NovelToon NovelToon
Yo Te Elegí.

Yo Te Elegí.

Status: En proceso
Genre:Amor a primera vista
Popularitas:3.9k
Nilai: 5
nombre de autor: Mel G.

Romina, una chica que no conoce el significado de amistad y familia, empieza a conocerlo a través de algunas personas que llegan a su vida. Pero cuando todo realmente cambia, es cuando conoce a Víctor, al hermano de la chica que comienza a ser su amiga, pero lo conoce, en un secuestrado, dirigido por el.

NovelToon tiene autorización de Mel G. para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

PONIENDO LÍMITE.

...Romina:...

No sé en qué momento empezó a sentirse tan real. Tal vez fue el tercer ramo de flores, con la nota escrita a mano que decía “Te ves preciosa con ese vestido negro”, justo el día que lo usé. O cuando mi recepcionista me dijo que ese hombre —el de los ojos grises— había insistido en dejarme un café “como los que le gustan”.

Tal vez fue hoy.

Cuando entré al estacionamiento subterráneo y lo encontré esperándome, de pie, junto a mi coche. Sonriendo como si fuera normal. Como si me conociera. Como si tuviera derecho a estar ahí.

—Romina —dijo, sin apartarse—. Te ves hermosa incluso con el ceño fruncido.

Me detuve a tres pasos.

—¿Qué haces aquí?

—No sabía si hoy ibas a querer hablarme —dijo, fingiendo tristeza—. Pero aún así, vine.

—No puedes estar aquí —le escupí. Miré a mi alrededor, no había nadie más. Las cámaras de seguridad apuntaban a otro ángulo. Maldita sea.

—Tranquila. No quiero hacerte daño.

Quise reír. No lo hice.

—Tú ya me estás haciendo daño. Lárgate.

Dio un paso hacia mí. Automáticamente, retrocedí uno.

—Tienes carácter. Eso me gusta. Aunque no deberías estar tan sola por estos lugares. Nunca se sabe qué puede pasarte si molestas al hombre equivocado —sus ojos destellaron, la sonrisa se borró—. Una mujer sin protección siempre corre riesgos, Romina. Sobre todo si sigue diciendo que no cuando debería aprender a decir que sí.

El corazón me golpeó con fuerza. Quise hablar, pero no me salió la voz.

—¿Eso fue una amenaza? —alcancé a susurrar.

—Fue un consejo. No soy tu enemigo. Pero podría serlo si sigues comportándote como si no necesitaras a nadie.

Se acercó más. Su mano intentó tocarme el rostro y yo me hice a un lado bruscamente. Alcancé a meterme en el auto, cerrando la puerta de golpe. Pero incluso desde el parabrisas lo vi.

Esa sonrisa torcida.

Ese gesto que decía: Esto no termina aquí.

Conduje con las manos temblando. No dije nada a nadie. Ni a Elena. Ni a… Víctor.

No quise parecer débil. Nadie entendía lo que era tener que probarte cada día en un mundo que quería devorarte. Lo mío no era miedo. Era rabia. Era impotencia. Era querer romper algo.

...****************...

...Victor:...

Uno de los beneficios de tener acceso completo a la seguridad del edificio es que no hay secretos. Uno de los problemas… es que a veces desearía no enterarme de ciertas cosas.

Eran casi las nueve de la noche cuando recibí el mensaje de uno de mis agentes con una grabación “inusual” del estacionamiento. Una de las cámaras escondidas había captado algo la noche anterior, justo cuando creía que el día había terminado tranquilo. No esperaba nada alarmante. Hasta que vi quién aparecía en pantalla.

Romina.

Caminaba sola hacia su coche, con paso firme y seguro, como siempre. La iluminación débil del subterráneo proyectaba su sombra larga sobre el concreto. Llevaba el cabello recogido, una bolsa colgada al hombro, y el celular en la mano. No se veía nerviosa, pero sí… distraída.

Entonces apareció él.

Alonzo.

Mi mandíbula se tensó en cuanto lo vi entrar a cuadro.

Se acercó a ella con esa sonrisa sobrada que tanto me irritaba. Hablaron… o mejor dicho, él hablaba. Romina no parecía interesada. Hizo un gesto con la mano para despedirse, pero él no se apartó.

Y entonces lo vi.

Le levantó la mano, despacio, con esa falsa ternura que esconde violencia, y quiso acariciarle la mejilla. Romina dio un paso atrás, rápida, firme, evitando el contacto por completo. Alcé la vista de la pantalla en ese segundo, sintiendo cómo se me encendía la sangre. Volví a mirar.

Ella dijo algo. No tenía sonido el video, pero por la expresión de su rostro era evidente: estaba poniendo un límite.

Él se inclinó, quiso volver a acercarse.

Ella retrocedió de inmediato, abrió la puerta de su coche y entró de golpe, como si una parte de ella temiera que él insistiera un segundo más. El vehículo arrancó tan rápido que la cámara tembló.

Él se quedó parado en su lugar, con una sonrisa torcida. Como si creyera que lo había logrado.

—Hijo de puta… —murmuré.

Cerré el video, aún con el eco de esa imagen ardiendo bajo mis párpados.

No iba a decirle nada a Romina. Todavía no.

Pero ya no se trataba de una sospecha. Era una amenaza. Y si ella pensaba que podía con todo sola… me daba igual.

Desde ese momento, yo también era parte del problema.

Y nadie toca lo que es mío, aunque aún ni ella lo sepa.

...****************...

—¿Desde cuándo te afecta tanto algo como esto? —preguntó Ferid, alzando una ceja mientras cerraba la puerta del despacho con el seguro. Su tono era entre divertido y desconcertado, como si estuviera tratando de entender si hablaba con el mismo hombre de siempre.

Lo ignoré por unos segundos. Observaba el monitor donde todavía tenía congelada la imagen del video. La escena en que Alonzo extendía la mano para acariciarle el rostro a Romina. Ese maldito gesto. Esa forma de invadirla sin permiso. Romina se echaba hacia atrás, incómoda, forzada a sonreír por educación. Y luego desaparecía de cuadro. Yo no necesitaba ver más.

—¿Y bien? —repetí con la voz tensa.

Ferid se apoyó contra la pared, brazos cruzados, su usual sonrisa ladeada empezando a borrarse.

—Lo investigamos. Tiene una ficha limpia en lo oficial, pero hay cosas… raras. Dinero que no cuadra. Vínculos con firmas fantasma. Y hay al menos tres mujeres que se fueron de eventos donde él estuvo presente… y nunca hablaron.

Volteé hacia él, serio.

—¿Crees que lo encubrimos mucho si decimos que fue un “accidente” si le rompo la cara?

Ferid resopló, pero ya no sonreía.

—No te reconozco, Víctor. Estás tenso desde hace días. Primero te haces pasar por prometido, ahora esto… ¿Qué hay entre ustedes?

—Nada —respondí de inmediato. Muy rápido. Incluso para mí.

Él se rió entre dientes, como si ya no esperara una respuesta sincera. Se acercó al escritorio y lanzó un sobre manila.

—Aquí tienes más detalles. Contactos, hábitos, rutinas. Está limpio a los ojos del mundo, pero nosotros ya sabemos leer entre líneas.

—¿Y contactos sucios? —pregunté mientras hojeaba el contenido.

—Nada aún, pero sé por dónde tirar. Y quiero ir más allá del papel —añadió Ferid—. Quiero verlo. Conocer el tono de su voz cuando se siente poderoso. Ver si tiene miedo cuando lo mira alguien como tú.

Asentí.

—Sí. Vamos a hacerle una visita.

Ferid se detuvo, esta vez observándome de forma más crítica.

—¿Esto es por trabajo… o por ella?

No respondí. Solo lo miré. Y eso fue suficiente.

Ferid suspiró.

—Está bien. Pero esto puede complicarse. Tú y yo sabemos que si un hombre como ese se siente descubierto, puede volverse peligroso.

—No más de lo que ya es —le corté—. Lo que hizo no fue un coqueteo ni un acercamiento torpe. Fue una amenaza suave. Como tantear un territorio. Como un lobo lamiendo la puerta antes de derribarla.

Ferid se quedó en silencio un momento. Luego asintió.

—¿Y qué planeas decirle cuando lo tengas enfrente?

—Nada —dije, con una calma que me sorprendió incluso a mí—. No voy a hablar. Solo voy a asegurarme de que entienda lo que le va a pasar si vuelve a tocarla.

Me giré hacia la pantalla, donde la imagen aún seguía congelada. El momento en que Romina bajaba la mirada. No por vergüenza. Sino por aguantar. Por evitar reaccionar. Por no dejar que se notara cuánto le incomodaba.

Y eso me jodía más que todo lo demás.

No me importa si no lo entiende todavía. No estoy aquí por el compromiso falso ni por la puesta en escena. Estoy aquí porque si alguien va a protegerla… voy a ser yo.

...****************...

El tipo abrió la puerta con esa sonrisa hueca que usan los hombres cobardes cuando creen que aún tienen el control.

—Vaya… Víctor Luján. El prometido de Romina —dijo, como si intentara bromear. Como si no recordara exactamente quién era yo.

Lo miré sin decir una palabra. El silencio a veces era más eficaz que cualquier advertencia.

—¿No esperas a que te inviten a pasar?

—Tampoco espero a que alguien me obedezca —contesté, entrando.

Ferid me siguió. Alonzo se hizo a un lado, pero no sin tensar la mandíbula. Ya sabía. Estaba solo. Con nosotros dos, el aire en esa casa se volvió denso.

Vi la mesa de centro. Dos vasos. Uno medio vacío. El otro esperando. Whisky escocés. Y un teléfono desbloqueado.

¿La iba a invitar otra vez?

Me giré y lo miré directamente.

—Esto es una advertencia, Corvalán. No una conversación.

Su gesto se congeló.

—¿Advertencia? ¿De qué estás hablando?

—De ti, siguiendo a Romina. Esperándola en su trabajo. Tocándola. Intentando meterte donde nadie te quiere.

—No exageres. Solo hablamos.

Me acerqué. El tipo retrocedió un paso sin pensarlo. Sonreí apenas.

—¿Hablaste con tu mano tratando de tocarla? ¿Con la mirada en su escote? ¿Con esa sonrisa podrida con la que intentas parecer inofensivo?

—No es asunto tuyo lo que yo…

—Ya no —lo interrumpí con un tono seco—. No es asunto mío. Ahora es mi problema.

Él intentó mantener el temple, pero su cuello estaba tenso, y sus dedos se movían nerviosos a los costados.

—¿Quién te crees? ¿Su guardián?

—Soy el hombre que puede hacer que desaparezcas sin que nadie te busque.

Sus ojos se abrieron apenas. Ahí estaba. El miedo real. El que entra por las costillas y se queda en el pecho.

—¿Es una amenaza?

—No. Es un trato. Uno que no te conviene romper.

Ferid se acomodó en el respaldo de una silla con calma, sin dejar de mirarlo.

—Tienes suerte de que solo hayamos venido a hablar.

—¿Van a espiarme ahora?

—Ya lo hacemos —dije sin pestañear—. Tu edificio. Tus movimientos. Tus reuniones. Tus mensajes. Créeme, Corvalán… hay más cámaras de las que puedes imaginar.

Él no supo qué contestar.

—Cada mirada tuya está archivada. Cada paso que des cerca de ella tiene un reloj de cuenta regresiva. No vas a volver a acercarte, ni por error, ni por casualidad.

—Estás loco —susurró.

Me acerqué aún más, solo a un palmo de su rostro.

—Y tú estás respirando porque aún no le contaste a nadie lo que hiciste.

Sus ojos parpadearon, como si de pronto no supiera cómo sostenerme la mirada.

—Sigue jodiendo —murmuré con un tono tan bajo que casi no fue audible—. Solo una vez más… y te juro que esta ciudad no será lo bastante grande para esconderte de mí.

Me giré y salí. Ferid tras de mí.

Cuando cerramos la puerta, Ferid soltó un silbido bajo.

—Joder… Luján. Lo dejaste hecho mierda. Casi se mea encima.

—Que lo haga. Es lo único que merece.

—¿Y si vuelve?

—No va a volver —dije, con absoluta certeza.

—¿Por Romina?

No contesté. Porque la respuesta ya no era tan clara. Pero dentro de mí, lo sabía:

No se trataba solo de protegerla. Era algo más. Algo que me ardía por dentro sin permiso.

1
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play