LA REINA ELARIA

—¿Qué es este lugar? —le pregunté, deteniéndome a observar una barra donde los hombres y mujeres bebían de copas que contenían líquidos de colores vivos.

Kael se giró hacia mí, sorprendido por mi pregunta.

—Es un bar, Elaria. ¿En serio nunca has estado en uno?

Negué con la cabeza.

—¿Qué se supone que haces aquí?

Él sonrió de lado, claramente disfrutando de mi falta de experiencia.

—Te diviertes, bebes, hablas con desconocidos… y a veces bailas. Vamos, te va a encantar.

Antes de que pudiera responder, Kael me tomó de la mano y me llevó hacia la barra. El barman, un hombre robusto con una barba bien cuidada, nos lanzó una mirada amistosa.

—¿Qué van a querer?

Kael lo saludó con un gesto de la cabeza.

—Algo suave para ella —dijo, señalándome con un movimiento de la barbilla.

—¿Y tú? —preguntó el barman.

—Un tequila.

Mientras el hombre preparaba nuestras bebidas, observé el lugar con atención. Había una mujer en un rincón tocando una especie de instrumento de cuerdas, acompañando la música que sonaba desde una máquina en la pared. El ritmo era diferente a cualquier cosa que hubiera escuchado antes: alegre, pero relajante.

—Aquí tienes —dijo el barman, colocando frente a mí un vaso pequeño con un líquido dorado.

Kael tomó su propia bebida, algo más oscuro y con un olor más fuerte, y levantó su vaso hacia mí.

—Por tu primer segundo dia como no-reina.

Rodé los ojos, pero tomé el vaso y lo alcé también.

—¿Y ahora qué?

—Bebe —dijo simplemente, tomando un sorbo del suyo.

Llevé el vaso a mis labios y tomé un pequeño sorbo. El sabor era dulce al principio, pero luego sentí un ardor en la garganta que me hizo toser ligeramente. Kael soltó una carcajada al ver mi reacción.

—¿Eso es lo que llamas suave? —pregunté, dejándolo sobre la barra.

—Es suave para empezar. —Me guiñó un ojo antes de girarse hacia la multitud.

—¿Y ahora qué? —le pregunté.

—Ahora, disfrutamos.

Kael me condujo hacia una mesa vacía cerca de la pista de baile. Me senté, pero él permaneció de pie, observando cómo algunos empezaban a moverse al ritmo de la música.

—¿Te gusta bailar? —me preguntó de repente.

Lo miré con escepticismo.

—No sé si esto cuenta como bailar.

—Ven, déjame enseñarte. —Kael extendió su mano hacia mí, pero yo dudé.

—No sé si esto sea buena idea…

—Confía en mí, no tienes que ser buena. Solo tienes que intentarlo.

Tomé su mano con cautela, y él me llevó a la pista. Al principio, me sentí torpe, fuera de lugar. Pero la risa de Kael y el ambiente relajado empezaron a contagiarme. Antes de darme cuenta, me estaba moviendo al ritmo de la música, dejando que las preocupaciones se desvanecieran por un momento.

Cuando finalmente regresamos a nuestra mesa, ambos estábamos sin aliento, pero él tenía una sonrisa triunfante.

—¿Ves? Te dije que te iba a encantar.

No pude evitar sonreír, aunque me negué a darle toda la razón.

—No estuvo tan mal —admití.

Kael levantó su vaso, y yo hice lo mismo, lista para dar otro sorbo mientras la noche apenas comenzaba.

Después de terminar nuestras bebidas, Kael se levantó y comenzó a explorar el lugar como si estuviera buscando algo. Lo observé desde nuestra mesa, sintiéndome un poco fuera de lugar pero al mismo tiempo intrigada. Finalmente, regresó con una sonrisa pícara.

—Encontré algo interesante —dijo, extendiendo su mano para que lo siguiera.

—¿Qué cosa? —pregunté, levantándome lentamente.

—Ven, no arruines la sorpresa.

Lo seguí a regañadientes mientras me guiaba hacia un rincón más oscuro del bar, donde un pequeño grupo de personas se había reunido alrededor de una mesa. Había risas y murmullos, y pude ver que estaban jugando algún tipo de juego con cartas y monedas.

—¿Sabes jugar? —me preguntó Kael, señalando la mesa.

Negué con la cabeza.

—No tengo idea de lo que están haciendo.

Kael me miró como si hubiera dicho algo increíblemente gracioso.

—Es un juego de apuestas. Solo observa y aprende.

Se sentó en uno de los pocos asientos disponibles y, antes de que pudiera protestar, me hizo un gesto para que me sentara a su lado.

—No estoy segura de esto… —murmuré, pero me acomodé a regañadientes.

—Relájate, no vamos a apostar nada importante —me susurró mientras sacaba algunas monedas de su bolsillo y las colocaba sobre la mesa.

Los demás jugadores lo miraron con interés, especialmente cuando él deslizó una sonrisa confiada y se inclinó hacia adelante para participar en la primera ronda. Mientras tanto, yo me quedé observando, intentando entender las reglas.

—¿Quieres intentarlo? —me preguntó después de un par de rondas.

—No, gracias. No me gusta perder.

—¿Y si ganas? —contraatacó con una ceja levantada.

Lo miré con desconfianza, pero finalmente tomé una moneda de su pila y la coloqué sobre la mesa.

—Solo una vez —advertí.

Kael se rió entre dientes, y los demás jugadores asintieron, listos para incluirme en la partida. Al principio, estaba completamente perdida, pero Kael me ayudaba con discretos consejos al oído.

—Juega esa carta. No, esa no, la otra.

—¡Deja de decirme qué hacer! —le susurré con un poco de frustración.

Para mi sorpresa, gané mi primera ronda, lo que provocó un murmullo de aprobación entre los jugadores y una mirada de orgullo fingido por parte de Kael.

—¿Ves? No fue tan difícil.

—Fue suerte —respondí, aunque no pude evitar sonreír.

Seguimos jugando un rato más, y aunque no gané todas las rondas, logré disfrutarlo. Kael, sin embargo, parecía estar en su elemento, riendo y charlando con los demás jugadores como si los conociera de toda la vida.

Finalmente, decidimos retirarnos. Kael se levantó y extendió su mano hacia mí.

—Creo que es hora de ir a dormir.

—Creo que sí —dije, levantándome de la mesa.

Salimos del rincón del bar, y mientras subíamos las escaleras hacia nuestra habitación, Kael llevaba una sonrisa satisfecha.

—Te divertiste, admítelo.

—Tal vez un poco —respondí con un encogimiento de hombros.

—Eso es un sí —dijo con suficiencia mientras abría la puerta.

Entramos en la habitación, y Kael se dejó caer en el sofá mientras yo me dirigía a la cama, sintiéndome más cansada de lo que esperaba después de una noche asi.

Me giré lentamente hacia Kael, sintiendo que el mundo giraba a mi alrededor.

—Mi cabeza da vueltas —dije con voz arrastrada.

Kael levantó la mirada desde el sofá, evaluándome con una mezcla de diversión y exasperación.

—Eso es porque estás borracha —respondió sin rodeos.

—¿Cómo sé que realmente estoy borracha? —pregunté, llevándome una mano a la cabeza como si eso pudiera estabilizarme.

—Si te paras, probablemente tambalearás —me explicó con tono casual.

—¿Ah, sí? —respondí con un desafío evidente, y me levanté de la cama.

—Estás loca de verdad —dijo Kael, incorporándose ligeramente como si se preparara para evitar lo inevitable.

—No estoy loca —repliqué mientras intentaba caminar con pasos cortos, sintiendo que cada movimiento era más complicado de lo que debería ser.

—Te vas a caer... —murmuró, pero antes de que pudiera terminar la frase, tropecé ligeramente hacia un lado.

Kael se levantó de inmediato, atrapándome por la cintura con movimientos rápidos y precisos. El contacto me hizo sentir un calor inesperado, y nuestros ojos se encontraron en un silencio pesado.

—Eres impredecible —dijo en voz baja, pero no me soltó.

—Tú... —murmuré, aún perdida en su mirada— tú me motivaste a salir de ese castillo.

Kael parpadeó, y sus ojos cambiaron, como si mi confesión lo hubiera tomado por sorpresa. Me miró por un momento más, y sus manos en mi cintura se tensaron levemente, como si estuviera procesando lo que acababa de decir.

—¿Qué? —susurró finalmente, con una expresión que no supe descifrar.

Pero antes de que pudiera responder, mi cuerpo se dejó llevar por el cansancio, y cerré los ojos, apoyándome ligeramente en él mientras sentía cómo me mantenía firme en su abrazo.