Luna Vega es una cantante en la cima de su carrera... y al borde del colapso. Cuando la inspiración la abandona, descubre que necesita algo más que fama para sentirse completa.
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Capítulo 13: Te necesito
El interior del coche negro huele a cuero recién limpiado. Las ventanillas tintadas devuelven un reflejo oscuro, casi opresivo, y Selena se descubre mirando su propio rostro en ellas, sin reconocerse del todo.
El motor ronronea mientras la ciudad se desliza a través del cristal, indiferente a lo que ocurre en su interior.
Se aprieta las manos sobre el regazo. No es nerviosismo exactamente, sino una incomodidad difícil de definir, como si aún no tuviera claro por qué aceptó estar allí.
Ayer por la tarde, la voz de la mánager todavía le sonaba como un eco:
—Tienes que entenderlo —había dicho la mujer, con un cansancio que no parecía fingido—. Luna me ha pedido que concertemos esta reunión contigo. Créeme, no soy la más entusiasmada en hacerle favores después de lo que pasó.
Selena había arqueado las cejas, incrédula.
—No tiene sentido. Yo no soy... nadie.
—Precisamente por eso. Ella no quiere a nadie de la industria. Quiere a alguien que le diga la verdad, aunque duela. Y por lo que me dijo Luna, eres de las pocas que se atrevió.
Selena recordaba haber respondido con un silencio torpe, sin saber si aquello era un cumplido o un reproche.
Jennifer, sin embargo, había insistido, inclinándose hacia ella con un gesto que rozaba lo desesperado:
—Una oportunidad. Solo eso. Si no funciona, te aseguro que no volveré a molestarte.
Y, casi sin darse cuenta, Selena había acabado asintiendo, aunque en su cabeza seguía repitiéndose que todo aquello no tenía ni pies ni cabeza.
El recuerdo siguiente fue más caótico; diez minutos eternos intentando convencer a Marcus de que no podía acompañarla. El chico casi se había puesto en pie sobre la mesa de la cafetería, exigiendo que nadie lo dejara fuera de aquello. "¡Luna también debe conocerme!", había repetido una y otra vez, hasta que Chloe y ella misma tuvieron que bajarle los humos.
Al final, la promesa de esta vez conseguir un autógrafo en cuanto todo terminara fue lo único que logró apaciguarlo.
Hoy Marcus había vuelto a insistir incluso en mitad de una clase en la universidad, enviándole notas escritas a escondidas, como si la estuviera vigilando. Selena había rodado los ojos más de una vez.
En cambio, su propia mañana había sido de lo más corriente.
Abrir la cafetería, preparar cafés, saludar a clientes habituales. Ni una sola mención a lo que le esperaba por la tarde. Ni un atisbo de emoción. Porque, a diferencia de Marcus —que se desvivía por cada noticia de la cantante—, Selena no sentía esa necesidad.
Para ella, Luna era... otra persona. Una mujer con problemas, como cualquiera, y con un talento que había aprendido a poner en duda. Y tal vez por eso estaba allí, porque no necesitaba nada de ella, ni fotos, ni firmas, ni un recuerdo que colgar en redes.
Suspira y vuelve la vista al cristal.
El coche avanza sin que ella sepa a dónde la están llevando exactamente. La ciudad, a esa hora, parece volverse más dorada bajo la luz del atardecer, como si todo lo que le espera estuviera cubierto por un velo de misterio.
Y aun así, lo único que piensa es que preferiría estar sirviendo cafés.
El coche se detiene con suavidad frente a un edificio que parece sacado de otra realidad. Selena levanta la vista y se encuentra ante el Hotel Élysée Crown, un coloso de cristal y mármol que refleja el cielo del atardecer como si lo reclamara para sí.
Nunca había estado tan cerca de aquel lugar; lo más parecido había sido pasar por delante con el autobús, mirando de reojo las lámparas que relucían en su vestíbulo.
Un hombre trajeado le abre la puerta con un gesto impecable, demasiado servicial, y la invita a descender. El aire le golpea la cara, cargado de un perfume caro que flota en la entrada, y por un instante piensa que no está en su ciudad, sino en algún decorado imposible.
—Por aquí, señorita —dice uno de los acompañantes, inclinándose apenas.
Dos personas, también de traje, se colocan a su lado y comienzan a guiarla hacia el interior.
El suelo de mármol brilla tanto que Selena tiene miedo de dejar huellas con sus zapatillas. Candelabros colosales iluminan el vestíbulo, mientras un piano suena discretamente en un rincón. Todo parece demasiado elegante, demasiado ajeno.
Selena traga saliva. Se siente fuera de lugar, pequeña, como si todos pudieran notar que ella no pertenece a ese mundo. Y durante unos segundos se plantea seriamente girar sobre sus talones, salir corriendo y perderse entre la multitud de la avenida.
Pero entonces recuerda la noche anterior, cuando Marcus y Chloe la acompañaban de regreso a casa.
—No lo entiendes —Marcus casi había gritado, con los ojos brillando como si defendiera una causa sagrada—. ¡Es un honor! Un honor que te pida a ti, Selena. ¡A ti! Una chica sin experiencia musical. Cualquiera mataría por estar en tu lugar.
—Marcus... —Chloe había puesto una mano firme sobre su hombro, calmándolo—. No la presiones más.
Luego su amiga se había girado hacia ella, con esa serenidad que siempre parecía tener la respuesta justa.
—Solo piensa en algo. Tal vez no vuelva a repetirse. Puede que sea incómodo, sí, pero también puede ser... una oportunidad. Una de esas que no sabes que necesitas hasta que pasan.
Selena, agotada, no había dicho nada en ese momento, pero esas palabras seguían repitiéndose en su cabeza ahora, mientras los trajes oscuros la conducen por un pasillo alfombrado.
Se detienen finalmente frente a una puerta doble, imponente, de madera pulida y adornos dorados.
Uno de los hombres la abre con cuidado y hace un gesto solemne.
—Aquí es. La señorita Vega la espera adentro.
El corazón de Selena late más rápido. Por un instante, todo el lujo del hotel desaparece, reducido a una sola pregunta: ¿qué demonios está haciendo allí?
Inspira hondo antes de dar el primer paso. El silencio de la sala privada se impone en cuanto la puerta se cierra tras ella. Lo primero que percibe es el olor: cuero, madera barnizada, un deje de jazmín flotando en el aire.
Y entonces la ve.
Luna Vega está sentada al otro lado de la mesa, reclinada con una calma que parece calculada, enfundada en una chaqueta de cuero negra sobre un top blanco que contrasta con su piel dorada. Su pelo marrón, algo despeinado, cae sobre un rostro que ahora muestra una seguridad feroz, casi arrogante, como quien juega una partida que ya sabe ganada.
Selena siente un nudo en el estómago.
La que está sentada frente a ella no parece la misma chica que se escondía tras un café, buscando conversación en un lugar cualquiera. Esta Luna parece una versión amplificada de su personaje, casi intimidante. Y eso le enciende algo por dentro: la necesidad de no dejar que esa seguridad la arrastre, de no darle la satisfacción de parecer impresionada.
—Así que aquí estás —la recibe la cantante.
La recién llegada arquea una ceja, dejando que el silencio pese un instante antes de contestar.
—No es que me dejaran muchas opciones.
Luna ladea la cabeza, divertida.
—¿Obligada a venir a verme? No suena muy halagador.
—No he venido a halagarte —responde Selena, directa.
Por un segundo, la sonrisa de Luna se ensancha, como si justo esa respuesta fuera lo que esperaba.
—Perfecto. Entonces podremos hablar en serio.
Seguidamente, hace un gesto hacia la silla frente a ella, la sonrisa aún dibujada en sus labios.
—Siéntate. No muerdo.
Selena duda unos segundos antes de obedecer. No le gusta que la dirijan, pero tampoco piensa montar un espectáculo en medio de aquel lugar. Se acomoda despacio, sin apartar la mirada de Luna, como quien acepta un reto silencioso.
El silencio se estira entre ambas hasta que Luna lo rompe con un tono más ligero del esperado.
—He leído tus ensayos.
—¿Cómo? —Selena parpadea, desconcertada.
—Tus trabajos de la universidad, tus análisis. Debo decir que me han sorprendido. La manera en la que desarmas a un personaje, en la que logras ver lo que otros pasan por alto... es impresionante.
Selena se inclina hacia adelante, con el ceño fruncido.
—¿Has leído mis ensayos? Eso es privado.
Luna sostiene su mirada sin inmutarse, apoyando un codo en la mesa.
—Digamos que moví algunos hilos.
El gesto de Selena se endurece.
No le gusta. No le gusta la gente que actúa como si todo estuviera a su alcance con un chasquido de dedos, como si nada estuviera fuera de su poder. Y en ese momento, lo único que consigue Luna es empujarla aún más lejos, levantarle muros en lugar de derribárselos.
—Qué conveniente —responde, fría—. Supongo que cuando uno está acostumbrado a tenerlo todo, hasta lo ajeno parece de fácil acceso.
Luna no se inmuta. Sigue con esa calma aparentemente inquebrantable.
Selena aprovecha el silencio para lanzarle la pregunta que lleva ardiendo en la garganta desde que cruzó la puerta.
—Entonces dime, ¿a qué viene todo esto? ¿Mi presencia aquí tiene algo que ver con la cancelación de tu gira?
Luna se reclina en la silla; el cuero de la chaqueta cruje suavemente. No parece sorprendida.
—Veo que no pierdes el tiempo.
—Prefiero las respuestas claras —ataja la rubia.
Un destello de desafío se enciende en los ojos de Luna, como si disfrutara de esa manera tan directa de hablarle.
—Tal vez sí. Tal vez no... —hace una pausa— Pero si has venido hasta aquí, es porque, en el fondo, estás intrigada.
—No confundas curiosidad con interés —replica Selena.
Luna sonríe, ladeando la cabeza.
—Está bien. Iré al grano. Te necesito.