Damián Blackwood, es un Alfa dominante que ha construido un imperio oculto entre humanos, jamás pensó que una simple empleada pondría en jaque su autocontrol. Isabella, con su espíritu desafiante, despierta en él un deseo prohibido… pero lo que comienza como una peligrosa atracción se convierte en una amenaza cuando descubre que ella es su compañera destinada. Una humana...
Bajo la sombra de antiguas profecías y oscuros secretos, sus destinos colisionan, desatando fuerzas que nadie podrá contener.
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Manteniendo la tregua
La sala de reuniones de la planta baja estaba más animada de lo habitual. El equipo de marketing y el de desarrollo de producto se habían reunido para una jornada creativa conjunta: lluvia de ideas, diseño de estrategias, nuevos enfoques para clientes de alto perfil.
Selene llegó puntual, con su cuaderno y su carpeta de siempre, a la joven le gustaba tomar notas a la antigua, por eso obviaba ocupar su laptop en esas reuniones específicas. Saludó con una sonrisa a todos y tomó asiento, sin saber que él ya estaba allí, conversando con dos ejecutivos del área financiera.
Cuando notó que el CEO ya estaba allí, por un segundo, se tensó. Las últimas interacciones con Damián habían sido una montaña rusa emocional. Pero esta vez, cuando él giró hacia ella, no hubo frialdad. Tampoco desdén.
Solo un leve asentimiento de cabeza. Cortés. Profesional.
Selene entrecerró los ojos, bastante desconcertada.
Durante la reunión, hizo una propuesta. Esperaba el habitual contraataque. Pero Damián no dijo nada. Solo miró los gráficos, asintió con lentitud y dejó que otro tomara la palabra. No hubo elogio, pero tampoco desacreditación.
—¿Me estoy volviendo loca o el jefe no te rebatió ni una vez hoy? —le susurró Carla cuando salieron al descanso.
—¿Tú también lo notaste? —musitó Selene —Fue… raro.
—¿Te diste cuenta de que hasta te sostuvo la puerta cuando salíamos?
—¡Nah! Eso fue pura casualidad, coincidimos al salir y como además de mandón a veces puede ser un caballero.
—Te aseguro que nada de lo que hace ese hombre es casual —replicó Carla que conocía a Damián más allá de las puertas de la empresa.
Selene bajó la mirada. No sabía qué juego estaba jugando Damián Blackwood, pero evidentemente algo había cambiado.
Y eso la inquietaba más que los enfrentamientos.
Eran casi las siete de la tarde cuando Selene decidió subir a la sala de reuniones vacía a recoger unos documentos que había olvidado. Cuando abrió la puerta, su corazón dio un vuelco.
Damián estaba allí, solo, revisando su tablet con el ceño fruncido. Se quedó observándolo sin hacer ni un solo ruido, su mirada se deslizó lentamente detallando su cabello cenizo del cual un mechón rebelde le caía sobre la frente dándole un aire despreocupado, el cual ciertamente no tenía. Luego sus ojos se posaron en los labios del hombre frente a ella, eran gruesos y carnosos. Cómo para morderlos hasta cansarse.
"Si no tuviera el carácter que tiene, sería el hombre perfecto" —pensó.
Selene vaciló si entrar o no, y estuvo a punto de retroceder, cuando él levantó la vista.
—Señorita Montero —dijo con voz neutra —Puede pasar.
Selene asintió con la cabeza y avanzó en silencio, buscando los papeles sobre la mesa. No se miraron.
O al menos, intentaron no hacerlo.
—Sobre la presentación de hoy... —comenzó a decir él, con un tono de voz más bajo de lo habitual.
Ella lo miró de reojo.
—¿Sí? Señor...
—La felicito, fue impecable.
Selene parpadeó, desconcertada.
—Gracias, señor Blackwood —respondió, casi con cautela.
Un silencio se instaló entre ambos. Ni tenso ni cómodo. Simplemente… cargado de algo difícil de descifrar.
—Con su permiso, me retiro, señor —dijo ella luego de tomar la carpeta. Y cuando se dirigió a la puerta, él habló de nuevo:
—Siga así, señorita Montero.
Selene asintió, sin mirarlo.
—Lo haré, señor Blackwood.
Y luego salió.
Damián se quedó en la sala, observando el lugar donde ella había estado de pie segundos antes. Se pasó una mano por la nuca, frustrado. Había notado su presencia apenas su lobo olfateó el aroma de la muchacha, pero decidió esperar a ver que hacía. Después de alguna manera intentó mantenerse ajeno a su presencia, y al no poder hacerlo le habló.
La situación lo incómodo, había sido demasiado amable, cosa que no acostumbraba.
"No es nada. Solo estás siendo racional. Evitando conflictos." —se dijo.
Pero en el fondo de su mente, su lobo murmuraba con una sonrisa:
*Admite que te gusta verla ganar.*
Y con un resoplido lleno de fastidio Damián volvió a concentrarse en los documentos que tenía en las manos.
Al día siguiente...
La sala de descanso del piso ejecutivo generalmente solía estar vacía, eran las ocho de la mañana. Así que, Selene entró con su taza en mano, esperando poder disfrutar allí su dosis diaria de café negro antes de sumergirse en la rutina. Sin percatarse que no estaba sola.
Damián estaba apoyado contra la encimera, con una taza en la mano y la mirada perdida en la gran ventana que daba a la ciudad. Lucía… relajado, por primera vez en mucho tiempo. O al menos, eso aparentaba.
—Buenos días, señor Blackwood —murmuró ella, intentando mantener la neutralidad.
—Señorita Montero —respondió él, dándole un leve vistazo. Su tono era tan sereno que ella frunció el ceño, desconcertada por segunda vez en menos de una semana.
Selene se sirvió el café en silencio. Damián no se movió. El aire entre ambos era distinto. Ya no estaba cargado de tensión, pero tampoco era cómodo. Era… expectante. Como si algo invisible estuviera por ocurrir, pero ninguno supiera bien qué.
—¿Café fuerte? —preguntó él, con una leve curva en los labios.
Ella lo miró, sorprendida por el gesto casi... ¿humano?
—Siempre. No hay otra manera de sobrevivir a los días miércoles. —le respondiórespondió.
Él asintió, como si esa respuesta confirmara algo que había estado sospechando.
—Sabia elección —murmuró.
Y entonces, sin más, se apartó con su taza y salió de la sala, dejándola con la impresión de que, por primera vez, habían compartido algo más que una diferencia de opinión.
Selene se quedó mirando su reflejo en la máquina de café. ¿Qué había sido eso? ¿Una conversación? ¿Un intento de cercanía?
No lo sabía.
Pero tampoco podía negar que le había gustado.
Más tarde, en una de las salas de revisión de proyectos, Selene se acercó a dejar unos documentos firmados. Damián estaba de pie junto a la ventana, como tantas otras veces, revisando algo en su tablet.
—Aquí están los informes que pidió, señor —dijo, extendiéndole la carpeta.
Él no dijo nada al principio. Tomó los documentos, los hojeó, y luego los dejó sobre la mesa.
—¿Quién te enseñó a presentar análisis de mercado así?
La pregunta la descolocó.
—¿Perdón?
—Es claro, directo y anticipa preguntas antes de que surjan. —respondió él —No es común en alguien con menos de cinco años en la industria.
Ella bajó un poco la guardia, sin poder evitar que una leve sonrisa se dibujara en su rostro.
—Supongo que soy una obsesiva de los detalles —respondió— Me gusta prever todos los posibles escenarios.
Damián no dijo nada durante unos segundos. Solo la observó.
—Es una cualidad poco común. No la pierda.
Ella sintió que el corazón le latía un poco más fuerte de lo normal.
—No lo haré. Gracias.
Cuando salió de la sala, no se atrevió a mirar atrás.
En cambio Damián sí la siguió con la mirada. Durante unos segundos. Después se obligó a volver a la tablet. Aunque las letras le resultaran borrosas de pronto. Perdiendo la. concentración en la sutil sonrisa de la muchacha.
"¿Desde cuándo te importa tanto cómo sonríe?" —se preguntó.
*Desde siempre, solo que ahora te gusta más porque lo hizo contigo* respondió su lobo, divertido.
Él apretó la mandíbula.
*No empieces.* —le advirtió y pudo sentir la carcajada que su lobo emitió ante su respuesta.
¡Mis felicitaciones y agradecimiento por este nuevo regalo de tu fértil imaginación!
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