Sofía y Erick se conocieron cuando ella tenía seis años y él veinte. Ese mismo día la niña declaró que sería la novia de Erick en el futuro.
La confesión de la niña fue algo inocente, pero nadie imaginó que con el paso de los años aquella inocente declaración de la pequeña se volvería una realidad.
¿Podrá Erick aceptar los sentimientos de Sofia? ¿O se verá atrapado en el dilema de sus propios sentimientos?
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Una disculpa que no pudo ser
El sonido del timbre rompió el silencio de la noche. Erick, quien estaba recostado en la cama, revisando por última vez los documentos que llevaría a Suiza, se levantó de un salto. Caminó apresurado hacia la puerta, con el ceño fruncido, sin esperar visitas a esa hora. Al abrir, se encontró con Helena. La joven sonreía radiante, con un vestido ajustado que dejaba poco a la imaginación, sabiendo bien cómo captar su atención.
Pero Erick no sonrió. La decepción le atravesó como una descarga eléctrica. Por un breve instante, había esperado que fuese otra persona, aunque sabía que ese deseo era absurdo.
—¡Sorpresa! —exclamó Helena, lanzándose sobre él y colgándose de su cuello. Sin darle tiempo a reaccionar, lo besó con pasión, atrevida, como sabía que solía gustarle. Pero esta vez algo era distinto. Al principio Erick no correspondió al beso, pero después de unos minutos su cuerpo comenzó a reaccionar ante los toques de la muchacha.
Helena sin dudas era una mujer muy apasionada, para ella el sexo era la mejor manera de expresión, y después de varios encuentros sabía perfectamente como lograr que Erick sucumbiera.
Comenzó besando sus labios, mientras sus manos bajaban a su entrepierna, y aunque él al principio estaba dispuesto a rechazarla su propio cuerpo cedió al sentir los labios de la muchacha sobre su garganta, para luego descender por su pecho, bajar a sus abdominales y hacerse una fiesta con su virilidad. Y después de ahí, todo fluyó de manera tan natural que ambos quedaron exhaustos y rendidos sobre la cama.
La madrugada todavía bañaba la ciudad cuando Erick se levantó de la cama. Había pasado horas dando vueltas, incapaz de conciliar el sueño. Helena dormía profundamente a su lado, pero él no encontraba descanso. A pesar de que la pasión y el deseo habían desbordado entre ellos, la sensación de vacío lo invadía, una que ni siquiera entendía por completo.
Con un suspiro frustrado, se levantó, buscando algo que lo distrajera. Miró su teléfono y notó varias notificaciones sin importancia. Sin embargo, ninguna era de la persona que, en el fondo, esperaba. Sofia.
Desde el día de la fiesta lo único nuevo que había sabido era que se iba a Europa con Ian a estudiar, y aunque él se había convencido de que no debía preguntar, el no saber nada sobre ella empezaba a sentirse como un eco constante en su mente.
Esa mañana, con el amanecer pintando el cielo de tonos cálidos, decidió que hablaría con ella. No sabía exactamente qué quería decirle, pero tenía claro que debía cerrar ese capítulo de manera adecuada. No podía dejar las cosas como estaban.
Horas más tarde, Erick estaba en la oficina, revisando los documentos para su próximo viaje a Suiza. Mientras esperaba a Leonardo para una reunión, decidió finalmente preguntar. Intentó sonar casual, como si el tema no lo inquietara tanto como realmente lo hacía.
—Oye, Leo, ¿cómo está todo en casa? —preguntó mientras hojeaba un informe.
Leonardo lo miró con curiosidad, pero respondió con normalidad.
—Bien. Mónica está ocupada con los gemelos, Diego volvió al trabajo, y Marco está emocionado con su equipo de fútbol.
Erick asintió, aparentando desinterés.
—¿Y Sofi? ¿Cómo está ella? Ya debe tener todo listo para viajar. ¿Verdad?— preguntó.
El rostro de Leonardo cambió ligeramente, como si la mención de su hermana menor le trajera recuerdos recientes.
—¡Oh, claro, no te lo he dicho! — Sonrió con un dejo de nostalgia, inclinándose en la silla— Sofi, ya se marchó.
Erick dejó caer el bolígrafo que tenía en la mano.
—¿Qué? ¿Cómo que ya se marchó?
Leonardo, ajeno al impacto de sus palabras, continuó:
—Sí, se fue con Ian, cómo te había contado. Parece que estaba muy decidida, así que salieron en la madrugada hace un par de días.
El mundo de Erick pareció detenerse.
—¿Por qué no me dijiste nada?
Leonardo lo miró sorprendido.
—Ni yo mismo lo supe hasta que ella nos lo dijo, apenas unas horas antes de partir— se excusó—Por lo que ella nos dijo, no quería despedidas grandes. Solo estábamos nosotros, Diego, Alejandro, Isabella y Lucas en el aeropuerto. Fue todo muy rápido.
Erick sintió que algo se desgarraba en su interior. Sofia se había ido. Y él ni se había enterado, no había tenido la posibilidad de intentar arreglar las cosas.
Esa misma noche, Erick regresó a su departamento con un peso en el pecho que no lograba sacudirse. Cada rincón le recordaba lo lejos que estaba ahora la que alguna vez había sido su princesa. Miró el sofá donde ella solía sentarse cuando lo visitaba con la familia, y recordó su risa llenando el espacio con una calidez única.
Se dejó caer en la cama, mirando al techo. Había pensado que distanciarse era lo mejor, que ignorar lo que Sofia sentía era la manera de protegerla. Pero ahora, con la realidad golpeándolo de frente, se daba cuenta de que lo único que había logrado era alejarla por completo.
El timbre sonó, sacándolo de sus pensamientos. Se levantó con rapidez, casi con la esperanza de que fuera un milagro. Pero al abrir la puerta, encontró a Helena una vez más frente a él.
—¿Qué haces aquí, Helena? —preguntó, su tono era seco y cortante. Se pasó las manos por el cabello, con un gesto de frustración que no pudo ocultar.
Helena parpadeó, desconcertada por su reacción.
—Pensé que podríamos pasar un rato agradable juntos antes de que te marcharas—dijo, con un guiño coqueto— Algo así como el de anoche, o quizás mejor— respondió ella colgándose de su cuello.
Erick suspiró profundamente, la apartó sin ser grosero y cruzando los brazos dio un paso atrás, dejando clara su incomodidad.
—Helena, lo de anoche fue un error —soltó al fin, mirando hacia otro lado— Al igual que llevarte a esa fiesta. No debería haberte involucrado en eso. Fui un idiota.
Helena inclinó la cabeza, confundida.
—¿Un error? —repitió—. ¿Qué significa eso? ¿Invitarme como tu pareja fue un error?
Erick cerró los ojos por un instante, intentando organizar sus pensamientos. Sabía que había manejado todo mal, y ahora estaba pagando el precio de sus decisiones impulsivas.
—Sí, fue un error —confesó, con un tono más calmado—. No fue justo para ti, ni para mí, ni… para nadie más. Te utilicé, Helena, y lo siento. No tenía derecho a hacerlo.
La joven retrocedió un paso, herida por sus palabras. La sonrisa coqueta desapareció de su rostro, dejando al descubierto una expresión de enojo y decepción.
—¿Utilizarme? —repitió, su voz cargada de incredulidad—. ¿Eso es lo que soy para ti, Erick? ¿Una pieza más en tu juego?
—No quise que fuera así —se defendió—. Pero lo fue. Y me arrepiento.
Helena lo miró fijamente, tratando de leer más allá de sus palabras. Finalmente, soltó una risa amarga.
—Ya veo. Todo esto tiene que ver con ella, ¿verdad? Con esa niña.
Erick apretó los labios, pero no respondió. Su silencio fue suficiente para confirmar las sospechas de Helena.
—Sabía que algo andaba mal —continuó ella, su tono ahora estaba lleno de desprecio—. Te vi durante la fiesta, Erick. Vi cómo la mirabas, cómo te afectaba su presencia. ¿Qué clase de hombre adulto está tan obsesionado con alguien como ella?
—¡Basta! —interrumpió Erick, levantando la voz por primera vez. La mirada de Helena se endureció, pero él no retrocedió—. No tienes derecho a hablar de Sofia de esa manera.
Helena soltó una carcajada incrédula.
—¿No tengo derecho? —preguntó—. Quizá no, pero eso no cambia el hecho de que estás haciendo un desastre con tu vida, Erick. Y todo por algo que ni siquiera debería importar.
Erick respiró profundamente, intentando recuperar la calma. Sabía que discutir con Helena no llevaría a nada.
—Lo siento, Helena —dijo al fin, su voz sonaba más tranquila pero firme—. No debí involucrarte en esto, y lamento haberte hecho sentir así. Pero creo que es mejor que te vayas.
Ella lo miró por un momento, como si considerara sus palabras. Luego, sin decir nada más, dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta. Antes de salir, se detuvo y lanzó una última mirada sobre su hombro.
—Espero que encuentres lo que sea que estás buscando, Erick. Pero dudo que lo hagas si sigues actuando así.
Y con esas palabras, se fue, dejando a Erick solo en su departamento. Cerró la puerta y se dejó caer en el sofá, con la cabeza entre las manos. Había querido hacer lo correcto, pero cada decisión parecía empujarlo más hacia un abismo del que no sabía cómo salir.
Cuando finalmente quedó solo, se sentó en el borde de la cama, tomando su teléfono. Abrió el contacto de Sofia, pero no pudo escribir nada. Las palabras no salían, y aunque quería hablar con ella, sabía que la decisión estaba tomada.
Ella había seguido adelante. Ahora era su turno de aprender a dejarla ir.