Laura Díaz y Felipe Núñez parecen tenerlo todo: un matrimonio de cinco años, la riqueza y el prestigio que él ha construido como empresario. A los ojos de todos, son la pareja perfecta. Sin embargo, detrás de la fachada, su amor se tambalea. La incapacidad de Laura para quedar embarazada ha creado una fisura en su relación.
Felipe le asegura que no hay nada de qué preocuparse, que su sueño de ser padres se hará realidad. Pero mientras sus palabras intentan calmar, la tensión crece. El silencio de una cuna vacía amenaza con convertirse en el eco que destruya su matrimonio, revelando si su amor es tan sólido como creían o si solo era parte del perfecto decorado que han construido.
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Capitulo XIII Un día en familia
Punto de vista de Damián
Una semana se había convertido en un mes, y la vida en la mansión empezaba a ser más llevadera. La sonrisa de Laura, aunque a veces forzada, se sentía real cuando estaba con Zoé. Mis guardias me informaron que la empresa de su familia se estaba recuperando, y una parte de mí se sintió extrañamente satisfecha. Mi plan estaba funcionando.
Una vez a la semana, la llevaba a ver a sus padres. Observaba cómo su padre hablaba de su empresa, de cómo la estaba levantando, y me daba cuenta de que, por primera vez en años, no era el único que buscaba venganza. Laura, con sus ojos llenos de una fuerza silenciosa, también tenía un motivo para estar a mi lado.
Pero su madre... ella era diferente. Sus ojos me seguían, y sabía que había algo que no le gustaba. Mi intuición rara vez falla. Me acerqué para interrumpir la conversación entre ellas, sabiendo que mi presencia las haría callar.
—Hora de irnos. — dije de manera cortante.
—Está bien, mamá cuídate y cualquier cosa que necesites puedes llamarme. — Laura se despidió de sus padres con mucho amor.
A pesar de las circunstancias Laura se veía tranquila.
—¿De qué hablabas con tu mamá? —pregunté en el auto, mi voz tranquila, pero con un matiz que ella reconocería como una advertencia.
—Nada importante, solo cosas de mujeres —respondió. Su voz era aguda, desafiante.
—No debo recordarte las consecuencias de mencionar algo sobre nosotros. —La voz me salió más amenazante de lo que pretendía.
—Sé lo que debo hacer. No es necesario que me lo recuerdes. —respondió, y por primera vez, me di cuenta de que ella no le temía a mis amenazas, sino al daño que podría causarle a su familia.
Le pedí al chófer que nos llevará a la escuela de mi hija, quería pasar un día con ellas, como si fuéramos una verdadera familia.
La sonrisa en la cara de Zoé, al vernos llegar al colegio, me hizo olvidar la tensión. Por lo general, los guardaespaldas la recogían, pero hoy había querido que Laura me acompañara. Sabía que Zoé necesitaba una madre, y Laura era la única que podía llenar ese vacío.
—¡Papi, Laura! ¡Vinieron por mí! —gritó Zoé, corriendo hacia nosotros.
—Y esa no es la única sorpresa. Laura, tú y yo pasaremos el día juntos —dije, sintiendo una extraña felicidad.
Las risas de Zoé se escucharon por todo el estacionamiento. La felicidad de la niña era tan palpable que me olvidé de la farsa. Tomé la mano de Laura, y juntos, los tres, subimos al auto. Por un instante, me sentí como parte de una familia real.
Conduje hasta un parque de diversiones. Zoé gritaba de emoción, y mi cara se iluminaba con cada sonrisa suya. Subimos a una montaña rusa, y Laura, con una mezcla de pánico y diversión, se aferró a mí.
—¿Estás bien? —pregunté, riendo.
—No… no me gustan las alturas —admitió, y una parte de mí se sintió conmovida. Detrás de toda esa dureza, había una mujer con mas miedos de los que aparenta.
Después de un día lleno de risas, comida chatarra y juegos, nos fuimos. En el auto, Zoé se durmió, y yo la cargué y la llevé a su habitación.
—Hoy fue un día increíble —dijo, una vez que estábamos solos.
—Lo sé. Me gusta ver a Zoé feliz. Y... no estuvo mal. —Intenté ocultar mi felicidad con mi usual frialdad.
El silencio se instaló entre nosotros, pero esta vez, no era un silencio incómodo. Era un silencio lleno de preguntas, de emociones que ambos nos negábamos a admitir.
—Vayamos a descansar —propuse, tomándole de la mano.
Asentío con la cabeza. Era extraño, pero me había acostumbrado a dormir a su lado. A veces, sin darme cuenta, me aferraba a su cuerpo y dormía abrazado a ella. En otras, cada quien por su lado. Parecíamos una pareja real.
Ya solos en la habitación, entré al baño. Cuando salí, Laura estaba quitándose el maquillaje y las pocas joyas que llevaba puestas. Su cuerpo, su rostro... todo en ella me atraía. Me senté en un sillón y la vi. No podía quitarle los ojos de encima. Su cuerpo, era una invitación a poseerlo.
Para sacar esos pensamientos de mi mente me senté a leer un libro, esa mujer me estaba volviendo loco y no lo podía permitir. Sin embargo, mis deseos eran más grandes que mi voluntad.
—Acércate —ordené mientras me ponía de pie.
—Eh... no, aún me falta hacer algo. Sigue leyendo tu libro —intentó zafarse de la situación, pero yo fui más astuto.
—Tengo algo en el ojo y necesito tu ayuda —dije, y sonó tan convincente que ella se acercó.
Aproveché mi cercanía y la tomé de la mano. —¿Dónde te molesta? —pregunto en un susurro. La guié hasta mi pecho y deslicé sus dedos por él.
—¿Qué haces? —preguntó con asombro.
—Solo te estoy complaciendo. Sé que morías por tocarme —dije, mi voz aún más ronca.
—Eh... te estás equivocando... yo... yo... —Las palabras se le atascaron en la garganta. La posición, la cercanía... era una trampa.
—Sé que deseas esto tanto como yo. Solo déjate llevar por el deseo.
La besé con pasión. Me olvidé de mis prejuicios, y dejé que el fuego que crecía en mí tomara el control. La senté a horcajadas sobre mí, el beso se intensificaba. Me levanté, con sus piernas alrededor de mi cintura, y la llevé hasta la cama, donde la dejé caer con cuidado. En sus ojos, había una pasión incontrolable que me asustaba, pero al mismo tiempo, moría por probarla.
Mis labios recorrieron todo su cuerpo, haciéndome sentir como nunca antes. Fue una noche larga en la que nuestros cuerpos se entregaron a la pasión sin medida.
El sol de la mañana se filtró por las persianas, y el peso de un brazo sobre mi pecho me recordó que ya no estaba solo. Abrí los ojos y me encontré con el rostro de Laura, dormida, con una serenidad que nunca le había visto. Su aliento cálido rozaba mi piel. Anoche, por primera vez en seis años, no me sentí vacío. No me sentí roto. El fuego de la pasión había consumido mis demonios, y en su lugar, había dejado una calma extraña, casi alienante.
Mis dedos trazaron el contorno de su mandíbula. Ella se movió, y sus ojos se abrieron lentamente. No había vergüenza ni arrepentimiento en su mirada, solo una confusión que reflejaba la mía. El juego había cambiado. Ya no era una pieza en mi tablero, no era un simple trofeo. Era la mujer que había encendido un fuego en mí que creía extinto, y el miedo me invadió. ¿Había dejado de lado mi venganza por ella? ¿O simplemente había encontrado un arma más poderosa para mi guerra?