Mucho antes de que los hombres escribieran historia, cuando los orcos aún no habían nacido y los dioses caminaban entre las estrellas, los Altos Elfos libraron una guerra que cambiaría el destino del mundo. Con su magia ancestral y su sabiduría sin límites, enfrentaron a los Señores Demoníacos, entidades que ni la muerte podía detener. La victoria fue suya... o eso creyeron. Sellaron el mal en el Abismo y partieron hacia lo desconocido, dejando atrás ruinas, artefactos prohibidos y un silencio que duró mil años. Ahora, en una era que olvidó los mitos, las sombras vuelven a moverse. Porque el mal nunca muere. Solo espera...
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Lo que sea unido no será separado
Mientras la Ciudadela de la Luz yacía en ruinas, convertida ahora en el oscuro trono del siervo del Abismo, Hazrral, y la ciudad oculta de los asesinos se preparaba para entrar en la guerra, en lo alto del cielo surcaban las nubes dos siluetas que parecían condenadas a encontrarse. Eran Samael y Vorn, jóvenes de apenas 16 años, pero ya cargando el peso de un mundo en guerra.
El viento helado cortaba el aire mientras Samael, con la armadura manchada por la ceniza de su hogar caído, volaba sobre su pegaso blanco. Lágrimas silenciosas recorrían su rostro.
—Dioses de la Luz... no me abandonen —susurró con voz rota—. Guíenme hacia Vorn... Protejan a mi maestro. No me dejen solo... otra vez.
A unos pocos kilómetros, sobre un imponente hipogrifo de plumaje negro y ojos escarlata, Vorn surcaba los cielos con ansiedad en el rostro.
—Espero que los orcos no hayan encontrado a Samael... —murmuró—. Debemos reunirnos. Debemos formar la alianza.
Y entonces, el destino tejió su hebra. Un destello en el cielo, una figura que se acercaba.
—¿Un pegaso? —dijo Vorn, apretando los ojos.
—¿Un hipogrifo? —dijo Samael al mismo tiempo.
Sus monturas se detuvieron en un vórtice de viento. Los ojos de los dos jóvenes se cruzaron. La tensión se quebró con una mezcla de alivio y sospecha.
—Samael. —Vorn fue el primero en hablar—. ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar orando en tu palacio de luz? ¿Acaso viniste a capturarme? ¿A tomar el libro?
Samael bajó la mirada, su voz era apenas un susurro de desolación:
—La Ciudadela cayó. Los orcos la quemaron... por segunda vez... Mi maestro... los paladines... todo está perdido.
El silencio fue brutal. Vorn apretó los dientes, y sus palabras salieron más suaves esta vez.
—Lo siento. No era mi intención... Alastor me envió a buscarte. Quería que formáramos una alianza. Pero ahora que todo ha cambiado... será más difícil movernos.
—¿Tienes el libro? —preguntó Samael con súplica en los ojos—. Debe haber alguna clave. Déjame leerlo. Por favor.
—No, Samael. —Vorn negó con firmeza—. Las sombras que esconde ese libro... lo que yo vi... no es algo que deberías ver. No te dará respuestas. Solo más dolor. Ven a la ciudad de los asesinos. Ahí nos rearmaremos.
—¡Dámelo! —gritó el joven paladín, apretando el puño—. ¡No puedo perder a mi familia dos veces! ¡Pagaré el precio!
Vorn vaciló... y al final, extendió el libro.
—Que sea bajo tu propio riesgo.
Samael lo tomó con manos temblorosas. En cuanto sus ojos se posaron en las runas oscuras, una visión lo envolvió: la Guerra de los Eternos. Él mismo, portando una espada divina al lado de un alto elfo, luchando contra horrores del Abismo. Era un mar de sangre y fuego, ecos de una guerra ancestral.
Volvió en sí agitado, con el corazón latiendo como un tambor de guerra.
—Vorn... vi cosas que no pueden ser reales...
—Sé lo que viste. Yo también las vi. Vámonos. En la ciudad hablaremos.
Pero antes de que pudieran escapar, una voz sarcástica rompió el aire como una cuchilla.
—¡Vorn! Veo que traes un paladín... y el libro. Qué regalo más perfecto para los Señores del Abismo.
Judas. Un lord humano del gremio de asesinos. Vestido con túnicas negras, tatuajes antiguos brillando en su piel. Sonriente, sádico.
—¿¡Judas!? ¡¿Qué haces aquí?! —gritó Vorn—. ¿¡Nos traicionaste!?
—Me ofrecieron la Ciudadela a cambio de... limpiar algunos problemas. Les pareció un trato justo. ¿Vamos a hacerlo por las buenas o por las malas? Por favor, que sea por las malas.
—¡Prepárate para pelear! —rugió Samael, invocando la Luz y cubriendo su martillo con un resplandor dorado.
—¿¡Estás loco!? —Vorn lo miró como si fuera un suicida—. ¡Es un lord de las sombras! No tenemos oportunidad.
—Juntos sí. —Samael dio un paso al frente, su martillo brillando como un sol en miniatura—. ¡No estás solo!
—Que comience la danza, princesas. —se burló Judas.
Vorn chasqueó la lengua.
—Si salimos vivos de esta, te juro que te golpearé.
Cubrió sus dagas en una oscuridad tan pura que parecía absorber la luz misma. Los tres se lanzaron al combate. Samael atacaba con su martillo en arcos de luz; Vorn, como una sombra viva, golpeaba desde los flancos. Pero Judas era intocable. Reía mientras los esquivaba.
—¿En serio? ¿El hijo de un granjero y una rata de alcantarilla creen poder vencerme?
La batalla se alargó por horas. Golpes, cortes, caídas... pero nada hería al lord asesino.
Hasta que Vorn tuvo una idea.
—¡Samael! ¡Lanza tu martillo! Confía en mí.
El joven paladín obedeció. Judas esquivó con una carcajada.
—¿Eso era todo? ¿Un ataque fallido?
—No. —respondió Vorn—. Caíste justo en la trampa.
Abrió un portal de sombras justo en la trayectoria descendente. El martillo surgió del otro lado... y golpeó a Judas en la nuca. El impacto lo tambaleó.
—¡AHORA, VORN!
Ambos jóvenes se lanzaron. Vorn cortó tendones, Samael destrozó huesos. Judas cayó de rodillas, jadeando, sangrando, temblando.
—P-por favor... tengan piedad... —suplicó.
Vorn escupió al suelo.
—Los traidores como tú no merecen piedad. Samael... acaba con esto.
El paladín alzó su martillo, ahora brillando como el mismo sol, y lo dejó caer con la fuerza de la Luz.
La cabeza de Judas estalló en un destello blanco.
El silencio reinó. Ambos respiraban con dificultad.
—Ya no podemos confiar en nadie... —dijo Samael—. Debemos encontrar un refugio. Prepararnos para lo que viene.
—Tienes razón. Vamos. Alguna ciudad quedará. Mandaremos un mensaje al mundo... y nos alzaremos.
Montaron sus bestias y desaparecieron en el horizonte.
Desde las sombras, una figura oscura, el siervo de Hazrral, los observaba.
—Tu servicio no ha terminado, Judas. Levántate de entre los muertos... y sírveme una vez más.
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