. Ya pasó, mi amor. Mamá está aquí.

—¿Taa? —dijo de pronto, con voz nasal, buscando el peluche.

—Aquí está —le respondió Elian, alzándolo para mostrárselo.

Leo lo abrazó otra vez.

Artemisa ya estaba allí, sentada cerca, y al ver el gesto de Leo, se levantó con suavidad.

—Voy por la papilla —dijo en voz baja, acariciándole la cabeza antes de salir un momento.

Poco después, apareció en la puerta con una papilla.

—¿Está bien? —preguntó, acercándose con prisa.

—Pequeña reacción, pero ya lo estamos manejando —dijo Elian.

Ella se agachó a besar la frente de Leo, con ojos preocupados. Leo la miró un segundo y luego apoyó la cabeza contra su pecho.

Estaba cansado otra vez.

“Taa no tiene culpa... solo quiere volar. Mañana volamos otra vez. Hoy... solo voy a dormir.”

Elian le acarició el cabello y Artemisa se quedó junto a ellos, haciendo suaves círculos en su espalda.

Leo dormía, pero no del todo.

El picor volvía, como si tuviera pequeñas hormiguitas caminando por sus mejillas.

En su sueño, Taa estaba atrapado en un arbusto espinoso y no podía volar. Él trataba de ayudarlo, pero cada vez que lo tocaba, las espinas se volvían picazón en su cara.

—Mmmm… —se quejó en voz baja.

Movió la cabeza de un lado a otro.

El calor lo molestaba.

La manta le pesaba.

Quería dormir, pero el ardor era más fuerte que su sueño.

De pronto, su cuerpo tembló, y una lágrima cálida escapó de uno de sus ojitos cerrados.

—Ngh… mmh… mah… —balbuceó con un gemido que se fue volviendo más agudo.

Artemisa lo notó de inmediato. Se incorporó al oír ese pequeño sollozo quebrado que no era común en Leo, no así. Lo alzó suavemente en brazos, y el bebé se abrazó a ella como si pudiera escapar de la picazón escondiéndose en su pecho.

—Shhh… ya, ya, cariño. Aquí estoy —le susurró, acariciándole la espalda.

Pero Leo no podía calmarse.

El sueño lo tenía atrapado y el malestar también. Lloraba con los ojitos cerrados, una angustia suave pero persistente, como si su cuerpito no supiera si quería dormir o gritar.

Elian, que aún estaba cerca, se levantó enseguida.

Lo miró con una expresión preocupada y se acercó a revisar la zona de las ronchitas, que se habían vuelto más rojas y marcadas.

—Voy por un antihistamínico. No quiero que esto empeore —dijo rápidamente.

—Si, yo me quedo con él —dijo Artemisa, ajustando a Leo en sus brazos.

Elian asintió y salió de la habitación con pasos largos pero silenciosos, dejando la puerta entreabierta. Afuera, el barco seguía su vaivén calmo, como un gigante que duerme y respira profundo.

Leo sollozaba bajito, sus lágrimas mojaban la tela del vestido de Artemisa. Su cuerpecito temblaba apenas. No gritaba. Solo dolía. Su llanto era confuso, apagado, medio dormido. Como si no entendiera por qué su carita ardía ni por qué no podía volver a soñar con Taa volando.

Artemisa lo acunaba, caminando en círculos por la habitación.

—Ya... ya, mi cielo, ya viene Elian. Vas a estar bien —decía una y otra vez, como un hechizo suave.

Lo abrazaba fuerte, con el corazón latiéndole rápido de la impotencia. Le pasaba los dedos por el cabello húmedo y murmuraba tonadas sin letra, una nana antigua que había inventado cuando Leo era más pequeño y lloraba por los cólicos.

—“Maamma…” —murmuró Leo.

Leo no pensaba la palabra con claridad, pero la sentía. La conocía. Su calor, su voz, sus brazos. En su llanto, poco a poco, fue encontrando un lugar seguro. Aunque picaba. Aunque dolía. Aunque quería gritar.

Pero con ella, podía esperar.

Podía aguantar hasta que el alivio llegara.

Desde el pasillo, se oyó la voz apresurada de Elian, que ya regresaba.

Y Leo, acurrucado contra el latido familiar de mamá, lloró una vez más… y esperó.

La puerta se abrió con suavidad, dejando pasar la figura de Elian con una pequeña caja en las manos y una expresión concentrada.

—Aquí está —dijo con voz baja, acercándose mientras veía a Leo, que aún lloriqueaba bajito en los brazos de Artemisa.

El bebé tenía los ojitos entrecerrados, húmedos y rojos, la naricita brillando de tanto frotarla. Taa colgaba inerte de su manita, como si también estuviera triste.

Elian se arrodilló junto a ellos y mostró un gotero con líquido transparente.

—Es suave, solo un poquito y va a empezar a hacer efecto rápido. No tiene mal sabor —le dijo a Artemisa, luego volvió su atención a Leo—. Pequeño Leo… vamos a ayudarte, ¿sí?

Leo hizo un quejido bajito, apenas perceptible. No entendía las palabras, pero la voz de Elian lo envolvía como un abrazo más. Algo en ella le decía: espera un poquito más, ya va a pasar.

Artemisa lo acomodó en sus brazos y sujetó con suavidad su mentón. Leo protestó levemente, girando la cara, pero Elian fue paciente. Tocó apenas sus labios con el gotero.

—Solo una gotita… así… —murmuró.

Leo frunció la cara al principio, pero luego aceptó el líquido. Sabía un poco a menta y algo dulce. No como papilla, pero no era malo.

—Muy bien, campeón —le susurró Elian, con una sonrisa real y tranquila.

Después de unos segundos, Artemisa lo meció otra vez. El llanto bajó. Los sollozos se hicieron más lentos. Leo respiraba hondo ahora, con pequeños sobresaltos. Sus ojos parpadeaban, pesados otra vez.

—Ya está funcionando —murmuró Elian, observando cómo las ronchitas comenzaban a perder algo de color.

Leo abrió los ojos un poco. Vio la cara de Elian muy cerca. Tenía líneas en la frente, y sus ojos brillaban como los faroles del barco cuando hay niebla. Estaba cansado, igual que mamá. Pero sonreía.

“Elian está aquí… mamá está aquí… ya no duele tanto… Taa también… todo está aquí.”

...----------------...

Su cuerpo, que hace minutos se sentía hecho de fuego y sueño roto, empezaba a soltar la tensión. Se acurrucó más hondo en el pecho de Artemisa, con la mejilla menos ardiente y las lágrimas ya secas.

—¿Ves? Ya va bajando. Lo estás haciendo muy bien, mi amor —susurró ella, besándole la sien.

Elian, aún arrodillado, le acarició con cuidado la pierna, asegurándose de que todo estuviera bien.

—Si lo necesitas, puedo quedarme esta noche —ofreció—. Así lo vigilamos juntos.

Artemisa lo miró con una sonrisa agradecida. Tenía los ojos húmedos, pero no de tristeza. Era ese brillo que solo tenía cuando miraba a Leo.

—Gracias, Elian.

Leo no entendía las palabras, pero el sonido le acariciaba como una canción suave. Ya no picaba tanto. Ya no dolía. Y ahora había una voz en la derecha, otra en la izquierda, y sus manitas encontraban a Taa, que también había vuelto a oler a casa.

...----------------...

El barco crujía bajito bajo el sol, como si estirara los huesos al calor de la tarde. Afuera, el mar brillaba todo azul, como un charco gigante de luz. Adentro, la habitación olía a madera tibia, a sábanas limpias… y a mamá. La cortina ondeaba despacio, saludando a la brisa.

Leo se movió entre las mantas. Primero temblaron sus pestañas, luego hizo un ruidito con la nariz, fruncida por el sueño pegajoso. Por fin, soltó un pequeño balbuceo mientras se frotaba la carita contra el colchón.

—Mmmmh…

Taa estaba ahí, aplastado pero fiel, pegado a su mejilla. Suavecito, como siempre. La ronchita ya no picaba. No dolía. Todo se sentía mejor. Seguro. Cálido.

Parpadeó hacia la luz, lento.

Y entonces murmuró, apenas un susurro ronco:

—¿Mma… mamá…?

Artemisa se levantó al instante, como si su nombre hubiera rebotado directo a su corazón. Su rostro se iluminó apenas lo vio.

—¡Leo! ¡Hola, mi amor! —dijo, sonriendo grande mientras corría hacia él.

Leo le devolvió una sonrisa algo torcida, como si su cara todavía estuviera recordando cómo hacerlo. Pero sus ojitos brillaban como si guardaran un sol chiquito en el pecho.

Artemisa lo alzó con ternura y él se acomodó en su cuello sin pensarlo, como si fuera su almohada favorita. Su mundo seguro.

—¿Te sientes mejor, cariño?

Leo asintió lento, usando la frente como palabra. Un “sí” con forma de caricia.

Entonces, otra voz sonó desde la puerta, esa voz grave y tranquila que ya conocía, que había escuchado entre sueños.

—Veo que el pequeño capitán ha vuelto a la carga.

Era Elian, que entraba con una taza en la mano y un pañuelo asomando del bolsillo. Sonreía con esa calma suya, la que envolvía todo sin hacer ruido. Sus ojos se suavizaron apenas vieron al bebé despierto.

Leo lo miró… y lo reconoció. Lo había visto en el sueño que no era sueño. Esa voz que decía “ya va a pasar”. Esa mano que tocaba, pero no apretaba.

Sin pensarlo, estiró los brazos hacia él con torpeza, Taa colgando de los deditos.

—¡Ee-eeh! —balbuceó, señalándolo con entusiasmo.

Elian rió, bajito.

—¿Eso fue un saludo o un tipo de ritual?

—Creo que es una invitación a abrazarlo —dijo Artemisa, también riendo.

—¿Ah, sí? Entonces no tengo escapatoria.

Dejó la taza a un lado y se acercó con cuidado. Leo se dejó recibir como un pollito buscado por segunda vez. Apoyó la cabeza en su hombro, dejando que su manita golpeara su pecho flojito, plof… plof…

—Estás mucho más calientito —murmuró Elian, pasándole la mano por la espalda—. Eso es buena señal. Bienvenido de vuelta.

Leo lo miró. Alzó un poco la cabeza. Lo pensó… y entonces, con un gesto torpe pero decidido, apoyó su frente en la de Elian.

Un gesto pequeñito.

Un gracias sin palabras.

Elian se quedó quieto, sorprendido. Luego sonrió con una ternura silenciosa y le acarició el cabello con cuidado.

—Tú también eres fuerte, ¿sabías?

Leo suspiró hondo. Ya no le dolía y picaba.

Solo estaba mamá… estaba Elian… estaba Taa.

Y él, suave y tibio, con el corazón contento como una almohada llena de sol.

^^^Editado....^^^

1
Salomé Páez
Ojos
Salomé Páez
Demasiados espacios
Salomé Páez
Zero
Salomé Páez
Como es el nombre? zero, zone o zane? ya hay 3 nombres diferentes
Aly🍀: mi auto corrector 😔, no me había dado cuenta
total 1 replies
🔹Lili🔸🐦
Me dio ternura 😭😭❤️❤️❤️
🔹Lili🔸🐦
Que bonito 😭😭😔
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