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El Precio de la Redención

El Precio de la Redención

Status: Terminada
Genre:CEO / Venganza / Aventura de una noche / Mujer poderosa / Mafia / Embarazo no planeado / Romance de oficina / Romance oscuro / Completas
Popularitas:84
Nilai: 5
nombre de autor: Amanda Ferrer

Luigi Pavini es un hombre consumido por la oscuridad: un CEO implacable de una gigantesca farmacéutica y, en las sombras, el temido Don de la mafia italiana. Desde la trágica muerte de su esposa y sus dos hijos, se convirtió en una fortaleza inquebrantable de dolor y poder. El duelo lo transformó en una máquina de control, sin espacio para la debilidad ni el afecto.

Hasta que, en una rara noche de descontrol, se cruza con una desconocida. Una sola noche intensa basta para despertar algo que creía muerto para siempre. Luigi mueve cielo e infierno para encontrarla, pero ella desaparece sin dejar rastro, salvo el recuerdo de un placer devastador.

Meses después, el destino —o el infierno— la pone nuevamente en su camino. Bella Martinelli, con la mirada cargada de heridas y traumas que esconde tras una fachada de fortaleza, aparece en una entrevista de trabajo.

NovelToon tiene autorización de Amanda Ferrer para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 13

Luigi terminó el desayuno en silencio, con un semblante frío y calculador. Los últimos meses habían sido un torbellino entre desafíos personales y negocios que exigían su atención. Pero aquel día, estaba enfocado en lo que realmente importaba: consolidar el imperio Pavini.

Al llegar a la sede de Pavini Pharmaceuticals, Luigi asumió su postura habitual: CEO inquebrantable, temido y respetado. Las primeras horas de la mañana fueron dedicadas a reforzar la seguridad en torno a su familia y a reestructurar la ofensiva contra los Martinelli. Todo marchaba perfectamente hasta que su secretaria, Sofia, interrumpió con expresión tensa.

— Señor… el Sr. Morozov está aquí, está acompañado de su hija, Ekaterina, y del hijo, Ivan. Dijeron que la reunión es urgente.

Luigi sintió que la sangre se le helaba. Viktor Morozov, el jefe de la Mafia Rusa y su ex-suegro, el hombre que ya había sido parte de su familia.

— Déjelos entrar. — dijo Luigi, voz baja, pero firme.

Morozov entró primero, un gigante de hombros anchos y expresión pétrea. Detrás de él, Ekaterina, fría y calculadora, e Ivan, el hijo, con la arrogancia de siempre.

— Hola, Luigi. — Morozov saludó, con voz grave.

— Don Morozov. — Luigi respondió, levantándose con elegancia contenida. — No esperaba su visita, ¿a qué debo el honor de esta… interrupción?

Morozov fue directo.

— Vine en un momento oportuno, Luigi. Su vida personal está en desorden, y su imperio necesita una nueva alianza de sangre.

— Yo no lo busqué para discutir mi vida personal, Morozov. — Luigi lo interrumpió.

— Pero yo vine. — Morozov replicó, ignorándolo. — Vine a ofrecer una solución, un nuevo acuerdo.

Ekaterina se inclinó hacia adelante, con una sonrisa sutil y provocadora en los labios.

— Un matrimonio, Luigi, entre tú y yo.

Morozov asintió.

— Sería bueno que te casaras con alguien que ya conoces, de una familia que ya conoces, y casarte con la hija de un Don Ruso demuestra fuerza. Necesitas alianzas fuertes para recuperar el imperio tras los perjuicios recientes.

Luigi sonrió, pero la sonrisa no alcanzaba sus ojos. Él recordó cada pérdida, cada carga interceptada, cada territorio tomado por aliados ineficientes.

— ¿Sabe lo que gané al aliarme con los rusos la última vez, Don Morozov? — dijo Luigi, con voz cortante. — Ustedes perdieron una carga preciosa de drogas. La Mafia americana aprovechó y tomó parte de mi territorio australiano, yo no voy a perder más dinero con quien no sabe gobernar.

Ivan bufó, ofendido.

— Cuidado con lo que dice, Pavini, usted no es el único con soldados.

— No, pero soy el único con cerebro. — Luigi replicó, gélido.

Ekaterina intentó intervenir con un tono seductor.

— Estás exaltado, Luigi, todo puede ser resuelto con diplomacia… y una buena esposa.

Luigi se levantó despacio, cada gesto irradiando autoridad.

— Ya tengo una esposa. — dijo con firmeza.

Morozov, Ekaterina e Ivan parecieron chocados y confusos.

— ¿Casado? — Morozov preguntó, incrédulo.

— Sí. — Luigi respondió, frío. — No hubo tiempo para ceremonias, yo estaba limpiando mi imperio de los traidores que intentaron robarme y lastimar a mi familia.

Él miró directamente a Morozov, la declaración siendo un desafío claro:

— Mi esposa es hija de un ex-consejero, ella entiende de poder, silencio y estrategia. No necesito alianzas con quien no sabe gobernar.

El silencio en la sala era pesado. Morozov cerró los puños, pero Luigi ya se dirigía a la puerta.

— La reunión acabó. — dijo, firme. — Lleve a sus hijos y sus consejos a otro lado, la Cosa Nostra no se asocia más con quien no sabe mantener un imperio, la puerta es por allí.

Los rusos salieron en silencio, el sonido de los pasos resonando como el cierre de una era. Luigi permaneció parado delante de la ventana, observando la ciudad abajo. La guerra silenciosa de los Dons había comenzado y, esta vez, él no perdería nada.

Ni territorio.

Ni dinero.

Ni a la mujer a su lado, que gobernaba junto con él.

Luigi llegó a la mansión al final de la tarde, la tensión de su confrontación con el Don Ruso, Viktor Morozov, aún consumiéndolo. La amenaza velada y la memoria dolorosa de su primer matrimonio lo habían dejado profundamente afectado.

Él entró en la habitación principal, donde Bella estaba sentada en la cama, meciendo a Aurora, mientras Dominic dormía en la cuna. La presencia de ella, la madre de sus nuevos herederos, era un recordatorio agridulce.

Luigi no dijo nada, no tomó a los hijos, él apenas encaró la pared por un momento, la tensión visible en cada músculo.

— Voy a tomar un baño. — Él declaró, con voz áspera. — Después yo salgo.

Tomó una toalla y marchó para el baño, cerrando la puerta detrás de sí con fuerza.

Bella frunció el ceño, el comportamiento de Luigi era inusual; él siempre tomaba a los niños primero y exigía saber de cada detalle del día, su brusquedad la alarmó.

Minutos después, mientras el agua de la ducha corría, Bella dejó a Aurora en la cuna y entró en el baño, cerrando la puerta, el vapor llenaba el ambiente.

— Luigi. — Ella llamó, quedando cerca del lavabo. — ¿Qué sucedió en la empresa?

— No sucedió nada. — La voz de él vino áspera por detrás del vidrio del box. — Yo tuve un día largo, sal de aquí, Bella.

— Yo no salgo. — Ella desafió. — Tú estás estresado, tú estás nervioso, no me mientas, fuimos transparentes ayer, ¿quién fue a la empresa?

La ducha paró. Luigi abrió la puerta del box, enrollado en una toalla en la cintura, el cuerpo poderoso y tenso, el rostro contorsionado por la rabia reprimida.

— ¡No es nada que te interese, Bella! ¡Sal de aquí!

— ¡Me interesa si afecta al padre de mis hijos! ¡Me interesa si tú estás colocando la seguridad de ellos en riesgo! — Ella replicó, manteniéndose firme. — Yo pasé la vida entera sin saber de nada, no voy a aceptar eso de ti, ¡Habla!

Luigi apenas la encaró, la rabia mutua se transformando en silencio. Él salió del baño, vistió un albornoz y salió de la habitación sin darle una palabra más.

Más tarde, después de una cena silenciosa y tensa, Luigi se retiró para el escritorio. Bella, impulsada por su determinación recién adquirida, fue tras él.

Ella encontró la puerta del escritorio entreabierta. Cuando entró, la escena la paralizó.

Luigi estaba sentado en el suelo, apoyado en la mesa, el rostro enterrado en las manos. Había un álbum de fotos antiguo y grueso abierto en su colo, el Don estaba llorando.

Bella nunca lo había visto vulnerable, él era el monolito de hielo, verlo así quebró algo dentro de ella.

Ella se aproximó en silencio y se sentó en la alfombra persa, al lado de él. Ella miró el álbum, había fotos de dos niños: una, un niño pequeño, con cerca de tres años, riendo para la cámara; el otro, un bebé, quizás un año de edad, sentado en el colo de una mujer de belleza fría.

— ¿Quiénes son ellos, Luigi? — Ella preguntó, con voz suave, desprovista de desafío.

Luigi erigió la cabeza, los ojos azules rojos y humedecidos, la imagen del Don que gobernaba Italia se quebró.

— Eran mis hijos. — Luigi susurró, la voz cargada de un dolor lacerante. — Bernardo y Thomaz.

Bella colocó la mano en el brazo de él, un gesto de confort que venía del fondo de su propio dolor.

— ¿Qué sucedió?

Luigi cerró los ojos, reviviendo el horror.

— Mi ex-esposa, Svetlana Morozov... ella los mató, ella ahogó a Bernardo y Thomaz en la bañera de la casa en la que nosotros vivimos... y después ella se mató, fue un infierno.

El choque atingió a Bella, ella sabía que Luigi había sido viudo, pero no la historia, el acto de pura maldad la dejó sin aire.

— Por eso tú estabas tan frío sobre la muerte de sus primeros hijos... — Bella murmuró, entendiendo la armadura de él.

Luigi se giró para ella, el peso de su luto agobiante.

— Me disculpa por hoy, Bella, yo fui un marido inmaduro y cruel contigo, yo estaba estresado.

Él apuntó para el álbum.

— Hoy, el padre de ella, Viktor Morozov... él fue a la empresa a ofrecerme a la hija más joven de él, Ekaterina, para un nuevo matrimonio.

— El Don Ruso... — Bella percibió.

— Sí, yo no acepté, yo no acepté y los mandé lejos, pero después de eso, yo recordé a ellos, a mis hijos. A Bernardo y a Thomaz y yo no conseguí lidiar con la memoria. Tú... tú y los gemelos... ustedes son la única cosa que me devolvió el futuro.

Bella puxó la cabeza de él para su hombro, abrazando al Don que lloraba en su vulnerabilidad. El miedo y la rabia se disiparon, substituidos por la compasión.

— Sus hijos se fueron. — Bella susurró. — Pero ellos no serán olvidados. Y ahora, tú tienes a Dominic y Aurora y a mí y yo no voy a lugar ninguno.

Ella lo apretó por la primera vez, Bella vio que la posesividad de Luigi no era apenas control, sino un miedo visceral de perder todo nuevamente. La nueva Reina y el Don compartían, finalmente, el dolor de un pasado brutal.

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