Madelein una madre soltera que está pasando por la separación y mucho dolor
Alan D’Agostino carga en su sangre una maldición: ser el único híbrido nacido de una antigua familia de vampiros. Una profecía lo marcó desde el nacimiento —cuando encontrara a su tuacantante, su alma predestinada, se convertiría en un vampiro completo. Y ya la encontró… pero ella lo rechazó. Lo llamó monstruo. Y entonces, el reloj comenzó a correr.
Herido, debilitado y casi al borde de la muerte, Alan llega por azar —o destino— a la casa de Madeleine, una mujer con cicatrices invisibles, y su hija Valentina, demasiado perceptiva para su edad. Lo que parecía un encuentro accidental se transforma en una conexión profunda y peligrosa. En medio del dolor y la ternura, Alan comienza a experimentar algo que jamás imaginó: el deseo de quedarse, aún sabiendo que su mundo no le permite amar como humano.
Cada latido lo arrastra hacia una verdad que no quiere aceptar…
¿Y si su destino son ellas?
¿Madelein podrá dejar
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Capitulo-12 Aquel lunes
Había pasado una semana desde que Alan fue herido. Una semana desde que su energía vital se desvanecía frente a sus ojos y, aún así, lograba mantenerse con vida, como si algo —o alguien— no le permitía dejar ese mundo .
Desde aquel lunes, sus padres lo observaban en silencio, sin ser vistos. No podían irrumpir en esa casa sin una explicación razonable. Su aspecto era demasiado joven para decir que eran los padres de un hombre adulto, y en el mundo humano eso levantaría más preguntas que respuestas.
—¿No crees que deberíamos llevarlo con nosotros? —preguntó la mujer de cabello oscuro y presencia elegante, su tono preocupado pero sereno.
—No —respondió su esposo, con voz firme—. Esta mujer… Madeleine, lo está cuidando bien. Y la niña… Valentina. Es curiosa, intensa… pero no representa peligro. Alan está en buenas manos.
Ella lo observó una vez más. Desde su escondite, podía ver a través del cristal. La joven preparaba algo en la cocina mientras la niña, con un cuaderno abierto, garabateaba algo en la mesa. El cuerpo de Alan yacía inmóvil en el sofá, cubierto por una manta. Su pecho subía y bajaba con dificultad, pero vivo.
—¿Tú crees que él…? —susurró ella.
—Sí —dijo el hombre, con el ceño fruncido—. El rechazo de su tuacantante ha provocado que se convierta en humano. Lo está consumiendo poco a poco. Ya no es el mismo, no lo será jamás.
Hubo un largo silencio entre ellos. Ambos sabían lo que eso implicaba. Si Alan se convertía completamente en humano, la profecía se cumpliría… y su linaje se vería alterado para siempre.
—Esperaremos a que despierte —dijo ella con resignación—. Si después de eso decide quedarse, lo aceptaremos. Pero si decide irse…
—Lo apoyaremos —completó el padre—. Como siempre lo hemos hecho.
Y así, desde la penumbra de la noche, los padres de Alan volvieron a fundirse con las sombras, a la espera del momento en que su hijo abriera los ojos… y decidiera su destino.
(al dia siguiente en la tarde
Desde lo lejos, la niña llamó con voz dulce:
—Mamá, voy a ver a Alan.
—Está bien, avísame cómo está. Dejo esto en la cocina —respondió Madeleine mientras guardaba algunas cosas.
Cuando llegaron, Alan estaba en la cama, pálido y débil.
De pronto, un grito:
—¡Mamá, Alan está sangrando!
Pasos apresurados llenaron la casa.
—¿Qué pasó? ¿Qué le hiciste? —preguntó Madeleine entrando apresurada.
—Nada, mami, te lo juro. Llegué y lo encontré así —respondió la niña nerviosa.
—Ve al baño rápido, tráeme las vendas. Los medicamentos están en las fundas que traje. Ve, corre, mi niña.
—Oh, Dios, Alan, ¿qué trataste de hacer? —exclamó Madeleine mientras limpiaba y curaba las heridas.
—Toma, mami, ya vengo —dijo la niña antes de salir.
—Bien, comencemos con esta —dijo Madeleine mientras aplicaba el tratamiento.
—Eres una buena niña, ve a hacer tu tarea. Cuando termine, vienes a verlo otra vez, ¿sí?
—Está bien, no te demores, quiero contarte mi día.
—Está bien —respondió la niña.
Mientras Madeleine terminaba de curar a Alan, sin darse cuenta, una mirada vigilante los observaba desde la sombra. Los padres de Alan, quienes habían llegado sin ser vistos, estaban atentos a cada movimiento.
—Veamos… hoy tu corazón late más fuerte. Los primeros días apenas se escuchaba. Eso es bueno. Quédate quieto y no te muevas hasta más tarde —susurró Madeleine, aunque sabía que moverlo era imposible.
—Ya, mi niña, pasa. Iré a preparar la cena. No lo molestes tanto. Mañana consultaré con un médico para que lo examine. Es raro que todavía no despierte.
—Está bien, mami, no lo molestaré —respondió la niña.
Mientras Madeleine se dirigía a la cocina, la niña en el cuarto seguía escudriñando con la mirada hasta el último rincón, fijándose incluso en el hombre dormido sobre la cama.