En una pequeña sala oscura, un joven se encuentra cara a cara con Madame Mey, una narradora enigmática cuyas historias parecen más reales de lo que deberían ser. Con cada palabra, Madame Mey teje relatos llenos de misterio y venganza, llevando al joven por un sendero donde el pasado y el presente se entrelazan de formas inquietantes.
Obsesionado por la primera historia que escucha, el joven se ve atraído una y otra vez hacia esa sala, buscando respuestas a las preguntas que lo atormentan. Pero mientras Madame Mey continúa relatando vidas marcadas por traiciones, cambios de identidad, y venganzas sangrientas, el joven comienza a preguntarse si está descubriendo secretos ajenos... o si está atrapado en un relato del que no podrá escapar.
NovelToon tiene autorización de AllisonLeon para publicar essa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
La esclava del silencio
— Por un momento dude si ibas a volver— dijo ella, como si el tiempo hubiera pasado desde su última visita.
El joven cerró la puerta tras de sí, sintiendo el peso del aire espeso que llenaba la habitación. Cada palabra de ella lo hacía sentir que, sin saberlo, había estado atrapado en una red invisible desde el primer día.
—Yo igual, pero no he podido dejar de pensar en la última historia —dijo, su voz sonando más débil de lo que esperaba—. Hay algo… no sé qué, pero...- Dijo mientras se acercaba y dejaba caer una funda con algunos bocadillos.
Madame Mey se reclina ligeramente hacia atrás en su silla, como si estuviera considerando sus próximas palabras con cuidado. El joven siente que ha llegado a un punto de no retorno, como si cada palabra de Madame lo arrastrara más profundamente en una historia que no comprende del todo.
—Las historias son como ecos, querido. Se repiten, cambian de forma, y siempre dejan algo detrás —dijo ella, inclinándose ligeramente hacia adelante—. ¿Qué es lo que buscas saber?
La pregunta lo golpeó con fuerza. No sabía qué estaba buscando exactamente, pero no podía evitar sentir que había algo que Madame Mey aún no le había contado, algo importante. Tragó saliva, tratando de articular sus pensamientos.
—Quiero saber más —respondió, finalmente, con una mezcla de resolución y ansiedad—. Quiero entender.
Madame Mey sonrió, pero no era una sonrisa cálida. Era como el filo de un cuchillo: frío, calculador, pero también seductor.
—Siempre queremos entender más, querido. Pero las respuestas no siempre son lo que esperamos. A veces, descubrir más puede ser la verdadera trampa.
—Te contaré otra historia —dijo Madame, su voz suave, pero cargada de misterio—. Otra vida, otra alma perdida entre las sombras de un mundo que no siempre muestra su verdadero rostro. Pero antes de escuchar, debes estar seguro de que estás listo para continuar. —Hizo una pausa, sus ojos oscuros clavados en los de él—. Porque las historias, una vez contadas, tienen una forma de enredarse en nosotros, de hacernos parte de ellas.
El joven asintió, aunque una parte de él no estaba del todo segura. Sentía que estaba cayendo más y más en un pozo oscuro del que no podría escapar. Pero su curiosidad era más fuerte que su miedo.
—Entonces escúchame bien —susurró Madame Mey, inclinándose hacia adelante—, porque esta historia es más antigua de lo que imaginas.
Madame Mey se acomodó en su silla, con una expresión pensativa mientras el joven frente a ella esperaba en silencio. Hizo una pausa larga, lo suficiente para que él empezara a preguntarse si tenía algo más que contar. Finalmente, sus labios se curvaron en una leve sonrisa.
—Déjame contarte sobre una chica... —comenzó, su voz susurrante llenando la pequeña habitación—. Una chica que vivía en las calles, invisible para el mundo, hasta que el destino decidió otra cosa para ella. Pero cuidado, no todas las chicas vulnerables son tan inocentes como parecen.
La chica no recordaba la última vez que había comido algo más que sobras o un trozo de pan robado de los mercados. Cada noche, la oscuridad era su única aliada, y las sombras de los callejones eran su refugio. La gente pasaba a su lado sin mirarla, como si fuera parte del paisaje sucio y gris de la ciudad.
No recordaba el último día en que su vida había sido algo más que una lucha por sobrevivir. Las calles de la ciudad eran un laberinto gris, sucio y cruel, donde el más fuerte devoraba al más débil. Para una chica como ella, pequeña y sola, cada noche era una batalla por la supervivencia. Había aprendido, desde muy joven, que las emociones eran un lujo que no podía permitirse.
Había vivido en las sombras, siempre observando. En las plazas y mercados, veía a las familias con sus hijos, sus sonrisas y risas ajenas a su dolor. Alguna vez, mucho tiempo atrás, Cariot también había tenido una familia. Pero esa parte de su vida se había borrado con el tiempo, disuelta entre las miserias de las calles.
Robaba cuando podía, mendigaba cuando no había más opción. Pero siempre había mantenido la mirada baja, nunca buscando la atención de nadie. Sabía que, para sobrevivir, debía volverse invisible. Y lo había logrado. Hasta la noche en que todo cambió.
Pero en sus ojos había algo más que desesperación; había una chispa de vida que no se apagaba, incluso cuando el hambre y el frío intentaban consumirla.
Una noche, mientras buscaba refugio entre los restos de un edificio destruido. El rugido del motor fue su única advertencia antes de que todo a su alrededor se volviera confuso. Manos fuertes la habían arrastrado hacia el interior de un coche negro, sus voces bajas y frías no le ofrecían explicación. Cariot no gritó ni forcejeó. Sabía que el pánico no la salvaría. En su mente, todo se redujo a una pregunta: ¿Cómo escapar?
El viaje fue largo y silencioso. Las ventanas del coche estaban tintadas, y el paisaje de la ciudad desapareció rápidamente, dejándola atrapada en la oscuridad de su propia mente. Había algo en la quietud del coche, en la manera metódica en que esos hombres la habían atrapado, que le decía que no se trataba de un simple secuestro.
Finalmente, la llevaron a un lugar que no reconocía. El brillo de los grandes candelabros y las columnas de mármol le resultaban ajenos, pero lo más perturbador era la frialdad en el aire. Todo parecía demasiado pulido, demasiado perfecto, como si estuviera a punto de ser parte de una ceremonia que ella no entendía.
Varias manos la comenzaron a tocar, lavaron su sucio cabello y su cuerpo fue cubierto por un vestido blanco, el cual parecía una simple manta y encadenaron sus manos.
La subasta fue una experiencia que nunca olvidaría. Varias chicas estaban allí, cada una ataviada con ropas elegantes pero vacías de vida, como muñecas a punto de ser vendidas. Sus ojos, cuando la miraban, eran huecos. Pero Cariot mantuvo su postura firme, eligiendo no mostrar nada. Sabía que cualquier señal de debilidad sería aprovechada por aquellos que la miraban como una mercancía.