Todo el mundo reconoce que existen diez mandamientos. Sin embargo, para Connor Fitzgerald, héroe de la CIA, el undécimo mandamiento es el que cuenta:
" No te dejaras atrapar"
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CAPITULO 12
Chris Jackson pidió al conductor del taxi que se detuviera un momento frente a la casa de empeño y lo esperara. Solo tardaría unos cuantos minutos, explicó, y luego quería que lo llevara al aeropuertoEn
En cuanto entró en la tienda, Escobar salió apresuradamente de la oficina. Se veía agitado. Cuando vio quién era su cliente, introdujo una llave en la caja registradora y abrió el cajón. Sin decir palabra, sacó diez billetes de cien dólares y los puso por encima del mostrador.
-- Debo disculparme con usted,señor -- empezó --, pero me temo que el rifle fue hurtado en algún momento durante la noche.
Jackson no dijo nada. Fue inevitable que Escobar pensara, luego de que su cliente salió, que la noticia Cuandohabía sorprendido.
Cuando el taxi se dirigía al aeropuerto, Jackson sacó el cartucho usado del bolsillo de la chaqueta. Tal vez no podría probar quién disparó el gatillo, pero ya no tenía ninguna duda de quién había dado la orden de asesinar a Ricardo Guzmán.
El helicóptero aterrizó con suavidad en un prado, cercano al espejo de agua que se hallaba en el entre el obelisco a Washington y el monumento a Lincoln. Cuando las aspas del rotor dejaron de girar, una escalerilla se extendió desde el vehículo. La puerta del nighthawk se abrió y apareció el presidente Herrera. Vestido con un uniforme de gala que lo hacía verse como un personaje de una película para adolescentes. Devolvió el saludo militar a una escolta de infantes de marina que lo aguardaba y se encaminó a la limusina Cadillac blindada.
El presidente, Tom Lawrence, el secretario de estado, Larry Harrington y el jefe de asesores, Andy Lloyd, esperaban en el pórtico sur de la Casa Blanca para saludar al nuevo presidente colombiano. " Cuánto mejor corte tiene el traje y más numerosas son las medallas, hay más conflictos en el país ", pensó Lawrence cuando dio unos pasos para saludar a su visitante.
-- ¡Antonio, mi viejo y querido amigo! -- manifestó Lawrence cuando Herrera lo abrazó, aunque solo se habían visto una vez antes de esa ocasión. Después de la indispensable sesión protocolaria de fotografías, que duró tres minutos, el presidente condujo a su huésped a la oficina oval. Mientras le servían café colombiano y les tomaban más fotos, no hablaron de nada importante.
Cuando, después de un rato, los dejaron a solas, Lawrence empezó a tratar con seriedad los temas de los acuerdos de extradición, la cosecha de café de ese año, el problema del narcotráfico. Sin embargo, mientras el secretario de estado ampliaba la conversación para abordar el pago de los créditos otorgados en dólares, el presidente pensaba otras cosas.
El proyecto de ley para la reducción de armamentos se hallaba estancado en un comité, y los votos a favor no eran precisamente abrumadores. Tal vez sería necesario ver a varios miembros del Congreso por separado si quería tener alguna oportunidad de impulsarlo.
Lawrence regresó al presidente sobresaltado al oír el comentario de Herrera:
-- Y por ello debo darle las gracias personalmente, señor presidente -- una sonrisa se dibujó en el rostro de Herrera mientras los tres hombres más poderosos de los Estados Unidos lo miraban con absoluta incredulidad.
-- ¿Podría repetir lo que acaba de decir Antonio? -- pidió el presidente, que no tenía la certeza de haber oído bien a su visitante.
-- Ya que nos encontramos al abrigo de la oficina oval, Tom, quise expresarle mi enorme agradecimiento por su participación para que yo fuera electo.
Mientras en otro lugar:
-- ¿Cuánto tiempo hace que trabaja en Maryland life, señor Fitzgerald? fue la primera pregunta que hizo el presidente de la junta directiva, en una entrevista que ya llevaba más de una hora.
-- Cumpliré veintiocho años de servicio en mayo, señor Thompson -- respondió Connor, mirando directamente al hombre sentado al centro de la mesa grande frente a él.
-- Su currículum es muy impresionante -- observó la mujer sentada a la derecha del presidente -- ¿Por que quiere abandonar su empleo actual?
-- Mi única posibilidad de ascender habría significado mudarme a Cleveland -- contestó con franqueza --, y me parece que no habría sido justo pedirle a mi esposa que renunciara a su trabajo en Georgetown University.
El tercer miembro del jurado entrevistador asintió. Maggie le había informado que unos de los miembros de la junta tenía un hijo Que estudiaba en Georgetown.
-- Ya no lo entretendremos más -- concluyó el presidente -- Solo deseo agradecerle que haya venido a vernos, señor Fitzgerald.
-- Fue un placer-- repuso Connor, y se levantó para marcharse.
El presidente se incorporó a su vez y rodeó la mesa larga para reunirse con él.
-- ¿Les gustaría a usted y a su esposa cenar con nosotros la semana próxima? -- preguntó, al tiempo que acompañaba a Connor Fitzgerald a la puerta.
-- Estaremos encantados, señor -- respondió Connor.
-- Ben -- aclaro el presidente --, nadie en Washington Provident me llama señor -- le estrechó la mano con afabilidad --. Le pediré de inmediato a mi secretaria que se comunique mañana a su oficina para fijar la fecha. Le aseguro que será para mí un placer conocer a su esposa. Maggie, ¿verdad?
-- Sí, señor -- contestó Connor. Hizo una pausa--. Y yo tendré mucho gusto en conocer a la señora Thompson, Ben.
Andy Lloyd descolgó el teléfono rojo, pero no reconoció la voz inmediatamente.
-- Tengo información. Siento mucho haber tardado tanto.
Lloyd tomó enseguida un bloc amarillo nuevo y una pluma. No necesitaba oprimir ningún botón. Todas las conversaciones que se efectuaban por ese teléfono en particular se grababan de manera automática.
-- Acabo de regresar de un viaje de diez días a Bogotá, y alguien me aseguró no solo de que me dieran con la puerta en las narices, sino que la cerraron con llave y le echaran el pestillo.
-- Helen Dexter debe de haber averiguado lo que usted tramaba -- comentó Lloyd.
-- Con toda seguridad lo supo en cuanto termine de hablar con el jefe de policía de la ciudad.
-- ¿Eso significa acaso que también está enterada de quién lo contrató a usted?
-- No, Cubrí muy bien ese aspecto, razón por la que tarde tanto en comunicarme con usted. Sin embargo, todas las pruebas apuntan a que la CIA sí estuvo detrás del asesinato.
-- ¿Cómo puede estar tan seguro de que CIA tuvo algo que ver?
-- Vi el rifle, y no me cabe la menor duda de que fue el que se empleó para matar a Guzmán. Incluso pude apoderarme del casquillo usado de la bala que lo asesinó. Aún más, conozco al hombre que fabricó el arma. Tiene un contrato de trabajo con un grupo pequeño de ASE.