Matrimonio de conveniencia: Engañarme durante tres meses
Aitana Reyes creyó que el amor de su vida sería su refugio, pero terminó siendo su tormenta. Casada con Ezra Montiel, un empresario millonario y emocionalmente ausente, su matrimonio no fue más que un contrato frío, sellado por intereses familiares y promesas rotas. Durante tres largos meses, Aitana vivió entre desprecios, infidelidades y silencios que gritaban más que cualquier palabra.
Ahora, el juego ha cambiado. Aitana no está dispuesta a seguir siendo la víctima. Con un vestido rojo, una mirada desafiante y una nueva fuerza en el corazón, se enfrenta a su esposo, a su amante, y a todo aquel que se atreva a subestimarla. Entre la humillación, el deseo, la venganza y un pasado que regresa con nombre propio —Elías—, comienza una guerra emocional donde cada movimiento puede destruir... o liberar.
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Capítulo 2 – Parte 4: "Una familia no se engaña… se disfraza"
Capítulo 2 – Parte 4: "Una familia no se engaña… se disfraza"
La mañana siguiente llegó con una luz gris, tibia, como si el sol también dudara de si debía brillar ese día.
Aitana apenas había dormido. Se quedó dormida pasada la madrugada, aún con el cabello mojado, el cuerpo agotado y el corazón en ruinas. Cuando despertó, el reloj marcaba casi las once.
—Hoy es domingo… —murmuró al mirar el calendario digital de su tocador.
Su estómago se revolvió al recordar: los padres de Ezra venían a almorzar, como cada domingo. Y por primera vez en años, ella no tenía nada preparado. Ni mesa puesta, ni aroma a guisos caseros, ni el vestido perfecto. Nada.
Se sentó en el borde de la cama. Su cuerpo le pesaba más que nunca.
Pero no iba a esconderse.
No más.
Mientras se levantaba, su mente le recordaba todo lo que quería haberle dicho anoche a Ezra. Todo lo que se calló en aquel baño, debajo del agua. Todo lo que gritó en silencio.
Se duchó, se vistió, se maquilló discretamente, y al terminar, se miró al espejo. Sus ojos ya no brillaban con inocencia. Ahora estaban templados por el fuego del dolor, ese fuego que, si no te quema, te forja.
Mientras tanto, en la planta baja, Ezra ya había bajado. Se colocó una camisa negra y unos pantalones formales. Café en mano, con el ceño fruncido, observaba por la ventana la llegada del automóvil de sus padres.
Apenas tocaron el timbre, una de las empleadas abrió.
—¡Buenos días, hijo! —saludó con voz firme Don Armando Montiel, el magnate detrás de la constructora Montiel Group.
—Padre —respondió Ezra, forzando una sonrisa—. Madre…
—Buenos días, cariño —la señora Montiel le dio un beso en la mejilla—. ¿Y Aitana?
—Aún duerme… —respondió sin pensar demasiado.
—¿Cómo que duerme? —frunció el ceño su madre—. ¿A estas horas? ¿Está enferma?
—No, solo… está cansada, ha tenido semanas pesadas.
Don Armando carraspeó la garganta, sin disimular su molestia.
—No quiero pensar que esa muchacha está bajando la guardia ahora que se siente cómoda como “señora Montiel”.
Ezra sintió un nudo en el estómago. Si ellos supieran…
La señora Montiel, en cambio, entrecerró los ojos con perspicacia.
—¿No estará… embarazada?
Ezra apretó los labios.
—No, madre. No te hagas ilusiones.
Los padres intercambiaron una mirada cargada de interrogantes. En ese instante, la puerta del segundo piso se abrió.
Los pasos suaves de Aitana Reyes bajaron por las escaleras. Iba vestida con un conjunto color marfil, elegante pero sobrio. Su cabello recogido en una coleta baja, rostro sereno… pero sus ojos, esa mañana, no eran los de siempre.
Eran los de una mujer que había entendido que el amor no debía doler, y que la dignidad no debía entregarse.
—Buenos días, señor y señora Montiel —saludó con una sonrisa cortés—. Lamento no haberlos recibido como es costumbre, esta vez me ganó el cansancio.
La madre de Ezra fue la primera en responder, mirándola con ternura.
—¿Estás bien, querida? ¿Te sientes mal?
Aitana fingió una breve risa, suave como una pluma.
—Me siento… distinta, eso es todo. De hecho, pensé que hoy el almuerzo debería encargarse a un chef. Necesito un respiro, pero ustedes merecen un buen trato, como siempre.
Don Armando alzó una ceja.
—No me gusta eso de que andes dejando tus responsabilidades. Las mujeres Montiel deben tener temple, no excusas.
Ezra se sintió incómodo, pero no dijo nada.
Y fue entonces cuando Aitana, sin voltear a verlo, soltó una bomba silenciosa:
—Hoy es un día especial para Ezra —dijo, con voz firme—. Debería ser él quien comparta con ustedes… la gran noticia.
Ezra sintió que el aire se le escapaba por un segundo. ¿De qué hablaba? ¿Qué iba a decir?
La señora Montiel se giró hacia su hijo, intrigada.
—¿Qué noticia, hijo?
Ezra la miró con los labios entreabiertos. La mente en blanco. El corazón latiendo con rabia… y algo más.
Aitana bajó la mirada unos segundos. Luego se giró hacia él, con una media sonrisa.
Esa sonrisa. Esa calma. Esa elegancia… lo descolocaron por completo.
No era la Aitana que él podía controlar.
Era otra.
Y esa, sí que daba miedo.