La joven, cuyo corazón había sido destrozado por la crueldad de aquellos que una vez habían sido sus seres queridos, ahora caminaba por un sendero de venganza. Había perdido todo: su hogar, su familia, su inocencia. La amargura y el dolor habían dado paso a una sed de justicia, que la impulsaba a buscar a aquellos que le habían arrebatado todo. Sin embargo, el destino, que parecía tener un plan propio para ella, nuevamente la pondría a prueba. La joven se encontraría cara a cara con su pasado, y debería enfrentar las sombras que la habían perseguido durante tanto tiempo. ¿Podría encontrar la fuerza para perdonar y seguir adelante, o la venganza la consumiría por completo? Eso solo el tiempo lo diría.
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capítulo 13
Elizabeth se levantó, atraída por la belleza del jardín. La puerta se abrió a un mundo de colores y fragancias, donde las rosas rojas danzaban en el viento. Emir la llamó, pero ella ya se había alejado, envuelta en la magia del lugar. Las flores parecían susurrarle secretos, y el sol acariciaba su rostro. Era el paraíso que siempre había soñado.
El gran salón estaba repleto de ministros, comandantes y nobles de alto rango, todos pendientes de la imponente figura de Amalia junto al trono. Narón hizo su entrada, y el murmullo cesó. Los presentes se inclinaron en señal de respeto.
Un hombre, con una sonrisa arrogante, captó su atención. Ofrecía una mujer a cambio de una fortuna. Narón lo reconoció al instante, es el mismo que había intentado agredir a su padre.
"¿Él es el testigo? Qué coincidencia...", pensó Narón con escepticismo.
El hombre se presentó con confianza. "Su majestad, como hombre de negocios, me encontraba en los alrededores y vi a un individuo sospechoso saliendo del palacio. Lo seguí y escuché cómo entregaba un anillo a una figura encapuchada, que declaraba que el rey ya no está entre nosotros'".
La sala se sumió en un tenso silencio. Amalia clavó su mirada en Narón, esperando su reacción.
La tensión en el salón era palpable. "Coincide con el relato del sospechoso", intervino el ministro, ansioso.
El testigo asintió. "Solo pude reconocer que se trataba de una mujer por su voz".
Amalia se levantó, pálida. "¿Una mujer?" Su voz temblaba.
El testigo recibió una bolsa de monedas de oro y se inclinó. "Fue un honor servirle majestad"
Narón se levantó, aún más confundido y al salir, su mirada se cruzó con una figura femenina en el jardín. La mujer, oculta entre las flores, brillaba como un rayo de sol. Su belleza lo envolvió, dejándolo sin aliento. Parpadeó, temiendo que la ilusión se desvaneciera y se preguntaba si era un producto de su imaginación cansada.
"¿Quién es?"
Elizabeth se encontraba tranquila contemplando el jardín y en un instante, su calma se desvaneció, reemplazada por un terror visceral. Su rostro pálido reflejaba pánico al ver a un hombre acercarse con una mirada perturbadora." En ese momento, el hombre emergió de las sombras. Su mirada era inquietante, su sonrisa siniestra. "¿Qué hace una hermosa señorita sola en este lugar?" preguntó, acercándose con intenciones sospechosas.
Elizabeth se estremeció. "¡Disculpe, me iré ahora mismo!" Intentó liberarse, pero el hombre la retuvo.
"No, quédese", insistió él, su voz baja y amenazante. "Estamos solos... podemos hacernos compañía". Su risa fue perturbadora, y Elizabeth se debatió en vano.
Narón miraba la situación desde la distancia. El hombre la sujetó brutalmente del brazo con una sonrisa cruel. "Maldito viejo", gritó Narón, interviniendo con furia.
Elizabeth desesperada suplicaba que la dejara ir, entonces otro hombre se acercó rápidamente y dijo "Suélta a la dama", ordenó, con voz firme y autoritaria.
El hombre se giró, con mirada desafiante. "¿Y quién eres tú para intervenir?"
La tensión era palpable. Elizabeth temblaba, y Narón dice amenazante. " Ahora sabrás quién soy".
El reencuentro con su amado está muy próximo