En la turbulenta Inglaterra medieval, Lady Isabella de Worthington, una mujer de espíritu indomable y belleza inigualable, descubre la infidelidad de su marido, Lord Geoffrey. En una época donde las mujeres tienen pocas opciones, Isabella toma la valiente decisión de pedir el divorcio, algo prácticamente inaudito en su tiempo. Gracias a la ley de la región que otorga beneficios a la parte agraviada, Isabella logra quedarse con la mayoría de las propiedades y acciones de su exmarido.Liberada de las ataduras de un matrimonio infeliz, Isabella canaliza su energía y recursos en abrir su propia boutique en el corazón de Londres, un lugar donde las mujeres pueden encontrar los más exquisitos vestidos y accesorios. Su tienda rápidamente se convierte en el lugar de moda, atrayendo a la nobleza y a la realeza.
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El baile de Invierno
El aire era frío, y la nieve caía suavemente sobre la ciudad, cubriendo las calles adoquinadas y los tejados de las casas con una capa blanca y brillante. Las luces del gran castillo iluminaban la noche invernal, reflejándose en los copos de nieve que descendían lentamente desde el cielo. La gran noche del Baile de Invierno había llegado, y las élites del reino se reunían en el salón principal, una ocasión esperada por todos, no solo por la ostentación y el esplendor, sino también porque era el escenario perfecto para que las intrigas sociales se tejieran y deshicieran.
Isabella, nerviosa pero decidida, se miraba en el espejo de su habitación, ajustándose los detalles finales de su vestido. Era una creación de su propia boutique, una obra de arte en seda plateada y encajes delicados que resaltaban su figura con elegancia. No solo era una oportunidad para demostrar que podía mantenerse en pie frente a las críticas, sino también una declaración silenciosa de que su negocio y su talento eran inigualables. Este baile era su presentación oficial ante la sociedad después de los intentos de sabotaje de Geoffrey.
Alexander había insistido en acompañarla, y su apoyo era un alivio para Isabella. Sabía que asistir con él haría más que simplemente acallar rumores: demostraría que tenía aliados poderosos a su lado. Mientras se colocaba los últimos pendientes, un carruaje la esperaba afuera.
—¿Estás lista?—dijo Alexander desde la puerta.
Isabella se dio la vuelta, y por un instante, los dos se quedaron mirándose en silencio. Alexander, con su traje negro impecable y su porte orgulloso, era la imagen de la seguridad y la nobleza. Sus ojos se suavizaron cuando vio a Isabella.
—Estás... radiante. —dijo con una sonrisa sincera—. Esta noche, no podrán apartar los ojos de ti.
Isabella sintió un leve rubor en sus mejillas, pero se mantuvo serena.
—Gracias, Alexander. No habría tenido el valor de asistir sin ti. —respondió mientras aceptaba su brazo.
—Lo habrías hecho, porque eres más fuerte de lo que crees. Yo solo soy el afortunado de acompañarte. —respondió él mientras salían al frío aire invernal.
El camino hacia el castillo fue breve, pero Isabella no pudo evitar sentir los nervios agolparse en su pecho. El Baile de Invierno era conocido por ser una de las reuniones más importantes del reino, donde los nobles no solo disfrutaban de la música y el baile, sino que también tejían alianzas, forjaban matrimonios y deshacían reputaciones. Sabía que la corte estaría observándola de cerca, y Geoffrey probablemente también estaría presente, listo para aprovechar cualquier desliz.
Cuando llegaron al castillo, el gran salón ya estaba lleno. Candelabros de cristal colgaban del techo, iluminando el vasto espacio decorado con tonos dorados y blancos, símbolos de la pureza del invierno y la grandeza del reino. La música fluía suavemente, una melodía que envolvía a los invitados mientras conversaban, bebían y se movían entre ellos.
Isabella entró al salón con Alexander a su lado, y de inmediato sintió las miradas posarse sobre ella. Algunas de admiración, otras de curiosidad y, por supuesto, unas cuantas llenas de envidia y desprecio. Sin embargo, se mantuvo firme, con la cabeza en alto y con su porte digno.
—Lady Isabella, Lord Alexander. —una voz familiar los saludó. Era el Duque de Norwick, un hombre mayor de cabello canoso y de aspecto imponente, que se acercó con una sonrisa cordial—. Qué gusto verlos aquí esta noche.
—Duque Norwick —respondió Alexander con una inclinación de cabeza—. Es un placer. Isabella y yo estábamos ansiosos por disfrutar del baile.
El Duque dirigió su mirada hacia Isabella, y una chispa de aprobación cruzó sus ojos.
—Debo decir, Lady Isabella, que su vestido es exquisito. ¿Es de su boutique? —preguntó con curiosidad genuina.
Isabella sonrió con gratitud.
—Así es, mi señor. Me alegra que lo aprecie. Es un honor que mis diseños sean valorados aquí esta noche. —respondió con humildad.
—Sin duda alguna, su talento es innegable. Mi esposa ha estado hablando maravillas de sus creaciones. Tal vez debamos visitarla pronto. —dijo el Duque, haciendo una reverencia antes de alejarse.
Alexander le ofreció una sonrisa a Isabella.
—Ves, ya estás dejando una impresión. Esto es solo el comienzo.
La música cambió, y los primeros compases de una danza lenta resonaron en el salón. Alexander extendió su mano hacia Isabella.
—¿Me concederías este baile? —preguntó con una leve sonrisa en los labios.
Isabella dudó un momento, mirando a su alrededor y sintiendo las miradas de los demás sobre ellos. Sabía que aceptar significaría poner aún más atención sobre ellos, pero también era una declaración. Alexander no solo estaba ofreciendo su apoyo en privado, sino que quería demostrarlo ante todos.
—Por supuesto. —respondió finalmente, colocando su mano en la de él.
Los dos se dirigieron hacia la pista de baile, y en cuanto la música comenzó a fluir, Isabella se dejó llevar por el movimiento suave y elegante de Alexander. Los demás invitados se apartaron para observarlos, y pronto se convirtieron en el centro de atención. Isabella se sentía expuesta, pero al mismo tiempo, la presencia de Alexander la hacía sentir protegida. Sus pasos eran seguros, y con cada giro y movimiento, parecía que la tensión de la corte se desvanecía por unos momentos.
—Están mirándonos. —susurró Isabella, sintiendo las miradas intensas de los presentes.
—Que lo hagan. No hay nada de lo que avergonzarse-. Esta noche, todos verán lo que yo ya sé: que eres increíblemente fuerte, capaz y digna de todo lo que has logrado.
Isabella no pudo evitar sonreír ante sus palabras. En ese momento, mientras danzaban bajo las luces del gran salón, las intrigas y los rumores parecían distantes, casi insignificantes.
Cuando la danza terminó, el salón estalló en aplausos, y por un breve instante, Isabella sintió que la corte estaba a su favor. Sin embargo, la realidad de las intrigas siempre acechaba, y apenas se retiraron de la pista, una figura familiar apareció ante ellos.
—Isabella. —La voz de Geoffrey, la hizo girar bruscamente.
Geoffrey estaba de pie a unos metros de distancia, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. Vestido con sus mejores galas, el hombre que una vez había sido su esposo parecía listo para continuar su campaña de destrucción.
—No esperaba verte aquí. —dijo con una inclinación burlona de cabeza—. Aunque debo admitir que tu vestido es... impresionante. ¿De tu tienda, supongo?
Alexander dio un paso adelante, colocándose ligeramente entre Geoffrey e Isabella, pero ella levantó una mano, indicando que no necesitaba su intervención. Había esperado este momento, y estaba lista.
—Sí, Geoffrey, es de mi tienda. —respondió Isabella con una voz firme—. Y es solo uno de los muchos éxitos que he logrado desde que me liberé de ti.
La sonrisa de Geoffrey vaciló por un instante, pero se recuperó rápidamente.
—Espero que puedas mantener esa confianza. Porque pronto te darás cuenta de que en esta corte, las cosas pueden cambiar en un abrir y cerrar de ojos. —dijo con una mirada oscura antes de alejarse, dejándolos con un aire de tensión.
—No te preocupes por él. —dijo Alexander, colocando una mano en el hombro de Isabella—. Solo está jugando su última carta.