El secreto del CEO

Adrián no regresó ni una sola vez al despacho de Benicio después de entregar aquel informe. El horario laboral ya había concluido, y Benicio creía que su empleado ya se habría marchado, sin siquiera pasar por su oficina ni avisar. Solamente se percató de la hora al mirar su reloj, ya que ni siquiera había notado que estaba anocheciendo.

Benicio recogió sus cosas y salió de su oficina. Al cruzar por delante del despacho de Adrián, notó que la luz estaba encendida y entró, observando que él aún permanecía en la compañía.

— ¿Qué haces todavía aquí?

— Estoy acabando un informe para una colega.

Benicio frunció el ceño al escuchar sus palabras. Terminó de entrar en la oficina y tomó el papel que yacía en el escritorio de su subalterno, mostrando un semblante aún más severo.

— ¿Quién te ha pedido hacer esto?

— Bueno, una chica que trabaja aquí me lo pidió, puesto que ella no podía terminar este informe hoy, tenía algo que hacer.

Benicio dejó su maletín sobre la mesa, se acercó a él y posó las manos sobre el brazo de la silla, una a cada lado, aclarándole algo.

— Tú trabajas para mí, señor Adrián. Cualquier labor que se te asigne dentro de mi empresa deberá ser aprobada por mí. No sabía que eras tan proactivo como para permitir que la gente se beneficie a tu costa.

Adrián procuraba controlar su respiración en aquel momento. No podía demostrar que esa cercanía le afectaba. Tener a Benicio tan cerca era incluso mejor que aquel encontronazo en el baño. No solo podía percibir su fragancia, sino que también podía mirar directamente a sus ojos. Si se aproximara más, incluso sentiría su aliento caliente en su rostro.

— Entendido, señor — respondió, aunque no pudo evitar fijarse en los labios del hombre frente a él.

— Perfecto. — Se apartó levemente de la silla — Entonces deja eso allí y vete a casa. Cuando la dueña de este informe venga a recogerlo mañana y no esté listo, dile que he sido yo quien no ha permitido que se hiciese. Si se molesta, que venga a mi oficina a reclamar. Vamos, apaga todo y bajemos, así me aseguraré de que no te quedes aquí acabándolo.

Adrián no tenía otra opción que acatar la orden dada. Apagó su ordenador, tomó sus cosas y salió de la oficina con su jefe. Ambos tomaron el mismo ascensor, y aquello era embarazoso. El silencio entre ellos avivaba una maraña de pensamientos.

No solo Adrián estaba incómodo con ese silencio, Benicio también reflexionaba sobre lo cerca que había estado. Casi como aquella vez que Adrián le ayudó a calmarse durante una crisis. Esperaba que su rostro no revelara demasiado en aquella posición, ya que, en aquel momento, su cuerpo deseaba acercarse aún más.

— Que tengas una buena noche y descanses, nos vemos mañana en el trabajo — se despidió de su empleado al salir de la empresa.

— Gracias, señor. Que tenga usted también una excelente noche.

Inicialmente, Benicio había pensado en ofrecerle llevarle en coche, pero consideró que tal vez mostraría demasiada preocupación. Era mejor mantener cierta distancia entre ambos, al menos eso intentaría. Aunque no estaba seguro de poder lograrlo.

Adrián llegó a casa aquel día mucho más tarde de lo habitual. Su abuela lo esperaba sentada en la mesa de la cocina, como siempre, con una expresión de preocupación en el rostro.

— Estaba inquieta, muchacho. Has llegado tarde.

— Lo siento, abuela, me retuve en el trabajo hoy.

— Todavía eres tan joven y ya estás tan agobiado. Tus padres partieron tan pronto, dejándote con la responsabilidad de cuidar a una vieja como yo.

— Abuela, no digas eso, parece que piensas que eres una carga para mí y no es así. Te quiero mucho y no veo como un peso cuidarte. Doña Marcelina, deje de hacerse bolas en la cabeza. ¿Ya cenó? Porque yo tengo hambre. — Le dio un beso en la cabeza a su abuela.

Adrián verdaderamente no sentía aquello que su abuela imaginaba. La amaba y no concebía la idea de cuidarla como una carga, sino como una responsabilidad y un agradecimiento por los años de cuidado hacia él.

Benicio también llegó más tarde de lo normal aquel día. Después de darse una ducha, se dirigió a la sala porque quería tomar algo, pero terminó encontrándose con Carla, que acababa de llegar. En ese momento lamentó haberle dado una copia de las llaves, pues deseaba estar solo.

— Voy a dormir aquí esta noche. ¿Hay algún problema?

Benicio pensó en decir inmediatamente que no, que no quería que ella se quedara, pero luego se detuvo a considerar que quizá sería bueno permitirlo. Había tenido muchos pensamientos extraños sobre Adrián últimamente, y pensar que si dejaba que ella se quedara más a menudo, podría distraerse de esos pensamientos.

— Está bien, tienes ropa tuya en mi armario si quieres ducharte primero.

Decidió permitirle quedarse y ponerse a prueba esa noche. Ese había sido el primer día con ese hombre a su lado. Por unos instantes pensó que quizás no había sido buena idea contratarlo, pues Adrian, aun sin quererlo, lograba conmover su compostura.