Cecil Moreau estaba destinada a una vida de privilegios. Criada en una familia acomodada, con una belleza que giraba cabezas y un carácter tan afilado como su inteligencia, siempre obtuvo lo que quería. Pero la perfección era una máscara que ocultaba un corazón vulnerable y sediento de amor. Su vida dio un vuelco la noche en que descubrió que el hombre al que había entregado su alma, no solo la había traicionado, sino que lo había hecho con la mujer que ella consideraba su amiga.
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CAPITULO 10
Capítulo 9.
Edwards Harper.
Los últimos diez años de mi vida han sido todo menos tranquilos. Siempre he sido un hombre ambicioso, lo admito sin vergüenza. Desde que pisé la universidad, supe que mi futuro dependía de cómo jugara mis cartas, y para alguien como yo, eso significaba casarme con alguien de mi nivel social. Clara siempre fue parte del plan. Era la hija de los amigos de mis padres, la candidata perfecta para un matrimonio que beneficiara a ambas familias. Desde pequeños, nuestros padres lo habían decidido.
Pero yo necesitaba tiempo. Sabía que la universidad era una oportunidad para disfrutar la libertad antes de atarme a un matrimonio que, aunque beneficioso, no había elegido por amor. Hablé con Clara y le propuse un trato: durante nuestros estudios, fingiríamos ser solo amigos. Ella tendría carta libre para divertirse con quien quisiera, y yo haría lo mismo. Clara dudó al principio. Estaba enamorada de mí, y la idea no le entusiasmaba. Pero no quería perderme, así que accedió a mi propuesta.
Al principio, todo marchó como esperaba. Estar en un estado lejos de casa nos daba la libertad de hacer lo que queríamos sin el escrutinio de nuestras familias. Clara y yo podíamos explorar nuestras vidas individuales, sin romper el acuerdo que teníamos. Pero entonces, todo cambió cuando conocí a Cecil.
Cecil era diferente. Su inocencia y sencillez me cautivaron desde el primer momento. Ella no era como las demás chicas que conocía, siempre buscando llamar la atención con ropa de lujo o presumir su dinero. Cecil, en cambio, parecía ajena a todo eso. Siempre pensé que era becada, que venía de una familia humilde. Era refrescante estar con alguien que no parecía interesado en el estatus o las apariencias. Y, además, era un gran apoyo. Cuando yo no quería estudiar, ella estaba ahí, ayudándome, motivándome.
Lo que empezó como un simple capricho se convirtió en una obsesión. Cecil era un escape de mi vida predestinada, de las expectativas que siempre me habían impuesto. Pero, en el fondo, sabía que no podía ser para siempre. Clara estaba allí, esperando el momento en que cumpliríamos con el plan de nuestras familias. Nunca se lo dije a Cecil, pero ella no era más que una distracción temporal, una manera de hacer que los años de la universidad fueran más llevaderos. Todo cambió cuando ella me confesó que quería vender la empresa que había heredado para seguirme a África. Fue entonces cuando me di cuenta de que no conocía realmente a Cecil. No era becada ni humilde como había supuesto.
Era rica, mucho más de lo que yo podría haber imaginado. Su revelación me tomó por sorpresa, pero en lugar de alegrarme, me enfurecí. Sentía que había sido engañado, aunque no tenía derecho a reclamar nada. En mi rabia, le solté la verdad: que estaba comprometido con Clara, que nuestro futuro juntos nunca había sido una opción real. Cuando regresé a Florida, retome los planes de boda, pero todo se desmoronó rápidamente en un giro inesperado dos días antes de nuestra boda.
Cecil, cegada por los celos y el dolor, llevó a cabo algo que nunca imaginé. Ella nos secuestró a Clara y a mí mientras paseábamos por un centro comercial comprando los últimos detalles para la boda. Recuerdo la confusión y el miedo mientras nos llevaban a una bodega abandonada. Clara intentó razonar con ella, pero Cecil estaba fuera de sí. Exigió respuestas, gritando sobre cómo la había traicionado, cómo nunca fui honesto con ella.
Durante el acto, Clara salió herida y eso empeoro todo pues estaba embarazada y yo no lo sabía. Aunque no perdió al bebé, la situación fue grave. Fue llevada de urgencia al hospital tras ser abandonada junto conmigo a las puertas de emergencias. En el caos que siguió, mis padres vieron una oportunidad. Aprovecharon el incidente para sacar una millonaria suma a Cecil, alegando que el bebé había muerto debido a sus acciones. Presionaron a las autoridades, logrando que Cecil recibiera una condena de 10 años.
Yo no pude intervenir. Todo sucedió demasiado rápido, y en el fondo, me sentía culpable. Nunca fui sincero con ella sobre mis verdaderas intenciones, sobre mi compromiso con Clara. En retrospectiva, creo que esa deshonestidad fue lo que llevó a Cecil a ese punto. Clara, por su parte, también cargaba con su propia culpa. Ella había sido amiga de Cecil y, aun así, prefirió callar y soportar verla conmigo antes que perderme.
El nacimiento de nuestro hijo selló el destino entre Clara y yo. Nos casamos discretamente, evitando el escándalo que aún rondaba debido al caso de Cecil. Durante los primeros años, intentamos construir una vida juntos, pero nada fue como lo había imaginado. Administrar las empresas de mis padres fue un desastre. Tomé decisiones precipitadas, inversiones equivocadas, y poco a poco llevé a nuestra familia al borde de la quiebra. La fortuna de los padres de Clara se convirtió en nuestro único sostén, pero también comenzó a agotarse.
Ahora, después de diez años, nos encontramos de regreso en la ciudad donde todo comenzó. La economía familiar está en ruinas, y estamos desesperados por encontrar inversores que puedan salvar nuestras empresas. Sin embargo, hay algo más que nos trajo aquí: Cecil. Sabemos que ha reconstruido su vida y que su fortuna ahora es mayor que nunca. Clara y yo estamos conscientes de que podría ser la solución a nuestros problemas, pero también sabemos que enfrentarla no será fácil.
Mientras caminamos por las calles que una vez compartimos, no puedo evitar recordar. Cecil era todo lo que yo no merecía: sincera, noble, y con un corazón tan grande que estuvo dispuesta a sacrificarlo todo por mí. Y yo destruí eso. La culpa me consume cada vez que pienso en ella, en lo que le hice y en lo que se vio obligada a enfrentar por mi ambición y cobardía.
Clara, por su parte, ha cambiado mucho desde entonces. La mujer que una vez estuvo dispuesta a soportar todo por amor ahora parece tan cansada como yo. Nuestro matrimonio es una farsa que mantenemos por el bien de las apariencias y de nuestro hijo, que es lo único bueno que ha salido de todo esto.
¿Qué nos espera ahora? No lo sé. Lo que sé es que el pasado nunca desaparece realmente. Cecil está aquí, y con ella, todo lo que traté de enterrar. No sé si encontrarla de nuevo será nuestra salvación o nuestra perdición, pero una cosa es segura: enfrentaremos las consecuencias de nuestras decisiones, porque el tiempo no perdona, y tampoco lo hace Cecil.