Boda En Máfia

...🅳🅾🅼🅸🅽🅸🅲 🆂🅰🅻🆅🅰🆃🅾🆁🅴...

La sombra me envolvía mientras observaba la escena desde el rincón oscuro. El árabe llevaba consigo a la bailarina misteriosa, pero algo en mí, un impulso irresistible, me hizo seguir sus pasos furtivos. La necesidad de escuchar lo que le decía se convirtió en una fuerza impulsora, una obsesión que apenas comprendía.

Puse mi oído al otro lado de la puerta, siendo testigo de las palabras que le decía. Cada palabra, cada orden alimentaba la llama de esa obsesión que apenas podía contener. No era solo el deseo de protegerla, sino algo más oscuro, una atracción que se convertía en una fuerza dominante. Es extraño, lo sé, también me pareció extraño, pero es algo que va más allá de mí mismo, es más fuerte que yo.

No podía permitir que cayera en manos de ese hombre, no por un sentido de heroísmo, sino porque la obsesión que crecía dentro de mí exigía su presencia a cualquier costo. Era un deseo incontrolable, una obsesión sin límites. Cuando entré en esa habitación y nuestros ojos se cruzaron de cerca, la reconocí. ¿Cómo no iba a reconocer esos hermosos ojos que una vez me miraron con tanto amor y devoción cuando compartíamos momentos felices?

Oh, qué bueno era sentir nuevamente ese cuerpo cálido y ese olor tan dulce que emanaba de Valentina. Por poco otro no la tocó, y no puedo permitir eso, ¡ella me pertenece!

— Valentina, mi Valentina, tendrás mucho tiempo para aprender. Voy a enseñarte, no solo sobre cómo comportarte, sino también cómo encajar perfectamente en mis deseos y deseos más insanos.

Ella, inmovilizada, me enfrentaba con una mezcla de desafío y algo indescriptible en sus ojos. El contacto físico era un reflejo externo de una lucha interna, donde las líneas entre lo que queríamos y lo que resistíamos se desdibujaban. Ahora, nuestros labios estaban cerca, tan cerca que podía sentir su aliento mentolado.

Las respiraciones entrelazadas resonaban la complejidad de la conexión entre nosotros, una simbiosis de fricción y atracción. Valentina luchaba contra los deseos que sentía, su cuerpo me daba esa impresión.

Yo, aún manteniendo a Valentina inmovilizada, sentía los latidos acelerados de mi propio corazón mientras intentaba entender las capas complejas de este conflicto.

En medio del enfrentamiento físico, las barreras emocionales comenzaban a ceder. Su expresión, antes desafiante, ahora revelaba una vulnerabilidad que no esperaba. Un intercambio silencioso de miradas desnudaba verdades ocultas y el deseo de entender lo que ella escondía se mezclaba con el ansia de control.

— Suelta. — Su voz, menos resistente, llevaba un tono que rompía la rigidez anterior.

Un dilema interior surgía, porque al mismo tiempo que la deseaba, también ansiaba comprender lo que la llevaba a resistir tan ferozmente.

La liberé, permitiéndole que se levantara de la cama. La mirada entre nosotros, cargada de intensidad, buscaba descifrar las emociones que bailaban en el umbral de la comprensión.

— ¿Por qué resistir tanto? — Pregunté, rompiendo el silencio. La búsqueda de la verdad se transformaba en una invitación a las confesiones. Confesiones que ella no quería decirme.

El sonido del teléfono celular rompió el tenso silencio del momento. Mientras mantenía a Valentina bajo mi mirada, respondí la llamada que nos interrumpió.

— Vale, papá, voy. — Finalicé la llamada y devolví el celular al bolsillo. — Vístete y vámonos.

Las órdenes eran claras, pero Valentina permanecía inmóvil, envuelta en la sábana que le servía como protección temporal.

— ¿A dónde?

Mis órdenes fueron desafiadas por la resistencia de Valentina.

— ¿Qué parte no entendiste? — Pregunté, buscando una respuesta que pudiera trascender las barreras que ella levantaba.

— No me cambiaré mientras esté aquí en la habitación, Sr. Dominic.

El intercambio de palabras se convirtió en un sutil enfrentamiento en la penumbra de la habitación. Mis palabras cínicamente desafiantes encontraban la firmeza de ella, una resistencia que apenas comprendía.

— No hay nada que no haya visto antes. — Dije, mirándola a los ojos.

— No hay nada que quiera mostrarte de nuevo. — Su respuesta, llena de determinación, resonó como un desafío.

Me acerqué a ella, cada paso cargado de cautela. Con mucho cuidado, levanté su barbilla, forzando el contacto visual.

Las palabras cortaban el aire de la habitación, una orden firme que dejé escapar.

— Arréglate en este momento. — Instruí, sintiendo la gravedad de nuestras interacciones llenando el ambiente. La determinación en mis palabras reflejaba la claridad de que no estaba bromeando. — Hazlo, estaré afuera esperándote. Pero entiende algo, mia cara. Saldré porque no quiero más retrasos, tengo negocios que resolver y tu terquedad me ha retrasado bastante. — Hablé entre dientes. — Odio la terquedad y ya deberías saberlo. — Salí de la habitación, dejándola sola.

Mientras espero al otro lado de la puerta, saqué mi celular y llamé de inmediato a Diogo.

— Te quiero en mi oficina mañana por la mañana.— dije.

Tan pronto como terminé la llamada, la puerta de la habitación se abrió, revelando a Valentina cruzándola. Ahora, vestida con un ajustado vestido que contorneaba su cuerpo, cubriéndolo todo con perfección. Pasa por mí, ignorándome por completo.

Decido seguirla, dándole un espacio sutil. En el pasillo, noto las miradas de los hombres que la observan con deseo, una escena que despierta una irritación latente en mí.

Ante el deseo indiscreto de los hombres alrededor, les lanzo una mirada nada amigable. La expresión firme y determinada en mi rostro es como una advertencia silenciosa. Sorprendentemente, las miradas devoradoras son rápidamente reemplazadas por cabezas bajadas, como si mi represión silenciosa hubiera resonado más alto que sus deseos.

Al salir a la calle, mis guardaespaldas nos rodean, listos para acompañarnos al automóvil que nos llevará a mi mansión. Sin embargo, cuando la puerta se abre para que Valentina entre, sorprendentemente, sale corriendo, desafiando la lógica al correr con esos tacones altos.

Instintivamente, uno de mis guardaespaldas se prepara para seguirla, pero lo detengo con una orden firme.

— Déjala . — Ordeno, observando hacia qué calle se dirige.

— Parece que tenemos una corredora aquí. — Murmuro para mí mismo, con una ligera sonrisa. — Le gusta un desafío.

El juego entre nosotros se intensifica y una sensación inesperada de excitación se apodera del momento. La observo desaparecer en la noche, decidido a dejar que el juego se desarrolle, ya que hay algo intrigante en la forma en que desafía cada expectativa.