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El Fin Justifica Los Medios

El Fin Justifica Los Medios

Status: Terminada
Genre:Romance / Completas / Arrogante / Amor-odio / Duque
Popularitas:57.4k
Nilai: 5
nombre de autor: Arane

Lisel, la perspicaz hija del Marqués Luton, enfrenta una encrucijada de vida o muerte tras el súbito coma de su padre. En medio de la vorágine, su madrastra, cuyas ambiciones desmedidas la empujan a usurpar el poder, trama despiadadamente contra ella. En un giro alarmante, Lisel se entera de un complot para casarla con el Príncipe Heredero de Castelar, un hombre cuya oscura fama lo precede por haber asesinado a sus anteriores amantes.

Desesperada, Lisel escapa a los sombríos suburbios de la ciudad, hasta el notorio Callejón del Hambre, un santuario de excesos y libertad. Allí, en un acto de audacia, se entrega a una noche de abandono con un enigmático desconocido, un hombre cuya frialdad solo es superada por su arrogancia. Lo que Lisel cree un encuentro efímero y sin ataduras se convierte en algo más cuando él reaparece, amenazando con descarrilar sus cuidadosos planes.

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Capítulo 12. Mercado Negro

El día transcurrió rápidamente.

Margaret estaba ocupada asistiendo a una lujosa fiesta de té con otras damas de la nobleza.

Carlier, por su parte, dedicó el día a intensos entrenamientos. Algo fuera de lo común para él, pero que proporcionó a Lisel un respiro de tranquilidad.

Durante unas horas, Lisel se había retirado a la recámara de su padre. Lo observó en silencio, notando cómo sus ojos permanecían abiertos y su respiración era constante, pero no había ningún otro signo de vida.

La enfermedad que había comenzado paralizando su brazo se había extendido a todo su cuerpo, dejándolo completamente inmóvil.

La relación de Lisel con él nunca había sido cercana, teñida por las circunstancias de la muerte de su madre y la rápida aparición de Margaret como su nueva esposa. Además, estaba Carlier, el producto de una de las muchas infidelidades de su padre.

A pesar de todo, Lisel no podía evitar sentir una punzada de compasión al ver a su padre en tal estado, recordando que, a pesar de sus fallas, había tenido momentos de bondad. Su madre, afortunadamente, se había ido antes de presenciar la humillación de ver el resultado de su marido en brazos de otra mujer.

La noche cayó sobre la Mansión Luton, y con ella, Lisel se encontraba lista.

Con cierta renuencia, se colocó la molesta peluca oscura, recordando la incomodidad y picazón que le provocaba. Al tomar su capa, los recuerdos del último día que la usó flotaron en su mente, pero se obligó a dispersarlos.

Deysi había dejado a Estrella, su fiel yegua, atada a un árbol en las afueras de la propiedad.

Lisel sabía que debía actuar con rapidez y el máximo sigilo. Consciente de la sensibilidad de Carlier a cualquier ruido inusual y temerosa de provocar su irrupción en la habitación, como había sucedido la pasada noche.

Se aproximó a la repisa de la ventana, con un pie ya colocado sobre ella, preparada para impulsarse al exterior.

Antes de saltar, se detuvo un instante para contemplar la luna, que se alzaba imponente y luminosa en el cielo nocturno. La noche estaba adornada con un manto de estrellas que centelleaban como diamantes dispersos en el vasto terciopelo oscuro. La luz de la luna bañaba el jardín con un resplandor etéreo, transformando cada hoja y flor en siluetas plateadas.

Inspirando profundamente el aire fresco de la noche, se llenó de valor y determinación. Con un movimiento ágil y silencioso, saltó por la ventana.

Lisel descendía ágilmente por la áspera pared de piedra de la mansión, concentrándose en cada movimiento de sus manos y pies. La frialdad de la roca rozaba su piel, mientras se acercaba al suelo.

Justo cuando estaba a punto de aterrizar con seguridad, sintió un tirón en su capa.

Por un momento, el miedo la invadió. Temió que fuera un guardia o, peor aún, Carlier, y que sus planes se vinieran abajo.

Pero, para su sorpresa, en lugar de caer, se encontró de pie, recostada contra un pecho firme. El brazo que había jalado su capa ahora la rodeaba por la cintura, evitando su caída.

—Otra escapadita al Callejón del Hambre —la voz conocida y mordaz hizo que Lisel se pusiera en guardia.

—No es de su incumbencia —respondió Lisel, intentando mantener la calma mientras se liberaba de su agarre.

Se alejó rápidamente, resistiendo el impulso de cuestionarlo, exigir explicaciones o acusarlo. Sabía que no había tiempo para reproches y que probablemente él solo respondería con su acostumbrada sorna y burla.

Para su sorpresa, no la retuvo ni siguió. La ausencia del duque Bertram la dejó con una mezcla de alivio y curiosidad.

"Quizás solo espía a las familias nobles" pensó Lisel. Pero se preguntó por qué se habría dejado ver por ella.

Sacudiendo esos pensamientos, se centró en su misión.

Al llegar donde Estrella la estaba esperando, montó con determinación. Aunque no era tan diestra como Deysi en el manejo de caballos. Afortunadamente, la yegua era dócil y parecía reconocerla, respondiendo bien a sus indicaciones.

Estrella, una yegua de pelaje marrón brillante, ostentaba tres patas con pezuñas blancas, dándole un aspecto peculiar y encantador. Un rasgo distintivo adicional era una pequeña mancha blanca en forma de estrella sobre su lomo, que no solo inspiraba su nombre sino que también realzaba su elegante figura. Sus ojos, grandes y expresivos, reflejaban una mezcla de inteligencia y serenidad, convirtiéndola en la compañera ideal para una jinete menos experimentada como Lisel.

Al acercarse a los suburbios de Castelar, Lisel ató a Estrella en un poste seguro.

No quería exponer al noble animal a las zonas peligrosas que debía atravesar. Caminando bajo los oscuros túneles, no pudo evitar desviar su mirada hacia el Callejón del Hambre, sintiendo una punzada de vergüenza.

Finalmente, llegó a su destino: una cueva sombría y en ruinas.

El guardia de la entrada, un hombre de tamaño imponente, la examinó con recelo. Con rapidez, Lisel mostró su bolsa de monedas, y el mercenario, sin cambiar su expresión estoica, le permitió el paso.

El túnel se adentraba en la penumbra, iluminado apenas por unos farolillos desgastados que trazaban una ruta incierta. El olor a humedad y moho impregnaba el aire, creando una atmósfera opresiva.

Lisel se adentró con cautela hasta que el estrecho camino se abrió en una amplia cavidad subterránea.

El lugar, aún oculto bajo la tierra, estaba repleto de puestos de todo tipo, donde mercaderes ofrecían objetos extraños y curiosos. Desde ojos y lenguas hasta diamantes y brebajes de dudosa procedencia.

Estaba en el Mercado Negro.

Lisel se desplazó ágilmente entre la multitud, buscando con ojos agudos la hierba que necesitaba. Finalmente, la encontró en un puesto regentado por un anciano y un joven que parecía ser su hijo.

—Hola bella dama —saludó el joven con una sonrisa desdentada. —¿Puedo ayudarla?

Las palabras sonaron turbias en los oídos de Lisel, pero ella las ignoró.

—Lágrimas de Selene —pidió con firmeza. —¿Las tienen?

El anciano y el joven intercambiaron miradas cargadas de silencio.

—¿Por qué una señorita tan joven como tú busca una hierba tan peligrosa? —inquirió el anciano, y al mover sus manos, Lisel notó la ausencia de algunos dedos, un castigo común para los ladrones.

—Eso no le concierne —respondió Lisel, esforzándose por mantener una voz autoritaria. —Le pagaré bien.

Sin decir más, lanzó su saco de monedas sobre el mostrador, causando que los ojos de los hombres se agrandaran ante la cantidad ofrecida.

Un grito ahogado resonó detrás de una pesada puerta de piedra tallada en la pared. Nadie custodiaba la entrada, pero tampoco parecía que nadie intentara acceder.

—Es mejor que no lo sepas, niña —advirtió el hombre mayor al notar la curiosidad de Lisel. Luego, sacó un tarro de cristal con la hierba solicitada.

—Aquí tienes tu compra. Que la disfrutes.

Lisel no respondió, su único deseo era abandonar aquel lugar lo antes posible. Con el tarro firmemente sujeto, se dirigió rápidamente hacia la salida.

Lisel, con el corazón latiendo acelerado, se adentró nuevamente en el oscuro túnel que la llevaría hacia la seguridad de la noche. Mientras corría, recordaba las historias que Doña Clara le había contado sobre el Mercado Negro, relatos que mezclaban lo cotidiano con lo aterrador.

Según la anciana, no era raro que los plebeyos recurrieran a ese mercado oculto cuando las medicinas convencionales fallaban o eran escasas.

Ella misma había mencionado que, en su juventud, se vio obligada a buscar un remedio para su padre enfermo allí y que fue testigo de que las transacciones no se limitaban solo a objetos.

Con cada paso, Lisel se enfurecía más al pensar en las injusticias y oscuridades que manchaban su propio país. Se prometió a sí misma que, una vez su vida dejara de estar en un constante peligro, haría todo lo posible por cambiar las cosas.

Al salir del túnel, se sorprendió al notar la ausencia del imponente guardia que había estado en la entrada. Su instinto le decía que algo no iba bien.

Avanzó con cautela, pero pronto se vio rodeada por tres hombres de aspecto amenazante, cada uno empuñando un cuchillo. Sus miradas despiadadas y sus posturas amenazadoras indicaban que no tenían buenas intenciones.

En ese momento crítico, la mente de Lisel se aceleró, buscando desesperadamente una salida.

La reconocible figura del joven desdentado del mercado indicaba que la emboscada había sido planeada con antelación, aprovechándose de su aparente vulnerabilidad.

—Pareces rica —dijo el joven con sus ojos brillando con codicia y malicia.

—Ya te he dado todo el dinero que tenía —respondió Lisel con voz temblorosa.

—¿Cómo puedo creerte? Los nobles siempre esconden bien sus monedas. Tendré que comprobarlo yo mismo —amenazó el hombre del mercado, mientras los otros dos la empujaban al suelo y sujetaban sus brazos, inmovilizándola.

El joven mercader se colocó sobre ella, bloqueándole las piernas. Podía sentirlo presionando su entrepierna contra ella, murmurando un sinfín de obscenidades.

La situación se tornaba cada vez más desesperada.

Lisel, atrapada bajo el peso del joven y sintiendo la presión insoportable de su cuerpo contra el suyo, comenzó a llorar. Cuando él se dio cuenta de sus lagrimas, le acarició el cuello con el cuchillo  con una sonrisa retorcida.

Las obscenidades de aquellos hombres, que hablaban de su cuerpo como si fuera un objeto, eran como veneno para sus oídos. Con un grito ahogado, Lisel reunió toda su fuerza y determinación. A pesar de las lágrimas que bordeaban sus ojos, su mente estaba clara.

Recordó la pequeña daga que Deysi le había dado, oculta en su ropa interior. En un intento frenético por alcanzar la daga, luchó por liberar una mano. Pero los hombres que la sujetaban eran demasiado fuertes, y su esfuerzo parecía inútil.

De repente, un sonido sordo y un líquido caliente salpicó su rostro.

Parpadeando a través de sus lágrimas, vio una escena que la dejó atónita: los tres hombres yacían en el suelo, decapitados.

La sangre salpicaba el suelo y a ella, creando un tapiz macabro a su alrededor.

Lisel se quedó sin aliento, incapaz de comprender lo que acababa de suceder.

Frente a ella, la presencia del Duque Bertram emergió, imponente y cargada de una ferocidad que le hizo estremecerse.

El resplandor lunar hacía brillar su cabello negro, creando un vívido contraste con sus ojos, que en esa noche no reflejaban su usual frialdad. En cambio, la intensidad ardiente de su mirada parecía capaz de incinerar todo a su paso, desplegando una ira desbordante.

La espada en su mano derecha, ahora limpia de sangre gracias a un pañuelo descartado con desdén junto a los cuerpos decapitados, era un recordatorio palpable de la violencia que acababa de desencadenar.

—Duque Bertram —susurró Lisel, su voz temblorosa reflejando la mezcla de alivio y terror que sentía.

Las lágrimas seguían corriendo por sus mejillas mientras observaba su capa rasgada en el suelo, y su propia ropa manchada de sangre.

En un gesto rápido, Alaric se quitó su propia capa y se la colocó sobre los hombros a Lisel. Cubriendo su figura manchada de sangre y proporcionándole un poco de calidez.

A pesar de la gravedad de la situación, había algo en ese gesto que suavizaba ligeramente la expresión de Alaric, como si en ese instante, un destello de humanidad atravesara la dureza de su fachada.

Lisel, aún sacudida y confundida, no sabía cómo reaccionar.

La intervención del duque había sido decisiva, pero la brutalidad y la eficiencia con la que había actuado eran desconcertantes. Se encontraba entre la gratitud por haber sido salvada y el miedo a la intensidad y el poder que Alaric había demostrado.

Las palabras para agradecerle se perdieron en su garganta, mientras se aferraba a la capa que ahora la envolvía.

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Sandra Robles
estoy totalmente emocionada ame está historia gracias Autora,por regalarnos tan maravillosa obra!!
Sandra Robles
ahora sí, pensé un montón de veces que estaba embarazada y no era así /Facepalm/
Sandra Robles
si pero está quiere al duque
Sandra Robles
ahora porque se fue, pensé que IVA a quedarce a ayudarlo hasta conseguir la victoria
Sandra Robles
bien de algo sirvió que le salven la vida
Sandra Robles
no que triste la única persona que lo conocía tal cual es
Sandra Robles
jajaja los sorprendieron a todos ,me imagino sus caras /Facepalm//Facepalm/
Sandra Robles
jajaj luc pone en riesgo su vida siguiendola ,si lo ve el duque tan cerca de licet
Sandra Robles
que no vaya a quedarse con luc,yo quiero que vuelva con el duque, hacen una hermosa pareja
Sandra Robles
pobre duque no solo está lejos de licel , si no con la guerra a medio perder
Sandra Robles
perdió la batalla el duque,está perdidamente enamorado
Sandra Robles
vieja zorra
Sandra Robles
más sufrimiento para ella ,no se da cuenta que está enamorada del duque
Sandra Robles
vieja malvada , siempre deseando el mal hasta a su propio hijo
Sandra Robles
y el no piensa hacer algo definitivo para que la dejen en paz ,solo piensa en sus planes y ella sigue en peligro /Frown/
Valentina Diaz
Es la perra de tu madre que anda jodiendo!
Sandra Robles
otra vez a aguantar a estos abusadores, pobre lisel
Sandra Robles
volverá al martirio de los acosadores, el principe y el hermano
Sandra Robles
loco desquiciado, no para de matar personas
Sandra Robles
ese duque es muy duro con ella siempre negandole todo
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