En las áridas tierras de Wadi Al-Rimal, donde el honor vale más que la vida y las mujeres son piezas de un destino pactado, Nasser Al-Sabah llega con una misión: investigar un campamento aislado y proteger a su nación de una guerra.
Lo que no esperaba era encontrar allí a Sámira Al-Jabari, una joven de apenas veinte años, condenada a convertirse en la segunda esposa de un hombre mucho mayor. Entre ellos surge una conexión tan intensa como prohibida, un amor que desafía las reglas del desierto y las cadenas de la tradición.
Mientras la arena cubre secretos y el peligro acecha en cada rincón, Nasser y Sámira deberán elegir entre la obediencia y la libertad, entre la renuncia y un amor capaz de desafiar al destino.
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Cuando el pasado no se olvida
Dos días después al levantarse, Sámira vio a su padre, finalmente Farid había regresado.
— Hablaremos más tarde de lo ocurrido, exclamó Farid mirando a su hija.
Sámira asintió en silencio, lo único que le faltaba era recibir una paliza de su padre.
Mientras tanto Nasser caminaba por el campamento, era evidente que todos se esforzaban para hacerlo sentir cómodo y él aprovechó para dar una mano.
Aún no había ido por provisiones, pronto lo haría y pasaría su primer informe.
Le había sorprendido que las niñas no fueran al colegio, por lo visto en Wadi se resistían al avance y comenzó a comprender la preocupación de Mariana, para una mujer como ella, era una ofensa. Nasser estaba ayudando a cargar agua cuando vio llegar un camión.
Lo vio detenerse junto a una tienda y que varios hombres descargaban enormes cajones de madera.
Decidió mantener su distancia pero si tomo nota mental de la matrícula.
Por su parte Sámira se dirigió con un grupo de mujeres hacia el oasis, fue cuando vio a Nasser, las jóvenes lo miraron.
– Pues el forastero está guapísimo dijo una de las jóvenes.
Sámira lo miro con desdén para ella era un idiota, lo peor era que se había vuelto bastante popular, parecía no tener interés en irse y lo que era peor su padre hablaría con el esa noche durante la cena.
Esa noche Farid decidió cumplír con la costumbre; un huésped, sobre todo alguien como Nasser Al-Sabah, no podía ser tratado con indiferencia. Aquel hombre había traído de vuelta una cabra perdida, pero también cargaba un pasado demasiado ruidoso como para ser ignorado.
Esa noche, mientras las mujeres preparaban el pan y el cordero al fuego, los hombres dispusieron las alfombras en el centro del campamento. Farid se sentó en el lugar de honor y, tras los saludos formales, pidió que Nasser se acercara.
—Bienvenido seas a Wadi Al-Rimal —dijo con voz grave—. Aquí todo huésped es protegido, pero también observado. Mi hijo me dicen que trabajas junto a ellos, que cargas agua y no rehúyes el esfuerzo. Eso honra tu presencia.
Nasser inclinó la cabeza.
—Hago lo que está en mis manos. El desierto enseña humildad. Estoy muy agradecido con ustedes por recibirme mientras decido mi destino.
Farid lo estudió en silencio antes de añadir.
—Aquí, en Wadi, los cambios no son bienvenidos. Y en Rhaydan los cambios soplan como tormenta.
— Así es, debo reconocer que por primera vez me siento en paz
—Esa nueva heredera ha dejado un mal sabor en muchos hombres.
Los murmullos se encendieron, como brasas que necesitaban poco aire para arder.
Nasser sostuvo la mirada de Farid y respondió con calma.
—Conozco a la heredera. Puedo asegurar que es una mujer honorable, de carácter fuerte y corazón íntegro. Es una lástima, lo admito, que hubiera preferido que el heredero sea un hombre, aunque negar su integridad sería una injusticia.
El hombre asintió lentamente, mientras los demás callaban.
—Tus palabras son medidas, Nasser Al-Sabah. Y el tiempo dirá si el desierto también mide tus pasos. Aquí seguimos al pie de la tradición, eres bienvenido a unirte a nosotros.
— Se lo agradezco y reflexionare sobre ello. Aunque no lo parezca aqui me siento a gusto, cerca de las raíces de mis antepasados.
— ¿ Tienes familia en Rhaydan?, pregunto Farid.
— Mi padre falleció y mi madre esta viviendo con mis hermanos en la frontera de Burhan, ellos se instalaron ahi.
— Pues aquí tiene un nuevo hogar.
— Gracias, debo admitir que me siento bienvenido aqui, nadie juzga mi pasado. Es difícil seguir adelante cuando te juzgan sin saber lo que realmente pasó dijo Nasser.
— Usted habrá tenido sus buenos motivos para regresar a la heredera dijo Farid.
— Por supuesto, quise disciplinar a mi esposa ¿es acaso ese un pecado?, pregunto Nasser.
Farid se acomodó la barba con calma, como si meditara antes de hablar.
—No, no es un pecado —respondió con solemnidad—. El Corán enseña que el hombre es guardián de la mujer, porque Dios le ha dado preferencia sobre ella y la sostiene con sus bienes. Tu deber era corregir a tu esposa si se apartaba del camino. El error está en quienes juzgan sin comprender la ley de Dios ni las costumbres de los ancestros.
Alzó la voz apenas para que todos los hombres reunidos lo escucharan.
—Una mujer que desafía el honor de su esposo desafía a su propia familia, y ese deshonor no lo lava ni el agua de mil oasis.
Los presentes asintieron en silencio. Mientras hicieron un leve gesto de aprobación.
Farid volvió la vista a Nasser.
—Si fuiste juzgado por cumplir tu deber como hombre, entonces comprendo tu amargura. Aquí en Wadi, nadie levantará la voz contra ti por haber querido disciplinar a tu esposa.
Se hizo un breve silencio. Solo el crepitar del fuego se escuchaba.
—El desierto no condena lo que dicta la tradición —concluyó Farid—. Aquí, Nasser Al-Sabah, tu nombre puede quedar limpio si así lo deseas.
Nasser asintió. Los hombres bebieron té en silencio. La aceptación era parcial, pero suficiente; había sido escuchado y, al menos esa noche, no era juzgado como un enemigo o espía.
Más tarde en su tienda Nasser pensaba en lo que había dicho, su propia visión de lo que una mujer debía ser y comportarse.
Debía reconocer que su propia postura era mas parecida a la postura de Farid y sus seguidores. Reconoció con tristeza que pese a ser un hombre que se había educado y había conocido el mundo y sus diferentes culturas. Y había conocido el placer, su parte primitiva quería una esposa virgen.
¿ No era eso una hipocresía?, si el había fallado también entregándose al placer. Para Dios ambos debían llegar casto al matrimonio, pero a la mujer se le exigía y con el hombre se hacía la vista gorda.
¿ Cómo pudo el exigir algo que el no dio?, se preguntó.
Llevaba seis meses con Mariana cuando le llego la información de que había estado junto a Kamal mientras hacia su carrera. Su parte racional le decía que no, su parte primitiva se fijo en como se entendían. Cuando estaban juntos era como si pensaran igual, sintió celos de esa conexión y dudo de los sentimientos de su futura esposa.
Lo peor fue esa nota antes de la boda que dejaron para su madre, ver la expresión de su madre al entregarle el papel , donde le informaban a su madre que Mariana lo estaba utilizando para tapar sus sinvergüenzadas.
Su madre quería cancelar la boda, y el lo impidió, pero todo explotó esa noche porque el no comprendió que ese miedo que veía en realidad era una reacción natural y esa negativa de consumar el matrimonio tenía que ver con su desilusión.
Nasser salio de la cama y tomo una túnica saliendo de la pequeña tienda, se sentía asfixiado. El pasado solía dejarle un sabor amargo en la boca camino hasta el agua y decidió darse un baño.
Algún día se casaría, soñaba con ser padre y tenía mucho trabajo por delante si quería ser un hombre ejemplar para sus hijos o hijas. No quería ser como esos hombres a los que los hijos le tienen terror. Se quitó la túnica y se metió al agua.
Escondída detrás de unas rocas Sámira observaba al forastero desnudo...