Matrimonios por contrato que se convierten en una visa hacia la muerte. Una peligrosa mafia de mujeres asesinas, asola la ciudad, asesinando acaudalados hombres de negocios. Con su belleza y encantos, estas hermosas pero letales, sanguinarias y despiadadas mujeres consiguen embaucar a hombres solitarios, ermitaños pero de inmensas fortunas, logrando sus joyas, tarjetas de crédito, dinero a través de contratos de matrimonio. Los incautos hombres de negocia que caen en las redes de estas hermosas viudas negras, no dudan en entregarles todos sus bienes, seducidos por ellas, viviendo intensas faenas románticas sin imaginar que eso los llevará hasta su propia tumba. Ese es el argumento de esta impactante novela policial, intrigante y estremecedora, con muchas escenas tórridas prohibidas para cardíacos. "Las viudas negras" pondrá en vilo al lector de principio a fin. Encontraremos acción, romance, aventura, emociones a raudales. Las viudas negras se convertirán en el terror de los hombres.
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Capítulo 14
¿Era casada Telma Ruiz ? ¿Se dedicó desde joven a asesinar? ¿Siempre fue una mujer cruel y despiadada? ¿Quién era en realidad esa mujer que ahora asolaba y aterraba la ciudad y tenía en jaque a la policía?
Ella era casada, es cierto, pero pocos lo saben y esos días de felicidad se pierden en el tiempo. Telma Ruiz se había casado muy joven, perdidamente enamorada de un hombre dominante, un CEO prestigioso, seguro de sí mismo, triunfador en los negocios y con un carácter avasallador e imponente, altivo y tiránico. Todo eso la sedujo a ella. Lo veía como un paladín, un caballero medioeval, cabalgando frente a ella en un elegante corcel y le encantaba verlo jovial, de hercúlea figura y esa voz tan pétrea que la volvía loca, sumisa a sus pies, ansiando y deseando ser suya.
Telma fue, entonces, quien se echó a los brazos de Rubén, queriendo arder en fuego, asida al pecho de aquel hombre que le arrebataba los pensamientos y encendía las llamas desde lo profundo de sus entrañas. Desde que lo conoció, en una reunión de amigos, deseaba perder su virginidad con él, porque estaba completamente seducida a su mágico encanto varonil de ese tipo majestuoso y ceremonioso, lleno de solemnidad. Lo besó con desesperación y encono, vehemente, impulsado por las ansias que revoloteaban en cada centímetro de su piel. Se quitó la blusa y dejó sus pechos a la vista y deseos de él, agitándose con hipnótica premura, ansiosa de los labios y los lamidos de Rubén para seguir ardiendo en fuego y quedar reducida en cenizas.
Rubén degustó del busto de ella con embeleso, le pareció un manjar exquisito, sabroso, delictual y sensual, todo a la vez, mordió sus pezones para oírla gritar porque sus quejidos y ayes de dolor eran una música dulce, que lo hacían hervir aún en más deseos.
Convertido, ya, en un lobo hambriento ante la piel desnuda de Telma, él fue conquistando sus esquinas con pasión y emoción, dejando huellas de sus ansias entre mordiscos, caricias, lamidas y besos. Todo valía en ese instante supremo de tenerla en sus brazos, poseerla, vulnerar sus defensas y hacerla suya.
Sus dedos también iban de prisa por el desierto suave, excitante, exquisito de ella, con sus lomas empinadas y sus valles intrincados. Bebió el deífico elixir que emanaba de sus manantiales y quedó aún más ebrio de Telma, porque su dulzor de ella era abrumador a sus sentidos, como el más fino alcohol que haya probado. Quedó completamente embriagado de esa dama tan joven, encantada, mágica, voluptuosa de encantos mil que lo había seducido por encima de otras tantísimas mujeres que también pugnaban y peleaban, enconadamente, por su amor.
Y Telma ya no fue virgen por las ganas de Rubén. Él superó todas las barreras, derribó las defensas de ella y llegó a sus profundidades cabalgando como lo que la joven veía en él, un caballero de armadura, rudo y cruel, conquistando las curvas y silueta de la dama, no dándole tiempo, siquiera de respirar, sollozar y gemir pese a que se desbordaba en deseos de explotar en su máxima feminidad.
Telma estaba en el limbo de la excitación, extraviada, perdida, naufragando en un mar de ansias y candela que le provocaba una y otra vez, los besos encandilados de Rubén. Todo su ser era una antorcha y no dejaba de gemir, suspirar y gritar y se revolcaba con desesperación en los brazos de su amante, dejándolo que siga explorando su cuerpo sin detenerse, yendo y viniendo por sus montañas y acantilados, estampando las huellas de su fervor en mordiscos y arañazos.
Las sesiones de amor se repitieron una y otra vez, porque Rubén quedó muy embelesado de Telma, de su proverbial belleza, su hipnótico encanto, su magia deleitable y su coquetería sensual y sexy, que lo arrebataba, le hacía la perder la razón, lo volvía frenético con solo la idea de hacerla suya y cavar hondo hacia sus abismos más íntimos, en las máximas profundidades de sus entrañas, aquellos parajes tan desconocidos e inhóspitos de la feminidad de ella.