EL chico problema se declara a la chica más popular frente a toda la escuela, pero ella no es lo que aparenta.
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VOL2- CAPITULO 6: ¡IL CASTLIN FERER!
¡IL CASTLIN FERER!
IL Castlin resultó ser una ciudad completamente diferente a como se la imaginaba. Devan no creía que algo tan maravilloso pudiese existir. Los árboles eran tan altos como rascacielos y aún más. Había árboles con hojas tan enormes como una casa pequeña. IL Castlin consistía en una ciudad colgada en la cima del bosque interminable. Enormes puentes colgantes formaban las calles en una intrincada red entre rama y rama. Sobre los puentes y ramas se erguían edificios de madera bellamente tallados.
Devan disfrutó sobre todo el ascenso a la ciudad, el cual hicieron montados en bellos animales plumíferos, con cabezas de águila pero con cuatro patas. Devan tenía la sensación de haber visto ese tipo de animales en una película allá en Midgard, pero olvidaba el nombre.
—Es un hipogrifo, así se le llama en Midgard, pero son solo criaturas míticas para ustedes —fue la respuesta de Hermelinda—. El nombre en Alfheim lo desconozco.
—Lo llamamos Ronel —contestó Elein.
Sin importar el nombre que tuviesen, Devan disfrutó mucho cabalgar uno, volar entre las ramas de los árboles y contemplar las maravillas de ese mundo.
Cuando los rodeó el ejército de Castlin, Devan creyó que había llegado el momento de poner en práctica las lecciones de combate de Calíope y Hermelinda, pero todo se resolvió pacíficamente. Ellos declararon estar en Alfheim cobijados por el Estatuto de Ydhin, y como participantes en el juego de los dioses, los elfos de Castlin les otorgaron una enorme importancia y los invitaron a la coronación del primer rey de reyes que tendría ese mundo.
Ahora vivían temporalmente en una especie de posada, que casualmente no tuvieron que pagar. Según Elein, en las ciudades de los elfos había edificios como esos que se prestaban a los viajeros.
Por fin tuvieron la oportunidad de salir y comprar ropa nueva. Elein y Hermelinda discutieron sobre cuál era la mejor ropa que debía usar Devan, pero fue Calíope quien decidió al final.
—Lo propio para un guerrero Vanir, es ir ligero pero lo bastante protegido para cualquier tipo de clima.
Nuevamente se alegraron al descubrir que incluso la ropa era gratis. Devan quiso entender la economía de las ciudades de los elfos y Elein se lo explicó.
—Ishur, en primer lugar, no existe una moneda oficial ni nadie paga por cosas indispensables. Simplemente, todos trabajamos y todos ofrecemos nuestro trabajo a los demás.
—¿Quieres decir que hay elfos haciendo ropas o viviendas para viajeros sin esperar ninguna compensación? —Devan no llegaba a entender aún cómo funcionaba todo.
—Creo que tu enfoque está mal, Ishur —dijo Elein con una actitud comprensiva—. La compensación que se espera es que cuando viajemos a otros sitios encontremos la misma hospitalidad, aunque esa hospitalidad menguó mucho entre reinos por culpa del juego de los dioses. En general, Ishur, no hay mejor paga para un orfebre que alguien quiera usar sus joyas o para un constructor que alguien quiera habitar la casa que construyó. Aunque en el caso de los artículos mágicos o conocimientos importantes se suele pedir algo a cambio, pero nunca será dinero.
—¿Y la comida? ¿Hay elfos agricultores satisfechos en entregar su cosecha para los demás sin recibir un pago por eso?
—Hay comida en abundancia —Elein se rio al ver la cara de sorpresa que ponía Devan—. Es el mismo principio, aunque en este caso, los agricultores tienen un gran estatus.
—Este no es el mundo humano, Devan, así que olvida usar tu lógica humana en esto —señaló Hermelinda, mientras se probaba una capa que se asemejaba a una corteza de árbol gris. Calíope había salido de la tienda.
—Veamos, Elein, ¿y si alguien decide no trabajar? ¿Si alguien es holgazán o no tiene interés en dar nada gratis? El pueblo entero cargará con él.
—¿A quién se le ocurriría algo semejante? —Elein cruzó los brazos—. Ishur, puede que en este mundo existan holgazanes, no todos los elfos son buenos, pero ese tipo de elfos no se quedarán a vivir en un solo lugar, tendrán que viajar de un lado a otro porque si se quedan a vivir en una ciudad o algo parecido y demuestran que no tienen nada que ofrecer a los demás, me temo que muy pronto los demás dejarán de ofrecerles sus bienes. En otras palabras, Ishur, no es un sistema que se base en la bondad o el altruismo, es un sistema económico que funciona para gentes productivas.
—¿Y los que no sean capaces de producir? ¿Los niños? ¿Los discapacitados? ¿Los ancianos?
—Lógica humana, como dije —Hermelinda se probaba otra capa—. Los elfos no envejecen. ¿Cuántos años crees que tiene Elein?
Devan miró con asombro a la elfa, ella le sonrió.
—No soy tan mayor, apenas tengo ciento dos años. Respecto a tus preguntas, los niños tienen a sus familias que los cuiden mientras crecen, y si son huérfanos alguna familia los adoptará. (Aunque muchos niños no hay). Los elfos que por algún motivo sean discapacitados dan lo mejor de sí de acuerdo a sus posibilidades, ya sea ofreciendo canciones o cuentos, enseñando algún conocimiento.
—Interesante, pero acá viene la pregunta más importante —y Devan sonrió—. ¿Los reyes? Si una sociedad como esta funciona, ¿qué necesidad hay de reyes?
—No creo que en la escuela hicieras tantas preguntas —comentó Hermelinda.
—El asunto de los reyes, Ishur, es todavía más fácil de explicar. Si una sociedad como esta funciona es precisamente porque hay reyes. Los reyes cumplen la función vital de vigilar y proteger. Los reyes son la cabeza del cuerpo militar en los reinos.
—Pero… —Devan empezó a hablar.
—¡Ya basta, Devan! —dijo Hermelinda arrojándole una chispa dorada de sus dedos—. Para juzgar todos estos temas debes entender que los elfos son una especie longeva, viven centurias e incluso milenios. Ya te lo había mencionado antes con respecto al sexo —Devan se puso colorado—. Para seres semejantes alcanzar la estabilidad es algo que resulta muy sencillo. Si un cambio se produce es por un factor externo, como en el caso del juego de Asgard, y mira los problemas que les trajo. Por lo demás, viven en una estabilidad duradera porque ellos mismos son duraderos. Su sociedad, basada en la magia y naturaleza, les da una mentalidad completamente diferente a la de los humanos. Por ejemplo, no han necesitado construir máquinas complejas ni destruir el ecosistema para alcanzar el progreso.
Devan levantó las manos.
—Vale, vale, entiendo.
Salieron de la tienda y caminaron por la ciudad, admirando cada edificio o monumento. No había un número excesivo de elfos en las calles, y ciertamente no había niños. En general, hablaban el idioma élfico del que Devan apenas conocía pocas palabras, pero algunos hablaban Vanir, el idioma que ya Devan manejaba a grandes rasgos, o eso creía. Encontraron a Calíope en una herrería hablando con un elfo alto y musculoso. El elfo no manejaba muy bien el idioma Vanir.
—No armas —decía el elfo—. Para eso ir a Eathelom, pero no magia.
—¿Dónde puedo encontrar un mago élfico? —preguntó Calíope con su seriedad.
—Terianor, Terianor.
Calíope se despidió del elfo y se reunió con Devan y las chicas.
—Bueno, no hay armas mágicas —sentenció Calíope—. Ese es el último herrero al que pregunto. Dicen que pueden hacernos una espada si le traemos un modelo, pero será una espada común. Al parecer si queremos una espada muerta tenemos que ir a Terianor.
—Terianor no es un lugar, Calíope —dijo Elein—, sino el nombre de la familia real de Castlin. El rey de Castlin se llamaba Tinred Terianor. Tras su muerte, nadie de la familia real lo sucedió y ningún general quiso tomar su cargo por respeto.
—Es decir, que los Terianor poseen el armamento mágico o ellos mismos son magos —Calíope meditó un momento—. Como están las cosas ahora con la coronación y todo eso, no daremos buena impresión si andamos preguntando por magos que nos den armas. Lo mejor será esperar a que todo ese asunto termine.
En dos días llegó el rey Q’llian, ahora rey de reyes. Llegó por la noche cuando IL Castlin brillaba con la luz de las farolas y fuegos, que la hacían ver incluso más hermosa que de día. Las comitivas de los reinos de Eberor, Fehr y Reinn eran numerosas, llegaron montando grifos, hipogrifos y dragones de agua. Los dragones sorprendieron a Devan. De mucho mayor tamaño que los hipogrifos, transportaban mayor número de personas.
Fue una noche de festejo, mucha música y mucho hidromiel. El gran palacio de IL Castlin recibió a todos los que quisieron entrar y mostrar su respeto al rey de reyes que traía la paz para todos los reinos de Alfheim. Dentro del salón real se habían dispuesto sillas y mesas con manjares. Los músicos tocaban panderos, arpas e instrumentos de viento desconocidos en Midgard.
Devan vio al rey desde lejos. Era alto, de rostro enjuto, tenía una mirada cansada y llevaba ropa dorada, pero con un diseño sencillo. No llevaba corona. Colgada al cinto tenía una espada extraña, no se veía de metal, sino enteramente de cristal, incluso la vaina. Al rey lo acompañaban los reyes de Fehr y Eberor, que, aunque se veían de mayor majestuosidad, no portaban arma alguna.
Desde el lugar que habían tomado en una de las mesas de la esquina del salón real, Elein señaló a dos elfos que se encontraban cerca del rey, junto al trono. Ella los señaló como los asesinos de sus hermanos.
—El más alto se llama Enrio, y el otro es Kyon.
Había resentimiento en su voz, como era de esperarse.
—Si quieres tomar venganza, es mejor que lo planees bien. Atacarlos ahora sería un suicidio —le dijo Calíope.
—Lo sé, no te preocupes, no traeré problemas para ustedes. Además, está el decreto de la paz donde todo crimen cometido en el juego de los dioses debe ser perdonado y olvidado. Desde luego, no pienso perdonar ni olvidar, pero si rompiera abiertamente la ley, eso solo traería más deshonra a mi casa y la memoria de mis hermanos.
La mano de Elein sujetó la mano de Devan por debajo de la mesa buscando confort y él correspondió apretando su mano. Calíope los miró a los dos, pero no dijo nada.
En ese momento, un elfo sombrío se les acercó. Tenía el cabello largo y liso, y ropas azul oscuro con varias estaciones de la luna estampadas.
—Recorro Castlin buscando a los viajeros de Midgard y me los encuentro en el salón real comiendo a sus anchas —fue lo que dijo. Acto seguido hizo una reverencia—. Mi nombre es Nial Selenita, la diosa de la luna me ha enviado para ser su guía en este inicio de su viaje.
Todos se pusieron de pie.
—Por fin llegas —dijo Hermelinda—. Te esperamos por semanas.
—Sobre eso, lo lamento, no fue mi culpa. Se me informó mal la hora y el lugar donde debía encontrarlos —Nial se sentó en una silla libre junto a Devan y los demás se sentaron—. Ya te habrás dado cuenta, señor Devan, que la señora Hécate actúa siempre de una forma inesperada. Ahora tú eres uno de sus escogidos, por lo que no esperes no ser el foco de sus tramas.
—Es muy extraño que hayamos aparecido en Alfheim justo en el momento en que está por elegirse a otro participante del juego de los dioses. ¿Qué sabes de eso?
Calíope estaba sentada junto a Hermelinda y las dos quedaban frente a Nial, Devan y Elein.
—Ah, tú eres Calíope. La señora me habló de ti particularmente, te envió un mensaje: No estorbes el camino de Devan.
—¡Calíope no me está estorbando de ninguna manera, todo lo contrario! —Devan alzó la voz, ofendido por la forma en que trataban a Calíope.
—Yo solo transmito los mensajes, señor Devan —dijo Nial aburrido—. Hay un mensaje para cada uno. En cuanto a su pregunta, señora Calíope, yo mismo lo he estado meditando. No supe la respuesta hasta este momento que los veo reunidos. No hay nada extraño, la señora Hécate es la luna y la luna está presente en todos los mundos, excepto en el de los muertos. Ella ve todo lo que le interesa en todos los tiempos.
—¿Qué mensaje me envió la diosa? —preguntó Hermelinda intrigada.
—A la maga dile esto: Aprende el hechizo de Jufur.
Hermelinda quedó pensativa. Antes de que dijera algo, Nial habló.
—No tengo idea de qué significa, ni tengo una interpretación del mensaje. A ti, Devan Tudor, te mandó un mensaje muy obvio: Nos veremos pronto.
Devan tragó saliva. A la diosa de la luna solo la había visto por un instante, cuando mató al lobo descendiente de Fenrir. Ella le entregó la runa de Odín y luego desapareció.
—Ahora bien, señora Calíope, como complemento a la respuesta a su pregunta de por qué llegaron a Alfheim justo en este momento, debo decirles que es a causa de ella —Nial señaló a Elein, que lo miró sorprendida—. La diosa te envió un mensaje a ti, en el momento que me lo dio yo no lo comprendí ya que la diosa no me dijo que tú no venías de Midgard. El mensaje es este: Te envío la ayuda por la que han pedido. Tú debes ser Elein de la que he oído hablar hace no mucho tiempo, la elfa que acompaña a este grupo tan especial.
Elein tocó el cuarzo azul que colgaba en su cuello.
—Es cierto que pedí a la luna por su ayuda y le agradezco, aunque yo no pedí por mi vida sino por la de Astari, le pedí que salvara a mi hermana —las lágrimas emergieron de los ojos de Elein y bañaron sus mejillas—. Pero claro, ahora lo entiendo, fue Astari la que pidió lo mismo para mí, y Astari era mucho más devota que yo.
—¿Qué sigue ahora? —habló Calíope.
—Mi misión es guiar a Devan, como dije, pero su viaje es solo suyo. Me imagino que lo estás entrenando y eso está muy bien, pero también la diosa lo envía aquí a buscar aliados —y miró a Elein—. Creo que es a ti a quien envió a buscar. Deberías unirte a Devan en este juego de los dioses. Piénsalo bien.
Elein guardó silencio.
—Por lo demás, Devan, debes conseguir un arma mágica y estar lo más preparado posible cuando vayas a ver a la señora de la luna.
—¿Yo? ¿Ir a verla? —preguntó Devan.
—Así es, mi principal misión es enseñarte a viajar a la luna, a la tierra de Hécate, para que tengas una audiencia con ella. Es algo que los escogidos de la señora deben saber hacer.
—¿Qué runa le han dado a Devan? —preguntó Calíope.
Nial suspiró.
—La runa del Karma, la runa de lo desconocido.
Calíope y Hermelinda se miraron alarmadas.
—¿Qué pasa? —preguntó Devan.
—¿Por qué? —preguntó Hermelinda a Nial—. ¿Por qué le ha dado esa runa?
Nial negó con la cabeza.
—Solo la diosa sabe. Ni siquiera logro imaginar porqué tenía esa runa. Pero una cosa logro prever con mi poder Selenita, y es esta: tu camino, Devan Tudor, es, desde que tomaste la runa, el camino de Odín. No hay dioses humanos, y tú ya no lo serás más.
Todos guardaron silencio. Luego Calíope se rió a carcajadas, rió perversamente, con esa expresión de éxtasis impuro que Devan la había visto hacer la noche que le entregó su vida, aquel ritual donde le apuñaló el corazón.
—¡Muy bien! ¡Muy bien! ¡Haremos de ti el ganador de este juego si es posible! ¡La runa blanca! ¡La verdad me alarma que la diosa de la luna me sea tan favorable! Pero es perfecto. ¡Fjor debe estar triste de verdad!
Hermelinda se unió a su risa; todos los demás no entendieron a qué se refería Calíope.
—¡Bien! ¡Festejemos el inicio de tu viaje como dios! ¡Vamos, Devan!
Calíope les sirvió a todos una copa de hidromiel de Castlin.
Calíope se puso de pie.
—¡Que el juego de los dioses nos lleve a caminos insospechados! ¡Que la diosa de la luna siga enredando el hilo! ¿Elein, te nos unirás?
—No lo sé, Calíope.
—¡Únete a nosotros! ¡Tendrás tu venganza! ¡El rey Q’llian será coronado en el amanecer e invocará al dios Helblindi para que le dé la runa de Odín! ¿Entiendes? El rey entrará en el juego de los dioses y con él los que le siguen, entre ellos el tal Enrio y Kyon. Tarde o temprano nos veremos las caras, ya que representamos a un dios diferente. ¡Es el camino de la venganza!
Varios elfos miraron a la mesa donde Calíope hacía declaraciones tan osadas. Calíope saltó por encima de la mesa llevando la jarra de hidromiel, le dio a beber a Devan directamente de la jarra. El hidromiel hizo que le ardiera el rostro por el alcohol, y más aún cuando Calíope lo besó delante de todos.
—¡Festejemos! ¡Festejemos! —gritaba Calíope.
Hermelinda y Elein bebieron sus copas de hidromiel de un solo trago, mirando inquietas a Calíope abrazando a Devan. Nial pensó que después de todo no se había equivocado en lo que había pensado cuando le dieron la misión: ese grupo no le agradaba para nada.