Eliza, una noble empobrecida, está desesperada por pagar sus deudas cuando recibe una oferta inesperada: convertirse en espía para Lady Marguerite en el ducado del Duque Richard. Sin embargo, su misión toma un giro inesperado cuando el duque, consciente de las amenazas que rodean a sus hijos, le propone un matrimonio por contrato para proteger a su familia. Eliza acepta, consciente de que su vida se complicará enormemente.
Tras la muerte del duque, Eliza se convierte en la tutora legal de Thomas y Anne, y asume el título de Duquesa de Gotha. Pero su posición es amenazada por Alexander, el hijo mayor del duque, un hombre frío y calculador respaldado por la poderosa familia de su difunta madre. Alexander de Ghota.
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Capitulo 13
Eliza había organizado una cena para intentar mejorar la relación con
Alexander y demostrar a los niños que, a pesar de las tensiones, podían ser una
familia unida. Sin embargo, la atmósfera en el comedor era de nerviosismo
palpable. Eliza, Thomas y Anne estaban visiblemente incómodos, mientras que
Alexander parecía disfrutar de su control sobre la situación, su rostro
tranquilo y calculador.
Los sirvientes habían preparado una comida exquisita, pero la tensión en el
aire era tan densa que nadie parecía disfrutarla. Thomas, con valentía, intentó
romper el silencio.
—Alexander, ¿puedes contarnos alguna historia sobre papá? —preguntó Thomas,
su voz temblando ligeramente—. Siempre hablaba de ti.
Alexander levantó la vista lentamente, sus ojos azules fríos como el hielo.
—No tengo nada que decir sobre nuestro padre que sea apropiado para la cena,
Thomas. Tal vez deberías concentrarte en comer y no en cosas que no comprendes.
El tono de Alexander era tan cortante que Thomas se quedó en silencio,
bajando la mirada al plato. Anne, sentada a su lado, comenzó a llorar en
silencio, sus pequeños sollozos apenas audibles.
Eliza, al ver la crueldad de Alexander y el efecto devastador que tenía en
los niños, no pudo contenerse más.
—Alexander, eso fue innecesariamente cruel —dijo, su voz firme pero
temblorosa—. Estos niños han perdido a su padre y solo buscan consuelo.
Alexander la miró con una sonrisa fría. —No es mi responsabilidad consolar a
estos niños. Quizás deberías enfocarte en cumplir tu rol en lugar de intentar
sermonearme.
Eliza sintió una oleada de ira y desesperación. —Ellos son tus hermanos, y
tú también tienes una responsabilidad hacia ellos. No permitiré que los trates
con desprecio.
Alexander se inclinó hacia adelante, sus ojos brillando con un peligroso
destello. —¿Y qué harás al respecto, Eliza? ¿Ordenarás a los caballeros que me
detengan?
Eliza miró a los caballeros en la sala, esperando que intervinieran. Pero
ellos permanecieron inmóviles, sus miradas evitando la suya. Sabía que no
podían atacar al próximo sucesor del ducado. Se sintió traicionada y
desprotegida en su propia casa.
—No tienes ninguna autoridad aquí —continuó Alexander—. Recuerda tu lugar,
Eliza. Yo soy el próximo duque, y haré lo que crea necesario.
Eliza se levantó de la mesa, su rostro pálido de furia y miedo. —Esta cena
ha terminado. Thomas, Anne, venid conmigo.
Los niños la siguieron rápidamente, sus rostros marcados por la tristeza y
el miedo. Alexander los observó salir, su sonrisa fría y triunfante.
Eliza sabía que tenía que hacer algo. Necesitaba encontrar apoyo fuera del
castillo, alguien que pudiera protegerlos de Alexander. Decidió ir a la ciudad
en busca de un caballero leal que pudiera ayudarlos.
Al amanecer, se preparó para el viaje, dejando a los niños al cuidado de los
sirvientes más confiables. El camino a la ciudad era largo y solitario, y sus
pensamientos estaban llenos de preocupaciones.
Durante el viaje, una tormenta comenzó a formarse en el horizonte. El viento
soplaba con fuerza y la lluvia comenzó a caer intensamente. La carreta en la
que viajaba se deslizó en el barro, y antes de que pudiera reaccionar, se
volcó, lanzándola al suelo.
Eliza intentó levantarse, pero el dolor en su tobillo la detuvo. Miró
alrededor desesperada, esperando que alguien pudiera ayudarla. De repente, un
carruaje se detuvo cerca y un hombre alto y robusto salió corriendo hacia ella.
—¡Señorita! ¿Está bien? —preguntó con voz preocupada, extendiendo una mano
para ayudarla.
Eliza levantó la vista y vio a un noble castaño, su cabello mojado por la
lluvia, pero sus ojos llenos de genuina preocupación. En su capa llevaba el
emblema de una familia noble conocida.
—Creo que me he torcido el tobillo —dijo Eliza, aceptando su ayuda para
ponerse de pie—. Gracias por su ayuda.
—No es nada —respondió el hombre, ayudándola a sentarse en el carruaje—. Mi
nombre es Sir Edmund. ¿Puedo llevarla a algún lugar seguro?
Eliza sintió una ola de alivio al escuchar su amable tono.
—Gracias, Sir Edmund. Necesito llegar a la ciudad. Tengo que encontrar a
alguien que pueda ayudarme.
Edmund asintió, su expresión seria pero amable. —La llevaré allí. Y si
necesita mi ayuda, estaré encantado de ofrecérsela.