En un mundo dominado por vampiros, Louise, el último omega humano, es capturado por el despiadado rey vampiro, Dorian Vespera. Lo que comienza como un juego de manipulación se convierte en una relación compleja y peligrosa, desafiando las reglas de un imperio donde los humanos son solo alimento. Mientras Louise lucha por encontrar a su hermana y ganar su lugar en la corte, su vínculo con Dorian pone en juego el equilibrio del reino, arrastrándolos a ambos hacia un destino oscuro y profundo, donde la lealtad y el deseo chocan.
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Entre la guerra y el deseo: Dorian, parte 1
Desde que Louise apareció en mi vida, todo cambió de una forma que no había previsto. Era como si el destino hubiese decidido lanzarme un reto, uno que no me esperaba ni había pedido. Al principio, era solo un humano más, una pieza que podía usar para lograr mis objetivos. Un omega que, para cualquier otro vampiro, sería una joya que solo querrían exhibir, un trofeo del que presumir. Pero para mí... para mí era mucho más.
No voy a mentir, todo empezó como un plan. Sabía que Louise era una rareza, un omega cuando ya no se suponía que existieran. Algo en mi interior me decía que podía usarlo para consolidar mi poder, para atraer aliados que solo se movían por leyendas y supersticiones. Convertirlo en la pieza central de mis estrategias, un símbolo para unir a un imperio que, aunque se mostraba fuerte, estaba lleno de grietas. Era simple, racional. Pero entonces, algo en el plan empezó a fallar.
Cada vez que lo miraba, cuando lo encontraba concentrado en esos mapas, estudiando con dedicación cada movimiento, cada línea de estrategia que yo le enseñaba, algo en mí se removía. Louise era todo lo que no había esperado de un humano. No era débil, ni sumiso. En su lugar, tenía una fuerza silenciosa, una resistencia que lo hacía ver más imponente de lo que él mismo creía. Me atraía, más de lo que estaba dispuesto a admitir.
Me gustaba verlo luchar, ver cómo intentaba resistir lo que yo sabía que era inevitable. Louise era un prisionero de su situación, sí, pero también empezaba a ser prisionero de mí. De mis palabras, de mis gestos que pretendían ser dulces, aunque sabía que escondían una trampa. Porque por cada sonrisa, por cada toque, había una intención detrás: lograr que confiara en mí, que dependiera de mí, que viera en mí algo más que su captor. ¿Cruel? Tal vez. Pero era necesario. El imperio me necesita fuerte, y si eso implicaba manipular un poco a Louise, así sería.
Sin embargo, entre cada pequeño momento que compartíamos, entre cada conversación sobre estrategias de guerra y cada noche donde me dejaba perderme en el brillo de sus ojos, las líneas comenzaron a desdibujarse. Porque, aunque mi mente insistía en mantener el control, mi corazón... ese maldito corazón empezaba a traicionarme.
Había noches en las que solo observaba cómo su expresión cambiaba cuando creía que no lo miraba. Las dudas que lo asaltaban cuando pensaba que nadie lo veía. Y en esos momentos, no era el rey del Imperio Vespera. Era solo Dorian, un vampiro que sentía una necesidad irracional de protegerlo, de ofrecerle algo más que promesas vacías.
Una de esas noches, mientras la guerra continuaba en las fronteras, fui a buscarlo. Estaba en su cuarto, concentrado en uno de los mapas que yo mismo le había dado. Sus dedos recorrían las rutas de escape y las fortalezas, murmurando en voz baja como si intentara memorizarlas todas. Me quedé en la puerta, observándolo, y por un instante, olvidé todo lo demás. La guerra, las traiciones, incluso a Magnus, que seguía moviéndose entre las sombras, buscando cualquier oportunidad para debilitarme.
Louise no se dio cuenta de mi presencia hasta que crucé la habitación y me detuve justo detrás de él, lo suficientemente cerca como para sentir el calor que irradiaba su cuerpo.
—¿Esperas que apruebe tus tácticas en silencio? —le dije, intentando mantener mi tono frío y distante.
Él se tensó, girando para enfrentarse a mí. Sus ojos oscuros estaban llenos de esa mezcla de desafío y miedo que me encantaba. No respondió de inmediato, pero yo podía ver que estaba intentando mantenerse firme.
—Si viniste a corregirme, adelante, Dorian. Pero si solo es para intimidarme, no estoy de humor para juegos —dijo, con esa voz que intentaba ser firme, pero que temblaba levemente al final.
No pude evitar sonreír, aunque había algo en mí que dolía al verlo tan a la defensiva. ¿Realmente creía que solo era un juego para mí? Me acerqué un poco más, inclinándome hasta quedar a su altura.
—No estoy jugando, Louise. Lo que haces aquí no es solo una distracción para mí. Es importante. Tú... eres importante.
Su expresión cambió, por un segundo parecía haber visto algo sincero en mis palabras, pero enseguida lo ocultó tras una cara de desconfianza. Pero esa pequeña grieta en su fachada era suficiente para mí. Sabía que lo estaba alcanzando, que lo que sentía no era solo fruto de mis manipulaciones. Estaba allí, enterrado bajo todas sus dudas y sus miedos.
—¿Por qué me dices estas cosas? —murmuró, bajando la vista, como si buscara una respuesta en el mapa bajo sus dedos—. No entiendo...
Mi mano se movió antes de que pudiera detenerme, rozando su mejilla, sintiendo la suavidad de su piel bajo mis dedos. Louise tembló ante el contacto, pero no se apartó. Esa era mi oportunidad, el momento que había esperado, y no pensaba dejarlo pasar.
—No tienes que entenderlo ahora —dije, acercándome más, hasta que nuestros rostros quedaron a solo centímetros—. Solo siente lo que hay entre nosotros.
Y entonces lo hice. Sin darle tiempo a protestar o a pensar, cerré la distancia entre nosotros y lo besé. Fue un beso cargado de todo lo que había mantenido oculto, de toda la frustración, la necesidad y el deseo que había intentado reprimir. Louise se quedó inmóvil al principio, sorprendido por el contacto, pero poco a poco, comenzó a responder.
Su respuesta fue torpe, insegura, pero eso solo hizo que el beso fuera más dulce. Sentía cómo temblaba contra mí, y lo sostuve más cerca, hundiendo mis dedos en su cabello mientras profundizaba el contacto. Era como si al fin hubiese encontrado algo que no sabía que había estado buscando. Algo que no tenía que ver con el poder, ni con el control.
Cuando finalmente me separé, ambos estábamos respirando con dificultad, como si hubiésemos corrido una maratón. Sus labios estaban enrojecidos, y su mirada, antes tan llena de dudas, ahora tenía un brillo distinto que lo hacía ver más vulnerable.
—Esto no cambia nada —murmuró, su voz apenas un susurro—. No... no puedo confiar en ti, Dorian.
Sus palabras me dolieron más de lo que debería admitir, pero me obligué a sonreír. Acaricié su mejilla, dejando que mis dedos rozaran su mandíbula.
—No espero que lo hagas —respondí—. Pero no puedes negar lo que ha pasado. Lo que sientes. Yo tampoco puedo negarlo.
Se quedó en silencio, y por un momento, pensé que volvería a levantar sus muros. Pero en lugar de eso, dejó que su cabeza cayera suavemente contra mi pecho, como si al fin permitiera que la carga fuera compartida, aunque fuera por un instante.