Astillas De Alma

Laebe fue hasta el baño, dónde se mojo un poco la cara y se miro al espejo. Se sentía muy agradecida con Kael. Incluso se le hizo gracioso el hecho de que; hasta ese momento, no conocía su nombre.

Cuando se despejó un poco, volvió a la mesa tomando asiento dónde había estado hace un momento.

— ¿Todo bien?— Pregunto Kael al verla llegar.

— Si...— Respondió ella con una pequeña sonrisa, una vez tomo asiento.

Poco después trajeron los platos, por lo que todos comenzaron a comer. Laebe comía con lentitud, aunque le gustaba el sushi, solía comer relativamente poco; debido a la mala costumbre.

Kael por su parte, comía más rápido igual que él resto. Además, sus porciones eran más grandes y parecían no ser suficiente. Laebe escucho sus conversaciones, le sorprendía como decían groserías de una manera tan tranquila y divertida.

Pasando algunos minutos, todos habían terminado de comer; excepto Laebe, por lo que seguían conversando sin levantarse de la mesa.

Laebe apenas había comido menos de la mitad de su plato, cuando miro a Kael y le ofreció con un gesto. Kael la observo con detenimiento, y después suspiro. Se inclino hacia ella un poco, su cabeza casi quedando junto a la de ella.

— ¿Ya te llenaste? — Pregunto en un susurró. Laebe asintió algo apenada por lo que Kael negó con la cabeza. — Come mínimo la mitad. Eres demasiado delgada, necesitas más alimento. Yo te ayudo con el resto.— Le indicó el dándole una palmada en la cabeza.

— Pero... Es que yo... — Laebe intento decir algo, pero el terminó por tomar un pedazo del sushi para dárselo con cuidado.

— Inténtalo... Come despacio, no hay prisa.—

Con eso, Laebe asintió y siguió comiendo despacio hasta lograr acabar la mitad de su plato. Cuando finalmente quedó llena, Kael se comió el resto en cuestión de segundos cosa que le impresionó por un momento.

Kael se levantó a pagar y Laebe se quedó en la mesa junto a los chicos.

— Oye bonita.— Le hablo Seth con una sonrisa divertida. Laebe lo miro con espectación. — Los que te lastimaron... ¿Hay problemas si les rompemos el cuello?— Dijo él con un tono divertido.

— Oye, no le digas eso. Vas a asustarla.— Le dijo Logan dándole un puñetazo en el hombro.

— Jaja, bromeó. Pero, creo que sí deberíamos hacerles algo.— Continuo Seth.

— No es mala idea. ¿Qué dices chiquita? ¿Matamos a esos cabrones?— Pregunto Derek en su tono risueño habitual. Laebe negó con la cabeza de inmediato, claramente desaprobando la idea.

— No... No es necesario.— Dijo ella agachando la cabeza.

— Ahh, ¿Como puedes dejarlos escapar? ¡Hay que cobrar venganza!— Refunfuño Seth. Ellos siguieron hablando, cosas que a Laebe le hicieron sentir extraña. Hablan sobre venganza y justicia, diciendo que ella merecía que sus abusadores paguen. Pero... Ella no quería que los matarán, no era fan de la violencia. Y tampoco entendía si la justicia era verdadera.

Cuando Kael volvió, todos se retiraron del lugar. Al separarse, Kael la llevo hasta su departamento, por lo que tuvieron que caminar por las calles un buen rato.

Laebe caminaba unos pasos detrás de Kael, aferrándose a su mano con fuerza. Él no la había soltado ni un instante desde que salieron del local, sosteniéndola con una firmeza protectora, como si quisiera asegurarse de que nada ni nadie pudiera arrebatársela.

El aire nocturno era frío, y aunque ella intentaba ocultarlo, su temblor la delataba. Su pequeña mano, atrapada en la de él, se iba enfriando poco a poco. Kael lo notó de inmediato. Su agarre se volvió un poco más firme y aumentó el paso, tirando de ella con suavidad, pero sin prisa.

Después de unos minutos, se detuvo de repente. Sin soltarla, se quitó la enorme sudadera negra que llevaba puesta y se giró hacia ella.

—Levanta los brazos — Ordenó con voz baja, pero clara.

Laebe lo miró, parpadeando un par de veces, antes de obedecer tímidamente.

Kael pasó la sudadera sobre su cabeza y la acomodó con paciencia. La prenda era enorme para ella, cubriéndole hasta las rodillas, con las mangas tan largas que apenas se le veían las manos. La tela aún conservaba el calor de su cuerpo, envolviéndola en una calidez reconfortante.

—Ya falta poco — Murmuró, acariciando su mejilla con la yema de los dedos. —Debes estar cansada.— Dijo ahora acariciando su rostro con ambas manos.

El simple contacto de su mano grande y cálida sobre su piel la relajó de inmediato. Sus párpados se sintieron pesados y, sin darse cuenta, cerró los ojos por instinto. Kael notó su reacción y, por primera vez en la noche, su expresión se suavizó con una tenue sonrisa.

Sin previo aviso, se inclinó y la cargó con facilidad.

—Ah... espera... —Susurró Laebe, con las mejillas completamente rojas.

Pero Kael no le dio opción. La sujetó con un solo brazo, asegurándose de que estuviera bien apoyada contra su pecho, y con la otra mano le acarició el rostro con gentileza.

—Eres tan chiquita que puedo cargarte como a una niña. — Comentó con un dejo de diversión en su voz. — No digas nada y duérmete. Falta un rato para llegar— Le indicó dándole una palmada en su mejilla.

Avergonzada, Laebe apenas pudo asentir antes de rendirse al calor de su cuerpo. Se acurrucó contra él y apoyó la cabeza sobre su hombro. En cuestión de minutos, el movimiento rítmico de su caminar, combinado con la calidez de la sudadera y la sensación de seguridad que él le brindaba, la sumieron en un profundo sueño.

Kael la sostuvo con más firmeza, protegiéndola del frío viento nocturno mientras avanzaba por las calles oscuras.

Cuando llegaron al departamento, la cargó con la misma facilidad con la que la había sostenido todo el camino. Se quedó un momento de pie frente a la puerta, ajustándola mejor en su brazo antes de deslizar su mano por debajo de la sudadera para buscar la llave en el pequeño bolso de su falda.

Con una destreza silenciosa, abrió la puerta y entró, cerrándola con seguro tras él.

Llevó a Laebe hasta su habitación y, con una delicadeza que contrastaba con su apariencia ruda, la depositó sobre la cama. Se quedó mirándola por un momento. Su expresión dormida era tranquila, completamente relajada, con sus suaves facciones ocultas entre las mangas de su sudadera.

Con cuidado, le quitó los zapatos y las calcetas, asegurándose de no despertarla. Luego tomó una sábana ligera y la cubrió hasta la cintura. Pensó en quitarle la sudadera, pero al verla tan cómoda dentro de ella, simplemente dejó escapar un leve suspiro y decidió dejarla así.

Acarició su cabello una última vez, dejando un beso suave sobre su frente antes de quedarse sentado junto a ella, observándola dormir. Tras unos minutos, se levantó de la cama caminando hasta salir de la habitación y después del departamento...