La Esposa Substituta De Magnata

Joarah González

El insistente sonido de mi teléfono móvil me despertó de un profundo sueño. Parpadeé, intentando situarme. Las pesadas cortinas tapaban la luz del sol, pero aún podía decir que era de día. El timbre del móvil continuó, cortando el silencio de la lujosa habitación en la que me encontraba. Me acerco a la mesilla de noche y descuelgo el auricular.

-¿Hola? -mi voz sonó ronca, aún somnolienta.

-¡Joarah! ¡Por fin has contestado! -Era la voz de Luisa, mi amiga más extrovertida-. Hemos llegado a la ciudad y necesitamos verte. Nos hemos enterado de lo de tu padre... Lo siento, amigo.

-Gracias, Luisa. -murmuré, sintiendo una punzada de dolor en el pecho al recordar la pérdida. -Estoy en la mansión de Emmanuel.

-¿Emmanuel? -La sorpresa en su voz era evidente. -¿Estás con el hombre más guapo de todo México? Amigo, ¡de verdad que no pierdes el tiempo!

Sonreí, a pesar de todo. Luisa siempre tenía una manera de hacerme reír, incluso en los momentos más difíciles.

-¡Luisa, por favor! -escuché de fondo la voz de Dolores, siempre la sensata. ¿Cómo te encuentras? Tenemos que hablar y darte un abrazo.

-Estoy... aguantando. -respondí, sintiendo que se me saltaban las lágrimas-. ¿Puedes venir? Os necesito de verdad.

-Claro, vamos para allá -contestó Dolores, con voz tranquila y tranquilizadora-, te traeremos café y algo de comer. No te preocupes por nada, estamos aquí para ayudarte.

Me levanto de la cama para mi primer día como futura esposa de la familia López. La idea aún me parece surrealista, pero necesito prepararme. Camino hacia el baño, sintiendo el frío del suelo de mármol en mis pies descalzos. En cuanto abro la puerta, me sorprende ver a Emmanuel ante mí, totalmente desnudo.

Mi respiración se detiene un instante. Mis ojos descienden, casi involuntariamente, hasta su intimidad, y siento cómo el shock se apodera de mi cuerpo. ¿Cómo puede un hombre ser tan corpulento? La idea me asusta y una oleada de nerviosismo me invade. De repente me doy cuenta de que no sólo era grueso de personalidad.

Me mira y sonríe, esa sonrisa arrogante que siempre utiliza para burlarse de mí.

- Buenos días, cariño -dice, con la voz llena de diversión. - ¿Es más de lo que pensaba?

Mi cara se pone roja y apenas puedo hablar.

- Yo... no me había dado cuenta... de que estarías aquí.

Suelta una carcajada y da un paso adelante, irradiando confianza.

- Bueno, vas a tener que acostumbrarte, ¿no? - Se inclina y me planta un suave beso en la frente antes de salir del baño, dejándome allí de pie, intentando recuperar el aliento y la compostura

En cuanto Emmanuel sale del baño, respiro hondo y cierro la puerta tras él. Necesito un momento para mí. Me meto en la ducha y dejo que el agua caliente elimine la tensión de mi cuerpo. Intento no pensar en lo que acaba de pasar, pero su imagen, tan segura y provocativa, no se me va de la cabeza, aunque sé que no se irá de mis pensamientos.

Todavía está...

Sigue...