Madelein una madre soltera que está pasando por la separación y mucho dolor
Alan D’Agostino carga en su sangre una maldición: ser el único híbrido nacido de una antigua familia de vampiros. Una profecía lo marcó desde el nacimiento —cuando encontrara a su tuacantante, su alma predestinada, se convertiría en un vampiro completo. Y ya la encontró… pero ella lo rechazó. Lo llamó monstruo. Y entonces, el reloj comenzó a correr.
Herido, debilitado y casi al borde de la muerte, Alan llega por azar —o destino— a la casa de Madeleine, una mujer con cicatrices invisibles, y su hija Valentina, demasiado perceptiva para su edad. Lo que parecía un encuentro accidental se transforma en una conexión profunda y peligrosa. En medio del dolor y la ternura, Alan comienza a experimentar algo que jamás imaginó: el deseo de quedarse, aún sabiendo que su mundo no le permite amar como humano.
Cada latido lo arrastra hacia una verdad que no quiere aceptar…
¿Y si su destino son ellas?
¿Madelein podrá dejar
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Capitulo 21
Cuando abrí los ojos, lo primero que vi fue a ella.
Su cabello negro estaba alborotado, cayendo en mechones rebeldes alrededor de su rostro. No era liso, tampoco completamente rizado... era una mezcla curiosa entre ondas y rizos, como si cada hebra tuviera vida propia. Un cabello extraño, pensé en silencio, pero hermoso a su modo.
Me quedé mirándola, sin moverme, intentando entender por qué mi pecho se sentía tan… liviano. Entonces lo noté: Madeleine no estaba simplemente sentada. Estaba escuchando. Algo había al otro lado de la puerta. Y mientras sus oídos se afinaban, las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.
Ese solo acto bastó para quebrarme por dentro.
Sentí el corazón apretarse, algo punzante clavarse en mi interior. Y cuando me di cuenta, ya no estaba acostado. Ya no pensaba. Solo actué. Estaba de pie frente a ella, como guiado por una fuerza que no entendía, limpiándole las lágrimas con mis dedos temblorosos. Las palabras salieron de mi boca como si vinieran de otro: suaves, protectoras, sinceras… incluso para mí fueron una sorpresa.
¿Qué me pasa? ¿Por qué actúo así...?
No hubo tiempo para entenderlo.
La puerta se abrió de golpe. El estruendo rompió el momento como un cristal contra el suelo. Y allí estaba él.
Ese hombre. El causante de sus lágrimas.
La rabia me subió por la garganta como una tormenta, reclamándole cosas que, en el fondo, sabía que no eran mías. No tenía el derecho. Y sin embargo, no podía callarme. ¿Cómo se atrevía a llamarla suya cuando fue él quien la dejó ir? ¿Acaso no se escuchaba? ¿No entendía el daño que le hacía?
Y cuando la arrancó de mi lado…
No lo pensé. Solo sentí un fuego salvaje apoderarse de mí. Un coraje tan profundo que no parecía humano. En un segundo, la arrebaté de sus brazos. La protegí con el cuerpo. Y entonces Madeleine me miró, con los ojos abiertos como platos, y dijo algo apenas audible:
—Alan… tus ojos…
Fue en ese instante que lo sentí. Como si por unos segundos mi verdadera naturaleza hubiese despertado. Como si mi esencia reclamara lo que era mío.
Pero antes de que pudiera entender lo que eso significaba, escuché algo más
cuando Lucíen encargó a la niña ella ni siquiera preguntó qué hacía él ahí solo fue se dirigió a la cocina a preparar café le dije a Lucíen en que se fuera que yo me hacía cargo de la situación verla cómo acurrucaba la niña con el corazón dolido viendo el esfuerzo que hacía por contener sus lágrimas para poder consultar a su niña todo eso fue una sensación que me descolocó por completo no entendía cómo ese hombre podía ser capaz de venir y dañarle su paz y reclamarle cosas como si aún fuera algo de ella la deja libre para que haga con su vida lo que quiera y viene un rato a otro a decir que se la lleva todavía recuerdo dolor del perfume que cargaba él acababa de estar con otra mujer y venía a hacerle reclamos a ella.
El golpe seco de una taza cayendo al suelo.
La porcelana estalló en mil pedazos contra las baldosas.
Madeleine estaba allí, en el umbral de la cocina, con el rostro pálido pareciera que recién se da cuenta de mi presencia , como si acabara de ver un fantasma. Su cuerpo temblaba. Sus labios se entreabrieron, pero ninguna palabra salió. Solo un suspiro.
Y entonces, lentamente, comenzó a desmoronarse.