Elena lo perdió todo: a su madre, a su estabilidad y a la inocencia de una vida tranquila. Amanda, en cambio, quedó rota tras la muerte de Martina, la mujer que fue su razón de existir. Entre ellas solo debería haber distancia y reproches, pero el destino las ata con un vínculo imposible de ignorar: un niño que ninguna planeó criar, pero que cambiará sus vidas para siempre.
En medio del duelo, la culpa y los sueños inconclusos, Elena y Amanda descubrirán que a veces el amor nace justo donde más duele… y que la esperanza puede tomar la forma de un nuevo comienzo.
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Capítulo 11.
Hola chicas, antes de empezar con la actualizacion quiero agradecerles por todo el apoyo que le estan dando a la novela. Pero quiero hacerles una aclaracion, esta novela es de lesbianas, osea la prota termiana con Amanda, es lo unico que les voy adelantar, se los digo para que despues no se termien deseccionas, igual es una historia hermosa y se las recomiendo. aun esta en ediccion, las que son mis seguidoras saben que yo publico de lunes a viernes, y aveces hago maraton, pero solo si lo piden las lectoras, pues sus comentarios me hacen acabarla rapido para que no sufran tanto, ajajajajaja.
GRACIAS DE NUEVO POR LEER MIS HISTORIA Y A LAS NUEVAS NO SE OLVIDEN SEGUIR MI CUENTA. BESOS.
Pov Elena
Eran casi las doce de la noche cuando oí unos golpes angustiantes en mi puerta. Me desperté asustada, con el corazón latiendo rápido. Abrí y allí estaba Carla, con el rostro cubierto de lágrimas, temblando visiblemente.
—¡Elena! —suspiró, casi sin aliento—. No aparece… Francesco no ha regresado.
La sujeté de los hombros y la hice entrar. Su piel estaba pálida, como si la vida se le hubiera escapado.
—Tranquila, siéntate. Respira —le sugerí, llevándola al sofá—. Cuéntame qué sucedió.
Carla se cubrió la cara con las manos, y sus sollozos sacudían su cuerpo.
—No lo sé, Elena. Salió de la fábrica esta tarde y… no ha vuelto. Lo esperé durante horas y no llegó. Su teléfono está apagado, no responde. Yo… siento que algo malo ha ocurrido.
Trataba de mantener la serenidad, aunque su desesperación me afectaba.
—Es de noche. Esperemos hasta que amanezca, ¿vale? Tal vez tuvo un problema con su coche, o está con alguien cerrando negocios. Si le ha pasado algo, lo sabremos pronto.
Ella negó con la cabeza, llorando aún más.
—No es habitual. Francesco siempre me llama, incluso tarde. No me dejaría así.
La abracé con fuerza.
—Shhh… cálmate. Te haré un té, necesitas relajarte un poco.
Hice una taza caliente, y le pasé un sedante ligero, casi suplicándole que lo tomara. Carla estaba destrozada, y yo no podía hacer nada más que consolarla, el sedante hizo efecto y ella al final, logró cerrar los ojos un momento en el sofá.
Yo, incapaz de dormir, tomé una libreta y me encerré en mi estudio. Cuando mis emociones se volvían abrumadoras, crear era mi única forma de respirar. El lápiz se movía ágilmente en el papel, trazando líneas que se transformaban en vestidos. Cada trazo era una manera de no ahogarme en la angustia por mi amiga.
Por la mañana, llevé a Martin al colegio. Lo despedí con un beso en la frente y una sonrisa forzada para que no viera la tensión en mi rostro. Después, Carla y yo nos dirigimos a la policía.
La estación tenía olor a café viejo y papeles usados. Explicamos la situación, el tiempo que había pasado y lo raro que era que Francesco no apareciera. El oficial nos escuchó con atención, pero sus palabras me impactaron como si me echaran un balde de agua fría.
—Señoras, para considerar a un adulto como desaparecido necesitamos esperar setenta y dos horas. Ese es el procedimiento.
Carla se dejó caer en la silla, llena de pánico.
—¡No podemos esperar tanto! ¡Algo le ha sucedido, lo sé!
La abracé nuevamente.
—Carla, cálmate. No significa que no vayan a ayudarnos, solo debemos… debemos ser pacientes.
Sentí que mis palabras eran vacías.
Al regresar a casa, intentamos hacer lo que pudimos. Yo utilicé el teléfono y comencé a contactar hospitales, clínica tras clínica, indagando si había alguna persona que se ajustara a la descripción de Francesco. No obtuvimos nada. Nadie sabía de él.
El tiempo parecía transcurrir lentamente, cada minuto era como un espina clavada en el dedo. Carla se movía de un lado a otro, incapaz de permanecer en un solo lugar, mordiendo sus uñas, murmurando su nombre repetidamente como si de esa forma pudiera traerlo de vuelta.
—¿Y si… y si está herido? ¿Y si está solo en algún lugar? —me preguntaba sin cesar.
Yo no podía ofrecer respuestas.
Decidimos visitar su oficina en el centro, esperando hallar alguna pista. El edificio estaba en calma, con pasillos largos y un portero cansado que nos observó con desinterés.
—¿La oficina del señor Santorini? —inquirí.
El portero levantó una ceja.
—¿Santorini? Ah, sí. Ese piso fue desocupado hace un mes.
Carla lo miró como si no entendiera lo que decía.
—¿Qué quiere decir con que lo entregó? ¡Eso no puede ser cierto! ¡Él venia todos los días!
El portero se encogió de hombros.
—Firmó los documentos y me dejo las llaves, puedo mostrarle si quiere.
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. No quería decir nada, no en ese lugar, no frente a Carla. Pero por dentro, algo comenzó a inquietarme, una duda que no podía ahogar: ¿qué estaba sucediendo realmente?
Las setenta y dos horas se sintieron interminables. Carla apenas comía o dormía. Yo intentaba mantenerla estable, sosteniendo su mundo que se desmoronaba. Cuando finalmente la policía accedió a abrir una investigación, pensé que por fin tendríamos respuestas.
Ojalá hubiera estado equivocada.
En la comisaría, nos recibieron con rostros serios. Habían revisado registros, documentos y bases de datos. Lo que hallaron fue un golpe que nos dejó heladas.
—Elena, Carla… —dijo el inspector con tono grave—. No hay ningún Francesco Santorini. Esa identidad es falsa.
El aire se me escapó del pecho. Sentí que me faltaba el aliento. Miré a Carla, que se quedó paralizada, observándolos como si no entendiera la situación.
—No… no puede ser —murmuró.
El inspector asintió.
—El hombre con quien se casó utilizó documentos falsos. No tiene antecedentes en este país. No sabemos quién es realmente.
Carla abrió sus ojos desmesuradamente, y antes de poder reaccionar, su cuerpo cayó al suelo. Grité su nombre, corriendo a atraparla. Estaba inconsciente, desvanecida por el impacto.
Mientras solicitaba ayuda a los oficiales, una única pregunta resonaba en mi mente, una que Carla gritaría más tarde entre sollozos:
¿Con quién demonios se había casado?
De vuelta en casa, cuando logré que Carla descansara en mi cama, me quedé despierta toda la noche, sin poder descansar. Observaba a Martin dormir y tenía la sensación de que todo lo que habíamos construido se estaba tambaleando.
Las incertidumbres empezaron a llenarme. ¿Cuánto conocíamos en verdad sobre Francesco? Muy poco. Apenas lo que él mismo nos había contado: que no tenía padres, que había progresado con apoyo de iniciativas gubernamentales, que se había esforzado mucho para ganar el respeto de los demás. Solo eso, solo palabras. De pronto, cada sonrisa suya, cada gesto amable, cada promesa de apoyo financiero, se volvieron falsas. ¿Cuánto había tomado de nosotros? ¿Cuánto había manipulado a Carla? ¿Cuánto estaba en riesgo de la vida que yo había levantado con tanto esfuerzo?
La noche fue un torbellino de miedo y rabia contenida. Sentía que una sombra había entrado a nuestra casa sin que nos diéramos cuenta, y que ahora, cuando ya era demasiado tarde, veíamos su verdadero rostro.
El amanecer llegó sin respuestas. El cielo de Sicilia estaba tan azul como siempre, indiferente a nuestro dolor. Preparé café con manos temblorosas, y cuando Carla abrió los ojos, hinchados de tanto llorar, no tuve el valor de decir nada más que la verdad que ambas sabíamos:
—No estamos solas, Carla. Vamos a salir adelante. Pero… necesitamos estar preparadas.
Ella me miró como si buscara un salvavidas, como si yo pudiera darle la certeza que el mundo le había arrancado.
Y mientras la abrazaba, mi propia mente repetía la pregunta que no podía callar:
¿Quién era Francesco en realidad?