"Ash, cometí un error y ahora estoy pagando el precio. Guiar a esa alma era una tarea insignificante, pero la llevé al lugar equivocado. Ahora estoy atrapada en este patético cuerpo humano, cumpliendo la misión de Satanás. Pero no me preocupa; una vez que termine, regresaré al infierno para continuar con mi grandiosa existencia de demonio.Tarea fácil para alguien como yo. Aquí no hay espacio para sentimientos, solo estrategias. Así es como opera Dahna." Inspirada en un kdrama. (la jueza del infierno)
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¿Gracias?
Las rejas donde se encontraba Nicolás fueron abiertas por el oficial, que lo acompañaba junto a un hombre de traje. Nicolás le tendió la mano al recién llegado y dijo con una sonrisa:
—Gracias, Di Pietro.
El hombre, quien llevaba un semblante serio y profesional, negó con la cabeza.
—No hay nada que agradecer. Soy el abogado de tu familia, es mi trabajo.
Nicolás sonrió satisfecho mientras ambos salían de la celda y caminaban por los pasillos de la estación. Sin embargo, antes de abandonar el lugar, Nicolás se detuvo y miró a su abogado.
—Espera... Hay alguien más a quien debes sacar, como un favor especial.
Di Pietro levantó una ceja, pero asintió, sabiendo que no era el momento para cuestionar. Juntos, se dirigieron a otra parte de la estación.
Las rejas de la celda de Dahna se abrieron, y el oficial la acompañó hasta una oficina donde la esperaba su superior. El hombre, con un tono firme, la miró fijamente y le preguntó:
—Usted dijo a un oficial que se llamaba Dahna, ¿no es así?
Dahna lo miró con altivez y estaba a punto de responder afirmativamente, cuando algo la hizo cambiar de parecer. Forzó una sonrisa inocente y negó con la cabeza.
—Perdón, oficial, creo que hubo una leve confusión. Mi nombre es Amara.
El hombre frunció el ceño, escéptico, mientras consultaba algunos papeles sobre el escritorio, cuando la voz de Nicolás se escuchó desde la puerta:
—Yo también escuché que dijiste Dahna.
Nicolás sonrió con suficiencia, cruzando los brazos mientras observaba la escena. Dahna, que estaba furiosa por la intervención, lo miró con una chispa de odio en los ojos, pero luego, con gran esfuerzo, dibujó una sonrisa irónica en su rostro.
—Bueno, algunas personas escuchan lo que quieren —respondió con un tono ácido—, pero mi nombre es Amara Deveraux. Puede verificarlo en mis documentos, los cuales supongo deben tener.
El superior levantó las pertenencias de Dahna, revisándolas por un momento antes de mirarla de nuevo con una expresión de resignación.
—Por supuesto, aquí está todo. Agradezca al señor Nicolás por haberla sacado, o si no estaría en estos momentos pasando la noche en nuestra celda.
Dahna le lanzó una mirada fría y el oficial solo la observó, extrañado por la actitud de la mujer. Nicolás y el señor Di Pietro la esperaban a la salida de la oficina, y todos juntos salieron de la estación. Afuera, la noche se sentía helada y la calle estaba completamente desierta. Dahna miró alrededor y suspiró, frustrada al darse cuenta de que no tenía forma de regresar a casa, pues aún no había conseguido el fideicomiso que le prometían.
Nicolás, que ya se había adelantado unos pasos, la alcanzó rápidamente mientras Di Pietro los observaba desde cierta distancia, intrigado por la inusual actitud de su cliente.
—Ey, tú, problemas —le dijo Nicolás, con tono impaciente—. Al menos un "gracias", ¿no?
Dahna lo miró de reojo, arqueando una ceja con expresión fría.
—¿Gracias de qué? —replicó con un tono cargado de indiferencia.
Nicolás soltó un suspiro, cruzando los brazos mientras la observaba como si no pudiera creer lo que escuchaba.
—Por haberte sacado de pasar una fría noche en la celda, por ejemplo. No era mi obligación hacerlo.
Dahna miró hacia la estación por un momento y luego de nuevo a él, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.
—En primer lugar, estoy aquí por tu culpa, así que no tengo que agradecer nada —le espetó con una sonrisa burlona—. Y en segundo lugar, no soy exactamente la persona más amable. De hecho, podría decir que soy como un pequeño demonio.
Nicolás la observó con incredulidad, claramente irritado por su actitud.
—¿En serio? Eres demasiado arrogante. Te recuerdo que fuiste tú la que inició esa pelea en el bar —respondió con tono mordaz—. Estabas tan metida en el asunto que si no hubiera sido por mí, pasarías más de una noche ahí adentro.
Dahna rodó los ojos, suspirando con exageración.
—Ok, ya me sacaste, ¿contento? Ahora, si no te importa, tengo que irme.
Sin esperar una respuesta, Dahna ajustó su bolso y comenzó a caminar por la oscura calle, su figura desdibujándose en la penumbra. A medida que se alejaba, murmuraba entre dientes, con el ceño fruncido y las manos apretadas alrededor de la correa de su bolso.
—Maldito Satanás... No estaría en estas si no me hubiera mandado a la Tierra —gruñó entre dientes, claramente irritada—. No solo tengo que aguantar a estos idiotas humanos y sus estúpidas leyes, ahora resulta que también debo caminar a casa porque aún no consigo ese maldito dinero... Quizá debería involucrarme en mafias, ellos sí saben cómo divertirse.
Mientras seguía hablando y quejándose sola, un auto negro se detuvo a su lado, sus luces iluminando la calle desierta. Al volante, Roberto, el conductor de Nicolás, la reconoció de inmediato. Era la misma chica que casi había atropellado esa misma tarde. Nicolás, desde el asiento trasero, bajó la ventana y se inclinó hacia adelante.
—Ey, sube —le dijo.
Dahna alzó la vista, dudando un momento. Su orgullo le gritaba que se fuera, pero el camino era largo y sus tacones no estaban hechos para esa caminata. Finalmente, se subió al auto y cerró la puerta de golpe.
Nicolás la miró de reojo.
—¿Dónde vives? —preguntó, sin molestarse en disimular su tono desinteresado.
Dahna ni siquiera lo miró, centrada en revisar su teléfono.
—Calle Roseland, número 322.
El auto arrancó y el silencio se adueñó del espacio. Dahna, incómoda por la calma forzada, recordó el encuentro previo con Nicolás en el bufete. Lo observó de reojo, notando su porte atractivo, arrogante y con un aire de superioridad que, para su sorpresa, le resultaba interesante.
—"Si que está buenísimo. Arrogante y prepotente, tal como me los recetan en el Infierno" —pensó para sí misma, una sonrisa irónica asomando en sus labios.
Nicolás sintió la mirada intensa de Dahna y, sin apartar los ojos de su teléfono, murmuró:
—Toma una foto, dura más.
Dahna rió, una risa seca y burlona.
—Vaya, qué original. Pero tranquilo, no me interesa llenar mi galería de egos inflados —replicó con sarcasmo.
Él la miró de reojo, esbozando una media sonrisa.
—Eres de esas que creen que tienen el mundo bajo control, ¿no? —Nicolás la provocó.
—No lo creo, lo sé —respondió Dahna, su tono seguro y cortante.
—Entonces dime, ¿cómo es que alguien tan "controlada" acaba en una celda por peleas callejeras? —la retó, su voz cargada de burla.
Dahna lo miró con frialdad.
—Eso me lo reservo para las personas que valen la pena. Tú no calificas —espetó, volviendo a su teléfono.
Finalmente, llegaron a la dirección indicada. Dahna se bajó del auto con la cabeza en alto, agradeciendo de forma cortante antes de entrar a su hogar. Pero apenas cruzó el umbral, una mano firme la tomó del brazo. Su padre la miró con furia.
—¿Dónde estabas? ¿Y quién es ese que te trajo? No eres una mujerzuela para dejarte engañar por cualquiera —escupió con desprecio.
Dahna sonrió de forma oscura, saboreando la tensión.
—Relájate, viejo. No es un príncipe azul, pero tampoco me interesa. Y, si lo fuera, al menos tendría más clase que tú.
El rostro de su padre se tornó rojo de ira, apretando los dientes.
—Sigues siendo igual de descarada, igual que tu madre...
Dahna rió, un sonido sin alegría que retumbó en la sala.
—¿Sabes qué es lo divertido, papá? Que sigues pensando que puedes controlarme con tus sermones patéticos. Pero ya no soy la niña que arrojabas al cuarto cada vez que te molestabas. Ahora, soy la peor pesadilla de tus sueños rotos —respondió, disfrutando de cada palabra venenosa.
Él se quedó mudo, la sorpresa y el enojo deformando sus facciones. Pero Dahna solo lo miró con desdén antes de retirarse a su habitación, sintiendo cómo el odio y la oscuridad llenaban su interior, dándole una sensación de poder y control. Era su propia forma de ser invencible, de devorar el mundo antes de que el mundo la consumiera a ella.