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Heridas Que Reabren

Heridas Que Reabren

Status: En proceso
Genre:Casarse por embarazo / Malentendidos / Elección equivocada / Traiciones y engaños / Padre soltero / Madre soltera
Popularitas:272
Nilai: 5
nombre de autor: Eduardo Barragán Ardissino

Esta historia nos narra la vida cotidiana de tres pequeñas familias que viven en el mismo complejo de torres, luego de la llegada de Carolina al lugar.
Tras ser abandonada por sus padres, y por sus tíos, la pequeña se ve obligada a mudarse con su abuela. Ahí conoce a sus dos nuevos amigos, y a sus respectivos padres.
Al igual que ella, todos cargan con un pasado que se hace presente todos los días, y que condiciona sus decisiones, su manera de vivir, y las relaciones entre ellos. Sin proponérselo, la niña nueva provoca encuentros y conexiones entre estas familias, para bien y para mal.
Estas personas, que podrían ser los vecinos de cualquiera, tienen orígenes similares, pero estilos de vidas diferentes. Muy pronto estas diferencias crean pequeños conflictos, en los que tanto adultos como niños se ven involucrados.
Con un estilo reposado, crudo y directo, esta historia nos enfrenta con realidades que a veces preferimos ignorar.

NovelToon tiene autorización de Eduardo Barragán Ardissino para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 13: Deudas

—Espera un poquito —exclamó Carolina, deteniéndose justo antes de patear la pelota.

Germán, que se disponía a atajar el gol que la niña iba a hacer el intento de realizar, dirigió su atención al lugar que su acompañante estaba mirando, encontrándose con uno de los dueños del complejo, el cual estaba ingresando al lugar.

—Hola —los saludó Daniel, exhibiendo una sonrisa de oreja a oreja—. Jueguen, pero tengan cuidado con esa pelota, ¿eh?

Cuando ambos niños terminaron de asentir al hombre, este se dispuso a reanudar su tarea, pero antes de que pudiera dar un paso, Sofía hizo acto de presencia.

—Hola, Daniel —lo saludo la recién llegada, mientras hacía rebotar con una mano su querida pelota de tenis.

—Hola, ¿está tu mamá? —contestó el dueño del lugar, sin perder su sonrisa.

—Sí, por eso salí, te está esperando.

Daniel procedió a despedirse de los tres, mostrando la palma de su mano, para luego dirigirse hacia la torre 7.

—¿Querés jugar? —invitó Germán a Sofía, cumpliendo con su palabra.

—¿A vos te gusta jugar a eso? —le preguntó esta última a Carolina, ignorando casi por completo al niño— Pero si es un juego para varones.

—Es divertido —contestó la niña nueva—. No lo había jugado antes, pero está bueno. Ya le metí un gol, el otro me lo atajó ¿No querés jugar?

—Paso. A mí no me gustan los juegos de varones. Avísenme si juegan a otra cosa.

Sin dejar de rebotar su pequeña pelota, se alejó de sus dos nuevos amigos.

A Carolina le llamó la atención que aquella nena insistiera en referirse a ese juego de la manera que lo hizo. No obstante, eso no arruinaría su diversión. Volvió a prepararse para realizar su siguiente patada.

Sofía vio un poco de esto, pero optó por ignorarlos a ambos, y concentrarse únicamente en hacer rebotar su pelota una y otra vez. Lamentó no haber tenido tiempo suficiente como para sacar más juguetes. Su madre no recordó hasta esa misma mañana que Daniel iría aquel día, y que llegaría pronto. Sofía tuvo que vestirse y retirarse apresuradamente del departamento. Como en las otras ocasiones, tenía que esperar a que su mamá le diera autorización para volver a entrar. En lo que duraba la visita de Daniel debería buscar en qué entretenerse.

La visión del dueño de las torres deteniéndose a dialogar con Argelia la hizo dejar de jugar con su pelota abruptamente.

Se apresuró a volver a su casa. Llegaría antes que Daniel, le avisaría a su madre que él ya se encontraba ahí, y aprovecharía para llevarse su teléfono celular. Este iba a ser más sencilla la espera para volver a entrar, o para jugar a algo con Germán y Carolina (lo que fuera a ocurrir primero).

Saliendo del departamento con el preciado objeto en su mano izquierda, se encontró nuevamente con el hombre, pues su conversación con Argelia ya había terminado.

Esta lo había llamado al verlo desde su ventana. Su intención fue vigilar a los dos niños, pero al ver pasar a Daniel se apresuró afuera.

—¡Daniel, espere! —lo llamó desde arriba, obligándolo a detenerse.

Acto seguido, la anciana señora bajó rápidamente las escaleras para hablar un momento con él. Quería informarle de la novedad que había acontecido en su casa el día pasado, que ya no vivía sola con Toby en su departamento. Pensó que lo mejor era que aquel hombre se enterase de todo, y de su propia boca. Sabía que él no pondría queja alguna respecto a que viviera con alguien más ahí, pero prefirió no contarle nada hasta después de la llegada de su nieta, por si acaso.

—Era para avisarle eso nada más —finalizó la mujer.

—Gracias, doña Argelia —sonrió su interlocutor—. Sí, ya la vi a la nena. Es la que está con el nene de Fabián jugando a la pelota, ¿no? Yo pensé que era nada más una amiguita suya que vino a visitarlo.

Después de despedirse cortésmente de Daniel, quien se despidió de ella al mismo tiempo, volvió a entrar en la torre 5. Él continuó su camino, deseando no encontrarse con ninguna otra interrupción.

—Chau, nos vemos —se despidió de Sofía, quien se topó con él al salir de su casa, ya con su celular en la mano.

No le dio importancia al hecho de haberla encontrado de nuevo, pues sabía que no iba a molestarlos. Jamás lo había hecho, conocía las estrictas reglas en aquellos casos, aunque no el por qué de estas.

Reyna esperaba la entrada de Daniel, la cual debía ocurrir en los siguientes segundos, ya que su hija le informó que él se encontraba en el complejo, mientras buscaba su amado teléfono móvil. Probablemente se quedaría del otro lado de la puerta hasta que Daniel se fuera, cosa que no le preocupó, porque no podría escuchar nada desde ahí, ya se había asegurado de eso.

Aguardó sentado en su cama con tan solo su bata puesta. Se preguntó a sí misma por qué se había olvidado de aquella importante cita. Nunca le había ocurrido eso antes. Tal vez no conseguía acostumbrarse a lo que tenía que hacer, como creyó que tarde o temprano ocurriría, sin importar el tiempo que llevaba haciéndolo.

No lo hacía tan solo por ella, también por su hija. Sin embargo, y a pesar de todo, en esa ocasión había olvidado la cita, hasta esa misma mañana que algo la obligó a recordar. Como siempre, no contaba con el dinero suficiente, así que la resignación era su única alternativa.

La primera vez creyó ingenuamente que sería la única. Al carecer de una garantía propietaria, o algún recibo de sueldo que la respaldase, le resultó imposible encontrar un refugio para ella y su nena. No contaban con nadie que las ayudara, que estuviera ahí para salvarlas. Desesperada como estaba, la oferta de Daniel fue algo imposible de rehusar. Era una luz al final del túnel. Cubierta esa deuda, más el dinero del alquiler, todo estaría bien.

No imaginó nunca lo lejos que estaban de terminar esos encuentros con él. Jamás se le ocurrió que Daniel podía llegar a ser un problema. Creyó que, después de haber superado el obstáculo de los trámites para entrar en el departamento, todo sería más sencillo, simplemente pagaría el alquiler en fecha y las dos serían felices. Pero los gastos extra, y la constante escasez de efectivo, no dejaron nunca de tomarla desprevenida. Comenzó a hacer lo que tenía que hacer para que Daniel accediera a tener paciencia en la espera de los pagos. Estoicamente se resignó a aceptarlo, no podía hacer más. La vida era así de difícil para ella, siempre lo había sido, igual que para su madre y sus hermanas. Sin ayuda, y sin las mismas oportunidades que el resto, la lucha diaria contra la vida fue algo común para todas ellas.

Estaba segura de que las cosas no eran mucho mejores para esa poca cantidad de inquilinos que habitaba el complejo de torres junto con ella. Casi no interactuaba con ellos, manteniendo un permanente bajo perfil, pero se percataba de que no era fácil para ninguno pagar aquel alquiler, el cual era su única opción para vivir. Ella era la única que se veía obligada, y estaba más que dispuesta, a hacer ese sacrificio, pero nunca vio en eso un motivo para asumir que las luchas diarias de todos ellos no eran reales y muy serias.

Eventualmente apareció la excepción a la regla de aquel lugar, en la forma de un padre divorciado a cargo de su único hijo. La primer persona sin una preocupación real por la vida llegó a la torre 3 ¿Qué problemas, o conflictos, podía verse obligado a atravesar un tipo caucásico lleno de plata como aquel? El hecho de que planeara comprar una casa ya le decía a Reyna todo lo que necesitaba saber al respecto ¿Por qué un tipo como él se rodearía de personas de clase tan baja como las que residían ahí? Más de una vez se dijo que, probablemente, era su manera de sentirse superior a los demás, de poder mirar "desde arriba" a otros, y presumir lo sencillo que era todo para él, gracias al contenido de su bolsillo.

Con tan solo un día de habitar su nuevo departamento, ya había conseguido establecer una especie de amistad con esa rara y solitaria vieja, a la cual le encargaba el cuidado de su nene por días enteros.

Veía cómo esa mujer, en lugar de estar pensando únicamente en relajarse y en pasarla bien en los últimos años de su vida, era forzada a cuidar casi a diario de un chico no emparentado con ella, sin que hiciera falta que lo hiciera.

Reyna dejó a su hija sola en su casa muchas veces, pues sabía que era perfectamente seguro el interior del complejo. Nada le ocurrió jamás. Esa era solo otra manera que el tal Fabián tenía para exhibir todo el dinero con el que contaba. Porque debía existir un acuerdo monetario a cambio de los servicios de la anciana, estaba segura de eso.

No podía encontrar nada relacionado con ese hombre que le gustara, o que no le hiciera llegar a conclusiones nada favorecedoras para él. Sin importar lo que la gente creyese, sabía que jamás se acostumbraría a su presencia en aquel territorio que por derecho le pertenecía a ella. Sentía que se lo había ganado, además llevaba viviendo ahí mucho más tiempo que todos, y sobre todo más que Fabián. Pero no podía hacer nada para evitar esas injusticias tan comunes en su día a día. Solamente podía resignarse a soportar que la vida hiciera diferencias en su trato a las personas como ella y a las personas como él. Resignarse y tratar de hacer lo mejor. Así había sido siempre su vida, y así es como siempre le respondió a esta. Estaba convencida de que nunca llegaría a ser tan buena como su progenitora, pero siempre intentó seguir sus pasos de todos modos, luchar por su hija incansablemente.

Le satisfacía no haberse visto obligada a replicar ninguno de los castigos de su madre hasta el momento. Llegaría el momento en que su niña sería merecedora de uno, y ella debía ser la encargada de impartirlo. Esperaba ser así de fuerte e inflexible, cuando esa ocasión llegase. Gracias a la crianza de su valerosa madre, tan potentemente arraigada en su cabeza, había llegado a ser lo que era. Se había autoimpuesto la tarea de ser tan buen modelo a seguir para Sofía como Susana lo fue siempre para ella. Esa mujer, que consiguió deshacerse de hombres igual de horribles, y que lo hizo únicamente por sus hijas. Así de fuerte se había propuesto ser.

También había cometido un error a la hora de elegir con quién juntarse, pero a diferencia de su mamá, no se volvería a equivocar. La figura paterna que conseguiría para la pequeña Sofía no podía ser nada menos que lo mejor. Sin importar las malas experiencias del pasado, mantendría la fe en la existencia de buenos hombres allá afuera, ya que la vida le mostró que el problema no era que esos tipos de su pasado fueran hombres, sino otra cosa. El mismo problema que veía en los ojos de aquel padre soltero, y en los últimos días, en los de Daniel.

Al principio había aceptado sus exigencias y el trato que ambos habían realizado. Esto último lo vio, inclusive, como un sacrificio necesario y nada más. Fue en el transcurso de esos años cuando se percató de que era víctima de algo horrible, de lo que no podía escapar, pues no contaba con otra salida. Esa clase de gente seguía apareciendo en su vida, haciéndole daño una y otra vez.

Quirico había sido el primero, y en su adultez fueron aquel sujeto misterioso, Tadeo, Daniel, y Fabián. Ella los veía como representaciones del pasado, el presente, y el futuro: los 3 primeros eran los hombres con quien tuvo que lidiar, luego estaba el tipo al que debía soportar en esos momentos, y por último, el sujeto a quien enfrentaría tarde o temprano. Todos hacían uso de la violencia y del dinero para poder darse el lujo de someter a los demás.

—Hola, Reyna —la saludó Daniel, entrando en el departamento como si nada, sonriendo, y exasperando a esa madre soltera, la cual nunca se permitió el hacerle notar a ese hombre lo que sentía— ¿Cómo estás?

Ella, asentada en su cama, y con la puerta de la habitación abierta, permitiéndole verla y hablarle desde la entrada del departamento, se limitó a asentir con la cabeza como respuesta. Se puso de pie cuando él cerró la puerta.

—Hay que pintar aquella pared —dijo señalando un sector de la habitación, después de hacer una rápida revisión del lugar con la mirada—. Me avisaron que este año sí va a haber inspección. Si no mandas a arreglar vos todos los problemas del departamento, ellos te van a mandar a alguien, y te va a salir mucho más caro.

Reyna no lo podía creer. Como si faltaran más motivos para hacerla enojar, ese tipo volvía con eso. A pesar de todo, siguió sin demostrar la ira que la invadía, y como siempre, asintió una y otra vez cómo respuesta a lo que Daniel le dijo. Nada más podía hacer, y ese hombre lo sabía muy bien. Ese era el otro motivo por el que odiaba la presencia de ese sujeto en su casa, la razón por la que prefería que sus encuentros pactados fueran en la casa de este. Lamentablemente, esto último no siempre era posible, lo que siempre hacía que Daniel diera inicio esa clase de exigencias sin sentido que ella debía soportar y complacer, si no quería correr el riesgo de ser echada de ahí junto con su hija, quedando ambas sin un lugar adonde ir. Ese alquiler, sin un contrato legal, era lo mejor que pudieron, y que podrían, conseguir. Sentía cómo le hervía la sangre cada vez que Daniel le daba el nuevo  "Contrato de comodato", en el que ni siquiera figuraba que ella estuviese alquilando, sino que él le estaba prestando ese lugar para vivir.

Sin un documento legal para respaldarla, tuvo que acceder cada vez que el dueño le exigió reparar o mejorar de alguna manera cualquier detalle del departamento, incluyendo la múltiple cantidad de desperfectos que ese lugar ya tenía antes de que las dos fueran a vivir ahí. Todo debía salir de su bolsillo, por supuesto, pues él lo dejó bastante claro en cada ocasión.

Al carecer de un modo de recibir un salario, Reyna siempre estuvo agradecida por el dinero que se le daba cada mes por el hecho de ser una madre desempleada, lo que les permitía seguir subsistiendo. No obstante, todo lo que Daniel le forzaba a pagar, y los ocasionales aumentos en el precio del alquiler, hicieron que los retrasos en los pagos no tardarán en hacerse presentes.

Siempre desconoció si el resto de los inquilinos debía atravesar los mismos problemas, o si Daniel sólo le hacía eso a ella, ya que no conversaba con ninguno. Únicamente sabía que necesitaban de esa casa para vivir, y que no tenía más alternativa que hacerle esos favores para ganar tiempo. Como ya había dicho ese hombre una vez, no era su problema, sino el de ella.

Al principio no entendió por qué ese nefasto hombre era tan quisquilloso con detalles de dentro de la casa, que solo podían molestarlas a ellas y no a él, al punto de inventarse esa tontería de la inspección (debía tratarse de una mentira para presionarla, ya que usaba ese mismo argumento desde años atrás sin que esto ocurriera en algún momento, y tampoco le dijo nunca quiénes la llevarían a cabo). Al poco tiempo llegó a la conclusión de que debía estar planeando ponerlo en óptimas condiciones a costa del dinero de otra persona para poder venderlo a una considerable cantidad, si ellas se fueran, o luego de deshacerse de las dos. Pero ellas no se irían. Reyna jugaría su juego, pues no tenía otra opción, pero no iba a ser tan sumisa como aparentaba. Vencería al final.

—Dale, vení —lo invitó moviendo el dedo índice izquierdo, exhibiendo su mejor expresión de coquetería, y mostrándose impaciente por empezar.

Una vez que él entró en la pieza, ella no tardó en despojarse de la bata para así dar inicio al asunto que llevó a Daniel ahí.

Mientras lo hacían con toda la dureza que podían permitirse, ella no dejó de repetirles lo mucho que gozaba eso y lo bueno amante que él era. Nunca gritaba, por lo que Sofía jamás oyó nada de eso, ni siquiera sentada ahí afuera en el piso del otro lado de la puerta, usando la señal inalámbrica de internet proveniente de su casa.

Al no querer jugar con Carolina y Germán, era lo único que podía hacer mientras esperaba el momento de poder entrar de nuevo a su hogar, o que sus dos amigos jugaran a algo que despertara su interés.

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Kami
Me gustó la forma de narrar
Eduardo Barragán Ardissino: Muchas gracias♥️.
total 1 replies
Tae Kook
No puedo creer lo bien que escribes. ¡Me tienes enganchada! 🔥🤩
Eduardo Barragán Ardissino: Muchas gracias, me alegra saberlo💖.
total 1 replies
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