La Raíz De Mi Felicidad

Habían pasado ya casi dos meses desde aquella noche con Evander, Briagni había vuelto a su rutina con determinación, sin distraerse demasiado, centrada en el trabajo y en sus metas. Había algo de orgullo en su paso firme, algo nuevo que brillaba en su interior. Sin embargo, aquel día en particular, los cólicos eran persistentes y molestos, una punzada aquí y otra allá, el cuerpo como en pausa, expectante. Sentía los senos más sensibles, y cierto malestar bajo la piel, como si el cuerpo supiera algo que ella aún no terminaba de aceptar.

Salió del trabajo y, como muchas veces, pasó por el supermercado. Tomó una bolsa de toallas higiénicas, algunas barras de chocolate, gomitas, papitas… sabía que cuando le llegaba el periodo le daba por comer dulces salados y todo junto. Mientras caminaba por los pasillos, fruncía el ceño. Algo no cuadraba. Hizo una mueca con los labios y respiró hondo.

Cuando llegó a casa, Micaela la recibió con su energía de siempre, pero al ver la bolsa preguntó al instante:

—¿Y eso? ¿Ya te llegó? —dijo, señalando las toallas higiénicas.

—No… pero siento que me va a llegar. Tengo los cólicos horribles desde hace como tres días —respondió Briagni, dejándose caer en el sofá, masajeándose la parte baja del abdomen.

—¿Tres días y nada?

—Sí… pero tú sabes que yo siempre he sido irregular.

Micaela cruzó los brazos y la miró con una ceja levantada.

—Sí, sí, tú siempre “has sido irregular”, pero, hello, recordemos que hace casi dos meses te comiste a un Dios griego delicioso que te dejó viendo estrellitas. ¿Estás segura de que no hay nada más…?

—¡Ay, cállate! —Briagni se echó a reír, nerviosa, aunque intentaba no mostrarlo—. No creo… igual yo sentí que me iba a llegar la semana pasada también.

Micaela no dijo nada, simplemente desapareció en su cuarto y, minutos después, volvió con una bolsita de farmacia.

—¿A donde fuiste? —preguntó Briagni, entrecerrando los ojos.

—Compré tres pruebas. De diferentes marcas. Porque si vas a vivir el drama, lo vas a vivir con confirmación científica.

—¡No! —exclamó, aunque por dentro algo le tembló. Se mordió el labio. Su estómago se revolvió, pero no de hambre, sería posible que esa noche si se quedará embarazada..

—¡Sí! Y no pongas cara de tragedia, que si es, es. Ya pasó. Ahora hay que saber. Dale, vamos al baño.

Briagni tomó la bolsita como si cargara un secreto del universo. Micaela caminaba tras ella como si fuese su comadre de parto. La puerta del baño se cerró. Minutos después, tres pruebas yacían alineadas en el lavamanos.

—Mica y si miras tú por mí

—no seas cobarde mira ya, que es?, una raya…o dos...

Briagni abrió los ojos como platos. El corazón le temblaba. Se sentó en la tapa del sanitario, con las pruebas en las manos.

—¡Mica…!

—¿Sí? —preguntó ella, pegada a la puerta como si pudiera ver a través de ella.

—Todas dicen lo mismo…

—¿Qué dicen? —la voz ya sonaba agitada.

Silencio.

—¡Dímelo ya, carajo!

Briagni salió del baño con las pruebas entre los dedos. Tenía los ojos llorosos, la boca entreabierta, como si quisiera reír y llorar al mismo tiempo.

—Estoy embarazada.

Micaela se llevó las manos al rostro, gritando bajito de emoción.

—¡Ay, hijue…! ¡Yo lo sabía! ¡Yo lo sentí! ¡Ese hombre no se podía ir así como así! ¡Te dejó un recuerdo griego con nombre y todo!

Briagni soltó una carcajada entre lágrimas.

—No digas eso, por Dios…

—¡Ay no, amiga! ¡Esto es una locura! ¿Y qué vas a hacer?

Briagni respiró hondo. Abrazó a su amiga con fuerza, su tan anhelado deseo se estaba cumpliendo y eso la hacía más que feliz... en su vientre había una pequeña criatura pegada a sus entrañas, le estaba dando vida a alguien, alguien ahora dependía de ella y por alguna razón egoísta eso la alegraba.