El Sacrificio De Meskhenet

La hermana Clara, desde su infancia, siempre fue una persona sumamente nerviosa, el mundo le parecía un lugar aterrador, lleno de terribles amenazas que asechaban constantemente por su alma, por lo que desde muy pequeña sintió el llamado a la vida religiosa, como el único refugio para ella. Su familia siempre se mostró orgullosa de sus inclinaciones religiosas, reforzando su temor al mundo y lo diferente y alentando su búsqueda de la perfección en Dios. Entonces, al tomar los votos y ofrecer su vida al servicio de su religión a través de lo que ella consideraba su otra gran vocación; la enseñanza, ella por fin se sintió a salvo del mundo. Sin embargo, hacía seis años algo en ella había comenzado a romperse, y no sabia si se trataba de su alma o su mente. Eran los mismos seis años que llevaba de conocer a esas chicas; Meskhenet e Iselda, siempre juntas; aunque eso no significaba que fueran iguales, había algo perturbados en ellas y sus viejas inseguridades y miedos regresaron con mayor fuerza, por lo que como único mecanismo de defensa, ella abrazo con mayor fervor su fe, mientras las observaba con mayor detenimiento.

Ante sus ojos, Iselda irradiaba ternura y luz, invitando a todos a su alrededor a desear protegerla; mientras su amiga Meskhenet parecía una sombra, que se colgaba de ella, empeñada en ahuyentar a todo aquel que trataba de acercarse, alimentándose del calor y bondad de la primera. Lo más extraño es que Iselda parecía creer que eran los otros quienes las despreciaban, mientras que era su amiga quien se empeñaba en menospreciar y criticar a todos a su alrededor, sobre todo las figuras de rectitud.

Durante todos esos años, la Hermana Clara observó cómo Meskhenet fingió ser la victima sistemática del sistema y la tradición, cuando a ella le quedaba claro que era la instigadora; e Iselda, fiel a ella, con cada incidente se volvía cada vez más huraña y difícil de tratar; la niña estaba constantemente a la defensiva, intentando proteger a su amiga de sus supuestos atacantes; y ninguna alumna, ni profesor, nadie parecía poder liberar a Iselda de la perniciosa influencia de Meskhenet, a veces incluso parecían no notarlo.

Y cuando comenzaron a llegarle rumores a la Hermana Clara de que Meskhenet usaba brujería para controlar y manipular a Iselda, todo pareció encajar por un momento, aunque después intentó negar la simple idea de que algo así pudiera ser posible, ya que iban en contra de su propia fe, pero entre más las observaba, más dudaba de sí misma...

.

.

.

El tiempo transcurrió y las pequeñas se convirtieron en señoritas, la Hermana Clara no podía evitar ser particularmente estricta con ellas, esa amenaza que sintió desde que las conoció continuaba ahí, inquietandola. Las cosas eran tan extrañas al rededor de esas chicas; conocían información personal de todos los alumnos, datos que las propias maestras ignoraban y con las que solían atacar a las estudiantes a la menor provocación. Sus compañeras comenzaron a temerlas y la Hermana Clara no encontró otra solución más que aislarlas; hacerlas a un lado y advertir del riesgo que era ese par, incluso de forma abierta, de la presencia de algo maligno al rededor de ellas, incluso a riesgo de parecer loca. Fue entonces que sus esfuerzos por separarlas dieron frutos de la forma más inesperada, ya que sin proveerlo, Meskhenet se acercó a ella;

—Profesora; necesito su consejo, nunca he sido cercana a ningún catedrático del colegio y recurro a usted porqué ya estoy cansada y no creo poder continuar— la Hermana Clara se desconcertó, sin embargo permitió que Meskhenet continuara —Creo que no tiene una buena impresión de mí, y esta en su justo derecho, pero créame que siempre he tenido una razón para comportarme así, para no permitir que nadie se acerque a Iselda.

Que la chica estuviera dispuesta a confesar su perturbadora forma de actuar, de alguna forma hacia sentir a la Monja que se validaban sus miedos más secretos, por lo que se sintió más dispuesta a escuchar lo que fuera que la joven tuviera que decir —Muy bien, te escucho— contesto con un tono interrogante a la petición —Sí está en mis manos trataré de auxiliarte en todo lo posible.

—¡Muchas gracias!— respondió Meskhenet, tratando de mostrar una pequeña sonrisa, en ese momento a la Hermana Clara le pareció ver un destello de luz que suavizó su corazón lo suficiente para estar dispuesta creer lo que tuvieran que decirle.

Meskhenet aseguró que Iselda estaba fuera de control; cada vez buscando mayores riesgos, le dijo que la joven había comenzado a frecuentar a adoradores del diablo, gente que ostentaban tatuajes por todo el cuerpo y llevaban una vida licenciosa; ellos trataban de convencer a Meskhenet de que se uniera también, pero ella se encontraba sumamente asustada por todo lo que hasta ese momento había visto; pues desde la muerte de sus padres, Iselda estaba obsesionada con la posibilidad de conjurarlos y ellos aseguraban tener esa capacidad. La Hermana no supo si era una broma pesada o la verdad, aunque le pidió a la chica que se alejara de su amiga; ya que ella no podía ser responsable de las decisiones que otros tomaran. Y después de años, lo que parecía imposible sucedió, Meskhenet se distanció de Iselda.

.

.

.

Una vez más la hermana Clara dudó de sí misma y de su cordura, incertidumbre que se disipó el día que vio a esa gente con Iselda; ella parecía tan contenta de encontrarse con ellos; una mujer y un hombre de aspecto temible, cubiertos de tatuajes y cicatrices que seguramente no significaban nada bueno. La hermana no pudo aguantar; trató de convencer a Iselda que se alejara de ellos, en medio de lo que parecía un ataque de histeria, y a pesar de que en todo momento fue respaldada por Meskhenet; no funcionó, Iselda reaccionó mal y se marchó con ellos para no regresar...

La hermana Clara se sintió culpable por la ausencia de Iselda; se preocupaba que por su inacción se condenara el alma inmadura de aquella niña. Y aunque al principio la ausencia de Iselda parecía ser a causa de una simple enfermedad, su miedo a auto condenarse por permitir la corrupción de una de sus alumnas, la llevó a tomar la decisión de visitar a la tía de su alumna, quien según sus registros, era su tutor legal, para advertirle que algo muy malo ocurría con su sobrina y su alma estaba en peligro. Sin embargo la hermana Clara sólo consiguió sonar como una fanática religiosa; logrando tener la credibilidad de una loca. Después de ese incidente sus superiores le llamaron la atención, mientras Iselda ya no regresó, en su lugar pidió un permiso para sólo presentar sus exámenes finales, y debido a su excelente historial académico nadie se lo negó.