Sinopsis
Enzo, el hijo menor del Diablo, vive en la Tierra bajo la identidad de Michaelis, una joven aparentemente común, pero con un oscuro secreto. A medida que crece, descubre que su destino está entrelazado con el Inframundo, un reino que clama por su regreso. Sin embargo, su camino no será fácil, ya que el poder que se le ha otorgado exige sacrificios inimaginables. En medio de su lucha interna, se cruza con un joven humano que cambiará su vida para siempre, desatando un romance imposible y no correspondido. Mientras los reinos se desmoronan, Enzo deberá decidir entre el poder absoluto o el amor que nunca será suyo.
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Capítulo 13: El Pacto Roto
La tensión en el aire se sentía casi tangible. Desde la confrontación con el mensajero del Inframundo, Michaelis había sentido como si algo invisible la acechara en cada rincón, como si las sombras fueran más pesadas, más largas. Cada vez que cerraba los ojos, podía oír los ecos distantes de voces llamándola, exigiendo su regreso. Pero el más inquietante de todos era la sensación de que no estaba sola, incluso cuando lo parecía.
Adrian, por su parte, había mantenido su promesa de quedarse a su lado. Sin embargo, la distancia entre ellos era palpable. Aunque había dicho que no importaba quién fuera, la realidad de su revelación no se podía ignorar. La idea de que la persona que había llegado a conocer como Michaelis, una chica aparentemente normal, resultara ser el hijo del Diablo, era algo que no podía procesar fácilmente.
"¿Te has sentido... diferente?" preguntó Adrian un día, mientras caminaban por el parque donde solían pasar las tardes. Su tono era casual, pero Michaelis sabía lo que realmente preguntaba. Se refería a los cambios, los signos de su verdadera naturaleza que no podían ser ocultados por más tiempo.
Michaelis asintió, con la mirada perdida en el horizonte. "Lo siento todo más intensamente. Es como si hubiera algo dentro de mí que quiere salir, algo oscuro que no puedo controlar."
Adrian la observó con detenimiento, buscando alguna señal que pudiera confirmar sus miedos. "¿Y qué pasará si no lo puedes controlar?"
"Entonces... todo lo que me queda aquí desaparecerá." Las palabras salieron más sombrías de lo que pretendía, pero eran la verdad. Sabía que el Inframundo no se detendría. El pacto que había roto con su rechazo a regresar significaba que ahora era una fugitiva, y el poder oscuro dentro de ella no era algo que pudiera ignorar por mucho más tiempo.
Esa noche, las visiones volvieron con más fuerza que nunca. Michaelis estaba en su cama, intentando conciliar el sueño, cuando el aire en su habitación se tornó pesado, cargado de una presencia amenazante. Las paredes comenzaron a crujir, y la temperatura descendió drásticamente. A su alrededor, las sombras parecían cobrar vida, extendiéndose como tentáculos que intentaban alcanzarla.
De pronto, una voz familiar resonó en la oscuridad, profunda y resonante. "Enzo... no puedes huir de lo que eres."
Michaelis se incorporó de golpe en la cama, respirando agitadamente. En la penumbra, una figura se materializó al pie de su cama. Era su padre, el Diablo, en todo su esplendor. Alto, imponente, con una presencia que llenaba la habitación de un poder abrumador. Su rostro era indistinguible en la oscuridad, pero sus ojos ardían con un brillo infernal.
"No puedes negarlo por más tiempo," continuó la figura. "El Inframundo te llama, y tú lo sientes."
Michaelis se levantó, sus piernas temblorosas por la tensión. "Yo no elegí esto. No quiero ese poder. No quiero ser lo que tú eres."
El Diablo dejó escapar una risa baja, como si la declaración de su hijo fuera una broma insignificante. "No puedes escapar de lo que corre por tu sangre. Eres mío, y tu destino es gobernar a mi lado. Pero si insistes en negarlo... entonces pagarás las consecuencias."
Antes de que Michaelis pudiera responder, las sombras de la habitación comenzaron a moverse nuevamente, pero esta vez, con una intención mucho más maliciosa. Sintió cómo la oscuridad la rodeaba, envolviéndola como un manto frío, y en ese momento supo que su padre no estaba jugando.
Un dolor intenso recorrió su cuerpo, como si las sombras estuvieran intentando arrancarle algo. Gritó, pero su voz se perdió en el vacío, y lo único que pudo escuchar fue la risa de su padre, burlándose de su resistencia.
"Cada vez que te resistas, sentirás este dolor," dijo la voz del Diablo. "Y no cesará hasta que te rindas. Te lo advierto, Enzo: este es solo el comienzo."
De pronto, todo se detuvo. El dolor desapareció tan rápido como había llegado, y las sombras se disiparon, dejando la habitación en silencio. Michaelis cayó al suelo, jadeando, su cuerpo temblando incontrolablemente. Sabía que lo que acababa de experimentar era solo una muestra del poder que su padre tenía sobre ella, y que esto solo empeoraría si seguía resistiéndose.
A la mañana siguiente, Adrian la encontró sentada en las escaleras de su casa, con la mirada perdida y profundas ojeras bajo sus ojos. Sin decir una palabra, se sentó a su lado, sabiendo que algo había pasado.
"Lo siento, Adrian," dijo Michaelis, su voz quebrada. "No puedo seguir haciendo esto. No puedo seguir poniéndote en peligro."
Adrian la miró, sorprendido por sus palabras. "¿Qué estás diciendo? No tienes que hacer esto sola."
Michaelis sacudió la cabeza. "No lo entiendes. Si sigo aquí, si sigo resistiéndome... mi padre me destruirá, y destruirá todo lo que está a mi alrededor. No puedo permitir que eso te pase a ti."
Adrian tomó sus manos, aferrándose a ellas con una determinación que Michaelis no esperaba. "No te dejaré sola en esto. No importa quién o qué sea tu padre. No voy a dejar que te arrastre al Inframundo."
Pero mientras decía esas palabras, Michaelis supo en lo más profundo de su ser que no había forma de escapar de su destino. El poder dentro de ella crecía, y con cada día que pasaba, la conexión con el Inframundo se hacía más fuerte. Las visiones, los susurros, las sombras... todo apuntaba a una sola conclusión: Enzo debía regresar al lugar de donde había venido.
Esa misma noche, mientras caminaban por las calles del pueblo, una presencia aún más poderosa se hizo sentir. Las luces comenzaron a parpadear, y el suelo bajo sus pies tembló ligeramente. Michaelis se detuvo en seco, sintiendo cómo el poder del Inframundo crecía a su alrededor.
"Es él," susurró, y su voz fue apenas un eco en el viento.
Adrian la miró con preocupación. "¿Quién?"
Antes de que Michaelis pudiera responder, una figura oscura emergió de las sombras frente a ellos. Era alta, más alta que cualquier ser humano, con un aura de poder absoluto. Sus ojos brillaban con un fuego infernal, y su presencia llenaba el espacio a su alrededor.
"Enzo," dijo la figura, su voz resonante. "Es hora."
Adrian se colocó frente a Michaelis, como si pudiera protegerla de la criatura que tenía frente a ellos. "No va a ir a ninguna parte," dijo con firmeza.
La figura rió, una risa oscura y siniestra. "Tú no tienes poder aquí, humano. Este no es tu mundo."
Michaelis sabía que no podían enfrentarse a esa criatura, al menos no de la manera en que lo estaban haciendo. "Adrian, déjalo. No podemos luchar contra él."
Pero Adrian no retrocedió. "No me importa lo que sea. No dejaré que te lleve."
La criatura se movió con una velocidad imposible, y en un instante, Adrian fue arrojado contra una pared cercana, golpeando con fuerza y cayendo al suelo. Michaelis gritó, corriendo hacia él, pero antes de que pudiera llegar, la criatura la sujetó del brazo con una fuerza abrumadora.
"Es hora de volver a casa, Enzo," dijo la criatura, y con un destello de oscuridad, ambos desaparecieron, dejando a Adrian solo en la fría noche, inconsciente y ajeno al destino que le aguardaba a su amiga.